TRADUCTOR

viernes, 15 de marzo de 2019

QUINTEROS: BAJO ESTE MISMO CIELO (CÚTER)

...Y fueron ellos los que me contaron que Juanito Paniagua había nacido en Mapuyo, el segundo día del mes de Mayo, y Lucinda Leonor López lo hizo al décimo día del mismo mes lluvioso en el mismo pueblo de la última sierra verde y húmeda.

Me dijeron que sabían ciertamente que no había nacimientos desde hacía tres años en aquel lugar, pues dicen que era porque los hombres se fueron todos a pelear al lado del comandante don Juan Penerguido contra los intentos de invasión del gobierno central, en la rica región minera de las sierras nevadas.

Y me contaron, todos alrededor de la olla del guisado -arroz, legumbres, baicon y carne, acompañados con tragos de punta y guarapo-, que Juanito y Lucinda crecieron tomando de las mismas tetas, soportando las mismas enfermedades de la niñez, los barullos mismos de los juegos de niños, los mismos golpes, las mismas aventuras y hasta cuentan que ellos decían haber soñado lo mismo, aunque nunca coincidían con el final de cada sueño.

Una vez, dijeron que habían soñado que el comandante don Juan Penerguido, pasaba caminando por las calles de tierra embarradas de Mapuyo, con un envoltorio de paños blancos en sus manos. 

Dicen que los niños, con grandes certezas en sus apreciaciones y detalles contaban de la vestimenta del comandante, al que en realidad nunca vieron y que a ellos, los mayores, no les constaba que alguna vez haya visitado aquellos lugares, pero que lo describieron tal cual se sabía que era el glorioso comandante, un hombre grande, de casi un metro noventa de alto, corpulento, de cabello blanco y largo, con bigotes amarillentos por el tabaco y botas de cuero marrón hasta las rodillas. 

Dicen que los niños contaban que en el sueño él los llamaba y que les mostraba lo que llevaba envuelto entre sus manos, y que les decía que era un presente que el gran Cacique Mapuyo le había dado allá, en la sierra nevada a tres mil cuatrocientos metros de altura y que Juanito decía que era la momia de una niña y que Lucinda decía que era una niña todavía viva que lloraba y que allí se despertaban, cada uno en su cama, cada uno en su casa, pero que fue otro sueño que ambos contaron, en que los escasos habitantes de Pueblo Mapuyo se decidieran a separarlos por un tiempo.

Dicen que ellos tendrían entre ocho o nueve años y que cada uno en su casa a la hora del café de la mañana relataban a su familia el sueño de la calurosa noche pasada. Juanito comenzó diciendo que aparecían grandes carros de metal vomitando fuego y enormes balas de cañón contra todas las casas al lado de un río y que las costas se llenaban de peces muertos y que un enorme pájaro de metal brilloso habría su panza y dejaba caer bombas que mataban a todas las personas. Y en su casa, casi a la misma hora Lucinda contaba que un monstruo de metal color verde escupía fuego contra las gentes de un pueblo y contra los peces del río y desde el aire un enorme pájaro les lanzaba bombas a las personas que huían. 

Juanito Paniagua dijo que en el sueño veía junto a los peces muertos, la momia de la niña que llevaba el comandante Penerguido. Lucinda Leonor López, en cambio dijo que la niña nadaba escapando entre las aguas rojas de sangre.
  
Cuentan que ambas familias vecinas se fueron de Pueblo Mapuyo por el descontento de la población ante el conocimiento de los sueños agoreros de los niños que infundían cierto temor y que a los nuevos novios les indicaban sacar cuentas antes de acostarse para evitar que no haya más nacimientos en el mes de Mayo. Decían eso.

Supe después que Juanito y Lucinda crecieron del otro lado de la Amazonía y lejos de Peremerimbé y cuentan que la distancia les quitó los sueños a ambos, siempre, cada uno en su nueva casa, decían no recordar si algo habían soñado. Simplemente crecían.

Hay registros que a los quince años Lucinda, era educada por severas monjas que nunca habían sentido nombrar a Peremerimbé y que a los quince años Juanito era tomado como ayudante en los hornos de una fundición de metales para hacer sonoras campanas, y flejes de metal para soportar las cargas de los carros y otros elementos que serían posteriormente comprados por los enemigos de Peremerimbé. 

Vaya uno a saber cómo fue, pero dicen que Juanito desertó un día y guiado por voces que solamente él escuchaba, salió a buscar a Lucinda. La niña tenía por costumbre espiar, cada vez que podía, por las altas ventanas de ese colegio hacia afuera, como buscándolo entre la gente y susurrando una canción serrana.

En los registros del convento se encuentra la notificación al Obispo de la desaparición por abandono voluntario y sin el conocimiento de sus padres y tutores, de la niña Lucinda López, acompañada por una escueta nota: "El Señor me guía" que la niña dejó en su almohada. Tendría diecisiete años entonces.

Calculan que para llegar al pueblo de Embarcación Alegre, estos enamorados, debieron haber navegado once días con sus noches, y deben haber sido alojados, escondidos y alimentados a lo largo del río, pues hay registros de una pareja que se ganaba el sustento contando sueños y el reporte policial de una canoa robada con sus remos, red para pesca y el ancla respectiva en cercanías de Cacataibó.

Dicen que todos les hablaban en Guaraní y que allí aprendieron el idioma y que ella le contó a sus nuevas amigas que la noche que quedó embarazada fue en el río, porque llovía tanto que se guarecieron bajo un árbol costero y que en la oscuridad se abrazaron para darse calor y que se quitaron la ropa y sin decirse nada lo hicieron entre cuatro o cinco veces en la misma canoa porque amaneció y allí empezaron a reírse sobre lo que les había sucedido y que decidieron quedarse desnudos entre el follaje mientras las prendas se secaban al fuerte sol del mediodía. 

Con el tiempo, una de esas amigas recuerda en una carta que Lucinda Leonor les contaba a todas que así hablaron entre ellos: "Mira Juanito, si es así como se hace esa cosa que tu le llamas de amor, entonces estamos casados" y que Juanito le contestó "Bajo este mismo cielo soy tu hombre y bajo este mismo cielo, tu eres mi mujer, negra Lucinda".

En esa carta y según dichos de esta señora, Lucinda contaba que al anochecer llegaron cansados, que amarraron la canoa lejos del muelle, que fueron seguidos por unos cuantos perros que les ladraban y que una familia de pescadores les dio alojamiento, unas hamacas para dormir, comida caliente y abrigo.

Hay registros en Embarcación Alegre que dicen que contrajeron matrimonio ante el prefecto una semana después, y luego entraron a la Iglesia, se tomaron de la mano y se juramentaron amor para siempre, en una digna soledad, bajo el poder solemne de las palabras de los enamorados.

La carta de Lucinda cierra contando que Juanito, en el mismo acto, juramentó que volverían a la región peremerimbina, porque allí habían nacido y allí deseaban morir.

No es preciso en los informes encontrados tiempo después, como es que el Prefecto de Embarcación Alegre, don Odilio Oviedo, devolvió la canoa con todos sus elementos ni cómo es que ocultó a la nueva pareja habitante del pueblo, de la búsqueda policial. 

Pero se supo más adelante que el herrero Juanito fue contratado para hacer los carteles señaléticos de las calles, y que Lucinda trabajase en el plan de vacunas obligatorias mientras su vientre crecía.

Dieciocho años después, el día de su cumpleaños, Teresa Paniagua López, conoció el mar.

Su padre Juanito y su madre Lucinda, viajaban en el camarote vecino del vapor Triestino, siempre hablando sobre lo mismo. Que cómo era posible que Dios dispusiese que sólo tuviesen una hija y que en este viaje de regreso lo intentarían de nuevo, no una, sino varias veces sobre las aguas del enorme río, hasta quedar exhaustos.

Al regresar de su feliz paseo, tres meses después y, de haber agotado todos sus ahorros,  aparentemente y coincidiendo con las fechas de otros relatos, desde el puerto tomaron el tren que pasaba por el nuevo dique de Imbuté. Lo que había sido la bella y exótica ciudad de Peremerimbé, del fallecido comandante Juan Penerguido, y que ahora dormía bajo las aguas del enorme lago. Cientos de soldados armados ocupaban algunos vagones del tren, conversando sobre el loco que se arrojó a las aguas para rescatar un féretro que flotaba desconsoladamente. Algunos soldados, como anteriormente algunos marineros, no dejaban de observar los enormes pechos de Teresa, que solo miraba el verde de la selva, que se transformaba a medida que el tren avanzaba, en lejanos morros azules y en montañas escondidas tras las nubes lejanas.

Descendieron del tren en Manvatará y dos meses después moraban en Naranjillos.

Desde las ventanas de la casa que Juanito Paniagua y Lucinda López le habían comprado a los hermanos pescadores Virasolo, se veía el caudaloso río Naranjillos, la calle principal que desembocaba en el muelle de los fruteros y el techo de chapa de la estafeta. Desde la galería, hacia el este, se veía el puente angosto.

Juanito se consideraba un hombre joven para emprender nuevamente su oficio de herrero, y Lucinda perdía por quinta vez su embarazo, como siempre, antes de los dos meses. La visita a las aguas del río y al mar no dio resultado. 

Argumentaba Lucinda, con cierta calma en su voz, que era porque no lo habían soñado, en sus sueños solo había una niña. A Juanito, le encargaron que fabricara en buen acero, algunos machetes, y que les diera más filo a otros. Teresa consiguió trabajo con el doctor Teófilo Cabanillas para atender la sala de atención primaria a la salud y dicen que atendía más a las putas de la casa de "La Rosa Blanca" y a los bandidos de los hermanos Fonseca, Fontana, los Barragán Puebla, a los hombres que mandaba el tabacalero Kindelán y, a los mensajeros de Teófilo Cabanillas, que a los niños del pueblo.

Dicen los últimos testigos de Pueblo Mapuyo, que después de la masacre de Naranjillos, donde el sargento Cipriano Tavarez, alias "el cúter" y el cabo primero Guillermo Jensen, mataron como a veinte revolucionarios peremerimbinos y se llevaron a Teresa Paniagua al río, que Juanito y Lucinda Leonor, volvieron a Mapuyo con muestras de aciago en sus cabizbajos rostros. 

No, no fue Teresa Paniagua López una traidora. Quizás, me dicen, dejaron que se la lleven, o tal vez, porque siempre el peremerimbino ha respetado a las mujeres que vuelan, por ser estas hechiceras, por la magia de su desnudez, o por sentirse libres de toda atadura. Vaya uno a saber.

Dicen que no pudieron haber visto que dos días después que escaparan, los tanques de guerra y un avión del gobierno bombardearon hasta los sueños y, que las costas se llenaron de peces muertos en las aguas de color rojo sangre. Y dicen que ante tal desgracia, ellos ahora decían que entendían aquellos sueños que habían tenido de niños, y que los repetían ante los habitantes del pueblo y que los habitantes del pueblo les pidieron nuevamente que se vayan y que los vieron subir, cargando sus equipajes llenos de desconsuelos, el camino a la Sierra Nevada del Indio Muerto. Dos días antes de la llegada de los soldados a Mapuyo, tres días antes que la bella niña Rosario Kindelán llegara al pueblo, huérfana de padre y madre y con un fuerte ataque de tos. 
    
Nunca más nadie supo de los padres de Teresa Paniagua López, los nacidos en el pueblo Mapuyo, los de los mismos sueños, los que vivieron con nosotros, bajo este mismo cielo.



Walter Ricardo Quinteros
diceelwalter@gmail.com
Este cuento pertenece a la primera parte, capítulo 3, de la novela "Cúter", próxima a editar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.