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miércoles, 26 de octubre de 2011

IBARRECHEA: EL HOMBRE QUE ESPERA

El hombre que espera, se cambia lentamente, se peina, se perfuma, se asoma a la ventana y mira hacia a calle, pero no ve a nadie.

Ha preparado la cena para dos.
La cena está lista.

Entonces, el hombre que espera abre la puerta, va hasta la vereda y mira hacia la calle, pero no ve a nadie.

Se impaciente y mira la hora, camina hasta la esquina, mira un poco para allá, mira un poco para acá, pero no ve a nadie.

Al final se decide y da toda la vuelta a la manzana de su casa, cruza la calle, camina hasta la parada del colectivo, espera, fuma y se vuelve sin haber visto a nadie.

Cruza su jardín resignado.
Abre la puerta y la encuentra sentada, sonriente.
Esperándolo.

IBARRECHEA: BURBUJA

Si te paras a ver como anochece sobre Porto Alegre, desde Guaíba, verás cómo lentamente se encienden los casi cinco millones de lámparas que parecen juguetear en la distancia.
Como burbujas alegres y rutilantes.
Hasta que una de ellas, de repente, parece escaparse entre los morros para llegar al cielo.
Y se hace grande y redonda.
Se esconde entre las nubes de agua que vienen desde el mar.
Y aparece nuevamente.
A esa burbuja la llamamos Luna llena.
Sabes una cosa?
Dentro de una hora, iluminará tu pelo, allá en Córdoba, preciosa.

IBARRECHEA: A LA DAMA ANÓNIMA

Cómo qué donde me puedes ubicar para conocerme, dama anónima?

Es fácil, si me quieres encontrar en el verano, camina por la orilla del mar, desde Torres hasta Praia Paraíso, en Brasil.
Te vas a dar cuenta rápido, pues soy el que lleva un libro bajo el brazo y el que procura encontrar algo de poesía en las huellas que dejo en la arena.
Y soy el que va tras el canto de las sirenas y al que siguen atentamente con la mirada, las ballenas con sus crías, por las dudas.

Ahora, si me quieres encontrar en San Antonio, estoy a pocas cuadras del cielo de Córdoba.
Te vas a dar cuenta rápido, pues soy el que lleva un libro bajo el brazo recorriendo el río y saltando entre las piedras procurando algo de poesía, bajo la sombra de los árboles.
Y soy el que va tras el murmullo encantado de las sierras y al que siguen atentamente con la mirada, los perros del lugar, por las dudas.

También, si quieres encontrarme en la Ciudad de Córdoba, dama anónima, te será fácil.
Te vas a dar cuenta rápido, pues soy el que lleva un libro bajo el brazo y que camino por su avenidas y peatonales en procura de la milagrosa poesía urbana.
Y Soy el que va tras el aroma del perfume de la mujer más linda del mundo y el hombre que sigue de cerca el Capitán Jerónimo, su fundador, con su sable sacando chispas por el asfalto, por las dudas.

IBARRECHEA: R/P

Carolina y Alejandro son mis médicos en Argentina, llenos de buenas intenciones y con un halo de profesionalismo envidiable, coincidían en el diagnóstico de mis males.
Hicieron una detenida lectura de los estudios solicitados.
Pusieron a la luz las radiografías, y se manchaban el dedo índice que se desplazaba contorneando mis huesos.
Me dijeron que diga treinta y tres.
Me hicieron toser.
Aspire, exhale.
Electro a las una, electro a las dos.
Coincidieron en la medicación apropiada.
Aquí vamos, es necesario querido Pasenyvean, que suspendamos el cigarrillo, evitemos algunas comidas, tus malos momentos sobrecargados de rabietas y algunas bebidas.

Esas ojitas blancas que encabeza un llamativo R/P (Recepte y Prepare) dirigida a los farmacéuticos, las arrojé al viento desde el puente, volaban en claro descenso, graciosamente, hasta caer en las mansas aguas del rio San Antonio, que se las iba llevando jugueteando entre las piedras.

¿Acaso eso no es poesía?

Total, en la suma de nuestros desaciertos y los designios del Señor, está esa cosa ...
que llamamos destino.

IBARRECHEA: LEVANTA CADÁVERES

Eran unos pobres diablos temerosos, señalados ante  toda adversidad, que al final, aceptaron aquel trabajo.

A los tipos los enfundaron en mamelucos color naranja que los cubrían de los cuellos hasta los tobillos y los subieron a la parte trasera de una camioneta blanca.

El sol les daba de lleno en la ruta y cada tanto, tenían que bajar, inspeccionaban el animal, juntaban sus partes, lo embolsaban en oscuros sacos de plástico y lo depositaban en el mismo lugar donde viajaban.

Así, por cuatro horas de mañana y por cuatro horas en la siesta.

Al final, en una zanja, arrojaban todas las bolsas del día, las rociaban con gasolina y les prendían fuego.

Los encontré a eso de las siete de la tarde, me acerqué hacia ellos, observé sus ojos rojos de desencantos y miserias y cuando sintieron mi presencia, sin decirme una palabra, me alcanzaron un trago de cachaça a cambio de algunos cigarrillos.

El aroma del tabaco, mitigaba el tufo mortuorio de sus ropas.

Al otro día, los turistas recorrerían la ruta limpia y luego de pocas horas, llegarían al mar, sin contratiempos.