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viernes, 22 de marzo de 2019

WALTER CAZENAVE: AGUA MÍA



“Desde que Ambrosio Castro, ‘el Asesino del Salado’, mató a tiros a tres hombres que accedieron al agua que consideraba suya, el lugar se conoce como ‘Aguada de los Difuntos’ ”


Diario La Capital, 1909


Aquí estoy, encepado, cagado a palos y dolorido. Sesenta leguas me trajeron los milicos montando un mancarrón, al paso, desmontando nomás para la necesidad y el campamento. Molidos tengo los huesos y la cara hinchada de unos sopapos cuando me agarraron…

Pero el agua es mía.

Allí, en medio del secadal está el pozo, mi pozo, que cavé a puro pico y pala en la certeza del agua dulce, que ahora seguirá fluyendo de los lloraderos del costado. Fueron muchos días, solito con mi alma, dándole a la pala y sacando tierra balde a balde, hasta la vez que sentí el frío en los pies descalzos y empezó a haber como un barrito, cada vez más chirle. Después el agua mía, todavía turbia pero con su promesa de claridad, dulzona en medio de la salazón de leguas a la redonda. Ahondé el pozo y brotó serena pero incontenible, cubriéndome los pies, los tobillos, las rodillas… reflejando la última claridad de la tarde que se iba fuera del pozo. La alumbraban esos reflejos. Yo la alumbré. Cuando la noche, con el estrellerío encima, afinando el oído sentía un canto de gotas, de chorrillos que le iban dando el nivel definitivo al jagüel. Al amanecer la luna alcanzó a reflejarse en el agua nueva; después, en el agua mía me espejé yo.

Armé una pelota y dejé que bebiera mi caballo hasta saciarse; como bebería después mi hacienda y mi gente, como bebería quien yo quisiera. Porque esta agua es mía.

No iría una semana desde que la alumbré cuando pasó lo temido. Tres eran, y un muchacho. Por el rumbo, llegaban de hacer la travesía y los animales -también traían unos perros- debían haber venteado mi agua, fresca de la mañana. Escuché sus gritos alegres cuando divisaron el jagüel y desmontaron. Disimulado como estaba entre unos jumes, no me habían visto. El tiro fue fácil; estaba cerca y habían entrado al limpión alrededor del pozo. Los asesté y elegí; el primero lo recibió con asombro, quiso decir algo y cayó con los brazos abiertos; los otros dos se advirtieron enseguida y buscaron montar pero ahí estuvo la ventaja del winchester: la repetición me permitió dispararles dos tiros a cada uno antes que pudieran jinetear. Al muchacho, que ya había vuelto grupas, lo dejé ir, por su inocencia. A dos o tres perros que quedaron venteando la muerte también les di lo suyo. Quedaron todos cara al cielo en el limpión donde estaba el agua mía.

No vino nadie más. A la oración arrejunté los cuerpos para darles tierra al día siguiente o tirarlos al río. Lejos, porque no quiero pudriciones ni hedores cerca del jagüel. Fue al volver a las casas que me tomaron los milicos, que estaban emboscados y no advertí ni en el llanto de la mujer, de puro confiado, nomás. Después codo con codo a Santa Isabel, y este viaje de sudor, cansancio y hambre hasta un calabozo de la capital, adónde estoy ahora. Esta cárcel maloliente y oscura, donde los doctores que me dicen “el loco del Salado”, me revisan cuerpo y seso y me registra un escribiente, que medio se impresiona cuando le cuento los detalles de cómo defendí el agua mía.



Walter Cazenave
Walter Héctor Cazenave
Nace en General Pico, La Pampa, el 2 de Diciembre de 1942. Allí se gradúa de maestro. De su labor narrativa se destacan Tres estampas de Guarín (1963), por el que recibe una mención en la Fiesta del Trigo de Eduardo Castex, La Pampa. En este evento recibe también mención por ¿De los de antes? (1965). La editorial porteña Omeba lo reconoce por Chicos del monte (1968). Además la Comisión Municipal de Cultura de Santa Rosa selecciona entre su obra La foto, Velita y El perdonador para integrar el volumen Nueve cuentistas pampeanos contemporáneos (1972). También se desempeña como profesor de Historia y Geografía. Algunas de sus obras: Victorica en su 90 aniversario; Álbum del centenario. Victorica 1882-1982; Ferrocarriles en La Pampa; Campo pampeano y Crónicas ranquelinas, estas tres últimas en colaboración. Actualmente reside en Santa Rosa y es editor de Caldenia, suplemento cultural del diario La Arena.
Fuente: Asquini, N. Sapegno, M. - tumacondo.wordpress.com - Foto: maracodigital

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