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sábado, 28 de abril de 2018

DANIEL SALZANO: BOGART USABA TACOS ALTOS

Bogart usaba tacos altos

Pregunta para cinéfilos especializados en blanco y negro: ¿cómo hizo el actor Humphrey Bogart, que medía exactamente 172 centímetros de altura, para besar en la boca a la longilínea Ingrid Bergman, su compañera de reparto en Casablanca?

Respuesta: montado, como un equilibrista, sobre unas plataformas especiales que le fabricó a la medida el departamento de ingeniería de la Warner, unos botines pintorescos cuyos planos originales deberían figurar, junto a los de Nautilus, en el Museo de Artes Imaginarias de París.

Eran los de Bogey unos zapatos extraordinarios, dotados de unas poderosas plataformas de corcho que le permitían, hop, como por arte de magia, crecer entre 10 y 12 centímetros, exactamente la distancia que la naturaleza había puesto entre sus labios y los de Ingrid Bergman a quien –ya que hablamos de París– las lenguas envenenadas solían comparar con la torre Eiffel, no sólo por su estatura de pivot sino por los mocasines del 43 sobre los que transportaba su nórdica y saludable corpulencia.

Una de amor y de guerra

El éxito inicial de Casablanca, que acabó figurando en la lista de 1943 como una de las cinco películas más taquilleras del año, se debió en realidad a una coyuntural e inesperada carambola: Franklin Roosevelt y Winston Churchill decidieron realizar su primera reunión, justamente, en Casablanca, lo que transformó de inmediato a la ciudad, su nombre, en una especie de contraseña íntimamente relacionada con la caída del imperio nazi, la recuperación de la libertad y la victoria de la causa aliada.

La multitud que, desde su estreno, se agolpó ante los cines donde la daban, lo hizo pensando encontrarse con una película de guerra, sin siquiera sospechar que el conflicto bélico era un funcional telón de fondo sobre el que se movían con notable soltura los dos grandes motores de su historia: el final de un amor imposible y el comienzo de una gran amistad.

Tan bonita y tan bien que se la ve a Casablanca y tan maravillosamente anudadas que parecen las ocho relaciones básicas que contiene su argumento y, sin embargo, en opinión de su legendario productor ejecutivo, Hall B. Wallis, resultó en los hechos una producción “inusualmente caótica, inesperadamente compleja y agotadoramente contradictoria”.

Nadie diría, viendo su memorable final (Humphrey Bogart y Claude Rains se alejan, engullidos por la niebla, mientras suenan los acordes de La Marsellesa), que se trata de una idea traída de los pelos, un manotazo a cuya conclusión se llegó cuando parecía que el fracaso de la película estaba atado y bien atado.

¿Dónde me pongo?

Al final de Bogart y Rains, se llegó tras celebrar un verdadero consejo de guerra. Y al consejo de guerra se llegó por una especial exigencia de Bergman, que podía tolerar que su pareja llevara unos zapatos de tacos altos, pero cuya férrea disciplina nórdica le impedía seguir participando en una historia cuyo final ignoraba.

¿A quién tenía que querer en realidad? ¿Con quién de los dos se tenía que quedar? ¿Con el cínico Bogart, a quien tanto había amado? ¿O con su marido, el patriota Paul Henreid, un líder de la resistencia?

Andaba consecuentemente perdida en la neblina y, como en el juego del compra pan, iba de una a otra esquina. Pero nadie era capaz de darle una respuesta. Ni siquiera se la podían dar los dos autores del guión, los hermanos Julius y Philip Epstein, que iban escribiendo los diálogos sobre la marcha, prácticamente día por día.

Tampoco encontró consuelo cuando fue a pedir explicaciones al director Michael Curtiz, un húngaro socarrón que resolvía sus citas mezclando su lengua materna con la inglesa y soltando frases hechas. “Don’t worry”, fue toda su explicación. “Don’t worry. Be happy”.

¿A quién le quedaba por consultar? En realidad, le quedaba por consultar al verdadero dueño de la cancha y la pelota, Jack Warner, que la atendió vestido (y condecorado) como un general de opereta (en su afán de colaborar con la causa de los aliados, el boss supremo del estudio iba a trabajar vestido con un disfraz de general que se había hecho hacer a la medida en la propia sastrería de su emporio cinematográfico).

El general Warner tampoco supo sacarla del atolladero. Con su pecho cubierto por medallas de chocolate, solucionó la duda de la actriz mediante una frase a lo Platón:

–El final es el final... y todavía estamos en el medio.

¿Cuál Reagan? ¿El presidente?

Basta leer el libro que, antes de morir, Ingrid Bergman se dedicó a sí misma, para advertir que hizo Casablanca en un estado de confusión absoluta, lamentando el momento en que había movido todas sus influencias para quedarse con el papel de Ilsa Lund.

Tenía el presentimiento de que una trama urdida a través de tantas confusiones no podía terminar bien.

El rol de la sufrida Ilsa fue atribuido en un comienzo a la actriz Ann Sheridan, cuyos ojos de gata luminosa parecían ideales para recorrer las oscuras callejuelas de Casablanca. Pero Ann Sheridan fue descabalgada bruscamente en beneficio de la veterana Heddy Lamarr, cuyos ojos eran tan luminosos como los de la Sheridan, pero cuya experiencia le permitía andar en piyamas con la misma naturalidad en Marruecos que en Beverly Hills.

Sin embargo, el papel fue finalmente a poder de Ingrid Bergman, a quien el marketing exigía un compromiso con la causa aliada.

Claro que su llegada al cast de Casablanca hizo tambalear automáticamente la estantería masculina.

El papel de Rick estuvo en un inicio concedido a Ronald Reagan, quien no hubiera necesitado un par de zancos para besar a Bergman, sino un curso intensivo de arte dramático.

Es fascinante imaginar lo que hubiera podido hacer el futuro presidente norteamericano metido en el smoking blanco de Rick Blaine. ¿Hubiera podido dejar de sonreír como un profesional de la sanata junto al piano blanco del pianista negro? ¿O hubiera –como hizo años más tarde con el “Irangate”– negociado en secreto con el enemigo?

Lo cierto es que Reagan ya tenía el papel en el bolsillo y se sentía colocado en el séptimo cielo, cuando la inesperada llegada de Bergman lo sacó de una oreja del reparto. Un motor de Jaguar como el de Bergman era incompatible con el Citroën de Reagan. Para el Jaguar de Bergman, la Warner tuvo que sacar a su Rolls Royce, Humphrey De Forest Bogart.

Loco por un yate

La concepción del final más famoso de la historia del cine fue, en los hechos, un episodio homérico. Así lo recordaría años más tarde Philip Epstein, hermano de Julius.

Philip era el encargado de proponer las ideas y Julius, de escribirlas. Pero a la hora de rematar la trama, los dos quedaron empantanados. Y todo porque, en mitad del desorden, habían ido resolviendo el conflicto sobre la marcha, sin posibilidades de tener una imprescindible perspectiva global.

Los Epstein miraban a Curtiz, Curtiz miraba para otro lado, Ingrid Bergman se paseaba como una tigresa, Jack Warner desfilaba como un general de juguete entre soldaditos de plomo y Bogart... Bueno, Bogart parecía tener otras cosas que hacer. Le habían ofrecido en venta el yate del magnate Thomas Enfield y se la pasaba todo el día consultando planos y hablando por teléfono con los bancos.

Thomas Enfield era un magnate, pero Bogart no. Es imposible saber ahora si su reconcentrada expresión de dolor en Casablanca se debió a sus virtudes histriónicas o al vagón de documentos que debía firmar si quería convertirse en navegante. Al final, no lo hizo.

Románticos, rocambolescos, taquilleros

Las posibilidades del final de Casablanca eran tres, apoyadas cada una por clanes enfrentados entre sí.

Para el bando de Julius Epstein (el bando de los románticos), el final debía tener un toque isabelino: Bogart y Bergman debían caer acribillados en el aeropuerto marroquí y facilitar la huida de Paul Henreid a la libertad.

Para el otro Epstein (el bando de los rocambolescos), había que capitalizar la ignorancia de todos y subir al trío (Bergman, Bogart, Henreid) al avión, dejando libre al espectador de sacar sus propias conclusiones.

Y para Jack Warner (el bando de los taquilleros), el final podía ser cualquiera con tal de que Bogart y Bergman permanecieran juntos. Y vivos.

Fue Hal B. Wallis quien salomónicamente convocó a una asamblea deliberante a todas las partes implicadas en el conflicto.

Finalmente, optaron por separar a Bogart de Bergman (después de todo, no estaban casados y la censura podía decir muchas cosas al respecto) y en lugar de dejarlo en soledad sobre la pista mojada del aeropuerto, lo emparejaron con el capitán (Claude Rains) de la policía francesa.

Al piano... Ella Fitzgerald

Curiosamente, no es la frase de Claude Rains la más famosa de Casablanca, sino una que directamente no se dice nunca en la película: “Tócala de nuevo, Sam”.

Se supone que eso es lo que le pide Bogart al pianista de su bar (Dooley Wilson) cada vez que el recuerdo de Bergman le transforma el corazón en un tembladeral. Pero resulta que Bogart “nunca” le pide eso al pianista. Además, aunque en la película se porta como si fuera Art Tatum, Dooley Wilson no tenía la menor idea de tocar el piano. En la columna sonora, fue doblado por un asalariado de la Warner, Elliot Carpenter.

El piano de Casablanca es un surtidor de anécdotas interminables. Como que nunca fue desmentido, ni confirmado, el rumor según el cual el pianista, en sus comienzos, no iba a ser hombre sino mujer y que para ese rol se barajó el nombre de la jovencísima Ella Fitzgerald. Por las dudas, ella grabó la canción fetiche de la película –As time goes by–, acompañada de la orquesta de Tommy Dorsey. 

Le salió bordada.

Hasta el final

El único que parece salir ileso de la quema es Humphrey Bogart, a quien la crítica moderna considera la verdadera clave para comprender la intensidad pasional de la película.

Bogart no participó ni de cerca ni de lejos en los problemas del desenlace de la historia, se puso obedientemente los zapatones de corcho y no anduvo pidiéndole explicaciones al general Jack Warner. Es que en 1942, Bogart ya tenía muy bien aprendida la lección y sabía que lo que debía hacer era lo que había hecho siempre: resistir. 

Esa fue y sigue siendo la clave sobre la que se apoya su mito: resistir. 

Hasta el final.


Daniel Salzano
Daniel Nelson Salzano (Córdoba, 22 de mayo de 1941 - ibídem, 24 de diciembre de 2014) fue un periodista, poeta y escritor argentino.
Sus poemas fueron publicados en distintas revistas literarias: Barrilete, Mitos, Monólogos, Acento, El Lagrimal Trifurca, El Escarabajo de Oro, Horizontes y Crisis, así como en los diarios La Opinión, Clarín de Buenos Aires y Últimas Noticias de Venezuela.
Recibió múltiples premios y distinciones, como la Cruz de la Corte de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, otorgada por el Rey Juan Carlos I de España (2001) y el Premio J.L. de Cabrera (1998).
Durante sus últimos años realizaba la columna Quienes y Cuándo en el diario La Voz del Interior, matutino donde escribía desde 1968. Estos escritos solían estar acompañados por una o dos ilustraciones a cargo de uno de los dibujantes del diario, Juan Delfini.
Junto a Jairo compuso numerosos temas musicales. Fue director del Cine Club Municipal Hugo del Carril de la ciudad de Córdoba. Falleció el 24 de diciembre de 2014 a los 73 años. Fue velado y posteriormente cremado.
Fuente: Quienes y Cuando - La voz del Interior - wikipedia.org - Foto: archivos del blog

WALTER QUINTEROS: TODOS VIENEN AL CAFÉ DE RICK'S

Yo quería que el muchachito de la película se quede con la mina que estaba buenaza.
El Muchachito se llamaba Humprey Bogart
Humphrey Bogart en la película "Casablanca" se llamaba Rick Blaine.
La mina que estaba buenaza se llamaba Ingrid Bergman.
Ingrid Bergman en la película "Casablanca" se llamaba Ilsa Lund.
¿Qué cosa no?



La película que me gustaría volver a ver antes de morirme se llama "Casablanca."

No se porqué.
Pero está basada en la obra teatral "Todos vienen al café de Rick's" de un tal Murray Burnet y Joan Alison, donde Rick, debe elegir (¿Porqué siempre hay que elegir?) Entre el amor y decidir hacer lo correcto. Como si amar no fuese correcto.
¿Qué cosa no?



O sea, La mujer de su vida debe escapar junto a su esposo para que este siga su lucha contra los nazis y él, el muchachito de la película, se queda en su Café..."Tócala de nuevo, Sam."

Capotón al que no la vio veintiún veces como yo y que por esa razón, señores y señoras, no se las voy a contar completa.



Dirigida por Michael Curtiz. Producida por Hal Wallis. 

Guión de Julius Epstein, Philips Eptein, Koch y Robinson. Y la música de Max Steiner. 
Los jugadores que salieron a la cancha son:
Humprey Bogart, Ingrid Bergman, Paul henreid, Claude Raims, Conrad Veidt, Sidney Greenstreet, Peter Lorre, S.K.Sakall, Madeleine le Beau, Dooley Wilson, Joy Page, John Qualen, Leonid Kinskey y Curt Bois.



Yo me retorcía eufórico en la butaca del cine mientras miraba este peliculón, me masticaba las uñas, masticaba chicle, comía garrapiñada, me enamoraba, me peinaba con Glostora, zapateaba sobre papeles de caramelos Sugus, se  me ponían los pelos de punta. no me importaba que afuera lloviese, ni las noticias de los diarios, ni cómo va el partido. "Es un buen comienzo para una gran amistad" le dice Bogart a Raims.

Los créditos decían The End y yo hacía fila para pagar nuevamente la entrada.



¿Saben porqué?




Yo quería que el muchachito de la película se quede con la mina que estaba buenaza. 

Setenta y cinco años después del estreno, ¿Le pueden cambiar el final?


Walter Ricardo Quinteros
diceelwalter@gmail.com

MÍA GALLEGOS: POEMAS

LA MADRE
Yo soy la anciana primera
de la tierra.
Vine de un tiempo derramado,
de una sílaba irrepetible y perfecta
que aún persiste.
El tiempo es una mujer
que fundó la primera arcilla,
la gran balada para ser habitada,
la tierra de los eternos anillos
de los golpes de espada,
de la luna infinita.
Fundé un cosmos en mi peregrinar
y de mis lágrimas brotaron
animales callados, perfectos,
altos tigres,
luminosos jaguares
y águilas que desafiaron la luz.
Mas, conservo de mi una lágrima oculta
del mismo color de la brisa,
con la sonora trepidación de los mares,
un alto vuelo como el vuelo del águila
Es la gota para habitar
una vida después de la tierra,
después de la nube,
después del espacio.
Me iré con mi lágrima
a depositar el misterio en un río de ríos,
en todos los ríos.
Un día como todas las madres
fundaré de nuevo la gota de la vida.

AMOR EN CLAUSURA
La lluvia arrastra las hojas de los árboles,
y los cuerpos que no aceptan doblegarse,
mueren como héroes de nombres vagos y oscuros.
Tanto he llamado a Dios
desde mi claustro,
busco su origen, su confianza, sus pies, el barro, pero la vida me sigue a golpe de lluvia.
Soy pobre, me digo,
soy pobre como el Amor
pero no conozco la súplica.
Los nudillos de mi mano no golpearán
ninguna puerta.
Me ha herido la vida con sus garras
pero insisto en seguir
como la guerrera que soy,
y que ama la ciudad,
su ciudad.
Por eso, y nada más que por eso,
amo la nostalgia
porque es profunda como las velas azules
que tejen el encuentro entre el día y la noche.
Amo esta soledad
que transcurre entre libros, sueños, llamas
en donde existe un pacto con la vida
y una consagración con la espera
de un día más noble y de una soledad más honda.
Con las manos invento figuras y nombres
en la pared,
y labro una ciudad que habitaré mañana
cubierta por torres secretas,
cubiertas por el canto del tiempo, del mar,
de la sal,
recubiertas por el halo de la espera,
por una lejanísima espera,
despojada de esperanza,
pero tibia y pequeña como un nido profundo,
como el oído de Dios que me guarda y me nombra,
en donde seré la dueña
de una canción soberana y sola
como la negra armonía del mar,
la noche y el tiempo
que se devuelve y vuelve
como una madeja profundamente tibia,
enlazadora de los cuerpos
que trajo la marea,
que depositó el mar sobre la sal blanquísima
que se encuentra en la cresta
y frente al sol,
y baila la danza de la marejada,
del desconcierto, del desconsuelo
de la pobre, lejana y dulce soledad.

LA CASA AZUL
México es humo
Y yo me pierdo por Malitzin,

más allá de la calle 17.

Paso por el mercadito
y devoro las fresas,
pero ando despojándome de mi,
porque me cansa
llevar conmigo tan largo exilio
Devoro las fresas,
Y las piedras de Coyocán me gustan.
Las piso fuerte, muy fuerte, y afirmo el pie.
Primero uno y después el otro. 
Me gusta el mercado.
Pero me pierdo. Me gustaría ser otras.
Por eso muerdo las fresas y sonrío.
Y doblo hasta llegar
A la casa azul de Frida,
y soy todas esas mujeres y esa mujer que ella pintó,
leo las cartas esparcidas por los muros,
las letras menuditas desfilan,
y miro ese sobresalto, esa vida
que fue creciendo
desde su desnudez,
desde la pequeña niña accidentada.
Entonces lloro
porque quiero vivir,
y pienso como alguien que me antecedió en exilios, que México es mío.
Ahora, las mujeres de ojos redondos,
tan mexicanos y dulces
empiezan a mirarme
y a preguntarme tantas cosas.
Pero yo me pierdo entre los cuadros,
y me dan ganas de acariciar
las sillas, las plantas
e imagino una trenza larga y negra
de seda.
Y empiezo a sollozar
pensando en la niña que pintaba,
porque aquí yo no existo,
soy el cuadro, la mesa y la cama
y la niña y la pared azul,
en donde alguna vez se reflejó el beso de Frida y de Diego.
Salgo, salgo de ese laberinto azul,
y de nuevo piso fuerte las piedras de Coyoacán,
para volver y volver
y evocar un círculo que me trastroca.




Mía Gallegos

Poeta costarricense nacida en San José en 1953.Es una de las poetas vivas más importantes de su país. Su poesía mítica y onírica es un ejemplo de la resistencia femenina ante un mundo hostil. A los veintitrés años ganó el Premio Joven creación 1976 por su libro «Golpe de Albas», luego el premio Alfonsina Storni en 1977 y el Premio Nacional Aquileo Echeverría en 1985. Poemas suyos han sido traducidos al inglés e incluidos en importantes antologías de poesía latinoamericana. Ha trabajado en periodismo durante varios años y ha sido encargada de relaciones públicas del Teatro Nacional de San José de Costa Rica. Además es autora «Los reductos del sol» en 1985, «El claustro elegido» en 1989 y «Los sueños y los días» en 1995.
Fuente: afinidadeselectivas.blogspot.com - amediavoz.com -  Foto:gustavosolorzanoalfaro.com

LAURA CASASA: POEMAS

Laura Casasa
Dice Laura: "La poesía está algo perdida. Aquello que hace poema a un poema no siempre está ahí, pero seguimos escribiendo. Lo único que sí está, que sigue estando (no solo en un intento de poemario), es el asombro por la palabra, la capacidad de sorprenderse como un niño cuando se nombran las cosas. Y uno sigue escribiendo, a pesar de todo, en el silencio o en el grito."
Laura Casasa Núñez nació en San José, el 3 de agosto de 1976. Escribe y lee desde muy pequeña y creyendo que iba a encontrarse con la escritura estudió Filología y Lingüística en la Universidad de Costa Rica. Ahí se desencontró con la escritura, pero siguió rodeada de palabras. Ahora está volviendo a palparlas. Se llama de vez en cuando Lía Crous. Fuente: afinidadeselectivascr.blogspot.com - Foto: hablacostarica.com

OLVIDO DE SABINA
...¿dónde quedaste, en qué vagón?

Malpaís


Siempre estuve volviendo de tus manos,

del pañuelo abierto de tu lengua y tu cuerpo por la noche.

Iniciaste entonces el silencio,

recogiste el amor que habías tendido

como un mantel ansioso al mediodía.

Yo fui un vagón confuso y triste viendo

tu sombra, tu cigarro, tu mano de cisne con cuchillos.

Sostenés el cigarro atardecido:

extensión de cuerpo blanco,

hoguera maniatada al borde de tu cuerpo

desfile amoroso de tu mano de humo.

Me olvido de Sabina.

Decido una vez más que debo deshacerme

del fajo de mi culpa y mi tragedia.

La muerte es tu cigarro ardiendo

y mis ojos que corren líquidos

fuera del borde de tu vida entregada.



CREMACIÓN
Ver mi cuerpo abrazado por las llamas

el calor que en un momento hubiera despertado

el más recóndito dolor, el más profundo grito,

la piel ampollada, estirada y fruncida en el abrazo

mientras la falta de luz se convierte en certeza.

Huele en ese tiempo a órganos quemados,

al pelo invisible que pusimos en la luz de la candela,

huele a piel que se llena de silencio y negrura

se desprende de esa piel todo lo viejo, los cansancios,

los deseos de amar, las insatisfacciones,

mientras sube un hilo fino de humo,

que no puedo ver porque ya estoy muerta,

que no puedo sentir, no puedo oler,

sin cansancios, sin deseos de amar, sin insatisfacciones,

la muerte para siempre y mis cenizas.





NOMBRES
Me han puesto varios nombres.

Algunos en secreto y otros murmurando,

Otros cuando llega al celular una llamada de número privado.

Creo que estos nombres son dados por mujeres,

Iguales que yo, pero tal vez un poquito menos putas.

Porque si soy puta y otra mujer me lo dice,

Me lo ponen en la cara como un limpión usado,

Debe ser porque algunas mujeres no son como yo,

Porque tal vez algunas mujeres son felices

En sus cuatro paredes, en su sofá design

o en su hombre celado con correa,

al que de vez en cuando dejan dar un paseo por el barrio.

Yo solo vuelo a otros sitios, sorda y anónima.


MÚSICA: BEBU SILVETTI


"Lluvia de Primavera"
Subido por STELLA CM
Gentileza YouTube




"Lluvia de Verano"
Subido por: FreenzworlD24 'SD'
Imagenes de México, los estados son, Sonora, Oaxaca, Yucatán y Chiapas.
Gentileza de YouTube





Juan Fernando Silvetti 
(Quilmes, 27 de marzo de 1944 - Miami, 5 de julio de 2003), más conocido como Bebu Silvetti, fue un pianista, compositor, arreglista y productor argentino. Su éxito más grande fue el tema Lluvia de primavera (1977), de música disco.
Compuso más de 600 temas, unos 200 comerciales para televisión y radio y música original para telenovelas, películas y home vídeos. Fuente y foto: Wikipedia.org

viernes, 20 de abril de 2018

IBARRECHEA: ESTRATEGA


El príncipe bueno miraba maravillado como el sol de la mañana iluminaba los campos del reino. Se le ocurrió entonces que las tropas de soldados deberían marchar hacia los floridos canteros de la reina y evitar cualquier ataque que los deteriore.
Vio que eso estaba bien y quedó satisfecho.

Pronto entendió el príncipe bueno que tener a la tropa de soldados muy lejos, les ocasionaría problemas. Entonces construyó con sus propias manos casas de adobe para que ellos se guarezcan del sol y del frío de las noches.
Vio que eso estaba bien y quedó satisfecho.

Para enviar a sus barcos a visitar sus tropas de soldados, construyó un gran canal bordeando los canteros, al que llenó de agua para navegar hasta allá.
Vio que eso estaba bien y quedó satisfecho.

Entonces, bajo la sombra del limonero, se sentó a descansar.
Al rato, la Reina, su madre, lo llamó a almorzar.

El príncipe bueno guardó su palita de jardín, cerró la manguera del agua, miró a sus soldaditos de plástico desparramados por el patio, montó a su caballo de madera y entró triunfante a la cocina de la casa, con su ropa toda embarrada y una enorme sonrisa en su cara de niño.


Ibarrechea


Seudónimo de Walter Ricardo Quinteros. Nació en Deán Funes, Córdoba, Argentina en Noviembre de 1955. Escritor, publicó en diversas antologías nacionales y extranjeras. Presentador y locutor en programas de radio de Argentina y Brasil. 

Foto: Cepram

EDUARDO GALEANO: CELEBRACIÓN DE LA FANTASÍA



Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo.
-¿Y anda bien? -le pregunté.
-Atrasa un poco -reconoció.


Eduardo Galeano
(Eduardo Hugues Galeano; Montevideo, 1940 - 2015) Escritor y periodista uruguayo cuya obra, comprometida con la realidad latinoamericana, indaga en las raíces y en los mecanismos sociales y políticos de Hispanoamérica.  Fuente: (Eduardo Galeano: El libro de los abrazos, Siglo XXI, 2009) - elhacedordesueños.blogspot.com - biografiasyvidas.com - Foto: Archivo

JUAN BOSCH: DOS PESOS DE AGUA



La vieja Remigia sujeta el aparejo, alza la pequeña cara y dice:
-Dele ese rial fuerte a las ánimas pa que llueva, Felipa.

Felipa fuma y calla. Al cabo de tanto oír lamentar la sequía levanta los ojos y recorre el cielo con ellos. Claro, amplio y alto, el cielo se muestra sin una mancha. Es de una limpieza desesperante.

-Y no se ve nadita de nubes -comenta.

Baja entonces la mirada. Los terrenos pardos se agrietan a la distancia. Allá, al pie de la loma, un bohío. La gente que vive en él, y en los otros, y en los más remotos, estará pensando como ella y como la vieja Remigia. ¡Nada de lluvia en una sarta bien larga de meses! Los hombres prenden fuego a los pinos de las lomas; el resplandor de los candelazos chamusca las escasas hojas de los maizales; algunas chispas vuelan como pájaros, dejando estelas luminosas, caen y florecen en incendios enormes: todo para que ascienda el humo a los cielos, para que llueva… Y nada. Nada.

-Nos vamos a acabar, Remigia -dice.

La vieja comenta:

-Pa lo que nos falta.

La sequía había empezado matando la primera cosecha; cuando se hubo hecho larga y le sacó todo el jugo a la tierra, les cayó encima a los arroyos; poco a poco los cauces le fueron quedando anchos al agua, las piedras surgieron cubiertas de lama y los pececillos emigraron corriente abajo. Infinidad de caños acabaron por agotarse, otros por tornarse lagunas, otros lodazales.

Sedientos y desesperados, muchos hombres abandonaron los conucos, aparejaron caballos y se fueron con las familias en busca de lugares menos áridos.

La vieja Remigia se resistía a salir. Algún día caería el agua; alguna tarde se cargaría el cielo de nubes; alguna noche rompería el canto del aguacero sobre el ardido techo de yaguas. Algún día…


Desde que se quedó con el nieto, después que se llevaron al hijo en una parihuela, la vieja Remigia se hizo huraña y guardadora. Pieza a pieza fue juntando sus centavos en una higera con ceniza. Los centavos eran de cobre. Trabajaba en el conuquito, detrás de la casa, sembrando maíz y frijoles. El maíz lo usaba en engordar los pollos y los cerdos; los frijoles servían para la comida. Cada dos o tres meses reunía los pollos más gordos y se iba a venderlos. Cuando veía un cerdo mantecoso, lo mataba; ella misma detallaba la carne y de las capas extraía la grasa; con ésta y con los chicharrones se iba también al pueblo. Cerraba el bohío, le encarbaba a un vecino que le cuidara lo suyo, montaba el nieto en el potro bayo y lo seguía a pie. En la noche estaba de vuelta.

Iba tejiendo su vida así, con el nieto colgado en el corazón.

-Pa ti trabajo, muchacho -le decía-. No quiero que pases calores, ni que te vayas a malograr, como tu taita.

El niño la miraba. Nunca se le oía hablar, y aunque apenas alzaba una vara del suelo, madrugaba con su machete bajo el brazo y el sol le salía sobre la espalda, limpiando el conuco.

La vieja Remigia tenía sus esperanzas. Veía crecer el maíz, veía florecer los frijoles; oía el gruñido de sus puercos en la pocilga cercana; contaba las gallinas al anochecer, cuando subían a los palos. Entre días descolgaba la higera y sacaba los cobres. Había muchos, llegó también a haber monedas de plata de todos tamaños.

Con un temblor de novia en la mano, Remigia acariciaba su dinero y soñaba. Veía al muchacho en tiempo de casarse, bien montado en brioso caballo alazano, o se lo figuraba tras un mostrador, despachando botellas de ron, varas de lienzo, libras de azúcar. Sonreía, tornaba a guardar su dinero, guindaba la higera y se acercaba al nieto, que dormía tranquilo.

Todo iba bien, bien. Pero sin saberse cuándo ni cómo se presentó aquella sequía. Pasó un mes sin llover, pasaron dos, pasaron tres. Los hombres que cruzaban por delante de su bohío la saludaban diciendo:

-Tiempo bravo, Remigia.

Ella aprobaba en silencio. Acaso comentaba:

-Prendiendo velas a las ánimas pasa esto.

Pero no llovía. Se consumieron muchas velas y se consumió también el maíz en sus tallos. Se oían crujir los palos; se veían enflaquecer los caños de agua; en la pocilga empezó a endurecerse la tierra. A veces se cargaba el cielo de nubes; allá arriba se apelotonaban manchas grises; bajaban de las lomas vientos húmedos, que alzaban montones de polvo…

-Esta noche sí llueve, Remigia -aseguraban los hombres que cruzaban.

-¡Por fin! Va a ser hoy -decía una mujer.

-Ya está casi cayendo -confiaba un negro.

La vieja Remigia se acostaba y rezaba: ofrecía más velas a las ánimas y esperaba. A veces le parecía sentir el roncar de la lluvia que descendía de las altas lomas. Se dormía esperanzada; pero el cielo amanecía limpio como ropa de matrimonio.

Comenzó la desesperación. La gente estaba ya transida y la propia tierra quemaba como si despidiera llamas. Todos los arroyos cercanos habían desaparecido; toda la vegetación de las lomas había sido quemada. No se conseguía comida para los cerdos; los asnos se alejaban en busca de mayas; las reses se perdían en los recodos, lamiendo raíces de árboles; los muchachos iban a distancias de medio día a buscar latas de agua; las gallinas se perdían en los montes, en procura de insectos y semillas.

-Se acaba esto, Remigia. Se acaba -lamentaban las viejas.

Un día, con la fresca del amanecer, pasó Rosendo con la mujer, los dos hijos, la vaca, el perro y un mulo flaco cargado de trastos.

-Yo no aguanto, Remigia; a este lugar le han hecho mal de ojo.

Remigia entró en el bohío, buscó dos monedas de cobre y volvió.

-Tenga; préndamele esto de velas a las ánimas en mi nombre -recomendó.

Rosendo cogió los cobres, los miró, alzó la cabeza y se cansó de ver cielo azul.

-Cuando quiera, váyase a Tavera. Nosotros vamos a parar un rancho allá, y dende agora es suyo.

-Yo me quedo, Rosendo. Esto no puede durar.

Rosendo volvió el rostro. Su mujer y sus hijos se perdían ya en la distancia. El sol parecía incendiar las lomas remotas.


El muchacho se había puesto tan oscuro como un negro. Un día se le acercó:

-Mamá, uno de los puerquitos parece muerto.

Remigia se fue a la pocilga. Anhelantes, resecas las trompas, flacos como alambres, los cerdos gruñían y chillaban. Estaban apelotonados, y cuando Remigia los espantó vio restos de un animal. Comprendió: el muerto había alimentado a los vivos. Entonces decidió ir ella misma en busca de agua para que sus animales resistieran.

Echaba por delante el potro bayo; salía de madrugada y retornaba a medio día. Incansable, tenaz, silenciosa, Remigia se mantenía sin una queja. Ya sentía menos peso en la higuera; pero había que seguir sacrificando algo para que las ánimas tuvieran piedad. El camino hasta el arroyo más cercano era largo; ella lo hacía a pie, para no cansar la bestia. El potro bayo tenía las ancas cortantes, el pescuezo flaco, y a veces se le oían chocar los huesos.

El éxodo seguía. Cada día se cerraba un nuevo bohío. Ya la tierra parda se resquebrajaba; ya sólo los espinosos cambronales se sostenían verdes. En cada viaje el agua del arroyo era más escasa. A la semana había tanto lodo como agua; a las dos semanas el cauce era como un viejo camino pedregoso, donde refulgía el sol. La bestia, desesperada, buscaba donde ramonear y batía el rabo para espantar las moscas.

Remigia no había perdido la fe. Esperaba las señales de lluvia en el alto cielo.

-¡Ánimas del Purgatorio! -clamaba de rodillas-. ¡Ánimas del Purgatorio! ¡Nos vamos a morir achicharrados si ustedes no nos ayudan!

Días más tarde el potro bayo amaneció tristón e incapaz de levantarse; esa misma tarde el nieto se tendió en el catre, ardiendo en fiebre. Remigia se echó afuera. Anduvo y anduvo, llamando en los distantes bohíos, levantando los espíritus.

-Vamos a hacerle un rosario a San Isidro -decía.

-Vamos a hacerle un rosario a San Isidro -repetía.

Salieron una madrugada de domingo. Ella llevaba el niño en brazos. La cabeza del muchacho, cargada de calenturas, pendía como un bulto del hombro de su abuela. Quince o veinte mujeres, hombres y niños desharrapados, curtidos por el sol, entonaban cánticos tristes, recorriendo los pelados caminos. Llevaban una imagen de la Altagracia; le encendían velas; se arrodillaban y elevaban ruegos a Dios. Un viejo flaco, barbudo, de ojos ardientes y acerados, con el pecho desnudo, iba delante golpeándose el esternón con la mano descarnada, mirando a lo alto y clamando:

¡San Isidro Labrador!
¡San Isidro Labrador!
Trae el agua y quita el sol,
¡San Isidro Labrador!

Sonaba ronca la voz del viejo. Detrás, las mujeres plañían y alzaban los brazos.


Ya se habían ido todos. Pasó Rosendo, pasó Toribio con una hija medio loca; pasó Felipe; pasaron unos y otros. Ella les dio a todos para las velas. Pasaron los últimos, una gente a quienes no conocía; llevaban un viejo enfermo y no podían con su tristeza; ella les dio para las velas.

Se podía tender la vista sin tropiezos y ver desde la puerta del bohío el calcinado paisaje con las lomas peladas al final; se podían ver los cauces secos de los arroyos.

Ya nadie esperaba lluvia. Antes de irse los viejos juraban que Dios había castigado el lugar y los jóvenes que tenía mal de ojo.

Remigia esperaba. Recogía escasas gotas de agua. Sabía que había que empezar de nuevo, porque ya casi nada quedaba en la higuera, y el conuco estaba pelado como un camino real. Polvo y sol; sol y polvo. La maldición de Dios, por la maldad de los hombres, se había realizado allí; pero la maldición de Dios no podía acabar con la fe de Remigia.


En su rincón del Purgatorio, las ánimas, metidas de cintura abajo entre las llamas voraces, repasaban cuentas. Vivían consumidas por el fuego, purificándose; y, como burla sangrienta, tenían potestad para desatar la lluvia y llevar el agua a la tierra. Una de ellas, barbuda, dijo:

-¡Caramba! ¡La vieja Remigia, de Paso Hondo, ha quemado ya dos pesos de velas pidiendo agua!

Las compañeras saltaron vociferando:

-¡Dos pesos, dos pesos!

Alguna preguntó:

-¿Por qué no se le ha atendido, como es costumbre?

-¡Hay que atenderla! -rugió una de ojos impetuosos.

-¡Hay que atenderla! -gritaron las otras.

Se corría la voz, se repetían el mandato:

-¡Hay que mandar agua a Paso Hondo! ¡Dos pesos de agua!

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo!

Todas estaban impresionadas, casi fuera de sí, porque nunca llegó una entrega de agua a tal cantidad; ni siquiera a la mitad, ni aun a la tercera parte. Servían una noche de lluvia por dos centavos de velas, y cierta vez enviaron un diluvio entero por veinte centavos.

-¡Dos pesos de agua a Paso Hondo! -rugían.

Y todas las ánimas del Purgatorio se escandalizaban pensando en el agua que había que derramar por tanto dinero, mientras ellas ardían metidas en el fuego eterno, esperando que la suprema gracia de Dios las llamara a su lado.


Abajo, en Paso Hondo, se nubló el cielo. Muy de mañana Remigia miró hacia oriente y vio una nube negra y fina, tan negra como una cinta de luto y tan fina como la rabiza de un fuete. Una hora después inmensas lomas de nubes grises se apelotonaron, empujándose, avanzando, ascendiendo. Dos horas más tarde estaba oscuro como si fuera de noche.

Llena de miedo, con el temor de que se deshiciera tanta ventura, Remigia callaba y miraba. El nieto seguía en el catre, calenturiento. Estaba flaco, igual que un sonajero de huesos. Los ojos parecían salirle de cuevas.

Arriba estalló un trueno. Remigia corrió a la puerta. Avanzando como caballería rabiosa, un frente de lluvia venía de las lomas sobre el bohío. Ella sonrió de manera inconsciente; se sujetó las mejillas, abrió desmesuradamente los ojos. ¡Ya estaba lloviendo!

Rauda, pesada, cantando broncas canciones, la lluvia llegó hasta el camino real, resonó en el techo de yaguas, saltó el bohío, empezó a caer en el conuco. Sintiéndose arder, Remigia corrió a la puerta del patio y vio descender, apretados, los hilos gruesos del agua; vio la tierra adormecerse y despedir un vaho espeso. Se tiró afuera, rabiosa.

-¡Yo sabía, yo lo sabía, yo lo sabía! -gritaba a voz en cuello.

-¡Lloviendo, lloviendo! -clamaba con los brazos tendidos hacia el cielo-. ¡Yo lo sabía!

De pronto penetró en la casa, tomó al niño, lo apretó contra su pecho, lo alzó, lo mostró a la lluvia.

-¡Bebe, muchacho; bebe, hijo mío! ¡Mira agua, mira agua!

Y sacudía al nieto, lo estrujaba; parecía querer meterle dentro el espíritu fresco y disperso del agua.


Mientras afuera bramaba el temporal, soñaba adentro Remigia.

-Ahora -se decía-, en cuanto la tierra se ablande, siembro batata, arroz tresmesino, frijoles y maíz. Todavía me quedan unos cuartitos con que comprar semillas. El muchacho se va a sanar. ¡Lástima que la gente se haya ido! Quisiera verle la cara a Toribio, a ver qué pensaría de este aguacero. Tantas rogaciones, y sólo me van a aprovechar a mí. Quizá vengan agora, cuando sepan que ya pasó el mal de ojo.

El nieto dormía tranquilo. En Paso Hondo, por los secos cauces de los arroyos y los ríos, empezaba a rodar agua sucia; todavía era escasa y se estancaba en las piedras. De las lomas bajaba roja, cargada de barro; de los cielos descendía pesada y rauda. El techo de yaguas se desmigajaba con los golpes múltiples del aguacero. Remigia se adormecía y veía su conuco lleno de plantas verdes, lozanas, batidas por la brisa fresca; veía los rincones llenos de dorado maíz, de arroz, frijoles, de batatas henchidas. El sueño le tornaba pesada la cabeza.

Y afuera seguía bramando la lluvia incansable.


Pasó una semana; pasaron diez días, quince… Zumbaba el aguacero sin una hora de tregua. Se acabaron el arroz y la manteca; se acabó la sal. Bajo el agua tomó Remigia el camino de Las Cruces para comprar comida. Salió de mañana y retornó a media noche. Los ríos, los caños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se metían lentamente entre los conucos. Una tarde pasó un hombre. Montaba mulo pesado.

-¡Ey, don! -llamó Remigia.

El hombre metió la cabeza del animal por la puerta.

-Bájese pa que se caliente -invitó ella.

La montura se quedó a la intemperie.

-El cielo se ta cayendo en agua -explicó él al rato. -Yo como usté dejaba este sitio tan bajito y me diba pa las lomas.

-¿Yo dirme? No, hijo. Horita pasa este tiempo.

-Vea -se extendió el visitante-, esto es una niega. Yo las he visto tremendas, con el agua llevándose animales, bohíos, matas y gente. Horita se crecen todos los caños que yo he dejado atrás, contimás que ta lloviéndoles duro en las cabezadas.

-Jum… Peor que esto fue la seca, don. Todo el mundo le salió huyendo, y yo la aguanté.

-La seca no mata, pero el agua ahoga, doña. Todo eso -y señaló lo que él había dejado a la puerta- ta anegado. Como tres horas tuve esta mañana sin salir de un agua que me le daba en la barriga al mulo.

El hombre hablaba con voz pausada, y sus ojos grises, atemorizados, vigilaban el incesante caer de la lluvia.

Al anochecer se fue. Mucho le rogó Remigia que no cogiera el camino con la oscuridad.

-Dispué es peor, doña. Van esos ríos y se botan…

Remigia se fue a atender al nieto, que se quejaba débilmente.


Tuvo razón el hombre. ¡Qué noche, Dios! Se oía un rugir sordo e inquietante; se oían retumbar los truenos; penetraban los reflejos de los relámpagos por las múltiples rendijas.

El agua sucia entró por los quicios y empezó a esparcirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y a ratos parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta. Un relámpago lejano alumbró el sitio de Paso Hondo. ¡Agua y agua! Agua aquí, allá, más lejos, entre los troncos escasos, en los lugares pelados. Debía descender de las lomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.

-¿Será una niega? -se preguntó Remigia, dudando por vez primera.

Pero cerró la puerta y entró. Ella tenía fe; una fe inagotable, más que lo que había sido la sequía, más que lo sería la lluvia. Por dentro, su bohío estaba tan mojado como por fuera. El muchacho se encogía en el catre, rehuyendo las goteras.

A medianoche la despertó un golpe en una esquina de la vivienda. Se fue a levantar, pero sintió agua hasta casi las rodillas. Bramaba afuera el viento. El agua batía contra los setos del bohío.

¡Ay de la noche horrible, de la noche anegada! Venía el agua en golpes; venía y todo lo cundía, todo lo ahogaba. Restalló otro relámpago, y el trueno desgajó pedazos de oscuro cielo.

Remigia sintió miedo.

-¡Virgen Santísima! -clamó-. ¡Virgen Santísima, ayúdame!

Pero no era negocio de la Virgen, ni de Dios, sino de las ánimas, que allá arriba gritaban:

-¡Ya va medio peso de agua! ¡Ya va medio peso!


Cuando sintió el bohío torcerse por los torrentes, Remigia desistió de esperar y levantó al nieto. Se lo pegó al pecho; lo apretó, febril; luchó con el agua que le impedía caminar; empujó, como pudo, la puerta y se echó afuera. A la cintura llevaba el agua; y caminaba, caminaba. No sabía adónde iba. El terrible viento le destrenzaba el cabello, los relámpagos verdeaban en la distancia. El agua crecía, crecía. Levantó más al nieto. Después tropezó y tornó a pararse. Seguía sujetando al niño y gritando:

-¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!

Se llevaba el viento su voz y la esparcía sobre la gran llanura líquida.

-¡Virgen Santísima, Virgen Santísima!

Su falda flotaba. Ella rodaba, rodaba. Sintió que algo le sujetaba el cabello, que le amarraban la cabeza. Pensó:

-En cuanto esto pase siembro batata.

Veía el maíz metido bajo el agua sucia. Hincaba las uñas en el pecho del nieto.

-¡Virgen Santísima!

Seguía ululando el viento, y el trueno rompía los cielos. Se le quedó el cabello enredado en un tronco espinoso. El agua corría hacia abajo, hacia abajo, arrastrando bohíos y troncos. Las ánimas gritaban, enloquecidas:

-¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos, dos pesos de agua! ¡Son dos pesos de agua!


Juan Bosch
(La Vega, 1909 - Santo Domingo, 2001) Político y escritor dominicano que alcanzó la presidencia de la República en 1963, tras padecer más de dos décadas de exilio por su oposición a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961). En su faceta literaria destacó como ensayista y cultivador del relato breve. 
Fuente: biografíasyvidas.com - Foto: ultimasnoticias.com.do


ROLANDO REVAGLIATTI: EL INQUILINO


La pobre chica desayunaba allí 
donde usted lo hace 

Desde la que es ahora su ventana 
ella antes observaba techos 
y curioseaba 

Tenía una amiga 
esa de la cual usted ahora 
imprecisamente se interesa 

Se sentaba la desdichada 
tan sistemáticamente como usted 
en ese inodoro 

Son sus actuales vecinos 
los mismos avinagrados 
que lo habían sido de ella 

Es espiado usted por la encargada del edificio 
acaso como la joven lo había sido 
por la misma encargada 

Se sorprendía un poco ella descubriéndose 
en el espejo del ropero donde a su turno 
se descubre usted 

Usaba ella el corpiño blanco 
que usted ahora examina 

No cualquiera en su lugar hubiera encontrado 
tapado con algodón en el agujero de esa pared 
del departamento de su antecesora 
esa porción de un cuerpo humano: 
un diente 

Se queda usted con la postal de la que es ella 
la única destinataria 

Verá usted sustituir los vidrios rotos 
atravesados por la muchacha 

Se sentirá usted, en un punto, tan desdichado como ella 
alucinando 
y también verá lo que no debe ver 
y será visto 

Lo esperarán, lo animarán 
desde abajo aguardarán su precipitación 

Se sorprenderá un poco, antes, y ya travestido 
en el espejo ése del ropero frente al que ella 
también se sorprendiera un poco 

No es un verdadero francés —pensarán— 
para nosotros: verdaderos 

Destrozará usted como bólido sus propios vidrios 

Esa falsa mujer que es usted como ella 
errará a orillas del Sena 

Hay en usted un hombre polaco 
en la mira de la conjura nacionalista 
pero 
ya tomado por la multiplicación de los signos 
ovacionado por sus victimarios cede a la tentación 
perdón: a la repetición 
¿O consubstanciación?

“THE TENANT” (“El inquilino”), filme dirigido por Roman Polanski.


Rolando Revagliatti
Nació en Buenos Aires (ciudad en la que reside), la Argentina, el 14 de abril de 1945. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos y relatos y quince poemarios, además de otros cuatro sólo en soporte digital. Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com. Ha sido incluido, entre otras, en las siguientes antologías: “Dramaturgia Latinoamericana: Argentina” (en República Dominicana, 2008); “Minificcionistas de ‘El Cuento’ Revista de Imaginación” (en México, 2014); “Poesía Argentina Año 2000” (Tomo 1, selección de Marcela Croce, 1999), “MeloPoeFant Internacional” (bilingüe castellano-alemán, coedición en Perú y Alemania, 2004), “Pequeña Antología de la Poesía Argentina” (selección de Jorge Santiago Perednik, 2004), “El Verso Toma la Palabra” (México, 2010), “Italiani D’Altrove” (bilingüe castellano-italiano, Italia, 2010), “El Cine y la Poesía Argentina” (selección de Héctor Freire, 2011), etc. Sus producciones en video se hallan en 

Fuente: Ediciones en soporte papel: 1ª: Con el título “¡Y dale con el cine!”, Editorial P. O. E. M. A. S., Valladolid España, enero 1998. 2ª (corregida y aumentada; y ya con su título actual): Ediciones Recitador Argentino, agosto 1998. 3ª (corregida y aumentada): Ediciones Recitador Argentino, 2000. Ediciones en soporte electrónico: 1ª: Nostromo Editores, 2005. 2ª (corregida; y con la mayoría de sus textos suprimidos definitivamente): Ediciones Recitador Argentino, abril 2018. Diseño integral y diagramación de la edición-e: Patricia L. Boero editores@zonamoebius.com Se permite —y agradece— la reproducción total o parcial de este poemario, por cualquier medio, citando la fuente. Fundido encadenado (o transición por sobreimpresión o disolvencia): Es el proceso según el cual, mientras un cuadro se desvanece hasta desaparecer, otro comienza a aparecer hasta alcanzar su luminosidad normal. El Inquilino del poemario “Fundido encadenado” de Rolando Revagliatti. Hemos agregado links recíprocos (de ida y vuelta desde el índice a los poemas y viceversa) para una navegación más cómoda por el documento. El diseño integral y la diagramación es de Patricia L. Boero.