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viernes, 25 de septiembre de 2020

CHRISTIAN SOLANO: CUENTOS CORTOS


Casa

Cuando quise regresar a casa lo único que quería era volver a ti. Mi casa eras tú. No quería tener que recordar el día de tu cumpleaños o el de nuestro primer beso o nuestro primer aniversario; sólo quería despertar cada mañana con la certeza de empezar y terminar el día contigo. No quería tener que pagar el alquiler del departamento, ni la luz o el gas, sólo quería sentir que mi hogar estaba entre tus brazos. No quería viajar para tener que llamarte o recordarte, pensarte, sentirte. Tú eras mi ciudad, no deseaba irme. Tú eras mi memoria, mis recuerdos. Después de tantas mudanzas y tantos otros abrazos, tantos despertares, tantos primeros besos, tantas llamadas, no tiene ningún sentido venir a descubrir eso justo ahora, cuando «tú» ya me suena con tanto eco, como deshabitado, como sin mí.


A ciegas

Hoy le hice leer a mi esposa un verso de Sabina que encontré en mis apuntes: «Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño». Sabina no es santo de mi devoción, pero intentaba despertar algo en ella. Puso cara de asco y me dijo que no entendía. Además, preguntó, cómo se van a hacer daño si no pueden verse, pues. Le pedí que lo olvidase, que si un verso tiene que explicarse entonces no merece llamarse así. No hubo más poesía entre nosotros.


Pelo de gatito negro

Mi padre solía dormir abrazado a su gato negro cuando era niño. Con el tiempo desarrolló en la espalda una tumoración del tamaño de una naranja, debido al pelo del animal. Cuando se la extirparon le quedó una cicatriz de diecinueve centímetros.

Durante toda mi infancia no tuve mascotas, por eso, cuando mis hijas me pidieron un gatito para esta Navidad, no se me ocurrió mejor idea que invitar a papá a casa para que les contara aquella anécdota.

Primero se las contaré yo, pero si eso no las asusta tanto como para hacerlas cambiar de opinión, quizá sí lo hagan cuando vean aparecer a su abuelo, quien murió antes de que ellas nacieran.


Tiene derecho a guardar silencio

Que me dijera que había decidido divorciarse no me sorprendió tanto como sí el que me dejara a nuestro hijo. Habíamos hablado de separarnos, pero nunca habíamos decidido nada sobre el niño. Sólo atiné a pedirle que sea ella quien le dijera a nuestro hijo: no se le fuera a ocurrir a él que era yo quien lo separaba de su madre. Cuando con el tacto necesario intenté ponerlo al tanto, le dije que su mamá y yo nos separaríamos y que él vendría conmigo. Lo noté muy contrariado, parecía necesitar que su madre le confirmara lo que le estaba diciendo. Lo llevé con ella como habíamos quedado, pero no podía hablar. Su rostro se empequeñecía, como tratando de esconderse. Al cabo de buen rato de mirarnos a ambos, mi hijo aserió el gesto al preguntar: ¿Puedo llevarme mi pleisteishon? Lo abracé. Lloré. Él lloró conmigo. Ella observaba todo en silencio, a un costado. Le dije que lo mejor sería que comprásemos otro, que no debía preocuparse por nada, que yo lo amaba, que si estábamos juntos todo saldría bien y otras cosas como esa que ella decidió no decir.



Christian Solano
Escritor peruano Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado los libros Almanaque (2014) y Motivos de fuerza mayor (2015).

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