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viernes, 31 de enero de 2020

QUINTEROS: CARLITOS

Mi mamá me llevaba hasta la parada del ómnibus.

A veces subía conmigo, cuando iba al médico.
Otras no, me decía que viaje solo, que ya era grande.
El chófer me llamaba y me indicaba dónde tenía que descender.
Me preguntaba siempre por mamá. 
Se llama Antonio, me decía que ella era linda, muy linda.
La escuela está a una cuadra más allá de la parada y él me miraba hasta que entraba.
Mi mamá trabajaba en una casa de familia acomodada, entraba a la tarde, después del almuerzo. Me contaba que lavaba los platos, que limpiaba la cocina, que limpiaba el comedor, que ponía ropa a lavar, que limpiaba los baños de la casa, que planchaba y que salía rápido para esperarme.
Hacíamos juntos mi tarea escolar.
Cenábamos tortafrita y café con leche.
Me enseñó a usar la plancha, el lavarropas y a cocinar.
Se cocinar algunas comidas, aunque no se para qué sirven tantas especias, sólo uso la sal.
Al dinero lo guardábamos en un tarrito de lata que yo sabía dónde estaba.
Ella me enseñó a ahorrar.
"El año que viene tienes que hacer la Primera Comunión. Debes ir a la escuela, la escuela es tu segundo hogar. Hay dinero guardado para muchos días Carlitos".
Me decía siempre mamá.
Ella quedó internada un día que llovía, el martes, por eso llegué tarde a la escuela.
Yo no quería venir más, los otros niños tienen a su mamá y a su papá sanitos.
Me quedaba con mi mamá en el hospital por las mañanas.
A la tarde venía a la escuela, sin ganas de estudiar.
Mamá murió el viernes, a la tarde, su corazón se paró.
Lo supe cuando el médico me abrazó. Eres fuerte, vamos, sos un campeón, me dijo.
Lloré.
Vino la señora de protocolo, llamo por teléfono a mi tía Liliana.
Más tarde vino el señor Andrés, que nos visitaba algunos fines de semana, por la noche.
Cuando cumplí mis nueve años, Andrés me regaló la camiseta de River.
Era bueno, pero tenía niños con otra mujer.
La tía Liliana vino desde las sierras y se hizo cargo de todo.
Hablaba y hablaba.
Lloraba.
Pagaba.
Discutió con Andrés.
Le puso ropita linda a mi mamá. 
Un vestido blanco, muy blanco que se lo mandó su patrona.
Al velatorio de mamá vinieron algunas vecinas.
Antonio, el chófer del colectivo que se enteró por otros niños, también estuvo.
Me abrazaba, contá conmigo, me dijo.
El almacenero vino a cobrar la cuenta.
A usted no la vi. 
La tía decía que ella no me podía tener, que ya tenía suficiente con la abuela enferma.
Que buscarían a alguien que me críe.
Habló de eso con la señora Gladys, que es asistente social.
Entonces el sábado a la mañana me escapé.
Cuando todos se pusieron de pie para llevar a mi mamá al cementerio, me escapé.
Corrí con mi cuadernos de la escuela, con este bolso y el tarrito con dinero.
Tome, cuéntelo.
Entré por la puerta del fondo, por donde entran las señoras que limpian y no le ponen llave.
Algunas se llevan cosas de la cocina para su casa, yo las vi.
Una se besaba con el portero en los baños.
Por la tarde, el profesor de gimnasia sacó una pelota y las redes, pero las trajo anoche.
Cuando hacía frío, mucho frío.
Por favor señorita maestra, no le cuente a nadie que me escondí aquí.
Mamá me dijo que la escuela en mi segundo hogar.

Walter Ricardo Quinteros
Editor

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