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viernes, 31 de enero de 2020

QUINTEROS: CARLITOS

Mi mamá me llevaba hasta la parada del ómnibus.

A veces subía conmigo, cuando iba al médico.
Otras no, me decía que viaje solo, que ya era grande.
El chófer me llamaba y me indicaba dónde tenía que descender.
Me preguntaba siempre por mamá. 
Se llama Antonio, me decía que ella era linda, muy linda.
La escuela está a una cuadra más allá de la parada y él me miraba hasta que entraba.
Mi mamá trabajaba en una casa de familia acomodada, entraba a la tarde, después del almuerzo. Me contaba que lavaba los platos, que limpiaba la cocina, que limpiaba el comedor, que ponía ropa a lavar, que limpiaba los baños de la casa, que planchaba y que salía rápido para esperarme.
Hacíamos juntos mi tarea escolar.
Cenábamos tortafrita y café con leche.
Me enseñó a usar la plancha, el lavarropas y a cocinar.
Se cocinar algunas comidas, aunque no se para qué sirven tantas especias, sólo uso la sal.
Al dinero lo guardábamos en un tarrito de lata que yo sabía dónde estaba.
Ella me enseñó a ahorrar.
"El año que viene tienes que hacer la Primera Comunión. Debes ir a la escuela, la escuela es tu segundo hogar. Hay dinero guardado para muchos días Carlitos".
Me decía siempre mamá.
Ella quedó internada un día que llovía, el martes, por eso llegué tarde a la escuela.
Yo no quería venir más, los otros niños tienen a su mamá y a su papá sanitos.
Me quedaba con mi mamá en el hospital por las mañanas.
A la tarde venía a la escuela, sin ganas de estudiar.
Mamá murió el viernes, a la tarde, su corazón se paró.
Lo supe cuando el médico me abrazó. Eres fuerte, vamos, sos un campeón, me dijo.
Lloré.
Vino la señora de protocolo, llamo por teléfono a mi tía Liliana.
Más tarde vino el señor Andrés, que nos visitaba algunos fines de semana, por la noche.
Cuando cumplí mis nueve años, Andrés me regaló la camiseta de River.
Era bueno, pero tenía niños con otra mujer.
La tía Liliana vino desde las sierras y se hizo cargo de todo.
Hablaba y hablaba.
Lloraba.
Pagaba.
Discutió con Andrés.
Le puso ropita linda a mi mamá. 
Un vestido blanco, muy blanco que se lo mandó su patrona.
Al velatorio de mamá vinieron algunas vecinas.
Antonio, el chófer del colectivo que se enteró por otros niños, también estuvo.
Me abrazaba, contá conmigo, me dijo.
El almacenero vino a cobrar la cuenta.
A usted no la vi. 
La tía decía que ella no me podía tener, que ya tenía suficiente con la abuela enferma.
Que buscarían a alguien que me críe.
Habló de eso con la señora Gladys, que es asistente social.
Entonces el sábado a la mañana me escapé.
Cuando todos se pusieron de pie para llevar a mi mamá al cementerio, me escapé.
Corrí con mi cuadernos de la escuela, con este bolso y el tarrito con dinero.
Tome, cuéntelo.
Entré por la puerta del fondo, por donde entran las señoras que limpian y no le ponen llave.
Algunas se llevan cosas de la cocina para su casa, yo las vi.
Una se besaba con el portero en los baños.
Por la tarde, el profesor de gimnasia sacó una pelota y las redes, pero las trajo anoche.
Cuando hacía frío, mucho frío.
Por favor señorita maestra, no le cuente a nadie que me escondí aquí.
Mamá me dijo que la escuela en mi segundo hogar.

Walter Ricardo Quinteros
Editor

FERNANDO SILVA: EL HOTEL



Como era la última noche que iba a estar en Boaco, no tenía ninguna razón para llegar temprano al hotel adonde se había apeado. Entonces se anduvo recorriendo el pueblo. Fue al cine y después se quedó fresqueando en el parque, dándose cuenta al rato que ya casi nadie quedaba por ahí.

Se vino entonces tranquilo al hotel; pero a esa hora, ya estaba cerrado, y para mayor tuerce, cuando se buscó en el pantalón se fijó que tampoco andaba la llave... El hombre empezó a golpear la puerta. Consiguió, a pesar de llamar varias veces, que alguien del hotel le viniera a abrir.

Leyó después lo que había escrito y tal vez cansado, se ha de haber quedado adormilado, sentado en la acera bajo el reflejo de la luz del poste del alumbrado que le cortaba la cara. Sintió algo así como frío, o más bien como un repelo, tal vez por el miedo de sentirse solo. Entonces sacó de su camisa el cuaderno que llevaba de su diario y se sentó allí mismo en el pretil de la acera y apuntó para no dejar fuera ningún detalle, lo que le estaba pasando esa noche.

—¿No será, tal vez que me estoy muriendo...? —se le ocurrió pensar.
—No. —Le dijo la muerte— Nadie se muere antes de tiempo.
—¿...ni yo, pues...?—Ni vos tampoco, le dijo la muerte. Eso también lo anotó en el cuaderno.

En ese momento alguien abrió la puerta del hotel; pero él como estaba ocupado escribiendo no dijo nada. Esperó un rato todavía, cuando en eso, vio la muerte que pasó a la orilla por donde estaba sentado en la acera y entró al hotel por la puerta abierta.

—¡Ajá! —le gritó el hombre riéndose—...entonces es por otro y no por mí por quién venís. La muerte salió enseguida del hotel. El hombre la quedó viendo sin decirle nada, mientras seguía escribiendo en el mismo lugar adonde se había sentado. La muerte dio unos pasos adelante y se inclinó después, leyendo sobre su hombro lo que el hombre tenía escrito.

—Corrija eso.. —le ordenó la muerte. El hombre puso el cuaderno sin entender nada. La muerte le agarró entonces la mano para hacerlo escribir lo que le iba a decir.
—Escriba —le dijo la muerte— ...que el día de hoy 11 de marzo del año 2001, a las 2:00 a.m., ya no le quedan a usted más páginas adonde pueda seguir escribiendo.



Fernando Silva
Fernando Silva Espinoza (Granada, 1 de febrero de 1927 - Managua, 1 de octubre de 2016) cuyo nombre completo era Fernando Antonio Silva Espinoza, fue un médico pediatra, poeta, narrador, cuentista, novelista, ensayista, pintor y lingüista nicaragüense perteneciente a la generación literaria del 80. Considerado como un escritor prolífico de la lingüística nicaragüense; sus escritos retoman el carácter cultural en el que creció hasta su juventud en el Río San Juan, donde descubrió su talento para escribir. Desde el inicio su padre lo apoyó en su autodescubrimiento poético. Falleció el 1 de octubre de 2016 a los 89 años de edad a causa de neumonía y problemas cardíacos.
Fuente: Wikipedia / Slideshare / Foto: elnuevodiario

DAVID DIOP: POEMAS


El que todo lo ha perdido

El sol brillaba en mi cabaña
y mis mujeres eran hermosas y ágiles
como las palmeras bajo la brisa nocturna.
Mis hijos se metían en el gran río
de profundidades de muerte
y mis piraguas luchaban con los cocodrilos.
La luna, maternal, acompañaba nuestras danzas
El ritmo frenético y pesado del tantán,
tantán de la alegría, tantán de la despreocupación
en medio de la hoguera de libertad.


Luego, un día, el Silencio...
Los rayos del sol parecieron apagarse
en mi cabaña desprovista de sentido.
Mis mujeres comprimieron su enrojecida boca
contra los finos y duros labios de los conquistadores de ojos de acero
y mis hijos dejaron su apacible desnudez
por el uniforme de hierro y sangre.
También la voz de ustedes se ha apagado.
Los hierros de la esclavitud desgarraron mi corazón,
tantanes de mis noches, tantanes de mis ancestros.



Cerca de ti

Cerca de ti volví a encontrar mi nombre 

Mi nombre largo tiempo oculto bajo la sal de las distancias 
Volví a encontrar los ojos que las fiebres no empañan ya 
Y tu risa como la llama que horada la sombra 
Me devolvió África más allá de las nieves de ayer 
Diez años amor mío 
Y las mañanas de ilusiones y los restos de ideas 
Y los sueños repletos de alcohol 
Diez años y el aliento del mundo me contagió su pesadumbre 
Esta pesadumbre que carga el presente con el sabor de los días por venir 
Y del amor hace un río infinito 
Cerca de ti volví a encontrar la memoria de mi sangre 
Y las guirnaldas de risas alrededor de los días 
Los días que resplandecen de júbilos renovados.


África

(A mi Madre)

África, África mía África de los altivos guerreros de las sabanas ancestrales 
El África que canta mi Abuela
A la orilla de su río lejano 
Yo jamás te conocí 
Pero mi mirada está llena de tu sangre 
Tu hermosa sangre negra vertida a través de los campos 
La sangre de tu sudor 
El sudor de tu trabajo 
El trabajo de la esclavitud 
La esclavitud de tus hijos África, dime, África ¿Eres tú esa espalda que se doblega 
Y se resigna bajo el peso de la humildad 
Esa espalda que tiembla con sus rojas marcas 
Que al mediodía soporta el látigo por los caminos? 
Entonces una voz solemne me respondió: 
Hijo impetuoso, aquel árbol robusto y joven 
Aquel árbol 
Soberbiamente solo en medio de flores blancas y mustias 
Es África, tu África que retoña 
Que retoña paciente, obstinadamente 
Y cuyos frutos tienen poco a poco 
El amargo sabor de la libertad.



David Diop

Burdeos, 9 de julio 1927 – Dákar, 29 de agosto 1960 Su nombre completo era David Mandessi Diop, fue un poeta francés de África occidental conocido por su contribución al movimiento literario Négritude . Su obra refleja su postura anticolonial. 
Diop comenzó a escribir poemas cuando todavía estaba en la escuela, y sus poemas comenzaron a aparecer en Présence Africaine desde que tenía solo 15 años. Diop vivió su vida en una transición constante entre Francia y África occidental, desde la infancia en adelante. Mientras estaba en París, Diop se convirtió en una figura prominente en la literatura de Négritude. Su trabajo es visto como una condena al colonialismo y detesta el dominio colonial. Como muchos autores de Négritude de la época, Diop esperaba un África independiente.
Murió en el accidente del vuelo 343 de Air France en el océano Atlántico frente a Dakar , Senegal , a los 33 años el 29 de agosto de 1960. Su única pequeña colección de poesía, Coups de pilon , salió de Présence Africaine en 1956; fue publicado póstumamente en inglés como Hammer Blows , traducido y editado por Simon Mondo y Frank Jones ( African Writers Series , 1975).
Fuente: Wikipedia / Palabras de la Ceiba / Foto: Anagrama


ROBERTO FONTANARROSA: CUENTO



Sentado sobre uno de los fríos bancos de mármol, mirando sin ver la tumba indicada, Froilán oyó la voz del muchacho.

-Viejo.

No había sido un llamado, sino más bien una pregunta.

-Viejo. -se le acercó, ya más seguro, el joven-. ¿Qué haces acá?

-Hola, Pablito -se alegró moderadamente Froilán, sin levantarse-. ¿Qué hago? Qué sé yo qué hago.
El muchacho se sentó junto a él, las manos en los bolsillos del sobretodo algo raído, oscuro y con las solapas levantadas.

-No es el mejor lugar para quedarse mucho tiempo -dijo el pibe-. Con este frío -le salía vapor por la boca cada vez que hablaba.

Froilán sonrió, forzado.

-No te vayas a creer. Hay tipos que se pasan mucho tiempo acá -dijo-. ¿Y vos qué hacés en un cementerio? Tampoco me parece el mejor lugar para un adolescente.

-Me dijo que viniera. Que te iba a encontrar.

-Ah, claro. -Froilán meneó la cabeza, siempre mirando hacia el frente, fastidiado-. Que me ibas a encontrar. ¿Y te dijo qué teníamos que hacer?

El pibe negó con la cabeza.

-No. Ni mierda -contestó.

-Claro., claro. ¡Qué fácil la hacen! ¡Qué fácil la hacen! -Froilán lanzó un escupitajo mínimo, sobre la grava del camino. -Siempre lo mismo. Qué fácil la hacen estos hijos de puta.

-¿Por qué?

-Porque yo los conozco. Y lo conozco, especialmente, a este tipo. Ya trabajé para él en otra historia, sé cómo labura. Es siempre lo mismo, el mismo rebusque. Te deja en banda.

-¿Trabajaste en otra?

-En la anterior.

-¿Y hacías este mismo personaje?

-Con otro nombre, pero casi el mismo. Vos viste que hay tipos que les va bien con una cosa y luego repiten el mecanismo, el sistema, todo, la estructura.

-Borges decía que siempre se escribe el mismo libro.

-¿Borges dijo eso?

-Creo.

-¿Y entonces por qué no escriben uno solo y se dejan de hinchar las pelotas? Que escriban uno solo.
-El negocio, Viejo. El negocio. Para ganar más guita.

-Atate los cordones.

El pibe se miró las zapatillas de básquet. Tenía los cordones desatados, pero metidos dentro de los bordes del calzado, rodeando los tobillos.

-Se usan así -se había parado de nuevo, siempre las manos en los bolsillos. Era alto, más alto que Froilán-. Te cagás de frío ahí sentado.

-Te dejan en banda, te largan solo -insistió Froilán-. Así cualquiera.

-No entiendo. -El pibe caminaba unos pasos para desentumecerse, sin alejarse demasiado, aplastando minuciosamente con la punta de sus zapatillas las hojas secas del otoño-. .Como que te largan solo.

-Te ponen en una situación como esta -explicó Froilán-. Mirá qué joda. Te ponen en una situación como esta. Un padre se encuentra con su hijo, después de varios años de no verlo, luego de la separación con la madre, en un cementerio, los dos reunidos frente a la tumba de una mujer que no se sabe quién es.

-¿Cómo? -lo miró el muchacho-. ¿Vos no sabés de quién es la tumba que estás visitando?
-¡No! No sé. No tengo la más mínima idea. Sé que es de una mujer que ha tenido un papel importante en mi vida, pero eso es todo.

-¿Y entonces?

-Entonces, este tipo, te pone en esta situación. ¡Nos pone en esta situación, a vos y a mí! Este tipo piensa: un padre se encuentra con su hijo, a quien no ve desde hace tiempo, frente a la tumba de una mujer misteriosa que ha tenido mucho que ver con la historia personal de él, del padre, o del hijo, o de ambos. Perfecto. ¡Y algo va a salir de allí! ¡Algo va a salir! Eso es lo que piensa este hijo de puta. Piensa que nosotros tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Que a vos o a mí se nos va a ocurrir algo interesante como para continuar con la novela. Es la puta modalidad de estas estructuras libres. "¡Yo arranco de una situación de partida y luego el mismo relato me conducirá solo!". Eso es lo que piensa. Ese es su sistema.

El pibe detuvo su caminar en círculos. Miró hacia los costados, pensativo, hacia las arboledas, los senderos cubiertos de hojas, las hileras de tumbas.

-Y bueno. -murmuró, una mano tomando el mentón-. Pensemos algo. Pensemos algo como para continuar.

-¡Tomá! -estalló Froilán, sin levantarse-. ¡Tomá si voy a pensar algo! Que piense él que tiene la obligación, o el interés. Que piense él ya que dice que labura de esto, que eso es lo que no se cansa de decir en los reportajes.

-Pero. Tampoco te vas a quedar indefinidamente aquí. Con el frío que hace.

-¿Y por qué no? -Froilán lo miró, desafiante-. Por supuesto que me voy a quedar acá, Pablito. Me voy a quedar todo el.

-Julio.

-¿Cómo?

-Julio. Yo soy Julio.

-¿No sos Pablo?

-No -Julio sonreía, suavizando el momento.

-Pero antes te dije Pablo y.

-No te quise interrumpir, seguiste hablando. Yo soy Julio, Iván es el del medio y Pablo el más chico.
-¿El del medio no es Gonzalo? -el rostro de Froilán mostraba real confusión.

-No.

-Ah no. -se mordió el labio inferior, Froilán-. Gonzalo era un tipo que aparecía en la historia anterior. Pero, oíme -Froilán estudiaba ahora la cara del muchacho que continuaba parado frente a él-. Vos tenés mucha pinta de pendejo, por eso te confundí con Pablo. Pero vos ya debés andar por los 24.
Julio hinchó el pecho en una aspiración larguísima.

-Es que no crecí, Viejo -suspiró-. No crecí. -Volvió a sentarse junto al padre, en el banco de mármol-. Viste que hay personajes que crecen dentro de un relato, que cambian, que ocupan lugares que, en principio, no les correspondían, porque eran personajes laterales. Bueno, en mi caso, yo no crecí. No sé. tal vez tuve pocas oportunidades, pocos diálogos, pocas intervenciones. Tal vez no estaba bien preparado.

-¿Debo interpretar, con eso, que yo tengo parte de culpa? -se puso las manos sobre el pecho, Froilán.
-No. No -se apresuró a puntualizar, Julio-. No es tu culpa, no es tu culpa. Si cuando empezó esta historia vos y mamá ya estaban separados. Vos ni interviniste en mi educación.

-Peor todavía. Ahora resulta que yo evadí mis deberes de.

-¡Para nada! ¡Para nada! Cuando yo aparezco, ya estaba el.

-Porque siempre es lo mismo -se ofuscó Froilán-. Es como con tu madre. Siempre, al final, el culpable soy yo. Empieza hablando del mal tiempo y siempre termino siendo yo el que la liga. Tu madre leía en el diario que había habido un terremoto en Turquía y, no sé cómo mierda hacía, pero al final el culpable era yo.

-Nosotros ya estábamos viviendo con Marcelo -completó Julio.

-¿Quién es Marcelo?

-Viejo. -abrió los brazos Julio, otra vez de pie-. Viejo. Es el tipo que vive con mamá y con nosotros.
Froilán resopló.

-Es el quilombo de estos relatos con tantos personajes -dijo-. Te perdés con tanta gente. Llega un momento en que no sabés quién es quién. Habría que hacer como en los libros de antes, que al principio aparecía una lista con todos los personajes, indicando qué hacía cada uno y qué parentesco los unía.

-Eso es cierto. ¿Para qué tres hermanos, por ejemplo? Con dos alcanzaba.

Se quedaron un rato en silencio. Vibraba, en el aire, el sonido del viento entre las ramas desnudas, el raspar de las hojas secas contra las baldosas rotas de los senderos angostos.

-Y entonces. -preguntó Julio-. ¿Qué vas a hacer?

Froilán no contestó. Se apretó la punta de la nariz con los dedos de la mano derecha, como comprobando que aún tenía sensibilidad en esa zona.

-Nada -se encogió de hombros.

-Pero. -Julio miró hacia arriba-. Se viene la noche.

-En todo sentido se viene la noche, Julito -sonrió Froilán-. Y a nuestro jefe también se le viene la noche. Porque yo no pienso mover un dedo para salir de esta situación.

-Pero, Viejo.

-Que labure él, mi querido. Yo ya me cansé de sacarle las papas del fuego. Esta vez que labure él.
-No sé. No sé. -Julio miraba hacia otro lado, serio.

-¿Vos te creés que a mí me gusta estar aquí? -preguntó Froilán. Consultó el reloj-. Hace como. ocho. nueve horas que estoy aquí, esperando que a este tipo se le ocurra algo, que arranque para algún lado.

Otra vez la pausa. El silencio.

-¿Sabés qué es lo que me da más bronca? -retomó Froilán-. Que esto va a terminar siendo un cuento. Y un cuento corto. Arrancó como para una novela, con muchos personajes, tipo Tolstoi, con un ritmo lento.

-Y se empantanó.

-Se empantanó. Cagó, cagó, cagó.

-Y. -sonrió, amargo, Julio-. Para encarar algo tipo Tolstoi hay que ser Tolstoi.

-Y este tipo, a Tolstoi, no le ata ni los cordones de los botines.

-¡Por favor! -Julio casi se contorsionó, sin quitar sus manos de los bolsillos-. Está a años luz.
-Pero entonces te caga. -por primera vez, Froilán se había puesto de pie, tosiendo- .te caga porque vos te confiás pensando que tenés laburo para un rato largo, para una novela clásica. Y resulta que todo termina nada más que en un cuento. Y en un cuento corto. Y te quedás en pelotas. Sin laburo de nuevo.

-Bueno, en una de esas por ahí es mejor. No lo tenés que aguantar.

-Sí. -Froilán giró sobre sí mismo-. Pero tenés que esperar a que el tipo termine con todos los otros cuentos. No va a largar algo con un cuento o dos, nada más. A menos que el que te toque sea el último.

-Eso es cierto.

Froilán tosió de nuevo, con más intensidad. Se tapó la boca con un puño, doblado por el esfuerzo, caminando hasta casi ocultarse tras una estatua.

-¿Qué te pasa? -se alarmó Julio.

-No quiero que me vea -logró decir Froilán, imprevistamente afónico-. A ver si me ve toser y se le ocurre que yo tenga una enfermedad terminal.

-No creo.

-Yo tampoco. Pero, en la desesperación. Siempre un protagónico con una enfermedad terminal genera otras puntas, otras posibilidades.

-¿No te dio ningún dato, ninguna indicación, ningún indicio? -volvió a la carga Julio, incrédulo.

-¿De que yo pueda estar enfermo, jodido de los pulmones?

-No. De algo. De la trama.

-Nada, nada -Froilán había recobrado el tono habitual de su voz-. Lo único que yo sabía es que tenía que venir acá y pararme adelante de esta tumba. Lo único. Ni flores traje.

-Y yo sabía que tenía que venir acá y encontrarme con vos. Es más, pensaba que vos sabías cómo seguía.

-¿Es un reproche? -lo miró, herido, Froilán-. ¿Es otro reproche?

-Para nada, para nada. Uhhh, no se te puede decir nada, Viejo.

-Es que, primero lo de la educación, que no me hice cargo, ahora esto. Ya estás como tu madre que.
-Pensaba que vos sabías, nada más. No te dio nada, no te indicó nada.

Froilán negó con la cabeza, enérgico. Buscaba algo en los bolsillos de su sacón oscuro, golpeó con la mano abierta sobre los bolsillos laterales.

-¿Qué buscás? -preguntó Julio-. ¿Vas a fumar?

-Froilán asintió-. No seas boludo. Decís que tenés miedo que este tipo te tire con algo malo y seguís fumando.

-Es verdad. Es verdad. -pero Froilán había tanteado algo adentro de uno de sus bolsillos laterales. Puso cara de extrañeza-. ¿Qué es esto? -se preguntó, levantando hasta la altura de sus ojos un boleto de avión.

-Un pasaje -se acercó Julio.

-Un pasaje a Australia -leyó Froilán, con ojos de intriga-. "Sydney" dice. ¿Sydney es Australia, no?
-Bueno, algo es algo. Es una punta -Julio se había alegrado, imprevistamente.

-Tomá -Froilán estiró el pasaje a su hijo-. Usalo vos. Es otro de esos recursos desesperados de este hijo de puta para ver qué pasa. Seguramente no tiene la más mínima idea de lo que puede suceder después. Es el facilismo. Caer en la crónica de viajes. Me juego la cabeza que mañana me encuentro en un cementerio de Sydney sin saber qué carajos hacer, en la misma situación de ahora, sin guita ni pasaporte. Acá, por lo menos, estoy cerca de casa.

-Claro -Julio sostenía el ticket en su mano izquierda-. En todo caso, que el que se joda sea yo.
-Vos sos joven, Julito. Tenés todo por delante. Australia es un país de promisión, con gran futuro. ¿Qué te vas a quedar haciendo acá?

-Es verdad. Es verdad -el muchacho se metió el pasaje en un bolsillo-. A mí me gusta la idea. Total, llegado el caso, me vuelvo.

-Te volvés.

-¿Y vos? -se preocupó Julio-. ¿Insistís en quedarte acá? -Froilán asintió, porfiado-. ¿Por qué no te vas a algún bar, a algún boliche? Debe haber alguno por acá cerca del cementerio. Por lo menos te tomás un café, a la noche te comés una pizza, ves algo por televisión.

-Me quedo acá hasta que a este tipo se le ocurra algo -Froilán volvió a sentarse, teatral-. Además, no te olvides de que yo tengo un protagónico, no tengo un personaje lateral, tengo un cierto grado de responsabilidad. Pero no le voy a dar el gusto a este rufián, Julito. No le voy a dar el gusto. Que me saque él de esta, ya que él me metió.

Otra vez el silencio. Empezaba a oscurecer y hacía más frío. Cada uno miraba hacia puntos diferentes.

-Chau, Viejo -Julio se acercó a Froilán, se agachó un tanto y le dio un beso leve en la mejilla-. Me piro.

-Chau. Que te vaya bien -Froilán apenas le tocó el brazo con su mano.

-Cuidate esa tos.

Froilán elevó el dedo índice en el aire, asintiendo.

-Julio -llamó después. El muchacho se detuvo a pocos metros, en el sendero y giró hacia su padre.
-Esto nos pasa por estar en manos de un pelotudo -gritó Froilán, casi riendo. Julio se rio también. Giró, y con las manos en los bolsillos, se alejó corriendo.

"A ver si se pisa uno de esos cordones y se caga de un golpe", pensó Froilán.


Roberto Fontanarrosa
(Rosario, 1944 - 2007) Humorista gráfico y escritor argentino. Conocido como Roberto "El Negro" Fontanarrosa, fue uno de los referentes del dibujo humorístico en su país y uno de los más seguidos por los lectores de las publicaciones en las que aparecían sus chistes e historietas

A menudo se afirma que a partir de 1973, cuando Fontanarrosa empezó a publicar su viñeta diaria en el diario Clarín, la gente empezó a leer el diario por detrás. Antes, Fontanarrosa había formado parte del plantel de humoristas de una extraordinaria revista llamada Hortensia que hizo a desternillar a medio país con su humor cordobés, un humor fresco que en nada se parecía a un chiste de argentinos (es decir, de porteños). Desde entonces Fontanarrosa no paró de trabajar. Entre su enorme producción de humorista gráfico hay dos personajes que forman parte de la vida argentina: Inodoro Pereyra, el renegau (un gaucho que se rebela a todo, secundado por su perrito Mendieta) y el mercenario Boogie el aceitoso, en sus inicios una parodia a James Bond, pero más bien un Harry el Sucio demente.
Fontanarrosa recopiló viñetas sueltas en algunos volúmenes muy difundidos, como por ejemplo ¿Quién es Fontanarrosa?, Fontanarrisa, Fontanarrosa y los médicos, Fontanarrosa y la política, Fontanarrosa y la pareja, El sexo de Fontanarrosa, El segundo sexo de Fontanarrosa, Fontanarrosa contra la cultura, El fútbol es sagrado, Fontanarrosa de Penal, Fontanarrosa es Mundial y Fontanarrosa continuará, títulos en que es patente el amplio abanico de temas que abarcó su agudeza humorística y su habilidad para el comentario gráfico.
Además de recopilaciones de viñetas, publicó también cómics concebidos directamente como libros, como Los clásicos según Fontanarrosa, Semblanzas deportivas y Sperman. A ello hay que añadir los volúmenes que recogen las correrías y desventuras del gaucho Inodoro Pereyra. Publicadas desde 1972 en revistas de humor y, regularmente, en el periódico Clarín, las historias de Pereyra y su perro Mendieta fueron recopiladas en más de quince volúmenes. Una versión de dichas aventuras fue llevada al teatro en Buenos Aires en 1998, con un enorme éxito de público y de crítica. También las historias de Boogie el aceitoso se recogieron en doce volúmenes. Como literato, publicó numerosas recopilaciones de cuentos: El mundo ha vivido equivocado(1982), No sé si he sido claro (1986), Nada del otro mundo (1987)... Su dedicación al relato breve se intensificó en sus últimos años: El mayor de mis defectos (1990), Los trenes matan a los autos (1992), Uno nunca sabe (1993), La mesa de los Galanes (1995), Una lección de vida(1998), Te digo más... (2001), Usted no me lo va a creer (2003) y El rey de la milonga (2005). Muchos de estos relatos, de innegable sabor popular, tienen por escenario el bar El Cairo, un establecimiento real entre cuya clientela era fácil encontrar, un día cualquiera, al Negro Fontanarrosa. Este conjunto narrativo es una completa antología de singularidades humanas, conductas y situaciones que van desde la parodia delirante al trazo más fino y certero. Escribió además algunas novelas, entre las que destacan Best Seller (una imaginativa y lúdica recreación de la peripecia de un mercenario sirio cuyo nombre da título a la obra), El área 18 y La gansada. Aquejado de una enfermedad neurológica, en enero de 2007 Fontanarrosa anunció a sus lectores que su dolencia le impediría continuar dibujando con su propia mano, por lo que, a partir de aquel momento, contaría para poner en imágenes sus ideas con la colaboración de otros dibujantes, como Negro Crist (Cristóbal Reinoso) u Óscar Salas. El 19 de julio de ese mismo año, Fontanarrosa falleció en Rosario, su ciudad natal, a consecuencia de esta enfermedad. 
Fuente:biografíasyvidas.com - Foto: archivo del blog

ELOÍSA OLIVA: POEMAS

Una casa de cristal, señor
dame una casa de cristal.
Dame, señor, una casa
liviana, que brille
con el sol. Una casa
sin peso, sin historia
de la que no
pueda
escapar,
de la que no
quiera
escapar.
Dame, señor
una casa
que no sea frágil
y que no importe
cuando se rompa.


El avión, Francisca,
se pierde en el blanco.
Lejos del suelo, lo real
se limita a la cabina, la voz
de la azafata, indicaciones 
para casos de emergencia:
premisas que te alejen
de la confusión. Pero las cosas
Francisca, se parecen más al balbuceo
con que ayer intentabas darles nombre.
Y qué son los nombres, Francisca.
Los nombres
vienen dados y, cuando querés romper con ellos
se quiebra algo más grande.
Después, es como el aire deshilachado
que nos envuelve y, borrachos
por el perfume de la Gran Neblina,
vamos perdiendo
definición.


Hay que decir algo
alguna vez sobre la luz patinando
en los bananos, las hojas desflecadas
bajo el sol, sobre la brevedad
de las hojas, de su encanto.



Eloísa Oliva nació en 1978, en Buenos Aires. Vivió gran parte de su niñez y adolescencia en Neuquén y actualmente vive en Córdoba. Estudió comunicación social y cine. Sus textos han sido publicados en diversas antologías de poesía y narrativa. Publicó los libros Humus (La Creciente, 2005), 1027 (Nudista, 2010) y El tiempo en Ontario (Nudista, 2012). Fue residente en RUSA (Residencia Un Solo Artista, Rosario, 2008). Entre 2007 y 2008 formó parte de la editorial La Creciente. Trabaja en el campo de la comunicación y la cultura, especialmente ligada a la producción audiovisual y la escritura. Los tres poemas que siguen pertenecen a El núcleo de la tierra, publicado este año por Ediciones Nebliplateada.
Fuente: Eterna Cadencia

MÚSICA: GERMÁN VALDÉS


"La gloria eres tú"

Subido por Isaac Velázquez






"Contigo"

Subido por: Germán Valdéz "Tin Tan" Tema

Provided to YouTube by The Orchard Enterprises Contigo · Germán Valdes TIN TAN Canciones de Sus Películas ℗ 2013 Orfeon Released on: 1997-02-06 Music Publisher: EMMI Auto-generated by YouTube.


Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés y Castillo (Ciudad de México, 19 de septiembre de 1915-Ciudad de México, 29 de junio de 1973), más conocido por su seudónimo "Tin Tan", fue un actor, cantante y comediante de la época del cine de oro mexicano, quien actuó en películas como Calabacitas tiernas, El rey del barrio, El revoltoso, etc.

Trabajó como actor de doblaje en películas de Walt Disney, como Los Aristogatos, donde le prestó su voz al gato O'Malley, El libro de la selva donde hizo la voz de Baloo y la narración del cortometraje de suspenso La leyenda de Sleepy Hollow y el Señor Sapo.
Hizo célebre en su tiempo al personaje del pachuco. Fue hermano de Ramón Valdés (conocido por interpretar a Don Ramón de El Chavo del Ocho), de Antonio Valdés Castillo, también cómico del programa Puro Loco, y de Manuel "Loco" Valdés. Su hija Rosalía Valdés fue cantante en los años 1985.
Padeció una hepatitis que le ocasionó posteriormente cirrosis hepática complicada y que junto a un cáncer de páncreas causaron su fallecimiento el 29 de junio de 1973 en México. Al morir no dejó fortuna debido a que Televisa confiscó todo, sólo un testamento en el cual cobijaba a su esposa Rosalía y sus hijos Rosalía y Carlos que en ese entonces eran menores de edad.
Fuente: Wikipedia / YouTube / Foto: El País

viernes, 24 de enero de 2020

QUINTEROS: RÁFAGA



Tu madre me dijo que la primera vez que volaste, fue en una tarde de otoño.
Ella estaba calentando el agua en la pava para tomar unos mates y que a vos te miraba a través de la ventana. y veía cómo jugabas con la soga para saltar debajo del fuerte sol de la siesta. Cuando de repente llegó una fuerte ráfaga de viento que te levantó envuelta en una blanca nube que pasaba y te alejó de ella para siempre.

Por eso, ella guarda tus zapatillas en la mesita de luz. 



En la secundaria me dijeron que también te recuerdan.
Ellos dicen que una tarde, mientras arriabas la bandera, llegó una fuerte ráfaga de viento, que te envolvió en ella, y que te elevó hacia al cielo, ante el griterío ensordecedor de tus compañeros asombrados. 
Compungidos, me afirmaron que nunca más tuvieron noticias tuyas.

Por eso, la Directora, guarda tus guillerminas en la Dirección.



Algunos recuerdan tu paso por la Facultad de Arquitectura.
Dicen, haciendo un gran esfuerzo en recordar con sincera certeza, que vos estabas dibujando en tu tablero, cuando de repente por los amplios ventanales, entró una fuerte ráfaga de viento que te arrojó hacia afuera envuelta en una de las cortinas.

Por eso, El decano entregó tus mocasines a la Policía.



Anda dando vueltas por aquí, un señor que dice ser tu marido legal, para ello, me muestra la libreta de casamiento expedida por el Registro Civil de la Seccional Novena.
Fue una mañana, dice, y que por la noche se iban a casar en la Parroquia Santa Inés, cuando de repente y ante los ojos de todos los invitados, llegó una fuerte ráfaga de viento que te elevó envuelta en tu blanco vestido de novia y con un ramillete de violetas en las manos.

Por eso, el cura Ramón, guarda tus zapatos en la sacristía.


La prensa se hizo eco de tus vuelos misteriosos y brindó una amplia cobertura del caso.
La policía aún mantiene un hermético silencio.
La Iglesia estudiaba los acontecimientos en sus archivos.
La oposición elevó un pedido de informes al oficialismo, para que se le brinde a la opinión pública, explicaciones sobre lo ocurrido, llamándole a tus desapariciones causa de interés Nacional. Las presiones sobre las instituciones se fueron haciendo insoportables y se registraron algunas renuncias a ciertos cargos.



Nosotros, los que te queremos, los que te conocimos, cada vez que hay un fuerte viento, miramos hacia el cielo con la secreta esperanza de volverte a ver, envuelta esta vez en vaya a saber qué cosa. Pero aspiramos a volverte a ver.


Yo te recuerdo cariño. Te recuerdo cuando una vez, de madrugada, abriste la ventana del dormitorio de mi casa del barrio Rosedal y, envuelta en una de mis sábanas, te fuiste con la fuerte ráfaga que soplaba desde el sur. Sin decirme adiós.

Por eso, tus sandalias, están guardadas en mi placard.


©Walter Ricardo Quinteros
Editor

TOLSTÓI: DEMASIADO CARO



Existe un reino pequeñito, minúsculo, a orillas del Mediterráneo, entre Francia e Italia. Se llama Mónaco y cuenta con siete mil habitantes, menos que un pueblo grande. La superficie del reino es tan pequeña que ni siquiera tocan a una hectárea de tierra por persona. Pero, en cambio, tienen un auténtico reyecito, con su palacio, sus cortesanos, sus ministros, su obispo y su ejército.

Este es poco numeroso, en total unos sesenta hombres; pero no deja de ser un ejército. El reyecito tiene pocas rentas. Como por doquier, en ese reino hay impuestos para el tabaco, el vino y el alcohol y existe la decapitación. Aunque se bebe y se fuma, el reyecito no tendría medios de mantener a sus cortesanos y a sus funcionarios, ni podría mantenerse él, a no ser por un recurso especial. Ese recurso se debe a una casa de juego, a una ruleta que hay en el reino. La gente juega y gana o pierde; pero el propietario siempre obtiene beneficios. Y paga buenas cantidades al reyecito. Las paga, porque no queda ya en toda Europa una sola casa de juego de este tipo. Antes las hubo en los pequeños principados alemanes; pero hace cosa de diez años, las prohibieron porque traían muchas desgracias. Llegaba un jugador, se ponía a jugar, se entusiasmaba, perdía todo su dinero y, a veces, incluso el de los demás. Y luego, en su desesperación, se arrojaba al agua o se pegaba un tiro. Los alemanes prohibieron a sus príncipes que tuvieran casas de juego; pero no hay quien pueda prohibir esto al reyecito de Mónaco: por eso sólo allí queda una ruleta.

Desde entonces, todos los aficionados al juego van a Mónaco, pierden su dinero y el beneficio es para el rey. Por medio de un trabajo honrado no puede uno construirse palacios. El reyecito de Mónaco sabe que eso no está bien, pero ¿qué hacer? Es necesario vivir. No es mejor mantenerse de los impuestos sobre el alcohol o el tabaco. Así es como vive ese reyecito. Reina, amasa dinero y gobierna, desde su palacio, lo mismo que los grandes reyes. Lo mismo que ellos, se corona, organiza desfiles y paradas, concede recompensas, ajusticia, indulta, celebra consejos, decreta y juzga. Gobierna como los auténticos reyes. La única diferencia es que en Mónaco todo es pequeño.

Una vez, hace cosa de cinco años, hubo un crimen en el reino. El pueblo de Mónaco es pacífico; y nunca había allí sucedido tal cosa. Se reunieron los jueces para juzgar al asesino. En el tribunal había jueces, fiscales, abogados y jurados. Después de juzgarlo, lo condenaron, según la ley, a la última pena, a la decapitación. Presentaron la sentencia al rey. Este la confirmó. No había más remedio que ajusticiar al criminal. La única desgracia es que no hubiese en el reino guillotina ni verdugo. Después de pensarlo mucho, los ministros decidieron escribir al Gobierno francés, preguntándole si podía mandarles la máquina y el verdugo para cortar la cabeza al criminal. Al mismo tiempo, pidieron que los informase, a ser posible, de los gastos que esto supondría. Al cabo de una semana recibieron la contestación: podían enviar la máquina y el verdugo: los gastos ascendían a dieciséis mil francos. Se lo comunicaron al reyecito. Éste meditó largo rato. ¡Dieciséis mil francos!

–¡Ese bribón no vale tanto dinero! ¿No se podría arreglar el asunto más económicamente? Para obtener esa cantidad, todos los habitantes del reino tendrían que pagar dos francos de impuesto. Les parecería mucho. Podrían sublevarse –dijo.

Celebraron consejo. ¿Cómo solucionar el problema? Se les ocurrió preguntar lo mismo al rey de Italia. Francia es una República, no respeta a los reyes; en cambio, como en Italia hay un rey, tal vez cobraría menos. Escribieron. No tardaron en recibir contestación. El gobierno italiano les decía que con mucho gusto mandaría la máquina y el verdugo. El total de los gastos, con el viaje incluido, ascendería a doce mil francos. Era más barato; pero no dejaba de ser una cantidad elevada. Aquel canalla no valía tanto dinero. Cada habitante tendría que pagar casi dos francos de impuesto. Volvió a reunirse el Consejo. Pensaron en la manera de arreglar esto de una manera más económica. Quizá algún soldado quisiera cortar la cabeza al criminal, de un modo rudimentario. Llamaron al general.

–¿No habrá algún soldado que quiera decapitar al asesino? Sea como sea, cuando van a la guerra matan; y eso es lo que se les enseña.

El general habló con sus soldados. ¿Quería alguno cortar la cabeza al criminal? Todos se negaron. “No, no sabemos hacer esto; no lo hemos aprendido”, dijeron.

¿Qué hacer? Meditaron mucho, nombraron un comité, una Comisión y una Subcomisión. Por fin hallaron el medio de arreglar el asunto. Había que conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua. De este modo, el rey demostraría su misericordia y al mismo tiempo habría menos gasto. El reyecito se mostró de acuerdo; y resolvieron adoptar esa solución. La única desgracia era que no hubiese una prisión especial donde encerrar al criminal para toda la vida. Había pequeños calabozos en los que se encerraba temporalmente a los culpables; pero se carecía de una buena prisión. Finalmente, encontraron un lugar. Encerraron al criminal y le pusieron un guardián.

Éste vigilaba al delincuente y le traía la comida de la cocina de palacio. Así transcurrieron doce meses. A fin de año, el reyecito hizo el balance de los gastos y de los ingresos. Y se dio cuenta de que el criminal constituía un gasto bastante considerable. En un año había ascendido a seiscientos francos su comida y el sueldo del guardián. El criminal era joven y sano; tal vez viviera aún cincuenta años. No era posible seguir así. El reyecito llamó a sus ministros:

–Busquen el medio de que este canalla nos cueste menos dinero. Así nos resulta demasiado caro –les dijo.

Los ministros se reunieron en Consejo y meditaron largo rato. Uno de ellos dijo:

–Señores, creo que hay que suprimir el guardián.

–El criminal se escaparía –replicó otro.

–Si se escapa, ¡al diablo!

Informaron al rey. Éste se mostró de acuerdo. Suprimieron al guardián y esperaron a ver qué pasaría.

Al llegar la hora de comer el criminal buscó al guardián; y, al no encontrarlo, se dirigió en persona a la cocina de palacio en solicitud de la comida. Cogió lo que le dieron, volvió a la prisión y cerró la puerta tras de sí. Salía a buscar la comida, pero no se escapaba. ¿Qué hacer? Pensaron que debían decirle que no se le necesitaba para nada, que podía irse. El ministro de Justicia lo llamó.

–¿Por qué no se va usted? Nadie lo vigila, puede marcharse libremente: al rey no le parecerá mal.

–Pero yo no tengo adónde ir. ¿Dónde quiere que vaya? Me han cubierto de oprobio con la sentencia; ahora nadie querrá tratarme. Me he apartado de todo. Ustedes proceden injustamente conmigo. Eso no se puede hacer. En primer lugar, si me han condenado a muerte, tenían que haberme matado. Aunque no lo han hecho, no he protestado. En segundo lugar, me condenaron a cadena perpetua y me pusieron un guardián para que me trajera la comida; pero no han tardado en quitármelo. Tampoco he protestado. He ido a buscarme la comida personalmente. Ahora me dicen que me vaya; pero esta vez, arréglenselas como quieran; no pienso irme –replicó el criminal.

De nuevo celebraron Consejo. ¿Qué hacer? ¿Qué solución tomar? El criminal no se iba. Después de pensarlo mucho, decidieron asignarle una pensión. Era la única manera de librarse de él. Informaron al reyecito.

–¡Qué le hemos de hacer! Hay que terminar como sea –dijo éste.

Asignaron al criminal una pensión de seiscientos francos y así se lo comunicaron.

–Bueno; si me pagan puntualmente, me iré.

Así se decidió la cosa. Entregaron al criminal la tercera parte de la pensión por adelantado. Este se despidió de todos y abandonó el dominio del reyecito. Viajó sólo un cuarto de hora por ferrocarril. Se instaló cerca del reino, compró una parcela de tierra, puso una huerta y un jardín y vive muy feliz.

En fechas determinadas, va a Mónaco a percibir su pensión. Después de cobrar, entra en la casa de juego y pone dos o tres francos. Algunas veces gana; otras pierde y vuelve a su casa. Vive apaciblemente.

Menos mal que no delinquió en un lugar donde no se repara en gastos para decapitar a un hombre ni para mantenerlo en la cárcel toda la vida.


León Tolstói
El conde Lev (o Lyov) Nikoláievich Tolstói (en ruso: Лев Николаевич Толстой), también conocido en español como León Tolstói (Yásnaia Poliana, 28 de agosto / 9 de septiembre de 1828.-Astápovo, en la actualidad Lev Tolstói, provincia de Lípetsk, 7 de noviembre/ 20 de noviembre de 1910), fue un novelista ruso, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura mundial. Sus dos obras más famosas, Guerra y paz y Ana Karénina, están consideradas como la cúspide del realismo ruso, junto a obras de Fiódor Dostoyevski. Sus ideas sobre la «no violencia activa», expresadas en libros como El reino de Dios está en vosotros, tuvieron un profundo impacto en grandes personajes como Gandhi y Martin Luther King.