CULTURA / EL CUENTO DEL DOMINGO
¡Papel y lápiz! —dicen que pedía a cada momento—, quiero trabajar para que mi pueblo recupere los sueños serenos y tristes de nuestros abuelos
Por Walter R. Quinteros
Dicen que decía y que se sentaba a escribir donde sea, en los bochornosos veranos de aquella tierra, a la hora del vulturno en las siestas, o en la insolencia de los vientos fríos que bajaban de la cordillera, hasta quedarse dormido y, que cada vez que soñaba, al despertar tapaba uno de los frascos de medicina que llevaba en sus maletas para que el sueño, sus sueños, queden atrapados.
Teófilo Cabanillas había nacido en Pueblo Saucedo, cuando todavía no se hablaba de trenes ni de industrializaciones regionales. Eran los tiempos en que las viudas tomaban los fusiles de sus hombres muertos y luchaban por la independencia de Peremerimbé, hasta desfallecer en las frescuras de sus camas vacías. Su padre, el teniente Temístocles Cabanillas, jefe de los Lanceros de Oriente, fue abatido en la batalla de Terra Preta. Su madre, doña Julie Smith, hija de misioneros gringos, fue la costurera de cientos y cientos de uniformes destinados a ser perforados por la metrallas, que lucían brillantes botones de lata, entre remiendos prolijos y la honrosa mancha de sangre y pólvora que dejaba la muerte en su viaje por los combates.
En los tiempos de la precaria paz y siendo aún un niño, el hijo de Julie Smith, contaba que podía ver algunas pequeñas empresas de hombres negros que subían las sierras cantando canciones extrañas y lejanas, en busca de minerales para la fabricación de armas y municiones, y que traían consigo algunas máquinas asombrosas que perforaban las rocas y que las operaban hombres sudorosos y ambiciosos que tomaban mucho alcohol entre sus plegarias nocturnas. Él le contaba todo eso a su madre, mientras ella preparaba el pan para que les venda a los mineros.
Su madre le decía que todo esto se hacía en la montaña porque aquella gente tenía las correspondientes autorizaciones del ilustre comandante —recuerda siempre llamarlo de "ilustre" al nombrarlo, le aclaraba—. En la escuela, el hijo de Julie Smith, se destacaba dibujando la región que nacía en las montañas nevadas, que pasaba por las sierras del Indio muerto y desembocaba en los valles que llegaban al mar, tierra fértil como esa no se podía encontrar, decían los manuales escolares que estudiaba en la escuela, donde aspiraba el profundo olor del mango, cafetales, y guineos.
El niño que les acercaba pan a los espectrales mineros, se entusiasmaba con las aventuras que aquellos hombres alucinados le contaban en algún momento de descanso. Dicen que estudiaba las semillas de las legumbres y hortalizas y que aprendió las distintas especies de animales que encontraba en su camino. Dicen que fue creciendo entre libros, mapas, fórmulas y equilibristas de las geometrías, que cuando fue citado a la milicia, en las aguas bravías del mar, abordó un barco de otra bandera y sustrajo con sus compañeros, todos los elementos de meteorología modernos, y que por eso el comandante le otorgó una beca y lo mandó a estudiar a la Oficina Meteteorológica de Córdoba, en Argentina, donde fue un destacado alumno de Martin Gil y pudo conocer a personalidades de la cultura de aquel país. A su regreso, fue el primer director del Establecimiento Meteorológico Peremerimbino en Ayacuate. Y que en esas cosas cotidianas como son los poderes sobrenaturales que tiene el destino, hubo un día aciago en que las comunicaciones fallaron. Los avisos del tornado que afectó a Pueblo Saucedo, no llegaron con el tiempo suficiente y cayeron casas, volaron techos, árboles, líneas eléctricas, llenaron las calles de peces voladores, encajaron prendas de vestir en las ramas deshojadas, y entre esas prendas colgantes, los vecinos encontraron el cuerpo sin vida de la anciana Julie Smith, que el viento aún balanceaba, de un lado a otro, como un trofeo de guerra.
Dicen todos que Teófilo Cabanillas, nunca se quedó quieto, no era hombre sosegado y que eso de andar averiguando cosas que se le ocurrían a Dios y a la naturaleza por aquellos días, ya lo aburría. Entonces con papel y lápiz en la mano, cambió las planillas de informes diarios de los pluviómetros, termómetros, barómetros, higrómetros, anemómetros, veletas y otros artilugios atmosféricos, para dedicarse a relatar la historia de su tierra y fascinar al pueblo con cuentos sobre aquellas máquinas asombrosas que empezaban a reemplazar al hombre y a los animales. Entonces, por decreto del comandante, fue tomado como empleado jerárquico de la primera editorial peremerimbina llamada "La Patria Justa".
Este resumen que transcribo a continuación, son recortes obtenidos de los desaparecidos medios de comunicación de aquella época. Entre ellos, el "Crónicas Peremerimbinas", pude acceder a ellos tras una semana de intercambio de palabras con los últimos testigos, donde expresaron con franqueza, el miedo que los tuvo silenciados, y lo que empezó como un suave murmullo, finalizó en manifiestas confesiones de lo vivido y aprendido.
Dicen, porque lo saben, que Teófilo Cabanillas titulaba sus notas con un aire poético, que la poesía no faltaba para describir los momentos. Y me recuerdan el artículo sobre la muerte del comandante: "A pesar del llanto de miles y miles de hombres y mujeres, todos combatientes y trabajadores de la tierra y manufacturas, se podía percibir el lamento del hierro de las ruedas sobre los adoquines, y cada pisada de los bueyes en su lastimoso andar, como un lejano eco que solo nos deja una serena melancolía, difícil de olvidar, como una melodía lejana que acompaña la vigilia de nuestros noches, ahora serenas, ahora tristes".
Dicen que Cabanillas nunca contrajo matrimonio, pues afirmaba que las mujeres volaban; "Las mujeres levantan vuelo en cualquier momento, sin importarles el estado del tiempo, ni del cuerpo, ni del alma. Yo las he visto volar en Peremerimbé, bajo la lluvia".
Había —entre sus artículos sin publicar—, un dato que cerraba el círculo de las traiciones. Me pidieron que lo lea despacio. Luego me preguntaron de quién creía que hablaba Teófilo.
"Le dijimos al rajul Yusuf Hechem, que no lo queríamos incomodar, por esto que le fuimos a comentar, ni que en su descanso nocturno aparezcan sueños injustos, pero que era nuestro deber informarle que su esposa ya no era la mujer que creíamos que era. Que pensábamos en como fue que su alma mudó de un lado a otro, como aventurándose en algo desconocido, o tal vez conocido y olvidado, y a ella le ha reaparecido, o tal vez, por vaya a saber uno qué cosa, fue transformándose en otra persona. Y en esa mudanza, usted, ha pasado a ser para ella, lo que somos nosotros, unas personas más del montón. Lo que queremos decirle es que ella ya no lo ama. Tal vez, señor Yusuf, esa sea su naturaleza. Quizás, ella considere que lo que hace está bien, y que nosotros somos una especie en extinción, porque somos los que creemos en lealtades, en honores, en salvaguardar nuestros nombres a favor de la causa del comandante. Quizás, vaya a saber, y no nos queremos meter en su intimidad pero, a lo mejor ella esperaba otra cosa de su matrimonio. En definitiva, bien sabe usted señor Yusuf, que aquí lo apreciamos mucho, es usted una persona que es respetada en nuestra comunidad, y ella, su esposa, ya no lo entiende así. No queremos saber ni a nadie le intreresa que ha pasado entre ustedes dos, se lo repito, mire, el partido lo necesita por sus benignas donaciones, el pueblo lo necesita porque ofrece mercadería barata, nadie duda de su larga trayectoria, de su honradez, de su pasión por esta región. Pero ya ella, su esposa, se volvió una puta. Es veinte años menor que usted, es de orgasmos calientes, quizás por ambiciosa, quizás por eso de la naturaleza misma, y eso hace que de repente pasó de conservadora a manifestarse peremerimbina, y de recata a viciosa, no, no y no. El partido peremerimbino, es un pueblo que solo clama y admira a su comandante. No queremos ese tipo de personas. Si queremos que acceda a nuestro pedido de que se deshaga de su esposa, y entienda que no le decimos su mujer, porque ahora mismo nadie sabe con quién se está revolcando desnuda, mientras critica la impudicia de nuestras mujeres".
Y me dicen que el comerciante les contestó que creía en su esposa Carlota, en su pobre y soñadora Carlota. En sus bondades y en los deseos que a él le despertaba. Y les pidió que todos se retiren de su local. Entonces Teófilo Cabanillas le dijo:
—Tome esto, téngalo. Nadie hablará otra cosa que no sea que aquí aconteció un robo y que los ladrones, los malditos ladrones del partido conservador tenían armas. Y que le dispararon cuando usted, en forma valiente, defendió sus bienes. Buen viaje señor Yusuf.
Me dicen que Teófilo Cabanillas, le alcanzó el revólver de Barragán Puebla a Yusuf Hechem, comerciante de café, cueros y textiles, segundo marido de Carlota Henríquez Machado Lean, y que éste los miró a todos y alcanzó a pronunciar; "Peremerimbé sin mi va a estar mejor, mátenme antes que les dispare". Mientras la vida se le escapaba, Yusuf, veía cómo le vaciaban las cajas y su escritorio, cómo volteaban los estantes donde estaban apilados cientos y cientos de artículos de loza y vidrio, y que cuando finalizó el criminal despojo, el comerciante cayó en la oscuridad eterna.
Me dicen que el hijo de Julie Smith, publicó en el Crónicas Peremerimbinas que; "El brutal asalto y asesinato de un próspero comerciante leal a la causa por desconocidos intrusos, abre un interrogante sobre cómo funciona el control de las lineas de divisa fronteriza y la seguridad de la economía local, debemos organizarnos para evitar esas cobardes agresiones".
—Al pobre tipo lo mata tres veces, psicológicamente, a balazos y al olvido, les digo.
—Así es. Teófilo, publica algo antojadizo por encima de la tragedia del muerto. Pero hace que el comandante mande fusilar al amante de Carlota, el responsable de la guardia costera, que imploraba clemencia al saberse inocente. Tampoco cuenta que por esos días de angustia, Carlota conoce al comandante que la lleva a su cama. Pero esa sería otra historia, o es la misma. La cuestión es que ni siquiera escribió que la sajjadah que usaba en el salat, el rajul Yusuf Hechem, sobrevolaba el cortejo fúnebre. Ni que todos vieron que la alfombra, después, se perdía en el horizonte azul del cielo.
Coincidían en que el hijo de Julie Smith, era más bien de estatura baja, de casi un metro sesenta centímetros de altura, como su madre, pero de piel amarronada cálida, como su padre Temístocles, y con varios kilos de más de acuerdo con los índices deseables dada su afición a los embutidos grasos. Que al momento de morir ya estaba totalmente calvo, mire, —me señalan una foto borrosa de Teófilo Cabanillas—, y agregan que él era muy temeroso de Dios y sus designios, por eso usaba ropa clara, para llegar uniformado al cielo, me dicen que decía.
(©Walter R. Quinteros-El hijo de Julie Smith-Crónicas peremerimbinas- 2014)

Hermosas historias
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