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viernes, 28 de agosto de 2015

IBARRECHEA: EL EMBOTELLADOR DE SUEÑOS

Sueño, y a cada sueño le asigno un pequeño frasquito de vidrio. Por la mañana, tapo los frasquitos con un corchito. A los frasquitos los guardo en la biblioteca. La biblioteca está encima y a los costados de la mesa del escritorio. Sobre el escritorio, el teclado de una computadora, espera. 
Abajo, al costado, derrotada, exhausta y en trámites de jubilación, descansa una vieja máquina de escribir Olivetti.

Cuando destapo los frasquitos, los sueños caen sobre el teclado perezoso. Pero hoy, las pequeñas botellitas de vidrio permanecerán cerradas. 
Hoy miro por la ventana hacia el cielo.

El que no ve nada en el cielo, es porque no tiene alma de escritor.
Algunas nubes tienen formas de dragones.
Otra, de una princesa asustada que mira desconcertada a los dragones.
Y más allá, otra nube se parece a un castillo.
Entonces desenfundo mi lapicera justiciera y concurro en defensa de la desprotegida princesa. Los dragones, sorprendidos por mi arrogancia, huyen temerosos entre rayos y centellas. La princesa, agradecida, me dice que no la deje sola. No esta noche, Caballero.

El que no ve nada en el mar, es porque no tiene alma de escritor.
Algunas olas tienen forma de piratas.
Otra, de una sirena asustada que mira desconcertada a los piratas.
Y más allá, otra ola se parece a un barco.
Entonces desenfundo mi lapicera justgiciera y concurro en defensa de la desprotegida sirena. Los piratas, sorprendidos por mi valentía, huyen entre los oleajes espumosos. La sirena, agradecida, me dice que no la deje sola. No esta noche, Bucanero.

Por eso escribo nena, para que me pidas que no te suelte la mano, no esta noche.

En algunos frasquitos tengo algunos sueñitos locos.
"Todos mis hijos me llaman para preguntarme en qué lugar del mundo estoy escribiendo. Pero al intentar responderles, el celular pierde la señal en el medio del mar.
Entonces me siento en la balsa y les escribo una carta. Y arrojo la botella en el océano."

"Viene a casa el señor que arregla máquinas de escribir, se pone los anteojos. Examina la vieja máquina de escribir Olivetti. Me mira con sus ojos tiernos y cansados. Yo entiendo su mirada compasiva y cubro mi vieja máquina con una sábana."

En algunos frasquitos tengo algunos sueñitos relocos.

"Algunos de mis personajes me reclaman más protagonismo argumentando la cantidad de veces en que fueron leídos. Otros esperan para salir a escena los viernes en este blog. Hasta aquellos lugares que recorro me hablan al oído para que los describa."

Pero el mejor de todos y que se repite en todos los pequeños frasquitos guardados en la biblioteca  de este embotellador de sueños, es aquel en el que tú me dices. Después de la cena. Después de la ducha juntos. Después de volver a acostarnos... 
Que no te suelte las manos. No esta noche, amor.

Por eso escribo.











José Antonio Ibarrechea.
(Nació en la ciudad de Deán Funes, Córdoba, Argentina a mediados del siglo XX, Autor de dos libros, numerosos cuentos y "algo de poesía, pues no la entiendo" -me señala-.Vivió en las ciudades de Itapeva, Torres, Río Grande do Sul en Brasil, Y en Córdoba, Buenos Aires, Paraná. Actualmente reside en Cruz del Eje, Argentina) Fuente: Berenice Weber - diceelwalter.blogspot.com - Foto: diceelwalter.blogspot.com 

CHUÑI BENITE: EL HOMBRE DE LOS BARRILETES QUE IBAN HASTA LOS LÍMITES DE LA ESTRASTÓFERA

Se cumplen hoy ocho años de la desaparición física de Carlos Edolver Brizuela, alias "Pandorga". No podría haber tenido otro apodo este hombre que fue todo un artista del mundo de los barriletes, objetos que amó descontroladamente y por lo que luchó para que fueran reconocidos como seres vivos. Fue suya la máxima proeza obtenida en el rubro: llevó una cometa propia hasta el límite superior de la estratósfera.
Aunque el tiempo es paciente y tarde o temprano coloca hojas secas sobre todas las memorias, en Villa San Juan se lo recuerda cada 11 de noviembre con una competencia pandorgueril. Allí, niños, jóvenes y adultos recrean la leyenda de Brizuela. Y no falta, por supuesto, el relato de la ocasión en que castigó a Villa San Martín con siete días de noche interminable.
Destino marcado
Había nacido el 26 de marzo de 1935 en los suburbios de Asunción. Él y sus cinco hermanos quedaron huérfanos cuando Carlos tenía seis años, a raíz de una epidemia de fiebre amarilla.
Una tía se hizo cargo de él. El niño casi no hablaba. No lloraba pero tampoco reía. Pasaba las horas ensimismado, jugando en la tierra o explorando el monte mañanas enteras. En una de esas caminatas, vio el pájaro de papel azul bailando por encima de las copas de un paraisal. Corrió, corrió, corrió. Llegó jadeando al niño que, junto a su padre, sostenía el hilo del barrilete. No podía creer el prodigio.
Según el mito, ni siquiera se ocupó de pedir prestado por unos minutos el mando del juguete volador. Retornó a toda carrera al rancho, y se obsesionó con construir algo como lo que había observado. Ni los zamarreos de oreja ni el castigo de quedar sin comida ni las amenazas de internación en un albergue estatal lo intimidaron. Estuvo cuatro días seguidos sin dormir, sin comer, sin dejar de intentar una y otra vez completar un barrilete propio. Cada fracaso era una maldición, pero también el comienzo de una nueva tentativa.
Lo consiguió una noche de relámpagos. Le salió horrible, un polígono irregular sostenido por pequeñas tacuaras que tensaban papeles de diarios y de paquetes de azúcar, atados con pedazos de cuerdas y crines de caballos. La cola era un vestido de su tía hecho jirones. El ovillo de hilo para remontarlo fue el resultado de infinitos empalmes luego de deshilachar unas arpilleras de la humilde vivienda.
Dicen que ese niño rió por primera vez, que sus carcajadas eran torpes como una alegría bebé que daba sus pasos iniciáticos, que al mismo tiempo lloraba porque esa risa primera le lastimaba la garganta virgen, que bailaba descalzo sobre curubicas de ladrillos, que cada metro de ascenso de su creación le agrandaba más los ojos, que la tormenta tardó en desatarse porque los suspiros de él la dejaban sin aire para empezar. Pero otros dicen que la lluvia se demoró porque el cielo quería darle un ratito más de felicidad.
Azules del Chaco
Las necesidades fueron empujando a Alba (la tía de Carlos) hacia otras tierras. En 1954 llegó al Chaco, y se instaló en Resistencia, en lo que hoy es Villa San Juan. Carlos era un joven moreno como el olvido, fibroso, desentendido de casi todo y que seguía riendo sólo cuando hacía volar sus obras.
Para entonces lo que hacía ya era asombroso. La pobreza familiar no le permitía invertir demasiado en cada pandorga, pero de la nada sacaba maravillas. En el barrio se ganó una admiración tan inmediata como silenciosa, sobre todo entre los hombres, que consideraban una mariconería dar felicitaciones por barriletes. Las mujeres, en cambio, le lanzaban miradas que él no advertía o ignoraba por completo.
Para los chicos era un ídolo. Cuando lo veían salir de la pequeña casita de maderas amarillas, se arremolinaban junto a él,  esperando que estrenara una pandorga más. Él parecía disfrutarlo, y se ocupaba de elegir muy bien los nombres de sus criaturas. Los deleitaba con la paloma desesperada (una cometa que semejaba al ave y que con leves movimientos de mando dibujaba inmensos arcos a toda velocidad), el alma viajera de madre (varillas extremadamente finas y polietileno transparente que volvían casi invisible al barrilete, del que apenas se percibían los reflejos del sol, con un vuelo suave y lento), la rosa sin sueños (construida con pétalos de papel gris que más se abrían a medida que ganaba altura) y el vientre eterno (favorito de las comadres, un barrilete blanco que al llegar a lo alto liberaba otros ocho de distintos colores y diseños).
Alba enfermó de Lupus, y Carlos comenzó a trabajar en el puerto de Barranqueras. Él salía a las cinco y media del barrio, en una bicicleta oxidada, llevando dos o tres de sus pandorgas volando a sus espaldas. Ese inefable hábito le generó más de una pelea a trompadas con estibadores amigos de las burlas despiadadas. Regresaba a la tarde, vencido, negro de carbón o blanco de harina, la espalda quebrada. Pero masticaba su galleta, bebía su matecocido, y se iba al patio a cortar tacuaras y pegotear retazos.
Ese otro barrilete
Un día Carlos se estampilló contra el amor. Fue al salir de una de las farmacias del centro. Ella se llamaba Clara, y vivía en Villa San Martín. No se dijeron nada, pero los dos supieron lo que había pasado tan pronto se enredaron las miradas. Él, abrumado por lo que nunca había sentido y ni siquiera sabía cómo llamar, sólo atinó a aproximarse y preguntar: "¿Cómo?" Ella, sin entender por qué entendía eso tan escaso, le contestó: "No sé, fijate vos, buscame".
"Qué cagada, las de Villa San Martín son jodidas",  le dijo el literato Chuñi Benite cuando él se le apareció en plena siesta para pedir consejo. "Buscate una de Villa Prosperidad, consumen poco y casi no hacen ruido", completó el escritor, como si Carlos le hubiera estado preguntando sobre ventiladores y no sobre quereres.
Pandorga no hizo caso, y por supuesto que averiguó dónde vivía ella. Pero el primer amor, así como algunos jabones en polvo, suele venir acompañado -cinta adhesiva mediante- de otro producto. Más concretamente, de un notable estado de imbecilidad. Tocó el timbre de la casa, que tenía un pequeño zaguán lleno de macetas con sandalias. Lo atendió una mujer con cara de torno odontológico. Carlos seguía sin saber cómo se remontan las palabras. "Me gusta la hija", alcanzó a expresar. La mujer afinó la mirada, como si esperara que alguien le completara la historia, miró el barrilete verde bailando allá arriba,  vio que el hilo terminaba en la mano derecha del muchacho. Pensó un momento, avisó que llamaría a la policía y cerró la puerta.
Aconsejado por Benite y otros hombres sabios, Brizuela logró encontrarse con la muchacha en otros puntos de la ciudad, incluido el domicilio del propio hombre de letras, que lo facilitó mañanas enteras para que Carlos y Clara, al decir de Benite, pudieran "remontar los barriletes del deseo hasta hacerlos rebotar en los fondos de las nubes dulces que las pieles esconden detrás del sentir". Dicen -pero es imposible saber si fue cierto- que Pandorga se entregaba sin soltar su barrilete favorito, una luna roja y brillante, que salía por la ventana y corcoveaba en el firmamento al ritmo de la pasión matinal.
Pero la fatalidad iba juntando las mejores cartas. Los padres de Clara comenzaron a sospechar y luego se cruzaron con los chismes adecuados, para atar cabos e iniciar su propia investigación. La luna roja hizo el resto, y hallaron a ambos en la más innegable de todas las fases del amor.
Les prohibieron a los dos el contacto y a ella cualquier salida de la casa. Furioso, Carlos amenazó con tomar represalias. Se le rieron en la cara. Entonces con dos mil barriletes negros estuvo una semana tapando la luz del sol para toda Villa San Martín. Se dormía parado, las manos sangrantes abriéndose lentamente hasta que un renacer de la voluntad las cerraba otra vez, trescientos hombres movilizados por Benite rodeándolo para impedir que el iracundo vecindario pudiera cortar los hilos. Fueron siete días de oscuridad y peleas cuerpo a cuerpo. Las plantas se secaban, los tordos y gorriones caían de tristeza, los amantes morían asfixiados.
El adiós
En medio de esas sombras, la madre de ella planteó una salida clásica: dejar todo y que la familia se fuera a vivir a otro lugar. Se instalaron en Sáenz Peña, 160 kilómetros al oeste de Resistencia. Allí, un día de enero, el calor y un lejano murmullo de flecos despertaron a Clara. Se asomó por la ventana y vio los 88 barriletes que Carlos, desde la capital provincial, remontaba para escribir en el cielo "Te amo, Clara". Fue un esfuerzo feroz del muchacho, más aún luego de la epopeya del oscurecimiento barrial. Le costó cuatro dedos de la mano izquierda.
Los padres de Clara, entonces, emprendieron una nueva mudanza, y esta vez fue imposible conocer hacia dónde. No iban a permitir que un don nadie le arruinara a la chica un futuro que debía estar marcado por la prosperidad y el brillo.
Cayeron los años como pomelos. Carlos se fue volviendo más flaco, más silencioso, más desinteresado de todo. Alba murió en 1977, y se quedó completamente solo. Siguió con los barriletes, que se tornaron más aparatosos y temibles. A su modo, también más deslumbrantes. "Mapa del destino", se llamaba una enorme estructura de tablas y cartones que remontó en 1981. Medía 63 metros de altura por 48 de ancho y 35 de profundidad. Pero no se aproximaba a un cubo ni a ninguna figura geométrica. Parecía un pequeño mundo caótico, cruzado por rectángulos y líneas irregulares, repleto de elementos simbólicos como estrellas de ojos arrancados, perros alados y ángeles recolectores de residuos. La Seccional Primera, por las dudas, lo metió preso. Lo golpearon una noche entera, también por si acaso.
En 1988 fue su desafío más conocido. Los medios locales informaron que el 12 de junio de ese año intentaría alcanzar la estratopausa (límite superior de la estratósfera) con una pandorga. Le dio a su cometa un diseño inédito, extraño, semejante al de una gran semilla de maíz. De ese modo, decía, iba a lograr que el barrilete ascendiera verticalmente en lugar de inclinarse hacia la superficie de la Tierra, como ocurre normalmente por la acción del viento. Tardó diez días en remontarlo por completo. Las agencias espaciales norteamericana y soviética registraron el logro, pero se negaron sistemáticamente a reconocerlo oficialmente. A Brizuela no le importó. Apenas se sonrió cuando toda Villa San Juan saltó y bailó a su alrededor para festejar la proeza, y prefirió quedarse en su casa cuando lo invitaron a completar la celebración con un cascoteo masivo a los techos de Villa Los Lirios.
En 2005, el escribano Lugano, al regresar de un viaje por Trento, Italia, le hizo un comentario que lo paralizó: "Me pareció verla a la Clara allá, en parte la reconocí y en parte noté que ella me miraba dándose cuenta de que yo la estaba reconociendo, pero no pude hablarle porque se fue rápido entre la gente".
Brizuela se alejó sin decir palabra y se encerró en la casilla. Durante semanas se lo vio trabajar en el patio, que seguía demarcado sólo por un tejido metálico. El 11 de noviembre una multitud se acomodaba a los codazos frente a la vivienda. El anciano se sobreponía a su espalda torcida, a sus rodillas operadas, a un catarro eterno. Lo cubría la sombra de una especie de gigantesca barca de colores que iba alzando vuelo. "¿Alguien sabe para dónde mierda está Italia?", preguntó al gentío. "Más o menos para allá calculale", contestó el Colorado Machain, sacudiendo la mano de modo impreciso.
La descomunal armazón siguió ganando altura, merced a una ventisca que llegaba desde el sudoeste. "Perfecto", dijo Pandorga. Apretó más las manos nudosas y cubiertas por los lunares de la vejez, se ciñó el piolín y lo vieron irse. 
Cuentan que se reía, que se reía un montón.

Chuñi Benite
Con la autorización de:
"Acsión Ñerética Resistencia"
htttp://www.angaunoticias.com.ar


FELIPE GAÚCHO: ROB WOODCOX Y SUS FOTOGRAFÍAS

FOTÓGRAFO SURREALISTA ADOPTADO, ILUSTRA LOS

SUEÑOS Y MIEDOS DE LOS NIÑOS HUÉRFANOS

Dueño de una visión lúdica e inspiradora, el fotógrafo Norteamericano revive sus propias memorias, y las mezcla con las esperanzas de los niños. El resultado son realidades paralelas traduzidas en imágenes que parecen salidas de un cuento de hadas.

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Rob Woodcox es un texano que fue adoptado cuando era un bebé. Inspirado en sus propias memorias, y atento a sus necesidades de pequeños huérfanos o abandonados que buscan un nuevo hogar, decidió ilustrar las historias de los niños que conoció cuando procuraba un abrigo.

Woodcox no es un fotógrafo qualquiera. Nitidamente fascinado por el universo lírico d e la infancia, es capaz de crear escenarios surreales que materializan los desafíos, los miedos, y los sueños y los triunfos de aquellos que fotografía.

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“Esos niños pasan por una fase complicada, hasta que consiguen confiar en sus nuevas familias"  El fotógrafo comenta, en una entrevista dada al Daily Mail sobre su serie Stories Worth Telling. “Durante la creación de esas imágenes, quise incluir emociones venidas de las experiencias más sombrías, más también de las esperanzas más verdaderas de esos pequeños. Quiero que encaren a la vida como una jornada, de la cual todos tengan la chance de  salir victoriosos".

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Aunque trabajadas, sus fotos cargan narrativas misteriosas que se revelan poco a poco, en cada nuevo detalle descubierto por la mirada de quien las aprecia. 
La composición de una escena llega a demorar hasta un día entero, hasta que los modelos asuman sus posiciones y la toma sea efectiva. Eso es solo el comienzo, después la producción es trabajosa, comparar las imágenes y el aspecto onírico que les son tan características.

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Rob fotografía todo lugar que juzga como potencial localización para una sesión futura. Cuando alguna idea se aplica a un local en cuestión, lo vuelve a visitar, esta vez con auriculares en los oídos y la cabeza inundada de música. Pasea por bosques, construcciones abandonadas o desiertos, y en las caminatas sin pretensiones, nacen las ideas de la iluminación, puesta en escena y arte, que se combinan en las escenas a ser montadas y capturadas mas tarde.

El texano cuenta que tuvo una infancia llena de cariño, y que la serie "Stories Worth Telling" es producto de sus ansias en tratar de retribuir ese bien, concediendo  a los niños sin hogar,  el derecho a soñar con un futuro mejor -que se concretó en su caso particular-, Cuando  era pequeño, Woodcox quiso ser piloto de avión, planear ciudades, y hasta jardinero de Disneylandia. Ninguna de esas ambiciones se realizaron literalmente. Mas no da como para decir que las intenciones contenidas en ella, no vieran la luz. Con sus creaciones surrealistas, el fotógrafo vuela alto, construyó realidades a su placer y cultiva un jardin encantador que divierte tanto a los niños, como a los adultos.

artículo de: Felipe Gaúcho





















Rob Woodcox
traducción: Ibarrechea
foto: robwooddcox.com

Fuente: © obvious
http://lounge.obviousmag.org/onde_moram_os_nomades/2015/07/fotografo-surrealista-adotado-ilustra-os-sonhos-e-medos-de-criancas-orfas.html#ixzz3jkFlMLJh 

CÉSARE PAVESE: POEMAS


VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

esta muerte que nos acompaña

desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Será como dejar un vicio,

como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.


CELOS
1

Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos

lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa
mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.

Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles

bamboleantes -sólo han quedado mujeres

en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia

congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.

En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres

no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,

se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado

en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.

Para liarse a golpes es preciso estar solos.

Entre los compañeros siempre hay alguno que charla

y es objeto de bromas. La porfía del vino

ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.
2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Se ha sentado el viejo esta noche al borde

de su campo desnudo, pero no escruta la mancha

del seto lejano, no extiende su mano

para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Mas no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

El viejo ha advertido que la mujer sonríe

únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,

y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo

pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.

Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla

ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida

al hombro lívido. Revela en su cuerpo,

finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.



FIN DE FANTASÍA
Este cuerpo no volverá a empezar de nuevo. Al tocar las

cuencas de sus ojos,

uno nota que un montón de tierra está más vivo,
ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar
silencio en su interior.
Pero un cadáver es un resto de demasiados despertares.

No tenemos más que esta virtud: comenzar

cada día la vida -ante la tierra,

bajo un cielo que calla-, esperando un despertar.

Se asombra alguien de que el alba implique tanto esfuerzo;
de despertar en despertar, una labor ha sido efectuada.
Pero vivimos solamente para darnos en un estremecimiento
al trabajo futuro y despertar, de una vez, la tierra.
Y alguna vez ocurre. Después vuelve a callar con nosotros.

Si al rozar aquel rostro la mano no estuviese insegura

-viva mano que siente la vida si toca-,

si de veras aquel frío no fuese otra cosa que el frío

de la tierra, en el alba que hiela la tierra,
tal vez eso sería un despertar y las cosas que callan
bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla
mi mano y entre todas las cosas se asemeja
a la mano inmóvil.
Otras veces, despertarse al alba
era un dolor seco, un jirón de luz,
pero era asimismo una liberación. La avara palabra
de la tierra era alegre, en un rápido instante,
y morir era todavía regresar a ella. Ahora, el cuerpo que
espera
es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra.


Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.








Césare Pavese
Nació el 9 de septiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo, Cúneo, Italia. Su familia era de origen campesion y tuvo cinco hermanos. Estudió en Turín licenciándose en letras con una tesis sobre Walt Whitman; en esa misma época, empezó su actividad de traductor con grandes obras como Moby Dick de Melville y La risa negra de Sherwood Andersoni. Comenzó a introducirse en el mundo de la crítica literaria.
Fundó junto a otros la editorial Einaudi, de la que participó como editor hasta sus últimos días.
En el año 1934 fue nombrado director de la revista “Cultura”, donde escribió y publicó escritos antifascistas. En mayo de 1935 fue detenido por motivos políticos y confinado en Brancaleone Calabro.En 1936 regresó a Turín y publicó el libro de poesía Lavorare stanca.
La narrativa de Pavese trata, por lo general, acerca de conflictos de la vida contemporánea, entre ellos la búsqueda de la propia identidad, como en La luna y las fogatas (1950), considerada como su mejor novela.
Víctima de repetidas crisis depresivas, Cesare Pavese se suicidó el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Turín,ingiriendo doce sobres de somníferos. Fuente: poéticas.com.ar  Foto: misandria.info

MÓNICA CAZÓN: POEMAS

Poema XII
He visto las paredes cubiertas de cables
y de acero.
He conocido la desesperación por los medicamentos
y las agujas impecables.
Las horas malgastadas de dolor.
Toda la inmaculada lavandina en las almohadas
y el iodo levitando en los pasillos.
He amanecido rogando que amanezca.
El ritual de los objetos, y un cuadro arrobador
mesa de luz, palangana y jarra. Muy pocas veces una flor.
Casi invisible
ha regresado a mí tu voz
para mezclarse con las horas
para pedirme una vez más que vigile tus noches,
porque esos individuos de blanco
sólo escuchan el timbre de los muertos.


Poema XIII
Me gustan los gatos desgastados
haciéndose dueños de los techos.
Me gustan los ventanales
donde nada se aprecia, los gatos nomás
las huellas de la gente,
y la vulgar coartada de un milagro frágil
sobre los ojos, y las camas.
Me gusta saber que estas allí, del otro lado
aunque a tus brazos lo sostengan las agujas
y mi amor humano mienta.
Hacen días maravillosos, madre,
y el de la cama 21
ya domesticó su silla de ruedas.
De seguir esto así, nadie descansará en paz.


Una cuestión de poder
He doblegado las tempestades todas, las pesadillas
incluso esas que temías, las tuyas
el olor de la derrota, y aquel remoto telegrama de despido
no es imposible hacerlo
He dominado el dolor de muelas
destripado ciudades y tus gestos extraños
calmado el llanto de mis niños
y las bocanadas de recuerdo que aún conservan
la voz de mi madre y su sinecura inútil
no es imposible hacerlo.
Se puede comprar la realidad caminar por los trapecios
y azotar cualquier explicación
con renuncias, y alguna que otra mentira
a la hora del sueño.
Pero eso de perderte es otra cosa
conozco la imposibilidad total de dominar el reino de la pérdida
la tuya
esa que deja postrada la cordura del mundo
sin un submarino imaginario
sin rotación ni traslación sin plenilunios.
Conozco la imposibilidad total absoluta
irreversible
irreparable.
Certifico que entiendo lo que afirmo
eso de perderte
es otra cosa.

( Una cuestión de poder, de su libro Vida Rentada  - Poemas XII y XIII, del libro inédito Las pasajeras)


Mónica Cazón
(Tucumán 1969) Escritora. Profesora en Ciencias de la Educación. Coordina la Asociación literaria David Lagmanovich y es Miembro Adherente de la Academia Arg. de Literatura Infantil Juvenil (Tuc).Colabora en La Gaceta Literaria. Sus libros editos:Cuentos para jugar; Cuentos para soñar; Retazos de mí (microrrelatos); Cejuelas (microrrelatos); Vida rentada(poemas); Zoológico de señoras(microrrelatos); El placar de Muriel(poemas). La literatura en Tucumán (ensayo); 1era Antología Argentina de Microrrelato Infantil y Relatos Breves “El mundo de papel”; Cuando todos se duermen y Azulplata (2014).
Fuente: poesía-tucumán.blogspot.com 

Foto: festivalpoesiabsas.com

WALKER: POEMAS

INCORREGIBLE - Retrospectiva 1
Soy también esta ciudad
de hielo y asfalto
que cantan pocos poetas,
soy también ese país
tan cercano y tan lejano,
soy también la frustración
de la gente de mis tiempos
soy también la promesa
que sin nacer va muriendo,
soy también lo que no soy,
un anónimo expatriado,
soy también uno más
en las listas estadísticas,
soy también incorregible
forjador de mil proyectos. 


(mayo de 1989)


CERRAR LOS OJOS - Retrospectiva 2
Cerrar los ojos
y volverlos a abrir,
empalmar los segmentos
que forman el filme,
observar el mundo
a intermitencias,
suerte de magia
producida
precisamente por eso,
por cerrar los ojos
a intervalos regulares.

(mayo de 1989)



AUNQUE NO LO CREAS - Retrospectiva 4
Sé que por momentos 
quisieras morir 
oyendo 
una bella canción
Sé que por momentos 
quisieras, 
por unos instantes, 
dejar de respirar 
al ritmo 
del más endiablado 
y a la vez dulce 
rock and roll 
del qué tú sabes, 
o crees que sabes.
Sé que por momentos 
quisieras ser como yo, 
invadir mis terrenos, 
en la tarde prohibida, 
fenecer los domingos, 
a partir de las cuatro, 
renacer cada noche, 
al compás de algún blues
Sé que por momentos 
quisieras queriendo, 
vivir en la noche, 
labrar la esperanza, 
morir el ardor, 
llorar las mañanas, 
delirio de ensueños, 
correr por la playa, 
arenas de amor, 
diademas de viento 
coronando el cielo, 
tu pelo a las cinco 
resplandor divino, 
rojo al renacer. 
Sé que por momentos 
tú mueres la tarde 
por siempre impaciente, 
sin nunca 
poder entender, 
que seguro es nada 
y es hoy el mañana, 
tu vida es la muerte, 
y mi muerte es la vida, 
el corazón late 
y la sangre fluye, 
profundos anhelos 
resurgen también, 
el sol pega fuerte 
y el viento en el rostro, 
ecos ancestrales 
retornan sin fin.

Sé que por momentos, 
aunque no lo creas, 
sé que por momentos 
lo sabes también.

(Junio 2002)



© Eytán Lasca-Szalit, (Walker) 
Uruguayo y ciudadano español nacido en el siglo XX. Trotamundos. Amante del cine y el teatro, lector apasionado y ecléctico. Actor en español y en inglés (hasta en japonés si hace falta), poeta, traductor e intérprete, entre otras cosas. Un ser desconocido y fantasmal, a veces ángel, otras demonio y frecuentemente ambas cosas, le dicta poemas y cuentos de vez en cuando. Reside en EE.UU. Fuente: loscuentos.net

DARÍO LEIVA: POEMAS

TU RECUERDO
Son estas lágrimas que asoman en mis ojos

el gran dolor que me provoca tu partida

y al zozobrar para encallar sobre mi boca
dibujan surcos de tristeza en mis mejillas.

Solitario, igual que un barco abandonado
viajo sombrío, transitando a la deriva
pero tu adiós ha desatado una borrasca
la que se torna incontenible en mis pupilas.

Dolorida mi alma, su timón ha perdido
y navega indefensa por el mar de la pena
mi ilusión es una ancla lanzada a lo insondable
cementerio de naves que ya nunca regresan.

No sé, si yo; encontraré quizás la forma
que este naufragio no dilate más mi pecho
pues agoniza el corazón en lo profundo
y me persigue para siempre…tu recuerdo.


LIBERTAD
Libertad...oxígeno del alma, abismo para el mar
sonrisa de la luna; de sol, un huracán
cobija del mendigo que vaga en soledad
cometa que en el hombre prefiere navegar.

Libertad...eslabón agrietado que deseamos hallar
camino de esperanza que surca libertad
desierto de la isla donde habita la paz
bandera de una lucha que no claudicará.

Libertad...sensación invisible sedienta de igualdad
poetas perseguidos que intentan acallar
fragancia de las aves, del pájaro el volar
corazón que aunque muera, jamás se detendrá.

Libertad...amor que algún día, irse dispondrá
semilla que en la tierra por siempre ha de brotar
un llanto transparente que tiene que aflorar
osado sentimiento difícil de alcanzar.
















Darío Leiva


Poemas del libro "Tan Sólo Sentimiento"

Fuente: daroleiva.blogspot.com

Foto: facebook