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viernes, 3 de mayo de 2019

DIANA LAURA CAFFARATTI: DEVOCIÓN


   

La madrugada de ese domingo de mayo traía en los aires campanadas tempraneras. El sacerdote había soltado a vuelo el llamado a rezar el Rosario de la Aurora.

–“Faltan pocos días para el 22. El pueblo entero va a conmoverse en sus entrañas religiosas. Santa Rita estará contenta…” –pensó mientras jalaba de las gruesas cuerdas que baten los badajos de bronce.

–“El campaneo se oye con distinta fuerza según la distancia, pero llega…” –dijo Doña Damiana a “su viejo”, al tiempo que apuraba un tazón de mate cocido apenas cortado por una cucharada de leche en polvo, de la que entregan en el PAMI para los pobres jubilados. “Se oye como el choque de dos cucharas de lata” fue el triste comentario del viejo.

Ninguno de los dos tenía precisión que les recordara cuánto tiempo hacía que estaban juntos. Lo que tenían por cierto era esa necesidad del uno por la otra, y viceversa. Por eso era que –sin protestar –el viejo acompañaba a Damiana a rogar a Santa Rita por una vida sin mucho sobresalto. Un poco mejor de la resignada a la que ya estaban acostumbrados; curtidos, se diría…

Cada uno dejó su tazón lavado, boca abajo sobre la vieja mesa de patas oblicuas, cubierta por un hule añejado. En la humildad de la habitación que oficiaba de cocina, comedor, o sala de estar, la prolijidad y el orden era todo el lujo que se ostentaba. Acomodaron las sillas que habían usado y salieron juntos hacia la puerta del frente.

Atravesaron los escasos metros de la huerta-jardín, acompañados por tres perros de raza incierta que demostraban fidelidad moviendo sus colas en vaivén.

El marido de Damiana miró al cielo: Una pesada nube parecía haberse instalado sobre el barrio pobre de la ciudad.

–¡Carajo! Más lluvia, parece… Vamos a mojarnos otra vez nuestro calce, Dami. Y la ropa… –¿Y si nos quedamos? preguntó a su mujer, sabiendo que vendría una firme negativa.

–¡Ni se te ocurra Isidro!... ¡Quedate vos, pero yo a mi Santa no la abandono! ¿O ya te olvidaste de cuántos favores le debemos?

Isidro negó haber olvidado… Es cierto: a lo largo de sus vidas habían rogado en varias oportunidades y, en cada una de ellas, habían sido escuchados por la Santa de los Imposibles. 

–“Tanta habrá sido su insistencia que Diosito le dio permiso para hacer el milagro…” –caviló.

Caminaron unos pasos sobre la calle de tierra, cuando la pesada nube dejó de ser una presencia silenciosa: un sordo rumor se descolgaba del aire que parecía electrizado. Ambos pararon “en seco” y cruzaron sus miradas. El temor de Damiana duró un segundo. Isidro la tomó protectoramente de los hombros mientras le deslizaba un ruego:

–Esperame, viejita. Voy a buscar algo que nos proteja, por si llueve…

Damiana asintió. Lo vio alejarse con su particular cadencia, que daba a entender una agilidad perdida.

–¡No tardes, Isidro! –le dijo preocupada. Los minutos que estaban pasando los obligarían a tomar el colectivo urbano que pasa por la ruta que parte en dos al pueblo: 

“Los del centro y nosotros…” –pensó con algo de amargura.

Isidro estuvo de regreso rápidamente, pisando esa tierra seca y firme que se transformaba en una inmensa masa oscura luego de la lluvia ¡Si habrán perdido alpargatas en ese barro infame! Inmediatamente la sacudió ofensivamente el recuerdo del olor a podredumbre del fango persistente de las inundaciones del ’98. Fue cuando perdieron todo, menos la dignidad; y terminaron rumiando penas en el terreno prestado por su cuñado, cerca del Basural Municipal; levantando con sus propias manos su casa, mezcla de cartón, chapas y maderas…

Se persignó mientras decía: “Gracias a la santita estamos vivos, y tenemos dónde vivir…!”

Isidro traía en sus manos dos bolsas negras para residuos. Las tomó de las que rescata del basural para luego venderlas en el Centro de Reciclado. Estaban limpias y secas. Con ellas se cubrirían si se largaba la lluvia.

–¡Vamos, vamos! –protegía a su mujer sin aspavientos. Su hombría bien entendida sabía hacerlo. Amaba a esa mujer que se había transformado con cada niño que les naciera, cada enfermedad, cada pérdida… Ahora tenía las manos temblorosas; las cataratas de sus ojos le nublaban el mundo y, a veces, necesitaba de un bastón (en realidad, una rama bien elegida por su rigidez, y lijada pacientemente para ella) para desplazarse. Sobre todo, en días como los de hoy, o los de la víspera, cuando la elevada humedad es una amenaza para las coyunturas óseas.

En esos días el aire se enrarece: pierde su frescor de otoño y se vuelve caliente y pegajoso. La promesa de lluvia es un prolongado interrogante mientras transpira en las chapas del techo y las paredes de la casa.

Pero aquel domingo, la humedad que ya era una presencia intolerable; la nube que los seguía sobre sus cabezas, y ese rumor del aire que sabe a ranas, hacían presentir que el aguacero era inminente.

El cielo, como se preveía, se precipitó con un diluvio tupido sobre ellos. Isidro apuró el despliegue de la negra bolsa para cubrir a Damiana, colocándola sobre su cabeza, a modo de capote, y luego se protegió a sí mismo. Estrechó más aún a su mujer. Sin soltarla, bordearon la laguna. En sus orillas el agua se veía verde, y una nube de insectos se disputaba las carnes de un nauseabundo pescado podrido. Tuvieron que cubrirse la nariz: la proximidad del basural les castigaba el olfato. Cuando pasaran esos espinillos estarían a metros de la ruta.

–¡Apuremos, Isi! Ya ha de ser la hora que pasa el 48. Con suerte, vamos a poder tomarlo y guarecernos dentro del colectivo ¡Está fuerte el agua…!

Las ramas espinosas estaban bajas. Isidro alcanzó a levantarlas con sus brazos, para que no lastimaran a Damiana. Se hirió las manos. Una púa quedó incrustada en el antebrazo, pero mordió la queja para no preocupar a su esposa.

–Que nada la detenga. Está tan ilusionada… La Patrona tiene que hacer que desaparezca ese bulto que se le ve y se le palpa debajo de las costillas… El doctor dijo que había que hacerle ese estudio en Corrientes Capital… ¡Puta pobreza! No tenemos una moneda partida por la mitad… ¿Cómo haré para llevarla? –pensaba, mientras las lágrimas se confundían con el agua de lluvia. Apretó el paso, apretó los dientes, apretó el hombro de su mujer…

–¡Allá viene! ¡Apuremos un poco más…! ¡Dale, dale! –Damiana apuraba a su pareja, y corría con una vivacidad inesperada, soltándose de Isidro.

El agua era una cortina vertical, espesa, que impedía la visión y el cálculo de las distancias, pero a Damiana no le importaba. Se paró en medio de la ruta, levantando los brazos para llamar la atención del conductor del colectivo.

En el santuario de Santa Rita, el sacerdote confirmó que era hora de dar el último repique del último llamado de los tres que, cada quince minutos, se hacen antes de salir a recorrer las calles en procesión, rezando el novenario a la Patrona del pueblo. Las campanadas se mezclaron con el corte agudo y profundo de insistentes sirenas.

Arreciaba el diluvio, pero en el templo ya había feligreses con paraguas y botas de goma, dispuestos a desafiar al torrencial aguacero. El cura se acercó para invitarlos a partir. Desde el atrio, alcanzaron a ver el camión de bomberos que ululaba con desesperación y, detrás, dos ambulancias igualmente veloces y estridentes. 

–Algún loquito con resaca del sábado a la noche… - dijo alguien.

–¡Seguro! –contestó una señora, abriendo su paraguas.

La procesión, algo escasa aquel domingo, hacía su recorrido por las calles aledañas, rezando el Santo Rosario. Algunos rezagados se sumaban comentando el barullo de las sirenas y tejiendo conjeturas, curiosos por saber qué había ocurrido. Entre Padrenuestros y Avemarías, las mujeres cuchicheaban suposiciones varias: accidente, incendio; por la zona del Matadero, por la curva Sur… Se oía alguna que otra voz, por encima de las demás, que proclamaba: “Esta juventud no tiene remedio…!”

Bajo la intensa lluvia, cumplieron el recorrido. La gente recibió del Padre José una bendición “a las apuradas”. Su monaguillo le avisó que lo habían llamado los bomberos, para que concurriese con urgencia al lugar del accidente. Así lo hizo saber a los fieles, agregando que no tenía más detalles. El matrimonio Romero ofreció llevarlo hasta el lugar.

Un camión con acoplado estaba cruzado y volcado en medio de la ruta, justo en el lugar donde hacía instantes Damiana se paraba alzando sus brazos para llamar la atención del chófer del colectivo 48 de la línea urbana…

El ómnibus, felizmente sin pasajeros, había dejado en el asfalto, una oscura huella “al sesgo”, producto de un volanteo inútil para evitar la colisión.

Entre chapas y hierros retorcidos de la trompa de ambos vehículos, Doña Damiana –aún consciente –clamaba a Santa Rita mientras se desangraba. El Padre José le cerró los ojos después de darle la extremaunción, y de haberle prometido que cuidaría de su Isidro, sin saber a ciencia cierta de quién se trataba…

Isidro miraba la escena con horror. La tentación de putear y maldecir se le apagó en medio del pecho. Se quebró como una rama seca, y quedó allí, a orillas del camino, fulminado por la impresión.

                                                                                                             
Diana Laura Caffaratti
Definida alguna vez como “Guerrera de Sueños”, Diana Laura Caffaratti es una conocida profesora que, además de destacarse en esa profesión por sus propuestas novedosas y de vanguardia, descolla como Gestora Cultural, Escritora y Poeta, de reconocida trayectoria en el litoral argentino, que incursiona en los cuatro géneros literarios clásicos.
Nacida en Río Cuarto, Córdoba, Argentina, el 25 de octubre de 1949, prontamente se traslada a su “Territorio Azul”, como le agrada definir a Villa Dolores, típica localidad serrana del Valle de Traslasierras, en la mediterránea provincia de Córdoba.

Los avatares del destino, y su vocación por comunicarse con el entorno, la llevan a ejercer la docencia en la localidad de Esquina, en la mesopotámica provincia de Corrientes a orillas del Río Paraná, como Maestra Especial de Música, y dictando cátedra de Inglés, Lengua y Literatura, y de Opinión Pública y Medios de Comunicación Masiva.
En su trayectoria literaria ha cosechado medallas y distinciones, como participado en Antologías, o ha sido citada en obras de destacados ensayistas y poetas. 
Sucesivamente ocupó los cargos de Vice Directora de Cultura; Directora de Cultura; Secretaria de Cultura ( miembro del DEM de Esquina, Ctes), y Secretaria de Cultura, Turismo y Deporte, por cuya gestión recibe el Premio BENITO Lamela a la mejor Gestión Cultural.
Distinguida como Mujer del Año por el Periódico El Guardián y nominada por la Secretaría de la Mujer y el Niño como LA MUJER DEL AÑO, propuesta por unanimidad, por el Instituto Divino Salvador I 31.
Colaboró para la revista bilingüe Rumano español Dacica Latinicas , condujo.programas radiales y televisivos de corte periodísti vh o cultural.
Más recientemente, Mención de Honor de la SADE , filial Quilmes por su narrativa.( Etc....)
Con tres libros en galera, próximos a dar luz..
Fuente: Elion Ediciones



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