aprendí a fumar con rubén
enrrollando tabaco mariposa en papel
de seda
lo hacíamos de noche
sentados en un escalón de la casilla
mientras a nuestros pies
sus lánguidos perros soñaban
con la sangre dulce de las liebres
en el monte cercano
a veces todo era oscuridad, salvo
su cara
iluminada brevemente por el fuego
como un animal
por los relámpagos
el día que se fue del pueblo
me dejó su radio
y los jabones partidos
que yo usaba pasándomelos
despacio
por el cuerpo
con la última espuma disuelta en el agua
se fue, también, la memoria
y el deseo de él
una cosa fragante
y sutil
como los eucaliptos
cuando los moja la niebla
CURVA DE REMANSO
haber abandonado qué?
haber conseguido qué?
la belleza la costumbre el trapo
yo esperé largo pero no vino
nadie a verme en mi silencio yo esperé pero
no vino nadie a verme en toda muerte
estuve ausente yo o todos los que amé estuvieron
ausentes
o estuve ciega yo y no vi nada más que el
mendrugo en la mesa el hijo
en la cama, helado, el hombre a mi lado frío, el
ladrillo de mi casa
cayéndose, quebrado, el perro que guardé rabioso
estuve ausente yo o el infierno estuvo
en el ojo que vio caer la tarde, porque el infierno
no está
arriba o abajo, sino a nivel de las cosas
elementales
grano negro abierto en la lluvia o sapo, o entero
cadáver desmigajándose por el verano, como una
hogaza yéndose
hacia lo invisible
estuve como ausente yo o me llené de ceguera y no pude
ver cómo de a poquito se fue el padre y los amigos,
el verano altísimo
y duro en que perdí todo lo que había para perder y
me llené la boca
de esta arena caliente en que hube de construir
todo lo ido, lo seco
lo difícil
vine y no estuve, o nadie
estuvo, o desaparecimos de a poco, borrándonos
como se borra el campo en la mansa precipitación
de la noche
UNA PIEDRA ARROJADA
Esto es el tiempo: una piedra arrojada desde la altura
de Dios o de los hombres,
circular, pulida por el camino de fuego y aire que atraviesa,
ese espacio vacío en que —dicen—,
se desarrolla la falacia de la eternidad.
Cae sobre el agua y abre el círculo de nuestra vida.
Todo cabe allí:
las máscaras desiguales que nos protegen o evidencian
—como en un absurdo teatro de luces y sombras—
el número de los días en que fuimos felices,
cada uno de los ásperos amaneceres en que negamos los sueños,
la vidriosa transparencia de los animales que acariciamos,
la rara inocencia que no pudo pervivir en nosotros.
La piedra cae. Y cuando el círculo alcanza
su máxima definición, desaparece,
y las ondas no son ya más que un eco triste
disperso entre otros círculos, de otras vidas,
que no son las nuestras. Ese roce sutil,
ese leve toque de agua será el encuentro
entre dos cuerpos,
ese pedazo de amor, rabioso y breve,
hurtado a la muerte.
Elena Anníbali
Nació en Oncativo, Córdoba, en 1978. Es licenciada en Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Humanidades, U.N.C. Publicó Las madres remotas (Editorial Cartografías, 2007), Tabaco mariposa (Editorial Caballo negro, 2009), “El tigre” (relato, en EDUVIM, 2010) y La casa de la niebla (Ediciones Del Dock, 2015). Colaboró en antologías de poesía y cuento en Argentina y el exterior. Se dedica a la docencia y a la investigación.
Fuente: laficciondelolvido y cainabella /Foto: lavoz.com
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