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viernes, 15 de marzo de 2019

DANIEL SALZANO: ORACIÓN DE UN HOMBRE ARREPENTIDO

Lista a mano alzada de las cosas que he ido perdiendo –dejando caer– a lo largo de la vida. La idea es reclamarlas cuando me citen en el Juzgado de Cuarta Nominación del Reino de los Cielos.


1. La luz de los faroles como naranjas rojas extendidas sin principio ni final a lo largo de la avenida 24 de Septiembre. En el centro de la avenida, dibujado por un niño, había canteros de hechuras tropicales y en cada cantero crecían dos palmeras gordas y bajitas, con algo de obsceno y de perverso.

Con toda seguridad que en un zaguán de la vereda de los pares estábamos nosotros, abrazados, diciéndonos que nos queríamos. Cada tanto pasaba el tranvía 2 haciendo sonar la campanilla con la energía de Colón cuando navegaba en busca de las Indias Occidentales. De los tranvías de la 24, sépase, salieron varias canciones de Los Beatles.

2. Un mapamundi con luz interior que funcionaba a pilas. Apretabas un botón y la ilusión del mundo comenzaba a girar a toda mecha. Siberia era blanca. Cayo Coco era verde. Brasil, amarillo, y Casablanca –¡oh, Casablanca!– era un bar con mesas de hojalata donde Bogart fumaba con los ojos enlagunados.

3. Me gustaría incluir en esta lista al invierno de 1986, cuando llovió por arriba del cordón de la vereda. Los zapatos de la gente se embarraron y la ciudad se amuralló en el interior del bar Sorocabana. Yo sujetaba el pocillo por la base, caliente y con las manos heladas.

4. El grabado del planeta Tierra que conserva en su caja fuerte la biblioteca Vélez Sársfield. Yo lo vi. El mundo, señores, es una vieja esfera sostenida por cuatro elefantes.

5. Un encendedor Zippo de dos piedras para fumar dos fasos simultáneos. A mí lo que más me gusta del tabaco es cuando las viejas se ponen a chillar.

6. El libro de las memorias de la princesa rusa. Lo habrán leído. Todos lo hemos leído. Más que Platero y yo, más que Rayuela y más que Crimen y castigo. Una vez lo dejé olvidado en el baño, sobre el bidé, y mi papá me lo devolvió, con un dechado de estilo, sin siquiera guiñarme un ojo. Mi papá era el ferroviario más bueno de la avenida 24 de Septiembre. Revolvía la polenta con un cucharón de madera, se alisaba la raya del pantalón con la yema de los dedos y cuando tenía ganas de reírse, iba al baño, se peinaba con la raya al medio y reaparecía convertido en Justo José de Urquiza. Mamá, que era chiquita, lo abrazaba. ¡Urquiza!, decía ¡Urquiza!

Es difícil hacer el amor, pero se aprende.

7. Televisor, no. No me gusta la televisión. Ni siquiera cuando Teleocho da El viejo y el mar, con Spencer Tracy.

Spencer Tracy: “El hombre no está hecho para la derrota. Se puede destruir a un hombre, pero no derrotarlo”.

8. Un par de líneas cortas y dulces, como cuando las madres hacen dormir a sus bebés balanceando los talones diciendo mumma mumma. ¡Ah, si yo pudiera escribir mumma mumma!

9. Esa canción que canta Lucio Dalla en la que un chico permanece encogido contra un muro porque tiene miedo de morir. Dalla murió hace un tiempo, no sé si por un infarto o por dos. “Todos los gatos de Bolonia arman quilombo en mi terraza”. ¿Cómo pudo morirse un tipo así?

10. Una foto que me sacaron en el diario cuando el diario se imprimía en una rotativa 10 metros más larga que el Titanic. En la foto tenía la barba crecida y una extraordinaria camisa azul marino. Era joven, claro, un joven que ya no existe, porque me lo fui comiendo como a una galletita. Hoy soy nada más que un pedacito de Manón, Señor, un cachito de Rhodesia.


Daniel Salzano
Nos dice Fernando Píttaro, desde el sitio continuidad de los libros que, Si Dios atiende en Buenos Aires, como efectivamente parece ocurrir, sería un imperativo casi ético por su parte que abriese una sucursal divina en Córdoba. Así podría descubrir, por ejemplo, a uno de los poetas más nobles, sensibles y olvidados que dio esa provincia. Salzano es muchas cosas. Y se lo recordará, al menos, por un puñado de ellas. Por ser inventor de los textos ­/ barrados /. Por ser el hijo de la costurera y el ferroviario. Por ser de Cruz del Eje e hincha de talleres. Por hablarle al tipo común y silvestre al oído y no desde un pedestal, por pintar la memoria de varias generaciones desde la mesa del bar Soracabana. Por ser el letrista de Jairo. Por ser el mejor cronista que la Voz del Interior jamás podrá volver a tener. Por ser el que escribió, entre muchas otras genialidades, que “el amor es como el chorro de vapor que suelta el corazón de las ballenas”. Y por ser el mismo que le aconsejó a un principiante de las letras que “para escribir hacen falta tres cosas: una silla, un lápiz y un papel; después hay que meterle todo para adelante; y cuando ya no haya nada por delante, hay que meterle todo para atrás”. A ese cronista urbano de relatos costumbristas cargados de nostalgia y sabiduría popular, la endogamia porteña lo ignoró; la fábrica del canon se lo devoró. Sus libros no se consiguen en Buenos Aires. “Me suena que es uruguayo”, “debe estar descatalogado”, “preguntá en alguna de usados”. O preguntale a Dios, que es más o menos lo mismo. Y es triste que nadie sepa quién es Daniel Salzano, ese poeta que sabe las calles de su ciudad de memoria y las recorre con las manos en los bolsillos y la cabeza cargada de recuerdos.
Nació el 22 de mayo de 1941 en Córdoba, falleció el 24 de diciembre del 2014 en Córdoba.
Periodista, poeta y escritor. 
Fuente: La Voz del Interior - Wikipedia - LCDL - Foto. Día a Día


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