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viernes, 26 de octubre de 2018

WALTER R. QUINTEROS: NADIE FUE AL ENTIERRO DE GERVASIO MOYANO CHOZNO


— Nos contaba que de repente se sintió viejo, pero viejo de una vejez interminable y sin más honores que sus largas noches de borrachera, entonces creyó que era hora de una muerte justa y digna. 

— Nos dijo aquí en el bar, que aquella noche dejó el vaso de vino en la mesa de madera del patio hediondo de gallinas y que caminó hasta la sombra de la mujer que bailaba sola bajo la lámpara trémula colgada del sauce. Vienes a decirme que esta es mi última noche, ¿verdad? -dice que le preguntó- y que la sombra de la finada Rosario Kindelán, que mucho tiempo después supimos que era una peremerimbina huérfana que bajaba y subía de las montañas asustando a las tropas del gobierno, le dijo que si, solo con el movimiento afirmativo de su cabeza, por eso vino a tomar unas cervezas con nosotros y entonces aquí nadie le creyó.


— Gervasio Moyano Chozno vino a despedirse.


— Tiempo atrás, tampoco le creyó el juez Bonaventura cuando manifestó haber visto a Cúter Tavares cruzar por el patio de su rancho, la semana de las indagatorias a los testigos.

— En realidad, no le creímos nunca sus conversaciones con los fantasmas de los Sepúlveda, ni menos le creímos cuando una mañana nos dijo que unas mujeres que volaban le pidieron agua fresca para beber. Porque siempre pedía que le pagásemos una vuelta más de vino para continuar con sus relatos.


— En una oportunidad, una asistente social enviada por el gobierno, manifestó en uno de sus largos informes que Gervasio Moyano Chozno padecía una conducta autodestructiva que se manifestaba en las mil y una forma distintas de llegar a la muerte. Pero ella no supo explicar cómo es que Gervasio podía hablar y nombrar a gente que nadie sabía por estos lugares que había existido y merodeado por este amplio valle de misterios.

— Así es que la última vez que lo vimos, se tomó con nosotros algunas cervezas, y nos habló a todos de la muerte, nos dijo que la muerte era una mujer hermosa, de piernas largas y blancas que baila en forma graciosa y que se va desnudando a medida que la canción va despertando la furia de su sangre y de sus carnes y que cuando la canción termina, muestra en sus manos una bandeja con la cabeza del próximo a morir.

— Nos decía en pleno convencimiento, en ese convencimiento que tienen las personas solitarias y soñadoras, llena de alucinaciones, que el vio su cabeza y que le pareció hermosa, de una hermosura radiante, en esa bandeja que le alcanzaba la muerte.

— Pero que la muerte vestida de mujer le dijo que se llamaba Rosario Hurtado Kindelán, que después nos enteramos que fue una niña que llegó al Pueblo Mapuyo con mucha tos, una mañana de las tantas de represalia de los milicos contra los peremerimbinos. 

— Con el tiempo supimos que algunos decían que vivía sola en la selva, que fue creciendo entre la sierra y el mar, rodeada de perros, hasta que un día la encontraron muerta unos bananeros. 

— Ellos decían que primero encontraron su vestido de color blanco por el sendero que llevaba a las dunas caribeñas y que después encontraron sus sandalias de cuero y que cada tanto encontraron a cada uno de sus siete perros muertos, todos atravesados por un estilete o cúter, cómo dicen que mataba ese tal Tavares y, que más allá, vieron su cuerpo rodeado de la espuma del mar y que su rostro mostraba una tranquilidad asombrosa, sin huellas de lucha, sin heridas, sin agua en sus pulmones. 

— Si, dicen que parecía sonreir y que calculan que tendría entre veinticinco y treinta años y que los médicos aseguran que era virgen.

— Desde entonces su fantasma les aparece a las tropas del gobierno por los caminos.

— Pero también hubo quienes decían que era todo mentira lo de ella y lo de Cúter Tavares, que todo era un embuste de gitanos, para aterrorizar a la gente.

— La cuestión es que nos contaba el Gervasio que ella le había dicho, esa misma noche, que en el comienzo de los tiempos la gente era feliz y no dormía y no tenía miedo, y que solo brillaba el sol en un cielo azul y sin nubes y, que entonces Mapuyo, el indio, habló con Dios para solucionar eso y que Dios le dijo con voz de trueno que iba a satisfacer sus pedidos y sopló fuerte y que el sol cayó atrás de las montañas y que todo se puso oscuro y que entonces en la oscuridad conocieron el miedo, y empezaron a llorar y se perdían en los caminos. Entonces Mapuyo, volvió a hablar con Dios y Dios le dijo que le iba a regalar colores en las noches y así todos se maravillaron con la luna primero y con las estrellas después y que vieron figuras que formaban las estrellas y que empezaron a nombrarlas y vieron que también durante el día podían disfrutar de las formas de las nubes y que Rosario Hurtado kindelán, le dijo que cuando habló con el fantasma del Indio Mapuyo allá arriba a más de seis mil metros de altura, le dijo que Dios no le había contado que otros caciques le habían pedido que haya guerras y muertes y enfermedades y que todo eso vino de repente y que cayó como lluvia en las tierras peremerimbinas, primero con unos barcos de madera, después con barcos de acero y después con trenes y después con aviones. 

— Por eso nos decía que la espada del comandante Penerguido, había combatido durante ciento catorce años, hasta que cayó en el gallinero, mucho antes que el gallo cantara.

— Gervasio Moyano Chozno estaba loco.

— No lo se. Creemos que al salir de aquí, totalmente borracho, montó su caballo, llegó a su casa, se puso el terno color negro, entró al cementerio por la puerta del fondo, la que nadie abre, cavó su fosa al lado de la tumba de sus padres y se acostó en ella a esperar la muerte.

— Así lo encontraron dos funcionarios del cementerio, un miércoles, en que vieron una nube de moscas verdes, allá, al fondo. 



Walter R. Quinteros
Nacido en Deán Funes, Córdoba, Argentina, en Noviembre de 1955. Capítulo exttraído del libro "Cúter". 

SALVADOR GARMENDIA: EL INQUIETO ANACOBERO



—No, yo hace muchos años, muchos que no veo a Daniel —dijo el gordo y se espantó una mosca que le andaba por el entrecejo.

—Ni siquiera sabía que él estuvo en Caracas ultimamente y mucho menos que anduviera con ustedes en la Pompadour.

—¿Cómo? ¡Nos bebimos seis botellas de whisky! Amaneciendo Daniel tuvo que irse para el aeropuerto porque tenía que coger el avión a Nueva York. Ahora debe estar cantando en el Waldorf con la Sonora.

—Yo no lo veo hace años. Me dicen que está entero, feliz, bebiendo como un loco. Dicen que parece un muchacho. ¿Qué edad tendrá, tú sabes?

El negro, un negro cenizoso, grande, largirucho, que parecía un tronco quemado tardó un buen rato en anudar la charla. Acababa de entrar un grupo de hombres a la capilla y él los observaba con desaliento, como si se doliera de no reconocerlos.

—Yo no recuerdo la primera vez que Daniel estuvo en Venezuela. Fue en el 52, creo. Seguro en el 52 y en el 53, me parece. Tú debes acordarte, porque en esa época fue cuando trajeron a Bobby Capó para el Monumental. Yo andaba con una catira preciosa…

—Yo no, yo lo conocí después, en el Pasapoga, un domingo, ¡coño! ¡En los vermouth del Pasapoga! & EACUTE; el andaba enredado en la cuestión de Puerto Rico y lo último que había compuesto y era el hit “Ayúdame cubano”, ¿te acuerdas? Entonces le consiguieron un paquete de cocaína en el hotel y lo expulsaron del país por revolucionario, además.

Los dos hombres habían abandonado el salón y salieron a un pequeño jardín sembrado de pinos redondos. Amenazaba lluvia. El calor era húmedo y lento.

—La que tenía formado el alboroto entonces —dijo el negro— era Miss Panamá, la que después le decían La Tamborito, cuando vino para los carnavales del Roof Garden y se quedó aquí como seis meses en el hotel Tiuna, donde había show todas las noches. ¿Tú no estabas ahí cuando el General le dio los tiros?

—¿A quién?

—Al negrito Happy. Tú debes acordarte del General. A la hora que tú llegaras al Tiuna, ahí estaba el General, entrando, saliendo, discutiendo, jugando dominó, jugando póker… Se había vuelto loco con Miss Panamá y no la desamparaba ni un momento. A las siete de la mañana se aparecía en el hotel con un ramo de flores y si tú pasabas al mediodía lo veías en el bar con la guerrera abierta y una pistola en la cintura, rajando whisky como con veinte tipos que se lo vivían. Pero ella no le daba ni un chancecito. Esa tipa sabía en lo que estaba, palabra. veinte veces le tocaba en la habitación tun, tun, tun, tun, tun y ella no le abría ni de vaina. El General brindaba con champaña a todas las mujeres del show y al mes ya estaba medio loco con aquel chaparrón de carne que le caía encima todas las noches. ¡Pero qué va! La Tamborito nunca estaba sola ni de vaina: andaba con su representante, con su manager, con su chaperona, una vieja que vendía relojes de contrabando; con su publicista, andaba con medio mundo… y mientras tanto, el negroto Happy seguía por ahí, tú sabes, tranquilo, como si no fuera con él. ¿Tú te acuerdas?… Era un negrito flaco, medio resbaloso, confianzudo que andaba pelando el dientero todo el día. Cargaba zapatos de dos tonos y un sombrerito medio raro, con una pluma. Él era el que animaba el show y decían que era chulo de la Bámbola, aquella que hacía desabillé vestida de muñeca. Además tenía fregado al general con el póker. Coño, se lo estaba comiendo vivo el negrito, carajo…

—Cucurucho… —rezongó el gordo, que se había sentado en un pretil y parecía un montón de trapos con una cabeza de viejo encima.

—Mira: ¡al que se atreviera a decirle Cucurucho al General, así fuera en juego, le metía un tiro! Pero se descubrió la cosa la noche en que la esposa se presentó en el show de repente. ¡Mi madre! Esa noche tocaba Salvador Muñoz, que era en ese momento el mejor organista del mundo hasta que apareció el Órgano que Habla y aquello era pura música panameña. El General, ya estaba medio rascado y se puso a bailar tamborito con Miss Panamá, ellos en la pista y todo el mujerero rodeándolos. ¡Un alboroto del demonio! Y en eso se presenta la mujercita: una insoria de mujercita, retaca, pequeñita, que lo que parecía era hija de él. Entonces empezó a gritar como loca: ¡Cucurucho, Cucurucho, Cucurucho, mi amor! y se le guindó del pelo a Miss Panamá, ese mujerón grandisimo con un culo descomunal, y no se le soltaba chillando y pataleando como una mona. La tuvieron que sacar arrastrando. Así pasó un mes, más o menos. Primero el General estuvo unos días sin venir y después apareció como si nada; pero serio, sin hablar con nadie para que nadie se atreviera a molestarlo por lo que había pasado. De ahí se empezó a hablar de que Cucurucho había puesto el divorcio y que se casaba con Miss Panamá. Había comprado abogados y demás para que lo divorciaran en un mes y la fiesta la iban a hacer allí mismo en el hotel. Lo cierto fue que nosotros estábamos en el comedor, allá, en un almuerzo con Dark Búfalo que peleaba esa noche por la máscara con el Chiclayano…

—Yo sé, claro… —El gordo, que había permanecido cabizbajo y como agobiado, despertó de un pinchazo en la nuca—. Estaba Johny Albino y su trío que habían llegado dos días antes de Barranquilla…

—… todo con periodistas y demás. Yo vi cuando la Tamborito se levantaba en un descuido y se iba calladita y después vi al General que estaba blanco de la rabia y también salió del comedor en una carrera y de pronto ¡¡pin, pan, pun, parán, pin, pun!! Se oye aquel alboroto en el piso de arriba y era el General que había roto la puerta del cuarto de cuatro patadas y ¡pin, pin, pin! le zampó tres tiros al negrito Happy que estaba singándose a la Tamborito en la cama. No le pegó ni uno, pero el negrito estuvo tres días desmayado en el hospital y no lo volvieron a ver más nunca.

El grande se escarbó un diente de oro con la uña.

—Yo creo —dijo el otro—, que esa tipa no era Miss Panamá. A lo mejor era una puta; pero no era Miss Panamá.

—¿Por qué?

—¿Tú no la viste, pues? Era una vieja. Al principio parecía joven; pero a lo último, cuando fue perdiendo cartel… y resultó que la chaperona le robó unas prendas a una gringa, y a ella terminaron botándola porque debía tres meses de hotel, entonces se fue descuidando, le embargaron la ropa… Andaba por ahí rodando y ya se veía que era una vieja.

—Es lo más probable… Eso fue en el 53, me parece. La Gata tenía el mejor Burdel de Catia en esos años, el Tíbiri Tábara, cuando aquello era de categoría. La Gata se llamaba María Luisa Saavedra. Era una mujer que tú la veías salir de Ketty Myriam y creías que era una tipa de la hay. Cuando Louis Jouvet llegó a Caracas, Papillón le dio un banquete en La Pastora con las mujeres más bellas de Caracas. La cocaína la servían en platicos de dulce y La Gata era la mujer más elegante; nadie supo quién era, toda la alta sociedad se comió el trazo.

—Era una tipa cojonuda.

—Bueno… Cuando Daniel terminaba en el Sans Souci, tan, tan, tan, tan, tan, se iba con su grupo para el Tíbiri. A veces iba por ahí Caca el Pregón que iba a ser campeón pluma antes que lo jodiera el aguardiente. Iba también un ventrílocuo que le decían el Profesor Dilmer y un aviador de la Taca que era el que les traía la cocaína. Esa noche estábamos allá bebiendo whisky, dos preparadores y un jockey y uno que le decían Lengua e Gamuza… ¿Te acuerdas? Ahí, en esa mesa, ¡ahí! Daniel compuso una madrugada ese bolero Sálvame al Diamante Negro. Resulta que el Diamante estaba enfermísimo, se estaba muriendo el Diamante. Había gente que lloraba en las calles. Las radios pasaban boletines cada diez minutos y en la clínica había una manifestación de gente. ¡Se muere el Diamante, carajo! Y Daniel que llega, se sienta ahí, calladito y zas, zas, zas, zas, zas, zas… escribió ese lamento que era una invocación a la Virgen de Coromoto. ¡Ahí, en esa mesa donde estábamos! ¡Se salvó el Diamante, pues! O fue que se salvó o que se iba a salvar de todas maneras; pero se salvó.

—Ahí fue que Tomasito peló bolas.

—Ahí fue. Tomasito siempre había pelado bolas, pero como esa vez no. Fue demasiado pelabolismo esa vez.

—Vino y se enamoró… Era que Marmolina era la mejor hembrita que tenía La Gata, después de Chucha la dominicana. Yo a ella le conocía la historia, porque vino con una revista española que estuvo como un mes en el Teatro Caracas… Trabajó primero en Mi Cabaña y después en El Chama, hasta que se enredó con uno que tenía arrendado el Coney Island… era isleñita, de Canarias. Ése se la llevó para Maracaibo, la dejó por allá y parece que estuvo tres meses presa. Al tiempo fue que apareció en el Tíbiri. La Gata le tenía cariño. ¿Tú crees que se llamaba Marmolina o que le decían Marmolina?

—Yo creo que se llamaba Marmolina. Tú sabes que cualquier cosa es un nombre para una puta.

—Cualquiera se hubiera podido enredar con Marmolina, pero Tomasito se empeñó demasiado. Estaba loco, vale; tú te acuerdas. Loco. La celaba, no la dejaba en paz, hasta le había propuesto matrimonio. Y esa noche, nosotros estábamos en la mesa y Marmolina ahí, con Tomasito, cuando llegó Daniel del Sans Soucí. Esa noche venía contento y muerto de la risa y echándole bromas a todo el mundo. Se había traído los muchachos, uno así, pequeñito, que tocaba charrasca; el Magüe, que era el pianista que tenía un montuno bárbaro y aquel saxo español que era arreglista. Alegre, ¿sabes por qué?, porque había recibido ese día una carta de Linda y tú sabes que lo de Linda era verdad, eso lo sabíamos nosotros, era una carajita cubana bellísima que lo tenía loco y él vivía escribiendo canciones. Marmolina esa noche estaba medio arrebatada y al verlo, zas, se le tiró encima, histérica de bola y se lo llevó casi arrastrado para el cuarto y desde afuera le oíamos los gritos, hasta que Tomasito se arrechó de repente y le empezó a dar patadas a la puerta: “¡Marmolina!… ¡Marmolina!”, desesperado, “¡mi amor, coño!” y ella le gritaba desde adentro: “¡Vete al carajo, comemierda!” Entonces él empezó a tirar mesas y a repartir trompadas como loco, nadie lo podía contener y de repente ¡chupulún!, salió Marmolina desnuda en pelota y le voló encima y le entró a zapatazos y a patadas hasta que lo puso en el suelo y le seguía dando y dando y por fin se aquietó aquella vaina y el pobre Tomasito quedó llorando ahí en el suelo como un carajito, llorando como un pobre pendejo y después La Gata lo sacó a empujones.

Siguió un largo silencio.

Ahora la capilla desbordaba de gente. Parecía que se acercaba el momento.

—Daniel se acordaba de todo, de todo. Parecía un muchacho…

—¿Se acordaba de mí?

—Bueno, no me habló de ti, a la verdad; pero yo te nombré una vez no sé por qué y él se me quedó mirando un rato y le brillaron los ojitos y ¡zuas! Se echó a reir; pero sabroso, como aquel numerito de la Sonora que ya no se escucha por ahí: “Ja, ja, jaaaaa… no puedo aguantar la risa que me daaaaa…”

—A lo mejor se acordaba de algo.

—Quizás. Pobre Tomasito, ¿no? El sábado nomás lo encontré en el Alí Babá; tenía tiempo sin verlo, meses. Estaba con un grupo, tranquilo: Aquel salvadoreño que fue representante de Xiomara Alfaro y un enano que le dicen Topo Gigio. Me saludó y hablamos y no parecía…

—Bueno… eso llega en cualquier momento.

Entonces se unieron a un grupo que entraba a la capilla. Los empleados salían a la calle cargando cantidades de coronas.

—¿Sabes lo que está bastante bueno ultimamente? —dijo el negro—. En Todo París. Hay dos brasileras de espanto. Si quieres, después del cementerio nos juntamos…

—No puedo, viejo. No sé qué me pasa… Ahora no me provoca nada.

El negro le dio una palmada en la espalda.

—¡Coraje, hermano!… ¿Qué? ¿Nos arrimamos a la urna?

—Yo no. Después que se lo lleven me voy para la casa. Tengo ganas de dormir temprano.


Salvador Garmendia


Salvador Garmendia Graterón nació en Barquisimeto, Venezuela, el 11 de junio de 1928. Trabajó en el Departamento de Publicaciones de la Dirección de Cultura de la Universidad Central de Venezuela.
En 1946 publicó su primera novela, El parque. Los pequeños seres - Los habitantes, Sardio y El techo de la ballena (1949-1969). En 1958 integró en el grupo literario Sardio. En 1959 publicó su segunda novela, Los pequeños seres y ganó el Premio Municipal de Prosa. Le siguieron: Los habitantes (1961), Día de ceniza (1963), La mala vida (1968), En 1972 publicó el libro de cuentos Los escondites, y ganó el Premio Nacional de Literatura y una beca para estudios y trabajo en Barcelona, España, otorgada por la Universidad de los Andes. En 1973 apareció su novela Los pies de barro, y al año siguiente Memorias de Altagracia, una de sus obras cumbre.
En 1984 fue nombrado Consejero Cultural en la Embajada de Venezuela en Madrid y recibió la Beca Guggenheim. En 1988 presentó la novela El capitán Kid. En 1992 obtuvo el Premio Dos Océanos de Francia. Murió el 13 de mayo de 2001.
Fuente: ficción breve venezolana - Del libro: El inquieto anacobero (ediciones La linterna)
Foto: Egly Colina Marín Primera

CAMILO BRODSKY: POEMAS


Kintsugi

Un límite para la riqueza.
Como el que se construye para encontrar
el texto indicado, la línea.

Pero piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro.

Digo
este no saber lo que se hace, el fallo
permanente en las aplicaciones de la teoría
una grieta encima
borrando cualquier rastro de ternura.

Detrás de todo hay una rebelión en marcha que nunca
resultará del todo, no se verá
realizada con la meticulosa neurosis que requieren estos hechos.

Hacer cuentas sin capitular.

La luz prefiere siempre superficies claras.
El lado blanco de la hoja de un álamo
brillando al ritmo del sexo bajo treintaicuatro grados célsius
y mostrando sus dos caras alternadamente
horas antes de que el calor te expulse
fuera de la cama y tengas que partir
a buscar a tu hija mayor al liceo; el álamo
que acompaña tus casas como las estaciones, el viento
la brisa caliente a comienzos del verano
parte del discurso que se te desgrana
como la falta de respuesta del destinatario

—después del sexo, en todo caso
quiero que me echen una sábana
fría y delgada sobre el cuerpo
una sombra como la que proyectaba
el pino que cortaron en Concón
porque estaba siempre a punto de caer

sobre alguien
de aplastar a alguien
de reventar contra el suelo
el cráneo de alguien

como balas sobre arena en El Alamein
o escarabajos caminando sobre tu pie izquierdo

—es algo que pasa
como las balas; el escarabajo
opaco, negro, voluminoso como la culpa
no del marrón brillante de las baratas
al borde del rojo tantas veces; pero no
pienso en un tono más egipcio
si se puede usar el símil
si se me permite
usarlo

—pero no importa en realidad
lo que se puede o no decir en el poema
como si no fuera en todo caso una ficción adentro
de otra ficción esta pregunta
retórica y mentirosa
chapucera
una paparruchada más
otra grieta en la superficie del discurso que sellar
como el señor Tagomi hubiera querido
antes de volar la quijada del alemán
que Philip K. Dick puso en su oficina
para hacer que la novela continuara funcionando
como el mecanismo de precisión que debe ser;

todo a prueba de fisuras
que rellenar con oro para embellecer
la trizadura de una vida o de una
época

un rastrojo de generación —pues no queremos
morir en este día
junto a quien no quiera
morir junto a nosotros... ¡San Crispín!

¡San Crispín!

Esa bota muerta que descansa a un lado
de la tienda de campaña permanece
impávida como el Honor o el Heroísmo, y sirve
tan poco como ellos. ¡No se come!

¡No se traga!
¡No alimenta otra boca que la boca seca!

Pero sí retuerce el cuello de la grieta
se mete como cuña y aporrea
resquebrajando toda la memoria de un hombre;
las fotografías familiares en el velador se desencajan
el maquillaje escurre por la cara de su amante tras el agua
de una lágrima salada como el Mar de los Sargazos
todo se lo lleva ese agujero de gusano
la integridad del cuerpo, su agonía —entonces

no nombrarlo.

No nombrarlo nunca, no decir el hilo, no mostrar
el recorrido de la costura.

Un zurcidor japonés
para el jarrón del alma — y todo
para volver a empezar
recorrer otra vez el poema y dar
con el error de buscar la perfección; un loop
por el que ya se ha transitado
se repite como el sol cayendo
sobre el escritorio a las cinco de la tarde, y claro
genera también ese cansancio de la iteración
que desbasta relaciones, anhelos, simples ganas de hacer algo.

Porque ahí está
siempre quebrándose algo
siempre haciéndose añicos
trozos pequeños que se clavan
en los pies
y no te dejan caminar sin que la sangre
manche el piso, el camino, la moqueta

—en el living
donde hemos sacado la alfombra a causa del calor
unas niñas —mis niñas
hacen una máscara de cartulina.

Ahí está, para mí
toda la ciencia:
saber hacer las máscaras de cartulina
muy a lo Mishima, no desesperarse y saber
hacer las máscaras de cartulina
para cubrirnos de la mejor manera ante el desastre
dejando un generoso espacio a la altura
de lo que debiera ser la boca
para sonreír de vez en cuando
y seguir tragando bocanadas presurosas

de aire
aire
aire
de aire.

Porque piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro y eso
no nos puede conducir más que al desastre —volver
a la letra entonces, al latido de la letra. Cerrar la puerta
a la pálida intención de redimirse por el texto
a la triste idea terapéutica del texto;

matar el corazón de la letra para que la letra
deje de joderte el día con su latido insistente.

Vivir la contradicción
mientras pegas los pedazos
de cerámica
los recortes de los diarios
las fotografías de los obituarios en la cocina

y llenas tus dedos de pegamento.




las intolerancias

después de Auschwitz
nadie escribe en lo absoluto
sólo juntan huesitos
de judío y ellos
arman por su lado las
secretas plegarias de su vida





Camilo Brodsky
Nació el 17 de mayo de 1974 en Santiago, Chile, es uno de los fundadores de la editorial
 Das Kapital, sello que, desde el 2009, ha contribuido a renovar la escena literaria chilena publicando a narradores y poetas, como Jaime Huenún, Ignacio Fritz y Leandro Hernandez. Brodsky, al mismo tiempo, escribe poesía. El año 2010, su libro Whitechapelrecibió el Premio Municipal de Literatura de Santiago, y el 2011 La noche del zelota obtuvo el Premio Mejor obra inédita, del CNCA. Como editor o poeta, Brodsky le exige a la literatura un diálogo crítico con la realidad. Fuente: fundacionlafuente - Foto: lasantisimatrinidaddelascuatroesquinas

MARIANO PINI: POEMAS



EL OLVIDO

Refucila de lejos. Un ala de vos, justificada,
de pura permanencia en mi, en esta cicatriz de ave
que me cruza a veces cuando miro lo que queda.
Una especie de néctar,
de un vino tremendo que sube como antes,
pero agrio, casi verde,
y este es el brazo gris donde te tuve.

Volviste martillando el aire, dando latigazos ahí contra el paisaje.
Una esquina de pájaros con ganas eran tus ganas de querer.
A cualquier costo.
Era el deseo, que volvía como un león promiscuo de cemento
amamantando con fuego a los nacidos.

Era tu ropa
colgada en los alambres de un mes que palpitaba.
Salir hasta los patios y verla ahí colgada
era asegurarme que estabas todavía sin tregua de partir.

Pero, ¿sabes?, el mundo conocido era un reino chiquitito,
La calle que pisé hace mucho donde estaba el negocio
con olor a galletitas,
bueno, esa calle no existe mas,
es decir, la calle está, permanece,
pero son otros los colores y otros son los ruidos,
otras son las cosas que le pasan a esa calle
y otros son los pájaros.

En medio de este bosque, rodeado de basura,
nadie va a salvarme del filo por venir,
nadie va a venir a preguntar
si comimos hoy, si mañana habrá otro sol.

Duele por dentro la sangre de las cosas.
Duele ver las garras furiosas de los buitres
que de los barrios se llevaron un poquito del alma de las lunas.

Acá van terminando estas líneas con látigos del miedo,
esta sangre puesta en cosas,
palabras de una rambla llovida en pleno julio.

Acá dejo en la puerta de tus sueños la valija de vientos
que llenamos ayer y era mediodía.
Dejo un manojo de palabras volcadas tal vez a plena hoja,
una caja con regalos, papeles, recibos, y guirnalda viejas
que fueron hasta ayer la fiesta de abrazarnos.

Prefiero que todo te lo quedes vos,
menos estos perros que me siguen en la noche
y olfatean como pueden el reguero de mi sangre.

Hasta pronto piba,
que la luz brutal del nuevo agosto te ilumine distinta,
más fuerte y más feliz
que este amor que no supimos, que no logramos.

Que esta guerra a plena espada
contra todas las barcazas de la pena
estaba perdida de antemano.

Y no va a estar la ropa colgada en los alambres,
ni la lluvia en torno a vos cayéndote en los muslos
solo un frágil cuero de acordeón mojado,
un eléctrico pájaro en la pena,
el ángel de los vinos latiendo a plena herida.

Y estos perros de vos
marchando a plena luna,

olfateándome la sombra

como puedan.


(Mariano Pini, del libro “La calesita de barro”, año 2013.- Colección Mandrágora Porteña, Poetas y letristas de tango)

Era una virgen llorando sangre

Era una virgen llorando sangre.
Ante ella se hincaban los pálidos tigres de overol,
las estrellas de temblor de arena,
espantapájaros de huesos y párpados colgando
y un rinoceronte de papel maché. Juro que los vi.
Era una virgen sosteniendo una guitarra.
Era una dulce comerciante de guirnaldas. Era una ministra.
Un albatros de fuego, un péndulo de luz.
Me tuvo en un costado de su hiel.
Dentro de su caja de niebla musical.
Era una diosa quitándose el pellejo,
pasando por el agua hirviendo de una calle de arrabal,
comiendo uvas del patio de mis huesos,
lamiéndome la cal, la harina gris
de mi pan de octubre al desmayar.
Para el banquete de su adiós, mis piernas de ceniza.
Para su boca de rubíes indomables, mi pálido gesto de cartón.
Ahora se ríe en ese altar.
Dicen que de noche baja y entra a los boliches,
que sumerge su cuerpo de sirena musical
en la ginebra espesa de cada pulpería,
que así los emborracha. Que así los envenena.
Que se come el corazón de todo el paisanaje
con su risa plebeya de jazmín angelical.
Dicen que guarda corazones en frascos amarillos
previamente desinfectados con el humo de mi alcohol.
Al mío lo tiene en un lugar preferencial,
de noche se oye latir en la mesa de luz.
Yo soy uno más que tarde a tarde llega en procesión.
Vengo a buscar lo que me pertenece.
Pido nada más por lo que es mío.
Y ella se inclina, con su cara de perra fantasmal,
enciende un cigarrillo con la luz del fuego que me queda.
Juro que era de verdad, tenía los muslos de un azul feroz.
Era la hijastra de un violín tocado por un loco.
Era una virgen llorando sangre.




Mariano Pini
Nació en el Bajo Flores, una mañana de domingo del mes de marzo de 1980, este hijo dilecto de la noche, constructor de una obra oscura y suburbana, no reconoce sus orígenes directos en las letras de los tangos. «El tango flotaba en los ambientes donde crecí, mis abuelos conocieron y fueron grandes amigos de figuras notables, pero la estética que intento encontrar tiene mucho más que ver con el cine y la literatura que con las letras de tango».  
Fuente: todotango - grafitis-poetarios - Foto: fracturaexpuesta 

RICARDO RUIZ: POEMAS



CERTEZAS


Que el sol se derrite
cada tarde.


Que la tarde se acuesta
en las cicatrices del día.


Que el tiempo escribe su edad
en los calendarios.


Que las lágrimas construyen
ojos.


Que el amor muere
en los labios.


Que la vida se agota
al vivirla.




SUSURRA Y BORDA

Cerca de un manantial una no tiene sed,
cerca de una hermana no desespera.
Nü Shu / Lenguaje de Mujeres
Dinastía Tang (618 – 907) – 2005.

susurra
y borda
escritura
de pequeños pies
un decir
se repite
entre mujeres
lame
de una isla a otra
de un labio a otro
dolor plegaria
saliva
del destierro
del odio del amor

¿una suave tormenta
detrás? ¿del amo
inversa caligrafía?
¿tambalea? ¿canta
la mañana que no llega?

así
de una a otra
isla plegaria
entre mujeres
de pequeños pies
tambalea
un decir
detrás
del destierro
se repite
lame
de un labio a otro
saliva del dolor
tormenta escritura
del dolor del odio
borda la mañana
que no llega
y susurra.


Ricardo Ruiz
Nació en Buenos Aires en 1953

Nasceu em Buenos Aires em 1953. Publicou Racimo y Poemas, ambos cadernos de poesia, em 1979 e 1982 respectivamente. Participou da antologia 65 Poetas por la Vida y la Libertad e colaborou nas revistas XUL e CASA DE LAS AMÉRICAS. Seu primeiro livro – peces del aire (1980) permanece inédito. Em 1989 publicou otros gallos cantan. O livro tristes ruidos furias foi escrito em 1985 e publicado em 1990. Sua poética combina estruturas modernas de justaposição de versos com uma linguagem de concisão e certos arcaísmos linguísticos no trato de temas que evocam questões históricas de nossa formação cultural e histórica, a partir de citações pertinentes e incitantes. Um certo barroquismo como aquele das crônicas coloniais e que persistem em versos de João Cabral de Melo Neto, numa substantivação permanente.
Fuente: antoniomiranda.com - tertuliaspoéticas - Foto: cainabella

LOUIE AUSTEN: MÚSICA


"Easy love"
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"Amore (I love you)"
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Louie Austen
(Nombre verdadero: Alois Luef nació el 19 de septiembre de 1946 en Viena)  

Un cantante austriaco, que trabajó durante varios años en Las Vegas en la pista de sus ídolos, Frank Sinatra , Dean Martin y Sammy Davis Jr.
De vuelta en Viena, en 1999 conoció a los productores Mario Neugebauer y Patrick Pulsinger para posteriormente unirse como electroingeniero  con su fusión surrealista y de aportar su increíble y única voz y sonidos en clubes modernos.
A principios de 2007 Louie fundó su propio sello (LA Música), Louie Austen Music.
(discogs.com)

jueves, 11 de octubre de 2018

MARCELA NORIEGA: EL DESEO OCULTO



Desear la mujer del prójimo es una frase que carece de sentido. Las mujeres no son de nadie, y el prójimo soy yo mismo, se dice entre dientes mientras la ve del brazo de él. Luego, embravecido, se sube a un taxi y desaparece. Muchas veces, se acuesta con chiquillas adolescentes para sentirse admirado, para ser visto de esa manera en que, piensa, ella jamás lo verá. Otras, se masturba imaginándola desnuda, perdiéndose entre sus piernas, repitiendo su nombre al silencio. Ha habido noches en las que le ha escrito poemas y ha sentido que algo se pudre en su estómago. Ha imaginado que el fuego que lo habita terminará incendiándolo todo alrededor: su cena, sus hábitos, sus libros, sus intenciones. Pero él permanece inmóvil, no hace nada por detener el crecimiento, el ensanchamiento más bien, de ese deseo, que se expande hacia los costados de sus entrañas, como una nube de aire tóxico. La uva negra del deseo se ha ido fermentando dentro de su caparazón de hombre. Durante años, le ha dicho a sus amigos, incluso a algunos desconocidos, cuánto ella le gusta. Y ha callado al verla.

La otra noche se sintió valiente y le regaló una rosa. Ella le agradeció. Él se envalentonó aún más: le tomó la mano y, mirándola a los ojos, le dijo que la amaba. Lo soltó así, sin anestesias ni tartamudeos. Ella sonrió, parecía que ya se lo esperaba. Él sintió cómo caía desde lo alto a un suelo duro, pedregoso. Enseguida, se arrepintió de lo que había dicho. Bajó la mirada, y torpemente se justificó diciendo que estaba borracho, a pesar de que no había bebido más de dos cervezas. Le pidió a ella que, por favor, no lo tomara en serio, mientras la miraba con el deseo y la angustia con los que miran los lobos a la luna.

Cuando salen a relucir los colmillos del deseo es difícil volverlos a cubrir con los labios. Él no pudo volver a dormir en toda la semana. Se torturó pensando qué pensaría ella, queriendo llamarla, imaginando una conversación sobre el tema, se imaginó confrontando a su viejo amigo, el hombre con quien ella vive.

Las cosas van sucediendo en lo subterráneo, sin avisar. De pronto, lo invisible exhibe su hocico. El pájaro brujo aletea en la superficie, y olemos por primera vez el sudor del animal que nos ha crecido dentro.

El día del cumpleaños de ella, él quiso homenajearla y dijo algunas palabras a los invitados. Con estridencia, se resbaló en la cera dulce que contenían. Las personas que lo escucharon se quedaron atónitas. Ella le pidió que le dijera lo mismo, pero a solas. A ella. No a ellos. Él no pudo. Otra vez, se hizo el silencio.

Días más tarde, ella le tendió una trampa. Lo citó en su casa una noche en que estaba sola. Él se acomodó en un sillón rojo, y ella en uno amarillo. Ella bebía vino, él estaba tan nervioso que no quiso tomar nada. Se sentía como una mosca en una telaraña. Sus manos sudaban, su corazón latía por encima de la piel.

Ella lo miró a los ojos y le dijo: si pudieras ¿qué harías ahora mismo?

Él estuvo mucho tiempo hablando de todas las cosas que quería hacer, mientras ella lo miraba fijamente. Todas las cosas tenían que ver con ella y con el sillón amarillo en el que ella estaba sentada. Su mundo entero podía caber entre sus piernas. Dios sabrá por qué.

Cuando finalmente él dijo todo lo que quiso y se vació, ella se puso de pie, se sentó a horcajadas sobre él y empezó a besarlo con locura. Las manos de él se multiplicaron, la recorrieron como pulpos ansiosos, sus labios intentaron absorber toda la humedad que había en su interior, sus dedos se alargaron todo cuanto pudieron, entraron en sus cavidades y la exploraron por dentro. El deseo se hizo un cristal sobre el que él caminó a grandes pasos. Sabía que no habría un mañana. Nunca lo hay para los que se creen desdichados. Para cuando volvió del éxtasis, el mundo ya había dado la vuelta: ella estaba lista, pero él seguía siendo el mismo cobarde de siempre.



Marcela Noriega 
(Guayaquil, 1978).
Periodista Profesional con Mención en Cultura y Licenciada en Comunicación por la Universidad Católica Santiago de Guayaquil.
Hizo la maestría en Periodismo de diario Clarín, de Buenos Aires. Trabajó como reportera del área política en diario Expreso y como editora de la revista dominical del diario El Territorio, de Misiones (Argentina). A su regreso a Ecuador, fue jefa del proyecto de creación del primer diario público del país, El Telégrafo (2007) y fue editora política de este diario.
Desde 2009 es independiente, publica crónicas en las revistas SoHo y Mundo Diners. Ha sido profesora de Periodismo en la Universidad Casa Grande y de Lenguaje en el Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE). En 2012 publicó su primera novela, Pedro Máximo y el Círculo de Tiza y un libro de poemas eróticos llamado Paredes de mi cuerpo, ambos editados en España, país donde vivió una temporada. Ese mismo año, publicó Historias que Contar, un libro que recoge su trabajo de crónicas periodísticas en Ecuador, España y Argentina.
Desde los 13 años escribe poesía y ha ganado algunos concursos a nivel nacional, el más destacado es la VII Bienal de Poesía Ecuatoriana, Ciudad de Cuenca, con el libro No hay que dar voces, editado en 2010 por la Universidad de Cuenca. Sus cuentos y poemas también han sido publicados en antologías nacionales.
En los dos últimos años se ha dedicado a escribir libros para el público infantil y juvenil. Siete de estos libros saldrán al mercado este año bajo el sello de Academia Editores.
Marcela vive hace dos años en la provincia de Loja, donde dicta talleres y charlas sobre el Desarrollo del Potencial Humano y participa en proyectos para generar Consciencia Ambiental y Espiritual. Fuente: marcelanoriega.wordpress.com


ZULEMA DE LA RÚA FERNÁNDEZ: MI NOCHE CON CRISTIANO RONALDO

Lo conocí en Madrid, durante el Festival de Novela Romántica. Yo había escrito un cuento sobre cómo me había besuqueado con un negrón de seis pies en un cuartucho de Centro Habana, y cómo, gracias a sus veinticinco centímetros, había terminado más oscura que él, en realidad morada, con la presión alta, taquicardia, ojos bizcos, y cómo resucité en un hospital a los pocos días, convertida en zombie, con la lengua a un costado y pidiendo más. El cuento en sí no clasificaba como literatura rosa, pero un jurado compuesto por Danielle Steel, Sandra Brown y Pilar Cabero llegó a la conclusión de que el negrón había cometido un profundo acto de amor, con ensañamiento y alevosía, y que el hecho de que la protagonista hubiese resucitado significaba la preeminencia de una indomable pasión. El cuento también ha sido considerado una obra maestra del género fantástico, el terror y la ciencia ficción por un jurado compuesto por Stephen King, George R. R. Martin y Ursula K. Le Guin. En realidad, el cuento ya ha acumulado más de ciento treinta premios en todo el mundo, por lo que me invitan a todas las ferias del libro, conferencias, paneles, y conversatorios con adolescentes descarriadas.

Llegué al Festival dos días después que comenzara el evento, pero rápidamente comencé a actualizarme. Empecé a besuquear escritores y hacer lo mío. La verdad es que nunca hablaba de literatura con los escritores, solo me les acercaba moviendo mis nalguitas y mi pelo rubio y les decía ¿Qué volá? Ellos, automáticamente, sin contestarme ni nada, encontraban un cuarto de hotel, un baño, o un pasillo donde besuquearme.
Siempre estaba buscando a alguien para formar el besuqueo, me daba igual si era escritor, vendedor ambulante, policía o basurero. Tampoco me importaba el lugar. Lo mío era el besuqueo, no por el besuqueo en sí, sino porque nunca lograba sentir nada especial y trataba de insistir, pues, como todos sabemos, el besuqueo es proporcional al placer y, aunque yo no sintiera mucho, siempre guardaba la esperanza de encontrar a alguien con el que pudiera sentir algo especial. Incluso, había empezado en esto de la literatura porque una amiga me dijo que si escribía mis anhelos y aventuras tendría posibilidades reales de exorcizarme, sentir algo especial mientras lo hacía. Pero nada pasaba, con Vargas Llosa casi casi estuve a punto de encontrar algo, faltó un poquito, pero nada.

Todo eso cambió, por supuesto, cuando conocí a Cristiano Ronaldo. Estaba hojeando unos libros en un estante apartado de la feria. Me acomodé la blusa y le fui para arriba. ¿Qué volá?, le dije, pasándome la lengua por los labios. Él me dio la mano, se presentó como Cristiano y preguntó si me gustaba la literatura romántica. Para esquivar la pregunta le dije que sí, pues en realidad no me gustaba leer ni nada, estaba allí para el besuqueo y ya. Lo rocé con mi teta derecha mientras él hablaba de sus autores preferidos y de cómo nunca faltaba al Festival de Novela Romántica, no solo por los libros, sino por las conferencias. Le dije que tenía una habitación en el hotel que estaba a unas pocas cuadras de allí. La habitación… 69. Se entusiasmó, al parecer sabía que en ese hotel se hospedaban los invitados al Festival. Puso los libros en el estante y preguntó si yo estaba invitada al certamen. Le dije que sí abriéndome la blusa. Él miró la credencial que me colgaba del cuello y descubrió que yo era una escritora invitada, para colmo cubana. Me abrazó con efusividad y dijo que siempre había querido conocer a una escritora cubana. Habló de mujeres de las que nunca antes escuché hablar, una tal Gertrudis Gómez de Avellaneda, una tal Dulce María Loynaz, una tal Fina García, y otras más. Yo no entendía nada, a esas alturas cualquier otro, escritor o no, me tendría agarrada por el pelo y dándome lo que me toca, con nalgadas y mordidas incluidas. Por si fuera poco, me invitó a un lugar para hablar con calma sobre literatura cubana. Por poco le digo que no (mi único interés era ser besuqueada) pero entonces se le encimaron varias locas histéricas que al parecer tenían más deseos que yo de ser besuqueadas y él me agarró por un brazo y me llevó hasta la salida, me abrió la puerta de un Ferrari y yo pensé que, bueno, nunca me habían besuqueado en un Ferrari y no debía dejar ir esa oportunidad.

Dentro del auto, subí un poco mi faldita, separé los muslos y me abrí más la blusa. Él ni se enteró, estaba concentrado en la semántica oculta en los versos de Juana Borrero. Después que bajamos del Ferrari, montamos en un helicóptero que nos llevó hasta la azotea de un rascacielos, en donde nos esperaba un chef italiano. Yo almorcé en silencio, mientras él hablaba de Carilda Oliver, Nancy Morejón y Reina María. Al finalizar el almuerzo fuimos hasta una isla y allí estuvimos por primera vez. No me pareció nada del otro mundo, ni siquiera me gustó, pero ese era uno de los riesgos del besuqueo que debía de aceptar de antemano. De regreso a Madrid, él siguió hablando de literatura, nunca había estado con una escritora, por lo que quiso saber cómo había logrado convertirme en una. Le dije que no era difícil, solo había que ir a un taller literario, siempre usando blusas descaraditas y sayitas rompe nucas, había que separar las piernas en cada clase hasta que el profesor no pudiera más y te besuqueara bien rico. Lo demás era dejarse besuquear bien rico. Por los profesores del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, por el presidente de la sección de narrativa  y poesía de la UNEAC, por los que estén armando antologías, por el que sea. Una se deja besuquear bien rico y punto. Cristiano no sabía a qué me refería con la palabra “besuqueo”. Coito, tener sexo, singueta, follar, le expliqué. Me habían besuqueado tantos tipos que me sabía el significado de la palabra en cada idioma. Claro, no le expliqué a Cristiano que me dejaba besuquear no tanto por la literatura y eso, sino porque era una forma de encontrar el amor. El hambre te obliga a comer, aunque lo que comas no sea de tu agrado. El deseo de amor te obliga a ser besuqueada bien rico, aunque al final no encuentres el amor.

En el lobby del hotel estaba Paco Ignacio Taibo II, acompañado por los miembros de la delegación cubana. Estaban preocupados por mi desaparición repentina, pero al verme llegar con Cristiano quedaron en silencio, sin saber qué decir. A veces yo reaparecía con Haruki Murakami o con Paul Auster, y ellos se tranquilizaban, pues a fin de cuentas eran grandes escritores, pero con Cristiano la gente actuaba de forma diferente; creo que por el peinado, las cejas, o porque se veía en forma, no sé. Paco Ignacio fue el primero que habló, le extendió una mano a Cristiano y le dijo que le había encantado en no sé qué cosa de la Champions. Cristiano, por su parte, le preguntó no sé qué de su última novela. La delegación cubana, sobre todo las mujeres, sacaron bolígrafos y papeles y le exigieron fotos y autógrafos. Mi compañera de habitación en el hotel, Ema Medina Novak Iglesias, apenas lo vio entrar en el hotel, tuvo una contracción vaginal y perdió el apetito. Me pidió seis veces que se lo presentara. Le dije a Cristiano que ella era mi mejor amiguita y él sonrió. Ema le habló lindo, mencionó a un tal Alejo Carpentier, un Lezama Lima, a Virgilio Piñera, Eliseo Diego, José Soler Puig y otra larga lista. Yo no entendía el interés de mi amiguita por “el Cristi”. Ella era diferente a mí. Sabía escribir y se ponía brava si alguien intentaba besuquearla (todavía me pregunto cómo ha podido publicar sus libros). Me llamó la atención el por qué ella se derretía con el Cristi, estaba buenísimo y todo, pero no era para tanto, incluso, para poder excitarme con él tuve que pensar en mi profesora de cuarto grado.

Esa noche, antes de dormir, me explicó. ¿No sabes quién es Cristiano Ronaldo? Hice una mueca. Yo solo sabía de ser besuqueada y eso. Estuvo dos horas hablándome de fútbol, yo no entendí nada, pero cuando me acosté con el Cristi al otro día le dije, así, así, Messi, qué rico. Al Cristi no pareció gustarle mucho eso. Se sentó al borde de la cama y murmuró: No puede ser, no puede ser… Luego se calmó y me dijo que estar con una escritora cubana era lo más suicida que había hecho, pero le gustaba, pues era un reto. Al caer la noche, me dijo que le leyera un cuento mío.


Le leí el único que había escrito, con el que me había dado a conocer en el país, en Latinoamérica y en más de diez países europeos. Se llamaba Singueta en Centro Habana. El Cristi no sabía lo que significaba la palabra “singueta”. Gozadera, templeta. tener relaciones sexuales, le expliqué. Tampoco entendió la primera oración: “El negrón me la clavó riquísimo”. Tuve que explicarle; la verdad fue que tuve que explicarle todo el cuento. Nunca me había pasado eso. Los ocho Premios Nobel, seis ministros, cinco premios nacionales de literatura, veintitantos escritores latinoamericanos y no sé cuántos profesores y talleristas que me besuquearon rico después de leer el cuento me dijeron que estaba genial. Solo Cristi no lo entendió. Estuvimos besuqueándonos y “hablando” de literatura toda esa noche. En la mañana, me dijo que se ausentaría para jugar el clásico contra el Barça y que volvería pronto. Nos despedimos en la entrada de mi hotel, a pesar de las mujeres histéricas, los periodistas y admiradores.

Me fui para mi cuarto, pensando en quién sería el próximo que me besuquearía. Sobre mi cama, ramos de flores y bombones de besuqueadores anteriores. Me desnudé lentamente y me di un baño de espuma. Luego me acosté en la cama y empecé a abrir las diferentes cajas de bombones. Un escritor español me llamó en la tarde. Quería presentarme a Andrés Newman y luego llevarme a su casa. Le dije que pasara a buscarme.
Al otro día, en el hotel, me tiré en la cama para comer bombones y esperar por el próximo besuqueo. No volví a pensar en el Cristi hasta que, aburrida, encendí la televisión y empecé a mirar canales. En uno de ellos estaba el Cristi, con su peinado y sus cejas espectaculares. Hipnotizada, lo vi hacer lo suyo. Correr de aquí para allá, saltar, dominar el balón. Mientras lo miraba, mi corazón crecía por segundos. No podía controlarme. Empecé a sentir algo que nunca había sentido. Por si fuera poco, Cristiano marcó un hat trick y me lo dedicó haciendo el gesto que me gustaba cuando me besuqueaba bien rico. Jadeando y estirándome los pelos, caí del colchón, mordí la pata de la cama, grité. Mi boca y mis piernas se abrieron. Temblaba. Lo sentía todo. Fue único. Increíble. Especial. Al fin el amor, me dije.

Estuve embelesada por un tiempo, suspirando y pensando en una posible boda con el Cristi, pero dos minutos después de terminar el partido me llamó alguien para invitarme a cenar, bailar y quién sabe, terminar la noche en su casa. Me vestí rápido y salí del hotel. Estaba loca por ser besuqueada. No aguantaba más.


Zulema de la Rúa Fernández
Nació en la capital de CubaLa Habana en 1979. Es de profesión licenciada en Enfermería y Máster en Atención al Niño. Ha escrito numerosas obras de narrativa y poesía.
Fuente: isliada.com - EcuRed - Foto: Peglez

JOSÉ ENRIQUE RODÓ: EL BARCO QUE PARTE



Mira la soledad del mar. Una línea impenetrable la cierra, tocando al cielo por todas partes menos aquella en que el límite es la playa. Un barco, ufano el porte, se aleja, con palpitación ruidosa, de la orilla. Sol declinante; brisa que dice "¡vamos!"; mansas nubes. El barco se adelanta, dejando una huella negra en el aire, una huella blanca en el mar. Avanza, avanza, sobre las ondas sosegadas. Llegó a la línea donde el mar y el cielo se tocan. Bajó por ella. Ya sólo el alto mástil aparece; ya se disipa esta última apariencia del barco. ¡Cuán misteriosa vuelve a quedar ahora la línea impenetrable! ¿Quién no la creyera, allí donde está, término real, borde de abismo? Pero tras ella se dilata el mar, el mar inmenso; y más hondo, más hondo, el mar inmenso aún; y luego hay tierras que limitan, por el opuesto extremo, otros mares; y nuevas tierras, y otras más, que pinta el sol de los distintos climas y donde alientan variadas castas de hombres: la estupenda extensión de las tierras pobladas y desiertas, la redondez sublime del mundo. Dentro de esta intensidad, hállase el puerto para donde el barco ha partido. Quizás, llegado a él, tome después caminos diferentes entre otros puntos de ese campo infinito, y ya no vuelva nunca, cual si la misteriosa línea que pasó fuese de veras el vacío en donde todo acaba...

Pero he aquí que, un día, consultando la misma línea misteriosa, ves levantarse un jirón flotante de humo, una bandera, un mástil, un casco de aspecto conocido...

¡Es el barco que vuelve!

Vuelve, como el caballo fiel a la dehesa. Acaso más pobre y leve que al partir; acaso herido por la perfidia de la onda; pero acaso también, sano y colmado de preciosas cosechas. Tal vez, como en alforjas de su potente lomo, trae el tributo de los climas ardientes: aromas deleitables, dulces naranjas, piedras que lucen como el sol, o pieles suaves y vistosas. Tal vez, a trueque de las que llevaba, trae gentes de más sencillo corazón, de voluntad más recia y brazos más robustos. ¡Gloria y ventura al barco! Tal vez, si de más industriosa parte procede, trae los forjados hierros que arman para el trabajo la mano de los hombres; la tejida lana; el metal rico, en las redondas piezas que son el acicate del mundo; tal vez trozos de mármol y de bronce, a que el arte humano infundió el soplo de la vida, o mazos de papel donde, en huellas de diminutos moldes, vienen pueblos de ideas. ¡Gloria, gloria y ventura, al barco! 

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Fija tu atención, por breve espacio, un pensamiento; lo apartas de ti, o él se desvanece por sí mismo; no lo divisas más; y un día remoto reaparece a pleno sol de tu conciencia, transfigurado en concepción orgánica y madura, en convencimiento capaz de desplegarse con toda fuerza de dialéctica y todo ardimiento de pasión.

Nubla tu fe una leve duda; la ahuyentas, la disipas; y cuando menos la recuerdas, torna de tal manera embravecida y reforzada, que todo el edificio de tu fe se viene, en un instante y para siempre, al suelo.

Lees un libro que te hace quedar meditabundo; vuelves a confundirte en el bullicio de las gentes y las cosas; olvidas la impresión que el libro te causó; y andando el tiempo, llegas a averiguar que aquella lectura, sin tú removerla voluntaria y reflexivamente, ha labrado de tal modo dentro de ti, que toda tu vida espiritual se ha impregnado de ella y se ha modificado según ella.

Experimentas una sensación; pasa de ti; otras comparecen que borran su dejo y su memoria, como una ola quita de la playa las huellas de la que la precedió; y un día que sientes que una pasión, inmensa y avasalladora, rebosa de tu alma, induces que de aquella olvidada sensación partió una oculta cadena de acciones interiores, que hicieron de ella el centro obedecido y amparado por todas las fuerzas de tu ser; como ese tenue rodrigón de un hilo, a cuyo alrededor se ordenan dócilmente las lujuriosas pompas de la enredadera.

Todas estas cosas son el barco que parte, y desaparece, y vuelve cargado de tributos.


José Enrique Rodó
Nació el 15 de julio de 1871 en Montevideo (Uruguay).
Ingresó con nueve años en el Colegio Elbio Fernández. Perteneció a la llamada "generación de 1900".
Diputado por el Partido Colorado en varias ocasiones, pero crítico con elbatallismo oficial del presidente José Batlle y Ordóñez, se trasladó en 1916, a Europa para trabajar como corresponsal literario de Caras y Caretas. Fue cofundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895-1897), y desde ese momento ejerció la crítica literaria con tolerancia y flexibilidad.Bajo el título común de La vida nueva, dio a conocer los ensayos:  El que vendrá (1897), La novela nueva (1897), Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra (1899) y Ariel (1900). Este último, un "sermón laico" dedicado a la juventud de América, tuvo una gran repercusión en toda la América hispánica, con su visión de los Estados Unidos como imperio de la materia o reino de Calibán, donde el utilitarismo se habría impuesto a los valores espirituales y morales, y su preferencia por la tradición grecolatina de la cultura iberoamericana.
El éxito no se repitió con sus obras posteriores: Liberalismo y jacobinismo(1906), Motivos de Proteo (1909), El mirador de Próspero (1913) y las póstumas, El camino de Paros (meditaciones y andanzas) publicada en 1918 y Nuevos motivos de Proteo, en 1927.
José Enrique Rodó falleció en Palermo, Italia, el 1 de mayo de 1917. 
Fuente: Letras-uruguay.espaciolatino - buscabiografias - Foto: elmontevideano.


RICARDO ZELARAYÁN: POEMAS



AIRE SORDO

Boca flor de buche. 
Una volteada no alcanza, rasca piedra, arisca tuna. 
El agua se agita cuentera.

Sordo el estallido de la gota, triste derrame en la seca. 
Aislarse, moverse, mojarse, lo otro es alambre de púa en tuna, pan con pan…

Bordes duran si aguantan. 
Ni siquiera el filo, miel guacha en la polvareda.

Silbido o respiración. 
Ahora somos todos sordos atropellando los árboles. 
Empollando piedras eternamente.

Y árboles mendiguean entre las piedras mientras afloja la arena tortuga hasta que el viento arremete.

Y ya no hay sombra que valga. 
Las grietas nada más que en el recuerdo. 
Adiós al viento salado que nunca hizo sombra.

Boca-buche, Fuego sin semillas, arena sin nada suelto.

Rascar por rascarse. 
Ver por ver, inútil desde mientras. 
Hacha de filo cada vez más ancho, piedra al fin, boca de arena.

Quiebra que te piedra y no se oye.



CUCHARA

Cosa de no salir
y andar de rincón en rincón.
No hay huellas en la oscuridad.
Andar con el lomo curvo,
cuchara al revés,
cuchara seca,
hace años,
saltando como langosta.
Arden, arden todas las migajas
mientras el pájaro carpintero
dale y dale con la pata de la silla.
Saltar de rama en rama
y de rincón en rincón.
La escalera mandibularia
al fin partida en dos.
Ladrillos de agua y aire
cercan el último rincón.
Crac, crac
tapia que salta,
suprema dentadura.
Adiós al sapo,
a la reja viuda
a todas las ventanas arrinconadas
por el vacío,
el gran rincón amable.
Los huesos se buscan a la disparada
antes de que se armen
de vuelta los opacos ladrillos,
las paredes salgan a cazar ventanas
y vuelvan los rincones
a guardar la distancia convenida.


Ricardo Zelarayán 
Nació en Paraná en 1940. Es narrador, poeta, traductor y periodista. Publicó dos libros de poemas: La obsesión del espacio (1972) y Roña Criolla (1991) -de donde se seleccionaron estos textos-. Reside desde hace años en Buenos Aires. El lenguaje de Zelarayán -inclasificable- participa de cierta oralidad criolla, de una renovada observación sobre los objetos, de cosas que se escuchan decir en el habla cotidiana y de un tono seco y áspero. Hay en sus poemas una fuerte apuesta por lo narrativo y por la asociación libre de imágenes, un poco a la manera de Lautreamont, “que como buen franchute es uruguayo / y si es uruguayo es entrerriano”, boutade que aparece en uno de sus poemas más extensos y más logrados: La gran salina . Un humor corrosivo, una alegría desencantada y un cuestionamiento rotundo a los valores poéticos convencionalmente aceptados son, al mismo tiempo, rasgos de su estética. Obras publicadas:
La obsesión del espacio (Poesía, 1973, reeditado en 1997) 
Traveseando (Cuentos Infantiles, 1984) 
La piel de caballo (Novela, 1986, reeditada en 1999 y 2017 por Adriana Hidalgo) -
Roña criolla (Poesía, 1991)
Lata peinada y otros escritos (Ed. Argonauta. 2008)
Ahora o nunca (Poesía Reunida. 2009)
Fuente: autoresdeconcordia.com