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viernes, 26 de noviembre de 2021

ENTREVISTA A SONIA RABINOVICH

 LA MAGIA ORACULAR DE OLGA OROZCO, LA INANICIÓN TRANSGRESORA DE PIZARNIK

Por Rolando Revagliatti

Sonia Rabinovich nació el 5 de marzo de 1955 en Córdoba, donde reside —Barrio Villa Belgrano—, capital de la provincia homónima, la Argentina. Es Profesora y Licenciada en Letras Modernas (1975) por la Universidad Nacional de Córdoba. Desde 1984 coordina talleres de creación literaria. Dictó seminarios sobre Julio Cortázar, Clarice Lispector, Roberto Juarroz, Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges. Participó en congresos, festivales, simposios efectuados en su país, así como en España y Estados Unidos. En diarios y revistas nacionales —“La Voz del Interior”, “Alguien Llama”…— y extranjeros —“Movimiento Actual” de México, “El Alambique” de España, “Orizont Literar Contemporan” de Rumania—, y en antologías y volúmenes compartidos, fueron difundidos sus poemas y ensayos. Entre 1989 y 2013 aparecieron sus poemarios “Palabra de mujer”, “Poemas para conjurar el miedo”, “Late Jerusalem” (con pinturas de Carlos Alonso), “Versión libre del paraíso” (2º Premio “Fundación Argentina para la Poesía” 1999), “Los nombres de la herida” (2º Premio Concurso Nacional “Luis de Tejeda” 2002), “Escrito en la espalda”, “La barca de las especias” y “Mujeres rotas” (Mención Concurso Nacional “Luis de Tejeda” 2011).

1 — Apuntando a nuestros lectores más remotos, Sonia, ¿nos hablarías de tu ciudad (y de vos en ella), de aquella capital de los sesentas y de los setentas? Además de residencial, ¿cómo es Villa Belgrano?

SR — Córdoba es mi lugar en el mundo, más allá de haber nacido acá; experimenté al volver de algunos viajes que no me gustaría vivir en otro lado; lo digo puntualmente en un poema que fue escrito en una de esas ocasiones: “Camino mapas y vuelvo desalmada/ a buscar entre tus brazos/ calicanto y neón para el amparo // envuelvo mi nostalgia en el infierno de árbol/ que es Saldán a esta hora de las ganas/ cuando las arrugas del agua/ trepan el muslo templado de la piedra/ y seducen su mítico cansancio // Me dejo llevar impresionista hasta Van Gogh/ pintando la hojarasca en jarrones de sueños/ por las siestas junto a Villa Belgrano/… Cómo saber por qué todo me llama/ si es una plaza un cielo una cañada/ con un hilo de voz como la mía/…” Dentro de la misma capital de la provincia me mudé de casa varias veces, sin embargo, me siento perteneciente a Villa Cabrera, barrio donde transcurrió mi infancia y adolescencia, y al que llegué cuando era casi campo y donde ni siquiera el ómnibus del jardín de infantes entraba. De aquella primera vida, dentro de todas las que viví, recuerdo el río cerca y las incursiones por las siestas con mis amigos, botella en mano buscando mojarritas, mientras los adultos dormían. La felicidad de sentarme en el asiento secreto que se abría en la parte del baúl de la voituré de mi abuelo. De los setentas te puedo contar de la Córdoba universitaria y rebelde, sobre todo en Filosofía y Humanidades, donde cursé desde el ‘71 al ‘75, universidad por la que ganó el nombre de “la docta”, con profesores de alto valor académico. En Villa Belgrano estoy viviendo hace poco; es residencial, pero a su vez está cerca de centros comerciales y una avenida muy concurrida; un poco más alejada está la zona que nombro en el poema de los arboles otoñales.

2 — En una oportunidad, participando en el Encuentro Regional de Literatura organizado en 1983 por la Secretaría de Cultura de tu provincia, presentaste una ponencia: “Miguel Iriarte, el teatro cordobés en el contexto nacional”.

SR — En ese entonces era asidua concurrente al teatro que se realizaba en la ciudad, y fui a ver todas las obras de Miguel Iriarte porque me parecían por demás representativas de lo regional. Una de ellas se llamaba “San Vicente Superstar”, aludiendo a un barrio típico y popular de la capital, al que se lo denomina también la “república” de San Vicente, y a la hora de decidir una ponencia —era la primera vez que me presentaba en un Congreso— se me ocurrió entrevistarlo a Miguel Iriarte y hablar de nuestro teatro.

3 — Sobre la poética de Roberto Juarroz (1925-1995) te has ocupado, acaso, principalmente. En el Tomo I de “El hispanismo al final del milenio”, aparecido en 1999, se incluye un trabajo tuyo sobre él.

SR — A Juarroz tuve el privilegio de escucharlo por primera vez en un Congreso en Buenos Aires, me lo había presentado el poeta Héctor Yánover [1929-2003]; después de su lectura quedé atrapada, su poesía tiene que ver con la filosofía, y sobre todo con la filosofía oriental de la que abrevé durante muchos años y puse en práctica cuando cursé el profesorado de yoga y tuve contactos con maestros de diversos lugares. Desde allí había tomado conocimiento de la existencia de la cábala o kabalá, y me enamoré (al igual que Borges) de pensar el valor que se le daba a la palabra, la potencia de sus signos. Tomé contacto con la poeta y ensayista Laura Cerrato —su mujer—, confirmó mi apreciación hablándome de las lecturas que ambos habían realizado, me envió un material inédito sobre Juarroz y un casette que él grabó —el poeta Antonio Requeni también me había aportado un material riquísimo—. Fue una experiencia maravillosa dictar un seminario en su honor y presentarlo como ponencia en dos Congresos, aquí y en España.

4 — Tendrías treinta y un años cuando integraste la comisión coordinadora de la primera Feria del Libro del Autor Cordobés. ¿En qué aspectos considerás que ha ido evolucionando la Feria?

SR — Cuando me convocaron para integrar esa primera comisión, lo hicieron desde un lugar de representación de los talleres literarios, como coordinadora de uno de los pocos que en ese entonces funcionaban. Fue una iniciativa de la Municipalidad de la Ciudad de Córdoba. Nos reunimos desde distintas áreas de la cultura. Invitamos a las editoriales cordobesas. Fue totalmente a pulmón; nos habían cedido un espacio céntrico y nosotros mismos armamos las estanterías para ubicar los libros y algunos de los carteles alusivos. Si debo compararla con la Feria del Libro actual, ya después de tantos años se amplió no sólo en espacios alternativos, en temáticas diversas, sino que se transformó en una Feria de librerías que contempla todo tipo de volúmenes, y de actividades que incluyen autores del país y del exterior, en algunos casos abarcando todos los géneros literarios, además de espectáculos poético-musicales, narrativa oral, teatro para niños... Es una alegría haber participado en lo que fue el primer intento de un proyecto que pudo proseguir y ampliarse en las sucesivas ediciones.

5 — “La Palabra Secreta” se llamaba el programa que produjiste y condujiste en 1994 en LV2. ¿Cómo lo armabas? ¿A qué autores entrevistaste?

SR — “La Palabra Secreta “significó para mí mucho más que un programa radial. Sucedió que con motivo de la presentación de un libro me llamaron para entrevistarme en un programa de la entonces LV2, y en el transcurso de la charla se acercó el director de la emisora, se quedó hasta que concluyó y me ofreció realizar un programa semanal con autores de Córdoba. El armado del programa me demandaba toda la semana, porque leía la obra de cada autor (tanto
poetas como narradores) y los invitaba el domingo a la tarde a conversar sobre la misma. La música que seleccionaba tenía que ver con el o los temas que se iban a tocar. Recorría las editoriales requiriendo ejemplares para regalar, al final de cada programa, a quienes llamaban por teléfono con preguntas para el autor. Hasta que la radio cerró, cambió de espacio físico y yo comencé a dedicarme más a la coordinación de talleres y el dictado de seminarios. Por allí pasaron poetas como Susana Cabuchi, Aldo Parfeniuk, ensayistas y narradores, María Paulinelli, Juan Coletti, Andrea Guiu, escritores de literatura infantil como María Rosa Finchelman; también recuerdo haber dedicado programas enteros para hacer homenajes a escritores como Julio Cortázar, con textos leídos por el propio autor, música de jazz y escritos de otros autores acerca él. Lo mismo sucedió con Borges, con Olga Orozco, con Alejandra Pizarnik...

6 — “AMIA in memorian” se tituló la muestra de plástica y poesía en la que participaste en 1995.

SR — En ese año, dos artistas plásticos reconocidos en nuestro medio, Edith Strahman y Gonzalo Vivián, habían pintado cuadros de gran formato con motivo del atentado terrorista en la Asociación Mutual Israelita Argentina. Convocaron a varios poetas para la muestra: Arnaldo Bordón y Susana Romano Sued, entre otros. Los poemas fueron impresos en un tamaño considerable al lado de cada obra. Luego se abocaron, a través del poeta Julio Castellanos y su Editorial Argos, a la publicación de un volumen testimonial.

7 — ¿Seguís coordinando junto a Leonor Mauvecín un ciclo de lectura de poesía y narrativa llamado “De Puño y Letra”?

SR — Ya no. Esos encuentros fueron consecuencia de un ofrecimiento de una ex–integrante de mi taller que tenía la concesión del bar de un hotel céntrico. Fue un ciclo que combinaba, además de lecturas de poesía o cuentos breves: música y café. Estuvo fantástico, y con gran afluencia de público.

8 — A través del Grupo Editor Shalom, en 1997 aparece tu poemario “Late Jerusalem” con pinturas del gran Carlos Alonso (1929). ¿No hay edición electrónica?

SR — A poco de volver de un viaje a Israel, comencé a garabatear aquello que distaba de ser la experiencia mística que yo había tenido, como nos sucede cuando la palabra no alcanza (casi siempre) a decir lo que queremos trasmitir. En una conversación telefónica le comenté esto a un poeta amigo que me contó que Carlos Alonso recién volvía de un viaje a Israel y que estaba pintando. Al tiempo lo llamé a Alonso para decirle que necesitaba ver cómo había pintado aquello que yo había experimentado y escrito. Con una generosidad extraordinaria me invitó a su atelier y me mostró cuadro por cuadro, enormes paisajes de arena que desbordaban la tela, caminos y pasadizos de intenso colorido que provocaron a la poesía apenas regresé a casa, de modo que ya tenía no sólo los poemas escritos a Jerusalem, sino también los concernientes a Carlos Alonso y sus cuadros. A partir de su lectura de mis textos surgió la idea del libro conjunto. En el interín presenté en Córdoba un libro de la escritora Manuela Fingueret. Ella leyó mis poemas y me puso en contacto con la Editorial Shalom en Capital Federal. Y fue allí donde Alonso se ocupó personalmente de la diagramación de la tapa junto a la editora. Lamentablemente no hay edición electrónica del libro y sólo quedan algunos ejemplares dando vuelta.

9 — Puesto que, según advierto, has sido incluida en, al menos, un volumen compartido de cuentos —“Bajo llave” (1994)—, incursionaste en la narrativa. ¿Tenés algún volumen inédito de cuentos o relatos? ¿Y poemarios a la espera de edición?

SR — “Bajo llave” se tituló así porque incluía cuentos de un grupo de poetas, el grupo Aiquén, compuesto por Esther Ramondelli, Susana Lobo, Arnaldo Bordón y Angélica Garay, cuentos que nunca habíamos publicado y los teníamos guardados. Además de los allí incorporados, hay otros, inéditos, de distintas épocas. Ahora justamente estoy con un proyecto en narrativa, sin tiempo ni obligación de escritura, una idea que ya veremos cómo se plasma. En este momento está en edición un volumen con mi obra reunida, proyecto que surgió de la Sub-Secretaría de Cultura de la Provincia de Córdoba. Fue algo inesperado para mí, un honor inmenso, porque ediciones anteriores, a modo de reconocimiento a la trayectoria, les fueron otorgados a Alejandro Nicotra, Rodolfo Godino y Julio Castellanos. En mi caso se incluirán los
poemarios editados entre 1989 y 2014 y dos libros inéditos. Cada uno de los diez que contiene la obra reunida lleva un prólogo, los que fueron solicitados por el grupo de cultura de la provincia a Silvia Barei, Raquel Garzón, Fernando Toledo, Alfredo Lemon, Leonor Mauvecín, Leandro Calle, César Vargas, Marcela Rosales, Hugo Rivella y Antonio Requeni, de altísima calidad literaria y profundidad crítica todos ellos.

10 — ¿Damos a conocer ese grupo literario, “Heptagonal”, al que pertenecés? ¿Quiénes lo integran o integraron, qué han ido produciendo y socializando?

SR — “Heptagonal”, siete agónicos poetas (como nos caracterizó al presentarnos una vez la Dra. Lila Perrén de Velasco) que nos juntamos desde una admiración hacia la poesía del otro, Leonor Mauvecín, Julio Castellanos, Alfredo Lemon, César Vargas, Liliana Levín, Leandro Calle y yo (en su momento perteneció al grupo Rafael Velasco, que ahora vive en Buenos Aires). De mucho café, lectura, vino y asado, surgió un libro que incluye un CD con poemas leídos por cada uno de nosotros (el libro lleva como título el mismo nombre que el grupo), y una carpeta de poesía, “Tema Libre”, ilustrado bellamente en tapa con un árbol de la vida, de la plástica cordobesa Hilda Zagaglia. El grupo participó en numerosas mesas de lectura en la Feria del Libro de Córdoba.

11 — De una introducción de Jorge Dubatti a la obra del dramaturgo Mauricio Kartun, transcribo: “Primero hay que fluir —sostuvo Kartun— bajo la hipótesis narcisista y omnipotente de lo bien que lo hago. Después, hay que corregir en estado de humillación. Trabajo siempre en ese estado dialéctico entre el pavo real y la cucaracha.” ¿Algo que añadir a esta contundente manifestación?

SR — Tal vez escriba y corrija en ambos estados a la vez en la mayoría de los casos. En realidad, prefiero pensar como cucaracha, por la posibilidad de que algún verso o párrafo sobreviva a los cataclismos, y no como pavo real porque entiendo que si miro mi vida tomando distancia y llego a vislumbrar la ondulatoria geometría que me traslada de la vida a la muerte, sé que lo que hago solo me ayuda a mí a fluir desde una fina grieta desde mi interior, en éxtasis, y en éntasis cuando encuentro lugares internos, desconocidos hasta entonces, y los puedo iluminar desde la palabra como autoconocimiento y reflexión de nuestro ser en el mundo. La omnipotencia no me permitiría hacer mía, como lo hago, una idea de Octavio Paz: “Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia”. Lo contrario sería la soberbia, propia de la inseguridad, que mira a los demás desde arriba para sentir una importancia ficticia.

12 — ¿De qué universo surge “Mujeres rotas” y cuáles fueron las imágenes generadoras?

SR — Surge desde mi propio universo femenino, captando el dolor, la vida dolorosa de algunas artistas (el libro comienza con un poema dedicado a Frida Kahlo, Edith Piaf y Clarice Lispector), para luego extenderse en forma más íntima a mujeres dentro de mi universo personal, incursionando también en el árbol genealógico.

13 — ¿A dónde te llevan “retractación”, “estipendio”, “ínfulas”, “inanición”, “aunados”, “desidia”?

SR — Solamente “aunados” no necesitaremos utilizar ninguna de las otras palabras. (Lo que no estaría demás sería un estipendio adecuado para aquellos que ejercemos la docencia o participamos en la cultura, algunos de los cuales, a futuro, podrían llegar hasta la inanición, física por supuesto, ya que la espiritual se encuentra, en la mayoría de los casos, por demás nutrida.)

14 — En un artículo que hace unos años escribió el poeta peruano Julio Ortega, declara: “Amo la luz de Garcilaso, la vehemencia de John Donne, el fuego apagado de Baudelaire, el silabeo de Emily Dickinson”, y dos párrafos después menciona “la visión de Wallace Stevens, el arabesco de Zanzotto, el fulgor de Celan, el ardor de René Char, el paladeo de Lezama”. ¿Cómo caracterizarías las poéticas de otros autores?

SR — La magia oracular de Olga Orozco, la inanición transgresora de Pizarnik, la sumergida oriental de Roberto Juarroz, la búsqueda mítica de Horacio Castillo, la honda soledad intelectual de Borges, la dolorosa rebeldía de Glauce Baldovín, el humano estallido de Walt Whitman, la alucinada mordacidad de Allen Ginsberg, la poesía y el poema en la savia del árbol de la vida de Octavio Paz, la desoladora heteronomía de Pessoa, entre otros maestros del camino.

15 — ¿Por qué no preguntarle a alguien que hasta donde yo sé no ha incursionado en la poesía experimental (visual, electrónica, fonética), primero si efectivamente no lo ha intentado, y segundo, qué opina?...

SR — No incursioné en ella. Leí algo, como las iniciativas del llamado “Slam” en Estados Unidos o bien algo de poesía minimalista, por no hablar de la vanguardia, que en su momento fue experimental y de la que solo sobrevivieron como elementos creativos los famosos manifiestos (puedo quedarme también con un poema de André Bretón para ser justa conmigo misma). En realidad, pienso que la poesía de por sí es experimental (nunca acabamos de decir lo que queremos decir y buscamos la forma más original de hacerlo para que diga más, y a su vez es plurisignificativa en la mayoría de los casos, porque cada quién la lee desde su propia captación del mundo).

16 — ¿Qué te indigna? ¿Qué, además de indignarte, te enfurece?

SR — Me indigna todo lo que es indigno del ser, la violencia en todas sus formas, la desigualdad, la injusticia; la estupidez también me indigna, igual o más que todo lo anterior. Cosas terribles suceden en este mundo por la estupidez, cosas irreparables por la falta de conciencia y de crecimiento espiritual. Todo esto me enfurece muchas veces, pero mayormente me produce impotencia. “Y qué hago yo aquí, soñando como Lennon sin bala …”, me pregunto en el poema “Pero esto no era”:

Pero esto no era

“afuera está lloviendo en otro idioma”
Jorge Boccanera

Este poema fue soñado.
Un jazmín extendía sus pétalos
y absorbía el olor a piel chamuscada.
Era Londres. Era Madrid. Era Irak.
Era Tel Aviv. Era Buenos Aires.
El humo cubría las órbitas vendadas.
Por las avenidas, falanges sueltas
tocaban las vidrieras de Tiffany y Cartier.
El planeta azul con su conciencia gris, ennegrecida.
No hay sonidos.
Celulares pegados a caras
con bocas que se mueven.
¿Quién puede mirar tu ojo
que tiene una sola lágrima
donde se refleja el horror?
¿Cuándo fue mejor?
Había otros trenes
que desembocaban en alambres y chimeneas,
aviones que terminaban en lago al fondo.
Perdón Mallarmé, ¿Volver a las palabras de qué tribu?
Huí, dobro, todo adjetivo mata.
La idea es el invisible
donde ajustar al hombre, su cama de Procusto,
y los hombres son azules o verdes o violetas,
tienen ramas y raíces
y pájaros que les nacen
cuando quieren ver más lejos y volver.
Y qué hago yo aquí
soñando como Lennon sin bala
desde este margen, con un poder
que no le sirve a nadie,
desde esta palabra que nunca será esclava,
en este mundo que desde hace cincuenta años
me perfora el cerebro.
¿Seremos lamidos por las fieras
en el bosque de la ambición?
La Gran Sacerdotisa
no atina a leer el oráculo.
No se disipan los fuegos.
Las cenizas entraron en los ojos de los vivos.
El jazmín del sueño crece al margen
y sabe que nunca llegará al lugar del deicidio.
Pero esto no era.
Si digo, Gianuzzi, solo lo que veo,
muy cerca, en un plasma a color,
una lata roja de dos pisos
con el techo abierto al cielo de la muerte
y micrófonos que buscan
seres humanos inexistentes.
Lejos, imagino y no veo.
Dicen cincuenta y cinco, dicen heridos.
Digo Primavera Otoño Invierno
otra vez primamuerte.
Una sola digo y es suficiente.
Veo, veo, Gianuzzi
pero eso no es el poema.
Soluciones individuales:
Gauguin en la playa con las morenas
y su edén personal.
Picasso transformando amores
en vaginas dentadas.
Una caja con una oreja en un prostíbulo
y un girasol en la tela.
Rimbaud en África con melena de león.
Pessoa plurificcional, heteroinfeliz,
multisolitario, uninónimo y final.
Neruda abrazándose a los mascarones de proa del living
cuando Matilde se escondía detrás de la pared.
Los cuerpos se mueven adentro de cánticos de alabanza.
Otros cuerpos se mueven en canchas
donde un nuevo hoyo es una nueva frontera.
Pero esto no era.
Era otra cosa, siempre es otra cosa.
Siempre es lo que no se ve
y es todo tan flor de cactus y arañita
que desde este margen
te aprieto la mano
sabiendo que Bradbury, Wells y Orwell
lo veían sin pantalla
en el margen de su imaginación.
Este poema nunca fue soñado
porque no es este.
El dolor te llama en cada idioma,
te llama por nombres que otros les pusieron.
Silencio, silencio
este margen llama a silencio.

17 — ¿Qué corrientes poéticas del siglo XX te han parecido más interesantes? ¿En cuál de ellas consideras que se inscribe tu tendencia?

SR — No creo en las corrientes poéticas, no me interesan los “ismos”, solo me interesan los poetas y propuestas poéticas que me movieron y me mueven el piso, las que me con-mocionan, me emocionan con los temas, las palabras, el estilo, las imágenes que sustentan esos poemas, en las ideas que les dan cuerpo y nos hacen tambalear los esquemas, nos hacen temblar y desistir muchas veces de la propia escritura. Por lo tanto, me encantaría inscribirme en esas tendencias.

18 — ¿Cómo te parece que afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya el ideal?

SR — No tengo metas o ideales a nivel profesional; estoy por demás agradecida por el solo hecho de haberme sido permitida la palabra como un modo de recorrer el camino, como una forma de religión posible, una mirada personal hacia el mundo al que llegué causalmente y en el que fui golpeada por el dolor y reconfortada por el goce. Eros y Tánatos de los que está compuesta la vida y traté de traducir en la escritura.

19 — ¿Tu mundo onírico alimenta a veces de manera directa tu forma de escribir?

SR — Creo, siento, que mi poesía surge de experiencias concretas con el entorno, con otros seres. Si, tal vez imaginando qué pueden haber sentido o experimentado otros personajes, otras personas, en esos casos más que a la emoción apelo a la creatividad. No, definitivamente no considero que lo onírico haya influido en mi escritura.

Sonia Rabinovich selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

Quién tocó tus labios entre los hilvanes de la niebla
y los untó con aceite de ciervo apuñalado en medio de la noche.
Quién dice no importa más que esta palabra
que te mece de frío a trópico de pasión a muerte.
Quién dijo asomarse a la orilla del mundo, descubrir
quién dijo descubrir la piel caída de costado
la piel y carne viva al margen de todas las fronteras.
Quién dijo eso es el hombre, solo eso es el hombre.
Quién te tocó la boca y los dientes
para que aprietes la palabra y la rompas sobre la hoja.
Quién te sopló en el pecho y en los ojos
para que con eso te sea suficiente.

(de “Los nombres de la herida”)

IV

Ella no mira su cara,
sabe que él escribe un mundo
porque un haz luminoso se deslíe
sobre la piel del hombro, la nuca
y descorre lo inoportuno de un cabello.
Ella está quieta,
respira lento
teme disipar el mantra
que él repite, vértebra por vértebra
hasta llegar a la cintura.
Nadie sabe leer.
Analfabetos en el paraíso.

(de “Escrito en la espalda”)

No puede moverse,
teme que las letras caigan,
que las palabras se destiñan
con la humedad,
que resbalen y formen otro texto.
No quiere moverse,
pero escucha el reloj
y escucha el viento
y Heráclito y los mismos y no somos
y no quiere moverse.

(de “Escrito en la espalda”)


Comíamos ciruelas y damascos,
comíamos semillas de zapallo tostadas,
de girasol. Al sol, comíamos.
Eso era todo y tanto,
el gusto, el tacto y el olfato.
Sacralidad olvidada.
Paraíso en los labios.

(de “La barca de las especias”)


La taza contenía el líquido
oscuro y espeso
que prometía un mundo.
Apenas café turco, molido fino
con una cucharada de azúcar negro
y semillas de cardamomo en el hervor.
Apenas un aroma que se esparce,
los labios que se bañan en lo oscuro
y nadie que sepa leer la borra.
La borra, lo que se borra, nadie.

(de “La barca de las especias”)


Frida y Frida

Frida te llamabas también
y no era el patio de la casa azul
y no pintabas tu retrato,
pero Frida en el quiebre,
en la silla de ruedas,
en lo judío del padre.
No te arrasó un tranvía
sino un tren de seres hacinados.
No era México,
era el gueto excluyente de Varsovia.
Encorsetadas Fridas
una con hijos
deshilándose en el vientre,
otra enterrando nombres en el humo.
Frida te llamabas.
No hablaste más polaco,
no alumbraste en shabat,
no fuiste libre en pesaj
ni perdonaste en kipur.
No perdonaste.
Te atravesó una vara
de víscera a víscera como a ella,
la otra Frida.
Te fuiste con tu nombre
al humo de otros nombres.
Te fuiste de tu nombre.
Y yo Kahlo en tus huesos
la parte de mi sangre.

(de “Mujeres rotas”)

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Córdoba y Buenos Aires, por Rolando Revagliatti.


ENTREVISTA A VALERIA IGLESIAS

“O cómo expresar lo que uno tiene para expresar”


Por Rolando Revagliatti

Valeria Iglesias nació el 2 de abril de 1970 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Lengua Inglesa por la Universidad del Salvador. Publicó los poemarios “Papel reciclado” (2002) y “Restos de jukebox” (2009), así como la novela “Correo sentimental” (2012). Fundó blogs, editoriales y fanzines. Además de ejercer la docencia como profesora de inglés, dictó talleres de escritura creativa en centros culturales y otras instituciones.

1 — ¿Qué podríamos ir sabiendo de vos, Valeria, hasta antes de tu acercamiento a la poesía?

VI — Mi mamá tenía diecinueve años, había dejado su Paraná natal después de casarse con mi padre, porteño, de casi veinticuatro años cuando yo nací. Vivíamos en la Capital Federal, en “la casa de Aráoz” según siempre se refirieron cuando hablaban de esa época. Luego nos trasladamos a un montón de lugares que no recuerdo, uno de los cuales denominaban “la convivencia”, en una casa grande en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires, que mis padres y yo compartíamos con otras familias de militancia peronista. La primera vivienda que sí recuerdo, a mis dos años de edad, era un departamento que mis padres alquilaban en la suburbana Villa Ballester, “la casa de Almirante Brown”: la entrada del edificio, la disposición de los ambientes, mi madre embarazada de mi hermana, mi hermana de bebé. Y unas vecinas mellizas, mayores que yo, hijas de la dueña de todo el edificio —tipo PH, con pocos departamentos—, que a veces me invitaban a jugar y tenían una cocinita de miniatura que a mí me encantaba. De ahí nos mudamos, dentro de la misma localidad, a la casa de la calle Las Heras. Mis padres la pudieron adquirir gracias a los préstamos otorgados en el último gobierno de Perón. Yo tendría cinco años y asistía al jardín de infantes del INTI Instituto Nacional de Tecnología Industrial, donde mi mamá trabajaba. De ese jardín evoco el traslado en el auto nuestro o de mi tía, quien también trabajaba allí. Viajaba con mi hermana, mi tía y mi primo todas las mañanas. ¿Qué más?: tuve mi primer perro, el Cuchi, un bóxer que regalaban unos chicos que pasaron por la puerta de mi casa y que no sé cómo me dejaron tener. Duró poco. Mi madre no tuvo paciencia con lo que él rompía, así que lo regalaron. Por ese entonces falleció Perón: en mi memoria las imágenes del velatorio en la TV blanco y negro y mi madre llorando. Poco después, la despidieron de su trabajo. La primaria la cursé en una escuela parroquial donde mis compañeros iban a misa menos yo, ya que mis padres eran agnósticos, tirando a ateos, así que no me permitieron concurrir. Fue un sufrimiento: con miedo a los castigos de Dios, rezaba todas las noches para que mi familia se volviera creyente. También hice danzas españolas. Yo hubiese preferido concurrir a danzas clásicas, pero no recuerdo por qué me quedé con las españolas. Fue un antecedente para que, ya en el secundario, en primer año me pusieran en el grupo de gimnasia deportiva. Sin embargo (hoy todavía me arrepiento), como no me agradaba estar separada de mis amigas, pedí que me incluyeran en el grupo de gimnasia común. Así fue como me alejé de mi conexión más consciente con mi cuerpo, de los movimientos, de sus posibilidades más allá del cotidiano. Algo que recuperé de grande con el yoga.

2 — Y ahora sí: tu primer acercamiento a la poesía.

VI — Fue en quinto grado. Allí estudiamos la métrica y la rima del poema “Ay, señora, mi vecina” del cubano Nicolás Guillén. La maestra nos indujo a plasmar nuestro propio poema. Sentí que se abría una puerta a algo mágico, misterioso y selecto. Lograrlo fue como si me dijeran que podría incorporarme a la NASA y conducir un cohete. Algo que yo creía imposible e inalcanzable (quién sabe por qué) resultaba que era viable, que sólo se trataba de intentar. Ese año le escribí uno a mi papá para el Día del Padre y algunos otros. No los recuerdo ni tengo copias. En el secundario empecé a pergeñar canciones. A la letra le inventaba una melodía que al día siguiente olvidaba porque no sabía anotar música, así que muy pocas “canciones” perduraban en mi cabeza, completas con su música, por más de una semana. Las letras eran de amor, o de desamor. Y hasta busqué palabras difíciles en el diccionario para agregarlas a esas letras y “darles mayor vuelo”. A los diecisiete años, cuando mi hermana comenzó un taller de teatro, a mi madre se le ocurrió ofrecerme concurrir a un taller literario. Inicié uno dependiente de la Municipalidad de San Martín, coordinado por Mabel Garabelli. Fui a mi primer encuentro con mis “canciones” de (des)amor, llenas de lugares comunes. Cuando oí lo que los demás participantes (que ya venían asistiendo de años anteriores) leyeron, supe que debía cambiar radicalmente mi escritura. Me volví surrealista al instante. Me fui alejando de los lugares comunes, yéndome al extremo de rebuscar imágenes abstrusas, inentendibles. Pero así empecé a experimentar con el lenguaje.

3 — Cuando estarías concluyendo el secundario.

VI — Y pensé en estudiar psicología, como mi mamá. Incluso (ella era la que definía los detalles de lo que yo quería estudiar) me iban a anotar en la Universidad del Salvador, donde ella había cursado durante la dictadura. Pero en una ocasión acompañé a una amiga a anotarse en el CBC [Ciclo Básico Común], hicimos la fila, y cuando llegó nuestro turno pedí un formulario para inscribirme y me anoté en la Universidad de Buenos Aires para la carrera de Letras. Hice el CBC, mitad en una sede (Drago) y mitad en otra (Ciudad Universitaria). Aprobé cinco de las seis materias imprescindibles para ingresar a la carrera. Con cinco materias se podía comenzar, podías cursar durante el primer cuatrimestre la materia del CBC que te faltara. Pero no fue fácil. Yo todavía vivía en el Conurbano Bonaerense y el viaje era largo y complicado (no tenía medios de locomoción directos, debía tomar tres). Cada vez que llegaba para anotarme, había paro no docente, se había cortado la electricidad, etc. Así que, decepcionada, volví al ofrecimiento de mi madre de estudiar en la Universidad del Salvador, pero la carrera de Letras. Me aburrí un montón. Cuando terminé el primer año, del que no rendí ninguna materia, me puse a estudiar para dar libre la materia del CBC que me faltaba aprobar, y al año siguiente comencé la carrera de Letras, cuando ya tenía veinte. Cursé durante dos años, aprobé con final seis materias (a otras jamás me presenté a dar final) y a los veintidós me fui a Londres a estudiar inglés, en un viaje que me regaló mi padre. Regresé enamorada de Londres y fantaseando con enseñar idiomas. No sólo inglés, sino también español para extranjeros. Quería irme a enseñar nuestro español a Europa, y necesitaba una carrera más rápida (Letras en la UBA es muy larga) y más práctica (precisaba mejorar mi inglés para residir en el extranjero), así que me anoté en la Universidad del Salvador, pero para la carrera de Lengua Inglesa. Era parecida a una carrera de Letras, pero se cursaba toda en inglés. Al año siguiente me conseguí un trabajo, junté plata y volví a viajar, esta vez de turista, a Londres. Es el día de hoy que tengo saudade de esa capital (si es que este término en portugués aplica). Incluso, tengo sueños recurrentes en los que estoy ahí, en los que viajar hasta allí es muy fácil. Lo logro con un colectivo o un taxi desde mi casa. Y siempre, siempre que sueño con Londres me despierto feliz. Pero, a los veintitrés me puse de novia con el papá de mi hijo y a los veinticuatro nos casamos (mientras continuaba estudiando, y a unos meses después de que falleciera mi padre) y a los veintiséis tuve un hijo (mientras seguía estudiando), y cuando concluí mi carrera tomé conciencia de que había estudiado para irme a enseñar idiomas por el mundo, pero me había casado y tenía un hijo, por lo cual el proyecto originario quedó anulado o reemplazado por otro.

4 — Y habrás arribado a tus treinta años.

VI — En crisis. Me separé, seguí enseñando inglés a desgano. A comienzos de 2002, mientras la Argentina se derrumbaba, en el instituto de inglés en el que era docente me ofrecieron trabajar más horas por menos dinero. Renuncié. Decidí dedicarme a la literatura a tiempo completo y criar a mi hijo. A fin de cuentas, ganando poco era lo mismo que ganar mucho, pero dejar la mayor parte de mis ingresos en una niñera para que lo cuidara. Efectué algunos trabajos aislados de corrección, de asesoramiento a estudiantes que estaban redactando sus tesis. Intenté armar talleres literarios. Sólo tuve alumnos individuales. En 2005 el sistema “vivir de la literatura” se hizo insostenible y empecé a desempeñarme en una escuela como maestra de inglés. Si bien me sentí muy a gusto con el equipo de trabajo (de hecho, he vuelto a ejercer la docencia en la misma institución), no me satisfacía enseñar inglés y tenía escasa paciencia con los niños. Durante esos veranos inventé una modalidad de taller intensivo: taller de escritura creativa de cinco días corridos. Cinco días explorando las posibilidades de la escritura. Funcionó. Quedaron algunos alumnos para seguir durante el año con un taller más tradicional. Empecé a dar talleres y renuncié a la escuela. Fue por entonces, y con esa decisión, que compilé los poemas que conservaba desde los diecisiete años (pocos quedaron de esa edad) y escribí algunos nuevos incorporados a “Papel reciclado”, en una edición de autor. Organicé presentaciones, una suerte de gira por diferentes bares y centros culturales, con la finalidad de vender mi primer poemario. Una amiga me aconsejó que iniciara un curso de clown para perfeccionar mi manejo con el público. En 2003 estudié con Cristina Martí en el Centro Cultural Rojas. Luego con varios clowns: Pablo Argañaráz (2004), Lila Monti (2005), Marina Barbera (2007), Silvia Aguado (2011). Participé de numerosas muestras. Trabajé dando talleres durante ocho años. De escritura, de creatividad y de proyectos. Di seminarios de creatividad en talleres extracurriculares de UADE Universidad Argentina de la Empresa y también como parte de programas de capacitación para gerentes de empresas. En 2006 concurrí a un taller de poesía en la Casa de la Lectura, coordinado por Andi Nachon. Aunque en un principio me desilusionó ver que era un taller de obra (se leía y analizaban los poemas que se habían enviado para quedar seleccionados en el grupo) y no de producción, con el pasar de los encuentros fui concibiendo todo un poemario que terminé publicando en 2009, con más textos que proseguí escribiendo después del taller, y que se llamó “Restos de jukebox”. Este poemario, a diferencia del anterior, fue el primer proyecto de libro organizado como un todo y no como una selección de poemas que ya tenía y junté para un volumen. Cada poema fue pensado, escrito y trabajado para pertenecer a un todo. El título surgió de uno de los poemas. Jukebox significa rockola, y el hecho de que el libro llevara un nombre mitad en inglés y mitad en castellano anticipaba lo que pasaría en el poemario; el inglés, indefectiblemente, se cuela en muchos de los textos con palabras sueltas y con un poema bilingüe, autotraducido, o, mejor dicho, escrito y versionado en ambos idiomas. En 2007 comencé un ciclo de lecturas llamado “Outsider”. El propósito era integrar la poesía y la narrativa (había ciclos de poesía o de narrativa por separado), así como también invitar a leer a quienes nunca habían participado de esas tertulias (el outsider). Pasaron por el ciclo Juan Faerman, Ingrid Proietto, Julieta Prandi, Fernanda García Lao, Patricia Suárez, Patricia Kolesnikov, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Guinot, Paola Ferrari, Jimena Repetto... Lo coordiné durante dos años, hasta que, en 2010, junto con Enzo Maqueira (uno de los lectores que había pasado por el ciclo) fundamos Ediciones Outsider. Aparecieron cinco títulos: “Antología outsider”, “Antología outsider II”, “Cuentos raros”, “Escribir después” (antologías de cuentos) y el volumen doble de Federico Jeanmaire y Juan Martín Guastavino: “Los zumitas / El silencio del río”. Luego todo quedó en stand by por lo costoso que resulta imprimir y lo complicado que implica la distribución. En 2014 reactivé la propuesta con nuevos socios: Francisco Cascallares y Jorge Churio, como editorial digital de cuentos. Dos años antes me había integrado a la Escuela del Estudio de la Intuición: es una ONG que enseña valores para que el ser humano vuelva a vivir como especie y no como individuo separado. A partir de lo que fui incorporando en la escuela, decidí volver —en 2013— a ejercer la docencia en la misma institución en la que había trabajado en 2005 y 2006.

5 — Has tenido tu paso por un taller de escritura coordinado por el escritor y periodista Luis Gruss.

VI — En la misma época en que me dediqué de lleno a la literatura, cuando reunía en papelitos y carpetas los poemas que llevaba escritos para elegir los que publicaría, mi mamá me prestó un ejemplar de la revista “Latidos”. Ahí reparé en que se anunciaba un taller de “nuevo periodismo”. Estaba orientado a escribir crónicas desde una perspectiva más literaria que periodística, y quedaba muy cerca de casa. Ahí conocí a la actriz y escritora chilena Vanessa Miller, con quien entablé una profunda amistad que comenzó con mi colaboración en algunos guiones de un programa de Georgina Barbarrosa en los que Vanessa actuaba. Al año siguiente, Luis armó un nuevo taller, ya orientado a la escritura más general, no necesariamente crónica. Fue muy productivo y nutritivo mi paso por esos talleres.

6 — Recuerdo aquel blog que fundaste: Absurda y Efímera. Y hubo otros.

VI — Sí, cuando ya hacía varios años que trabajaba con Absurda y Efímera (que comenzó como un sitio web antes de ser un blog, pero con la misma dinámica que luego tuvieron los blogs) un amigo me invitó a participar de uno llamado Perdida y desdichada; la propuesta era turnarnos para subir posts fingiendo que no era ficción, sino que era verdaderamente una chica la que usaba la plataforma para contar sus desventuras amorosas, sus problemas existenciales con el amor. Algo como lo que hizo Hernán Casciari con el blog que terminó siendo la exitosa obra teatral “Más respeto que soy tu madre”, protagonizada por Antonio Gasalla. Con esa idea en mente, creé un blog llamado Busco novio: un título llamativo para poder generar muchos lectores lo más rápidamente posible. Y así, fingiendo que era una chica que contaba una historia que le había ocurrido en un pasado cercano, empecé a escribir una novela que terminé en 2014. Eso sí, el blog lo tuve por poco tiempo “al aire”. Era divertido percatarse de cómo algunos lectores opinaban como si eso que leían ahí fuese ficción literaria, mientras que otros creían que era verdad y me aconsejaban consultar a un médico (la protagonista tiene una mancha rara en la piel que la perturba porque podría llegar a ser algo maligno).

7 — En 2009, cuando comenzabas a cursar el posgrado “Diplomatura en Ciencias del Lenguaje” en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, te definís expresamente feminista.

VI — Mi incursión en el feminismo también supone algo de coqueteo. Allá por el 2001 conocí a Andrea Álvarez, baterista y cantante, conocida por sus trabajos con otros músicos y bandas como Soda Stereo y Divididos, pero que en esa época se lanzaba como solista. Su hijo iba al mismo colegio que el mío y nos hicimos amigas. Ella es una feminista confesa. Yo, sin embargo, aunque estaba de acuerdo en lo que ella sostenía, pensaba que no valía la pena exponerse con opiniones que no todos podían entender. Se lo dije varias veces, cuando la acompañaba a las entrevistas que le realizaban para medios gráficos o radiales. Pero siempre hay algo que alguna vez te hace ver las cosas de otra manera. Cuando algo es de por sí justo, tarde o temprano sale a la luz. Hoy se consideran derechos humanos a algunas instancias que antes eran invisibles. Por ejemplo, antes se asumía como normal que existieran esclavos, o que la mujer estuviese desconsiderada por ley para votar. Aunque todavía existen quienes tienen sus “peros” con el matrimonio igualitario, o que opinan que una mujer que se expone como mercancía en un programa de TV como el de Marcelo Tinelli es porque elije ser (hacer) eso. Además, una vez leí una de esas frases que suenan lindas y políticamente correctas pero que si las sopesás, te impulsan a posicionarte. Decía algo como “ser indiferente ante una injusticia es lo mismo que ser injusto”. La estoy citando por su concepto, pero estoy segura de que esas no eran las palabras exactas.

8 — ¿Cuántos fanzines editaste? ¿A qué apuntaban, con qué características gráficas?

VI — Con esta pregunta me quedo pensando en las vueltas de la vida. Empecé con Absurda y Efímera, primero como revista digital, luego como blog. Para pasar por los fanzines y volver a lo digital, que es mi proyecto actual con Ediciones Outsider. Hice dos fanzines. El primero era una hojita de “Absurda y efímera” con la selección de algunos poemas de los autores que colaboraban con la revista digital. Era una hoja A4 diseñada en Corell, cada número con una forma de plegar diferente. Las dejaba en los negocios, librerías, tanguerías y centros culturales. Era una manera de llegar a la gente que estaba por fuera de internet. El segundo, que edité junto a mi hermana, bailarina de tango, se llamó “Una herida absurda” y era una publicación de Tango. Tenía también poemas, entrevistas, textos y una agenda de las milongas y shows de tango. El propósito de tener fanzines, lo mismo que revistas, blogs, o la editorial, surge de la necesidad de crear canales de expresión alternativos. Se trata de no quedarse quejándose por la falta de oportunidades para expresar lo que uno tiene para expresar.

9 — Te asomás públicamente a la narrativa a través de una novela.

VI — La escribí sin darme cuenta que la estaba escribiendo. Antes estuve con la otra novela que ya mencioné y no tiene nombre, la que arranqué escribiendo en un blog. “Correo sentimental” empezó con un mail que redacté para alguien y que luego no envié. Entonces, se me ocurrió que sería un buen experimento escribir algo que se basara en eso, en mails nunca enviados. Me lo planteé como un proyecto a seguir, redacté dos o tres más y dejé, porque no podía no ser autobiográfica, y esa no era la intención. Seguí con mi otro proyecto de novela hasta que, unos meses más adelante, supe de un concurso de novela corta. La que estaba generando ya iba por la mitad y no tenía atisbos de ser breve, ni de ser concluida en un lapso acotado. Entonces retomé lo de los mails. Aquella experiencia emocional que me había impulsado a redactar el primer mail ya estaba, no sé si sanada, pero sí en paz. Entonces me mandé a escribir esos mails usando mi biografía a veces, sí, pero no ya con respecto a una sola persona, sino a varias, y a sucesos que me habían referido amigos y amigas, y así, a los apurones, logré algo que envié al concurso y que no gané. Estaba desprolija, la historia que subyacía a esos mails no se entendía. Un año después la pulí, la amplié y se la pasé al editor de Pánico el Pánico, Luciano Lutereau, que la aceptó encantado, le cambió un par de cosas, entre ellas el título, que originariamente era “Los mails que no te envío”. Es, como sus nombres (el original y el definitivo) lo indican, una novela de género epistolar. Me entusiasmó que no sólo apareciera el narrador como personaje, sino también el “narratario”. Conté una historia, reflexioné sobre el lenguaje, las redes sociales, las relaciones humanas, las obsesiones, y hasta me di el lujo de incluir unos poemas, los que en su gestación estaban en el medio de la novela, pero el editor los dejó como un apéndice cuyo título es “Los mails que no te envío”.

10 — Tu perfil quedaría incompleto si no diéramos cuenta de que sos instructora de yoga y que impartís un taller de obra (narrativa) a distancia y en grupo.

VI — Hace diez años que practico yoga. Durante los primeros cinco fue algo inestable. Concurría todo un año, dejaba seis meses (generalmente durante el verano y el otoño). Desde que comencé sentí que ésa era mi actividad física (había probado con otras y siempre fallaban mis ganas); no obstante, me faltaba entrenar mi voluntad de sostenerlo ininterrumpidamente. Un poco por eso, y otro poco porque necesitaba un cable a tierra, una actividad laboral que no implicara trabajo intelectual (con mi escritura, la editorial y los talleres que impartía), un día se me ocurrió hacer el instructorado de yoga. Sin embargo, el primer cambio no fue laboral, sino que obró en mi actitud con respecto a cuán en serio me lo tomaba. Hace cinco años que practico yoga sin interrupción y hace tres que doy clases. Me estimula esta contracara de la labor intelectual, que es el trabajo del cuerpo, con el cuerpo y para con el cuerpo de los demás. En 2015, además, dejé de coordinar talleres de escritura presenciales y me quedé con uno, que ya tiene también cinco años, en forma virtual a partir de un blog privado. Participan personas de Mar del Plata, Pilar, y ahora dos de Capital que no tienen tiempo de asistir a un taller presencial, pero que precisan un espacio y un grupo para elaborar sus textos. Es un taller de obra, no es a partir de consignas. Actualmente hay cuatro participantes: tres están trabajando en novela, y uno en un volumen de cuentos.

11 — ¿Te detectás identificada con personajes de algún narrador?

VI — En general, resueno con aquellos narradores personajes (historias narradas en primera persona) que exponen su vulnerabilidad y que se construyen como un personaje fuerte a partir de asumir sus debilidades. Incluso, en ocasiones, se regodean con esa debilidad que es, la más de las veces, la imposibilidad de encajar en el mundo de los “normales”. Tal es el caso de la narradora de “El ancho mar de los Sargazos”, una novela de Jean Rhys que se trata, nada menos, que de la precuela a la novela “Jane Eyre” de Charlotte Brontë. También podría ser el del narrador de Paul Auster en las dos partes de “La invención de la soledad”. En este otro caso, la resonancia fue más por lo autobiográfico: es un hijo que procura reconstruir a su padre muerto, y siente cómo se le escurren las certezas de quién era ese padre suyo. A mí, de alguna manera, me resultó aliviador. Otras personas que lo encontraron angustiante me preguntaban, cómo podía resultarme agradable su lectura. Y es que a mí me alivia cuando otro pone en palabras sentimientos parecidos a los míos que andaban ahí, innombrados en mi interior.

12 — Para Jean Anouilh, “La vida es muy bella cuando a uno se la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente: hay que vivirla.” Para Virginia Woolf, “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata.” Para Gabriel García Márquez, “La vida es un juego de probabilidades terribles; si fuera una apuesta no intervendrías en ella.” Para Joseph Conrad –en realidad, para el personaje narrador de “El corazón de las tinieblas”-: “La vida es una bufonada. Disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo —que llega tarde— y una cosecha de remordimientos inconmensurables.” Y para vos, ¿qué es la vida?...

VI — La vida es un regalo y es un misterio y puede ser vivida de todas las formas que dicen esas citas, pero también de muchas otras (¡por suerte!). Hace poco reparé en un chiste en las redes sociales que cuestionaba el consejo ese que reza “que no se te vaya el último tren” o algo parecido. El chiste decía “no conozco ningún tren que pase una sola vez, así que dejen de decir pavadas”. Creo que a cada instante la vida te envía un tren para ir a lo bello que indica Anouilh; el inconveniente es que no siempre lo tomamos. No tomamos el de este instante, ni el del que sigue y así y así. Pero cada tanto tomamos uno, y qué lindo que fluye todo. Es más, uno se dice ¿por qué no hago esto más seguido?, sin saber qué es “esto” exactamente. Y luego volvemos al estatismo, a dejar pasar los trenes. La vida es movimiento, así que habría que animarse a tomar el tren de cada instante.

13 — ¿Ensalada o puchero?... ¿Más lo salado que lo dulce? ¿Y agridulce?...

VI — ¡Puchero, de una! Pero también ensaladas bien power (nada de lechuga y tomate, ¿se entiende?). Me provoca lo dulce, pero si tengo hambre de algo salado, lo dulce no me interesa ni me satisface. El postre es algo que siempre surge como imperativo después de cenar. Lo agridulce también me encanta. Un placer de adulta. Sobre todo, con frutas frescas: melón con jamón, triples de miga con ananá, carnes con puré de manzanas.

14 — ¿Qué te estás debiendo al punto de mortificarte por ello? ¿Perdurarán las deudas?

VI — Mortificarme, hace rato que no me pasa eso. Pero me fascinaría volver a Londres. O tener la posibilidad de viajar seguido a esa capital. Tener un trabajo u ocupación que suponga viajar a Londres con frecuencia. Me debo aún corregir la última novela que escribí, sí. Y eso me perturba un poco, a veces. Pero no siempre. Espero que ninguna de las dos deudas perdure.

15 — ¿A qué poeta con veta humorística destacarías?

VI — Oliverio Girondo, sin duda: muchos de sus poemas.

16 — ¿De qué está hecho el poema? ¿El poeta tiene punto de llegada? ¿Cuál es tu relación con la grafía?

VI — Mi poema está hecho muchas veces de una voz que aparece y repite una frase. Una frase que al principio no tiene mayor sentido para mí y escribir el poema es darle el sentido. Pero hace tanto que no escribo poesía. Así que esto que estoy contestando puede ser un invento que me hago, esos recuerdos que uno se construye y no sabe si le pasó o si lo urdió tan sólidamente como a una certeza. Otros poemas los fui a buscar yo. El punto de llegada es raro. Hay poemas que llegan a un punto en el que ya no les harías nada (estamos en casa, hemos llegado). Y otros que parece que están bien, pero podrían ser otra cosa. Si con grafía te referís a manuscritura, escribo todo a mano, luego trabajo con la compu. Todo lo redacto primero con papel y lápiz, incluso los escritos administrativos. Si estamos hablando de la forma que adquiere el poema en el papel, también son detalles que observo, mucho. Me parece que la distribución del texto en el papel, incluso en la narrativa, puede ser una puerta que se abre al lector, o un paredón que eyecta las ganas de leer.

17 — ¿Qué consideraciones te merece la poesía argentina a la que has ido accediendo como lectora y cuya irrupción se haya producido en este siglo?

VI — Sinceramente, no me percibo con autoridad para opinar sobre poesía argentina. No soy lectora de poetas, soy lectora de poemas. Hay poemas que me han conmovido hasta pensar que ahí se encontraba el secreto de todo. Incluso me ha pasado de encontrar poemas ocultos en la narrativa. En general, resueno, como contesté en mis identificaciones con los personajes de novelas, con los momentos en que el lenguaje deja ver lo que no se puede decir con lenguaje. Me ha pasado eso con poemas de la uruguaya Idea Vilariño, de Giuseppe Ungaretti, de Alejandra Pizarnik, de Juana Bignozzi, de Héctor Viel Temperley. Pero te estoy nombrando extranjeros y argentinos del siglo pasado en su mayoría. De mis contemporáneas locales me conmueven muchos poemas de Noelia Rivero, Valentina Nicanoff, Carolina Mikalef y Andi Nachon.

Valeria Iglesias selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

Árbol genealógico

La pera podrida
que nunca se ca
es mi origen.
Fui su semilla,
no su simiente.

Las uvas maduras
son granos que adolecen.

Más cerca, acá abajo,
los cítricos:
la ácida y rugosa piel
del limonero
del patio
de mi casa.

(de “Papel reciclado”)

morera

miedo esquina de cañas
una selva no es valor
es volar
suspende el diafragma
serpiente rodea tronco
llegar a donde no llora
lugar donde recuerda
no llora

trepa las rodillas
arden bajo los vaqueros
árbol de moras
la altura certifica
el suelo lejos no hay dudas
con gusto a vuelo la fruta
por entre las hojas sol
magia es creer de dios
más cerca se reza

los rayos atraviesan pelusas
partículas de polvo
como una redención
es ella niña santa
inmaculada mora
explota el paladar dulce
en los pies colgando miel
niña alada

y está sola
sin testigos se abandona
lo hace sola
se deja a sí misma
una tarde sin rescate

(de “Restos de jukebox”)


Los mails que no te envío

primero lo besé
antes su voz oblicua
el comentario inseguro de cuerpos rotos
lo besé furiosa increíble
pero no estuve ahí
no estuve
y cuando me permití estar
quedé blanda de amor y perdida.

pero no se pierde
el que está:
parece un cuerpo enlazado
sin clasificar
el peligro se bebe lento
y se escupe
ante la duda
cuando ya es tarde.

(de “Correo sentimental”)


Timidez

Sos muy íntima
me dicen
cuando están a punto de reventar todos
—y yo también—.
Paredes hacia adentro
el templo de la vergüenza
donde rindo culto
al temor
a entrar en contacto
con lo ajeno.
Cuando muera
ni siquiera el olor
alertará a los vecinos
temeroso de importunarles la cena.
Ojalá pudiera desaparecer
sin dejar rastros.


(Inédito)


Entrevista realizada a través del correo electrónico por Rolando Revagliatti.

ENTREVISTA A ANAHÍ LAZZARONI

EL ENORME DESLUMBRAMIENTO FUE CON ALEJANDRA PIZARNIK


Por Rolando Revagliatti

Anahí Lazzaroni nació el 30 de agosto de 1957 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside desde el 24 de diciembre de 1966 en Ushuaia, capital de la provincia de Tierra del Fuego. Fundó y co-dirigió la Revista “Aldea”. Poemas suyos han sido traducidos al francés, italiano, inglés, coreano, portugués y catalán. Fue incluida, entre otros, en los volúmenes “Antología del empedrado” (1996), “Poesía argentina año 2000” (selección y prólogo de Marcela Croce, 1999), “Cantando en la casa del viento – Poetas de Tierra del Fuego” (selección y prólogo de Niní Bernardello, 2010), “Antología federal de poesía – Región Patagonia” (2015), “La frontera móvil. Antología de poesía contemporánea de la Patagonia argentina” (selección y prólogo de Concha García y epílogo de Luciana Mellado, Ediciones Carena, Madrid, España, 2015). Publicó los poemarios “Viernes de acrílico” (1977), “Liberen a la libélula” (1980), “Dibujos” (1988), “El poema se va sin saludarnos” (1994, en el volumen se incluye “Dibujos”), “Bonus track” (1999), “A la luz del desierto” (2004, en el volumen se incluye “Acechar el haiku”, poemario inédito hasta entonces), “El viento sopla” (2011). Se ha publicado en 2014, a través de la Editorial Académica Española, Madrid, España, el libro “Poesía de la Patagonia fueguina – Una aproximación a la obra de Anahí Lazzaroni” de María Emilia Graf.

*Anahí Lazzaroni falleció el 27 de marzo de 2019 en la ciudad de Ushuaia, Tierra del Fuego.

1 — A tus nueve años comenzaste a residir en la que llegara a denominarse como la ciudad más austral del mundo. ¿Cómo fue allí tu adaptación al colegio primario, a las bajas temperaturas, al viento, al maravilloso paisaje durante la presidencia de facto de Juan Carlos Onganía? ¿Y cómo fue tu adolescencia, tu colegio secundario ya concluyéndolo durante la constitucional presidencia de María Estela Martínez de Perón?

AL — Mi madre, que era maestra y mi padre, que era abogado, atraídos por el modo de vida de ciudad chica, casi pueblo, decidieron que nos radicáramos aquí. Me acostumbré rápido, aunque extrañaba tremendamente no poder ver televisión: era una verdadera teleadicta. Llegamos a fines de diciembre y recién en la primavera comenzó a transmitir el primer canal de televisión: recuerdo esos meses “oscuros”. Completé lo que me restaba de la primaria en el Colegio Don Bosco, de los salesianos: el director y el profesor de religión, más algún otro que circulaba por ahí, eran sacerdotes; al frente de los grados se desempeñaban maestras laicas. Era una institución muy exigente en la conducta y en el estudio. Como yo padecía de una timidez galopante no me resultaba difícil lidiar con el buen comportamiento, tampoco con la aplicación. Los primeros inviernos fueron mi regocijo: contraje gripes que me permitieron olvidarme del colegio durante unos quince días por ciclo escolar. Los fines de semana circulaba en trineo por las calles del barrio. Igual, más allá de todo esto, yo era solitaria. La vida, a causa de mi acondroplasia, el tipo más común de enanismo, se me hacía ardua; no eran épocas de psicólogos ni de psicoanálisis, por lo menos para la gente de clase media de provincias. En cambio, fui feliz en mi adolescencia. Cursé el secundario en el Colegio Nacional y Polivalente José Martí. Fue a mediados de los ‘70, en una fiesta en Buenos Aires, cuando le comenté a un cineasta cubano sobre el nombre de ese establecimiento al que había asistido y casi me abraza de la emoción. Si el Don Bosco era duro, el José Martí simbolizaba la libertad. Estudiaba lo mínimo para no llevarme materias, lo único que me interesaba era leer, escuchar música y salir con mis amigos como cualquier adolescente. Sabía, sí, en mi niñez, que Onganía no había sido elegido por el pueblo, que era de temer, y que en la revista “Tía Vicenta” el humorista Landrú lo apodaba la Morsa. De la presidencia y derrocamiento de María Estela de Perón no sé... Cada tanto, leía libros como “El 45: crónica de un año decisivo” de Félix Luna o “La saga de los Anchorena” de Juan José Sebreli. Pero carecía de una cabal conciencia de la transcendencia histórica de todo aquello.

2 — A tus diecinueve años concurriste al Curso Intensivo de Poesía Argentina Contemporánea dictado en Ushuaia por la también platense escritora Ana Emilia Lahitte (1921-2013).

AL — Sí, me fue muy útil: gracias a Ana Emilia se argentinizaron mis lecturas. Accedí a autores que sin ese curso hubiera demorado en descubrir. El enorme deslumbramiento fue con Alejandra Pizarnik. En el verano de 1977, trasladada por un ómnibus que iba de Buenos Aires a la ciudad de Rosario, la leí por primera vez: tenía conmigo su poemario “Extracción de la piedra de locura”. Acá no había librerías, vendían algunos libros en una casa de importación y también estaba la Biblioteca, que poseía sólo unos diez mil títulos. Cuando viajaban amigos o familiares a ciudades más pobladas, yo aprovechaba para que me proveyeran de parte de lo que iba necesitando. Ana Emilia tenía mucho carácter, me atemorizaba un poco. Imaginate, yo recién comenzaba a escribir más o menos en serio y ella era la desmesura en persona, altiva y algo teatral. Fue más tarde que reconocí su generosidad con los poetas en ciernes.

3 — Y de esa sensación de fluidez social obtenida durante tu secundario, ya egresada, ya recorriendo tu década de veinteañera, ¿cómo prosiguió tu propensión a ensimismarte?

AL — Ahí se vino la noche: todos mis amigos del colegio viajaron a estudiar a Buenos Aires, aquí no había Universidad, terciarios ni nada donde se pudiera continuar los estudios. Regresaban para las vacaciones, y sólo algunos. Quería escribir, sabía que para ello debía prepararme, y me dediqué a leer y leer durante muchas horas por día. Para mí eran más reales los personajes de las novelas rusas (León Tolstói, Fiódor Dostoievski, Nikolái Gógol, Máximo Gorki) que los habitantes de la ciudad. Fue una década de intensa soledad y muy poca comunicación. Publiqué mi primer libro, “Viernes de acrílico”, en julio de 1977, un mes antes de cumplir veinte años. El ensimismamiento me duró hasta los treinta; de ahí en más me convertí en una persona más sociable y mi enanismo dejó de ser una carga tan pesada.

4 — “Aldea” incluía poca literatura: así y todo, ¿a qué autores divulgaron? ¿Con quién compartías la dirección y cuál ha sido el perfil de la revista?

AL — Publicamos cuarenta y nueve números entre 1986 y 1994. Obtuvo en 1989 el Premio “Santa Clara de Asís”. Informábamos sobre temas vinculados a Tierra del Fuego: historia, antropología, arquitectura, etc. La dirigí junto con mi hermana, Alicia Lazzaroni: la idea del proyecto era de ella; yo acompañaba. Dolores Etchecopar es una de las poetas argentinas que difundimos; literatura de afuera, poco y nada. Otros colaboradores han sido el sociólogo José Luis de Ímaz (1928-2008), Enrique S. Inda, Jorge García Basalo, Ernesto Piana, la novelista Diana Alonso, el antropólogo Guillermo Magrassi...

5 — ¿Qué revistas literarias y culturales en soporte papel has ido valorando? ¿Qué medios electrónicos visitás con alguna continuidad?

AL — Más que revistas valoraba los suplementos culturales de los diarios porque con ellos me formé. Leía casi todos: el de “La Nación”; el de “Clarín”, que se llamaba “Cultura y Nación” y era muy superior al que apareciera después, la revista “Ñ”; el de “Página 12”. Hasta alcancé a leer algunos números del famosísimo suplemento del diario “La Opinión”. Me complacía adentrarme en las revistas “Babel” y “Diario de Poesía”, así como en la española “Quimera”. En cuanto a lo electrónico circulo a la deriva: si advierto algo que subieron a Facebook y me atrae, cliqueo en el enlace; o cuando busco un autor o tema en Google y me lleva a una nota que aparece en alguna plataforma.

6 — Prácticamente has ido desligando de tu bibliografía tus dos primeros poemarios, “Viernes de acrílico” (1977) y “Liberen a la libélula” (1980), así como un volumen en prosa titulado “En esta ciudad se escribirá una novela” (1989). Hasta donde sabemos por declaraciones, a éste último lo considerás un texto experimental y que “parece escrito por una verdadera demente”. ¿Qué te habías propuesto?

AL — Ese texto lo escribí a los veintiocho años, pero parecía escrito por alguien de dieciocho. Intentaba consolidar una parodia de la cotidianeidad de la ciudad. Impaciente, carecí de serenidad y afán de pulir y pulir en procura de obtener algo coherente.

7 — Ha sido Octavio Paz quien te deslumbró a través de un ensayo sobre poesía japonesa. ¿Qué autores considerás insoslayables en la concepción de los haikus? ¿De qué modo —si explicarse pudiera— los “acechás”?

AL — De los japoneses, el que prefiero es Masaoka Shiki (1867-1902): lo renovó, y es considerado también un gran maestro, a la par de Matsuo Basho, el más importante; además, Yosa Buson (1716-1784) y Kobayashi Issa (1763-1827); de los argentinos, Jorge Luis Borges. Ahora reemplazaría la palabra acechar por esperar, y una forma de “esperarlos” es leer “El haiku japonés”, del español Fernando Rodríguez Izquierdo. Un ensayo fundamental si quiere uno imbuirse de ese tipo de poesía.

8 — Destaco una observación sobre tu poética formulada por el ensayista José Emilio Burucúa: “… sus alusiones, sus citas enmascaradas que abarcan desde Arquíloco hasta Alejandra Pizarnik”.

AL — ¿Qué podría decirte? Me apasiona leer y, como a cualquier persona que lee mucho, al escribir le aparecen las influencias. Igual para mí, al principio, la mención de Arquíloco [680 a. C – 645 a. C.] me sorprendió mucho.

9 — Uno de los textos de “El poema se va sin saludarnos”, cuyo título es “Diciembre 1990”, lo dedicaste al poeta riojano Francisco Squeo Acuña (1938-2005). ¿Lo conociste personalmente?

AL — Sí, en Ushuaia. Francisco tenía familiares aquí. Vino a visitarlos y se contactó con la poeta ushuaiense Laura Vera, quien me lo presentó una noche de verano en un bar. Durante un mes compartí con él, su mujer y otros poetas locales, numerosas comidas y reuniones. Después lo visité en su casa del barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Me llamaba la atención que, no obstante, su amplia cultura y haber vivido muy intensamente, fingía no leer. Doy fe de que tenía una buena biblioteca en la que se advertía el trajín que se le había dado a los libros. Por su intermedio conocí a su amigo y vecino, Juan Carlos Martini Real [1940-1996], autor de “Macoco” (Ediciones Corregidor, 1977), una de las tantas novelas que prohibió la dictadura.

10 — Una antología hay, sólo editada en soporte electrónico, “Máquina sur. Poesía actual de la Patagonia”, con selección y prólogo de la poeta Luciana A. Mellado, en la que has sido incluida con treinta autores más. ¿Cuál es tu propia visión de la “poesía patagónica”? ¿Qué la distingue?

AL — Cuando comencé a leer poesía patagónica me sorprendió la similitud con la mía. Descubrí que no había inventado la pólvora. La falta de barroquismo, cierta transparencia, la conexión con el paisaje y la naturaleza.

11 — Es a la novelista que no fue a quien le pregunto: ¿cuáles serían las dos o tres novelas que más has leído o recordás? ¿Procuraste escribir cuentos? En narrativa, ¿a quiénes destacarías?

AL — ¿Tres novelas que me hayan impactado?: “Doktor Faustus” de Thomas Mann, “La luz argentina” de César Aira (la leí como seis o siete veces y no sé decir qué es lo que me deslumbra, por qué me atrae tanto), “El barón rampante” de Italo Calvino. Intenté escribir cuentos, pero no sirvo, soy un desastre. Además de Jorge Luis Borges, destaco a Rodolfo Fogwill, y dos argentinas actuales: Samanta Schweblin y Selva Almada.

12 — Burucúa, confesaste, te sorprendió. ¿Qué dirías que te sorprendió del ensayo de María Emilia Graf sobre tu poética?

AL — Es muy raro leer un estudio sobre tu propia poesía, escrito además por una persona que no conocés. No sé si se puede manejar la imparcialidad. Hubo puntos en los que no pude reconocer mi trabajo, y en otros sí. Todavía me llama la atención que hayan elegido mi obra para realizar una tesis de licenciatura.

13 — ¿Caravaggio (1571-1610), Raquel Forner (1902-1988), Rembrandt (1606-1669), Francisco de Goya (1746-1828), Leonora Carrington (1917-2011) o Pierre-Auguste Renoir (1841-1919)?

AL — Ninguno de ellos. Giorgio de Chirico (1888-1978), Remedios Varo (1908-1963), El Greco (1541-1614), René Magritte (1898-1967) y el argentino Antonio Seguí (1934).

14 — ¿Qué hace el Arte por nosotros?

AL — Depende: para nosotros los artistas y para quienes tienen una sensibilidad adecuada para sentirlo y comprenderlo, significa mucho. Para quienes les falta esa posibilidad, el arte no les sirve para nada. En cambio, a tantos nos salva de la desesperación la mayor parte de los días.

15 — “No hay otra expresión crítica relevante a una película que decir ‘Me gusta’ o ‘No me gusta’. El resto es literatura. Toda crítica no es más que literatura: mala, buena o regular.” Así se expresa Guillermo Cabrera Infante en su “Prólogo: La sonrisa de un crítico”, introducción al volumen “El cine estilográfico” de Vicente Molina Foix (Anagrama, España, 1993), quien en sus propias líneas iniciales manifiesta: “La crítica cinematográfica fue mi primer amor literario.” ¿A dónde te llevan estas afirmaciones?

AL — En nuestro país casi no existe la crítica literaria seria, por lo menos en suplementos culturales y revistas, sean en papel o electrónicas. Por lo general reina el amiguismo, las críticas pagas, o son sólo reseñas.

16 — ¿Con qué escritores/as (de cualquier época) te gustaría trabarte en una interesantísima discusión? ¿Sobre qué temas?...

AL — Detesto cada vez más las discusiones; nadie convence a nadie, las cosas funcionarían mejor si supiéramos respetar al otro. Desde sus ideas a su forma de ser. Tampoco (me parece) existen en la literatura temas de vida o muerte. ¿Serán necesarias las conversaciones acaloradas por hache o por be? Me complace hablar con los escritores que valoro, soy de escuchar y disfruto del encuentro. Como resido tan lejos de Buenos Aires puedo darme el lujo de tener amigos en todas las capillas literarias sin pertenecer a ninguna. Regresando a lo más específico de tu pregunta, me hubiera encantado charlar con el poeta entrerriano Alfredo Veiravé [1928-1991]: tuvimos contacto epistolar durante varios años.

17 — ¿Qué transformación creés que ha tenido tu escritura desde “Dibujos” hasta el presente?

AL — Se fue estilizando, puliendo, espero haber logrado haikus aceptables. Lo destaco porque en “Dibujos” incluí poemas muy breves, ya iba acercándome a esas estructuras.

18 — ¿Qué condiciones advertís en aquellos que más admirás?

AL — Pasión casi enfermiza por las humanidades y/o el arte en general, el estudio, el conocimiento, don de gentes y un sentido del humor arrollador. Tengo la suerte de ser amiga de gente que admiro y la risa, por suerte, suele acompañarnos.

19 — ¿Qué literatura te interesa porque te incomoda o desubica?

AL — Ninguna en especial. Aunque puedo decirte que sí me desubican los “Diarios” de Franz Kafka; su neurosis obsesiva me incomoda mucho.

20 — ¿Qué opinión te merecen las ediciones digitales? ¿Alguno de tus poemarios es hallable en la Red en ese soporte?

AL — Sigo prefiriendo las ediciones tradicionales, el contacto con el papel, la independencia de no tener que cargar la batería. Aunque cada tanto leo libros en ese formato y los e-readers me parecen ideales para viajar con el equipaje liviano. En cuanto a mis libros, habría que buscar con paciencia: cuando subieron uno o dos no lo hicieron en un verdadero soporte electrónico.

21 — ¿La insensibilidad ante el horror es una forma de ignorancia?

AL — No sé, en una de esas es una patología: los psicópatas son insensibles; puede influir la falta de educación, o la costumbre, que hace el efecto de anestesia. Yo no generalizaría.

22 — Dos textos de “El poema se va sin saludarnos” llevan por título “Ushuaia” (IV y V); en “Bonus track” uno es “En el fin del mundo”; en “A la luz del desierto”, en la primera sección, “La ciudad”, damos con “Noticias de la ciudad” (uno y dos) y con “Anotaciones sobre la ciudad” (uno y dos). “En”, “de” y “sobre”: ¿qué es posible que les trasmitas, por ejemplo, a nuestros lejanísimos lectores en “el principio del mundo”, respecto de cómo ha ido transformándose Ushuaia en las últimas cinco décadas.

AL — Pasó de ser un pueblo de alrededor de cinco mil habitantes a una ciudad de setenta mil. Es lo que los antropólogos llaman una sociedad pionera donde pareciera que siempre todo está por realizarse. Además, es una población de tránsito: mucha gente se radica durante un lapso y luego se va. Y esa modalidad produce desarraigo. Una vaga idea de la ciudad y sus sombras la expresé en mi último poemario: de allí transcribo “Graffiti”: “Alguien debería dibujar de un modo impecable / el mapa de una ciudad loca / a la que abofetea el viento. // Bordeada por un mar gris y murallas de piedra / con gentes de poco hablar / navegando sus propios océanos. // Nombro una ciudad que no está muerta ni viva.”

Anahí Lazzaroni selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

Leyendo diarios

Un cocodrilo del siglo diecinueve
bosteza.
¿El río?
Cualquier río fangoso
de África lejana.
Animal de sanas y sabias costumbres
si vinieras
y devoraras este caos perfecto
no harías otra cosa
que embellecer
el mundo.

(de “Bonus track”)

Café literario

Siempre al borde de la trampa y sin escuchar los presagios
que nos trae el mar
amparas a cualquier loco que mal escribe su canción.
Lo amparas con el arte de ciertos villanos de comedia.
Lo amparas y lo dejas a su divina suerte.
Lo amparas y le permites leer sus palabras
ante un público de gentes fracasadas.
Pero en la penumbra esas palabras son tan ciegas
como todo lo que no florece a su debido tiempo.
Y ya se sabe,
porque lo dice el fuego y también lo dice el aire,
no habrá comunión posible
para quien no busque el poema,
con la misma desesperación
de un animal que escapa.
(de “Bonus track”)

En la casa del Tigre

Cuentan grandes penas, amoríos trágicos
e historias de madres posesivas hilando la tarde.
Despliegan el dolor como si fuera un mantel
y beben alegres las copas del olvido.
Una embarcación en ruinas
navega el río de la noche,
dicen que en ella viajan
el rey mendigo y su guardia de sonámbulos.
A mediados del siglo
en una ciudad mal llamada Buenos Aires,
repiten, un niño levantaba apuestas de caballos
a espaldas de sus inmaculados padres
y más lejos otro niño loco
se inventaba solitario la llanura.
Murmuran trozos de vida
ya cubiertos por el polvo
o casi.

(de “Bonus track”)

En todos lados se cuecen habas

Algunos poetas me escriben cartas
donde me cuentan que deliran por el lejano sur.
No son pocos los que me imaginan en una casa
construida con maderas claveteadas,
escribiendo sin cesar mientras la nieve cae y cae.
Hasta piensan que suelo estar sentada junto al fuego,
como si fuese un personaje de ciertas novelas decimonónicas,
y me piden que les describa el silencio porque ellos ya no lo recuerdan.
Este mediodía varias calles de la ciudad están cortadas.
Escucho bombos,
voces,
sirenas de patrulleros,
personas que gritan cada vez más alto en medio de la aglomeración.
Por ahí no se puede pasar.

(de “A la luz del desierto”)

Canción sin partitura

Nada está escrito en ningún lado,
ni las canciones viejas
que nos llegan a la memoria
para salvarnos del invierno,
y se hunden bajo el grito constante
de los pájaros nocturnos.
Nada está escrito,
ni esos terrores marcados a fuego
que aparecen en los sueños,
ni las alegrías
o el olvido mismo.
Nada está escrito en ningún lado.
Y los locos,
los pobres locos
ya no dibujan árboles
en las paredes vacías.

(de “A la luz del desierto”)

Entrevista realizada a través del correo electrónico por Rolando Revagliatti, febrero 2016.
www.revagliatti.com