OPINIÓN
Entre bueyes perdidos y conejos encontrados, mi charlador daba sus argumentos para sostener que éste año electoral no sería tan favorable al gobierno, que todo era propaganda y positivismo extremo. Y yo intentaba discutirle todo lo contrario, que una cosa es el deseo y otra, muy distinta, la realidad
Por Nicolás Lucca
Ah, las diferencias entre el deseo, lo posible y la realidad… Con motivo de fin de año tuve un encuentro con un amigo a quien vi demasiado poco durante 2024. Obviamente, en algún punto del mitin, la conversación viró hacia la política y la economía. Claro, fue antes del 30 de diciembre.
Entre bueyes perdidos y conejos encontrados, mi charlador daba sus argumentos para sostener que éste año electoral no sería tan favorable al gobierno, que todo era propaganda y positivismo extremo. Y yo intentaba discutirle todo lo contrario, que una cosa es el deseo y otra, muy distinta, la realidad.
Obviamente que le di la razón en que la mejora total del poder adquisitivo es un bluff, que cualquiera con un auto, una prepaga, un pibe en el colegio y un alquiler, se tiene que sentar de costado para que no le duela tanto. También le di la razón, no sin sumarme a la puteada, con eso de la recuperación del salario en dólares, cuando pasamos a pagar por un café lo que nos costaría dos en el centro de Londres.
Pero todo lo reduje a lo más básico de cualquier encuesta: si las elecciones fueran hoy. No en octubre de 2025, no hace un año, sino hoy. Después de años de asfixia inflacionaria, ¿estás mejor o peor? No si alcanza o no, si podés planificar, al menos, qué no podés comprar. Otra pregunta: después de añares de comprar de contrabando ¿te parece una mejora recibir un producto extranjero en la puerta de tu casa? Después hablamos de que no cambió el límite de productos o nos ponemos a filosofar sobre cuál sería el valor agregado que le dimos para justificar el pago del IVA, pero la pregunta es simple: ¿es una mejora? La respuesta tiene solo dos opciones.
Luego de la charla, me quedé en modo regulación mental y me puse a pensar en qué afecta a cada sector. No es lo mismo la clase media que el límite de la pobreza. Si ya de por sí es totalmente arbitrario decir “un centavo por debajo de ese número y sos pobre”, más lo es el cálculo de clase media: tomar el monto del límite de la pobreza y multiplicarlo por un número que va de 1.5 a 2.
Por ejemplo: si en noviembre de 2024 el IPC de una familia compuesta por una pareja y dos pibes cerró en 1 millón de pesos, esa misma familia requeriría de entre 1.5 y 2 millones de pesos por mes para formar parte de la clase media. Y eso también influye en la consideración general. De hecho, habría que preguntarse si una familia tipo aspiracional, esas que todos quisiéramos tener, viviría bien con dos millones de pesos por mes. ¿Cuánto cuesta un plan familiar de salud? ¿Y la cuota de dos colegios? ¿Pagan alquiler, un hipotecario o son dueños? ¿Nos parecería normal que con 2 millones de pesos mensuales ocupemos el pináculo de ingresos de la sociedad junto a un Bulgheroni, por poner un ejemplo?
No cuestiono las estadísticas, que por suerte son una política de Estado –gracias al fracasado de Macri– sino que me pregunto cuán raspados están y en dónde sienten la mejora. Obviamente, estarán raspados pero la calle no miente: están en otra. Según el mismo Indec, las ventas en supermercados no se recuperan y aún están casi un quinto por debajo del mismo período del año anterior.
Para toda esta masa de gente que llamamos clase media, que en algunos casos tienen gastos que nos parecen imposibles para el mantenimiento de un automóvil y en otros cargan la SUBE una vez al día, el dilema es de fácil resolución: si el sistema es electoral y sí o sí hay que elegir ¿cuáles son hoy las opciones?
Me pongo a chatear con mi amigo tucumano y le pregunto cómo anda todo por el Jardín Peronista de la República. “Más mileístas que nunca”, me contesta. Pregunto por su interpretación del termómetro y refiere cosas de tranquilidad de diciembre y la bendita frase de cualquier cambio de época: la cintura política de la gobernación.
Salir del mapa de la ciudad de Buenos Aires y su conurbano es un ejercicio que a todos nos cuesta, al menos a los que decimos que laburamos de esto. Si Patricia Bullrich se hubiera peleado con el ex gobernador de Catamarca, con todo el respeto que me merece la provincia, lo más probable es que nadie se hubiera enterado por fuera de los que consumimos noticias.
En un ejercicio periodístico que no practicaba hacía tiempo, le escribí a varios amigos tan liberales como un tatuaje de Hayek en el pectoral. Tres de ellos manifestaron algún que otro “aunque”, pero todos coincidieron en un “es lo más cercano al ideal”.
No tuve que preguntar a muchos conservadores, primero porque mi familia está de vacaciones y, en segundo lugar, porque medianamente ya todos sabemos que están fascinados. Sí, escuché cuestionamientos a Bullrich, pero le bancan sus políticas, así que estamos en la misma. Y sí, alguno que registró el asunto, dijo que le pareció un exceso cargar contra Villarruel, pero así son las cosas y punto.
Y me puse a pensar en los que acompañaron desde el principio, los que no esperaban cargos ni nada por el estilo y hoy están fuera de todo. Puede que tengan una buena unidad de negocio en la disidencia o que no sepan qué hacer si es que se identifican como oficialistas. Aunque debo reconocer que muchas de sus críticas las realizan con grandes fundamentos, varios de los cuales a veces tiro acá no muy en serio, porque tampoco es que he estudiado demasiado en mi vida.
Es lo que uno quiere ver. Esa fue mi epifanía, ya que estamos en fecha. Sí, no es muy original que digamos, pero espere a que le recuerde los motivos. El libertadavancismo apuntó todos los cañones a construir lo que en la Argentina denominamos “movimiento popular”. Sí, da un poquito de comezón pensar en ese binomio. Pero un movimiento es mucho más que un partido y, a la vez, es el partido en sí por identificación ¿me entiende? O sea: uno puede adherir a las ideas sin romper con su partido o con solo sentirse parte. El partido computará todo en el Haber.
¿Las ideas? Las de la Libertad. ¿Cuáles son? Bueno, ahora tenemos un listado de mandamientos bastante flamante, pero todo gira a conceptos amplios y sujetos a interpretación. Cuando se aprieta un poquito o se raspa la superficie, notamos que las ideas más fuertes, las más festejadas, son en realidad acciones programáticas. Y esto no es una crítica. No, hasta es un elogio. ¿Sabe lo difícil que es lograr cohesión popular, que un grupo de personas logre adhesiones en todos los estratos sociales de todo el país? ¿Sabe lo extremadamente difícil que es conseguir que un resultado sea atribuido a una idea no especificada cuando hay una acción que generó una consecuencia?
Como todo movimiento popular y homogéneo que se precie, hay para que todos se sientan identificados. De hecho, hace mucho, demasiado tiempo que no tomaba forma uno. Tanto tiempo que uno creía que había quedado demodé. El kirchnerismo fue solo una expresión, la última marca de una empresa dedicada al movimiento popular, una que se apropió de ser el más grande movimiento popular de la Argentina, cuando siempre amamos los movimientos populares. A tal punto los amamos que Ortega y Gasset vinieron, ambos, a la Argentina y nos dedicaron artículos enteros mucho antes de que alguien supiera de la existencia de un tal Coronel Juan Domingo Cangallo.
Pero, incluso si tomamos al peronismo como parámetro, es increíble las ganas de formar un Movimiento Popular de este país que no zafaron de la intención ni los militares. Bueno, el resto de los militares después de Perón. Pero John Sunday también construyó su Movimiento Popular parado sobre los hombros de otros gigantes y debió darle a su impronta un rasgo de sustento histórico, mientras permitía que otros revisaran sus propios sustentos. A él le gustaba la identificación con los grandes militares que fueron mandatarios en la historia temprana de la Argentina, mientras reivindicaba el aspecto popular y nacionalista de Yrigoyen. Algunos de sus seguidores fueron por la triada San Martín, Rosas y Perón. Jauretche sumó a Roca.
Había para todos los gustos, como lo hubo también con Yrigoyen. Tan al extremo se fue el Peludo en su personalismo que la mayor oposición a su primer gobierno era la de una facción de su propio partido autodenominados “Antipersonalistas”. Y antes el Partido Autonomista, y así hasta llegar al primero al que saludaron con un “Señor” por la calle y sintió algo lindo.
Todos damos por sentado que el peronismo del interior es conservador y caudillista. Pero los gobiernos del interior siempre fueron conservadores y caudillistas. Se metieron en el peronismo en algún momento porque la línea de colectivos cambió de número. El peronismo porteño siempre fue más bien progre, pero antes del peronismo era imposible no pensar la política porteña sin ese halo ultra cultural en una ciudad que ve vacas una vez al año en La Rural y en la que hay más bares que esquinas. Y ni que hablar de las diferencias entre los radicales porteños y los de las provincias.
A lo largo de la historia de los Movimientos Populares se han debatido batallas culturales, se han impulsado corrientes nacionalistas, otras progresistas, se ha pensado en el trabajador, en el productor, en el industrial, en el consumidor, en el proteccionismo, en el libre mercado, en el corporativismo y en el cuentapropismo. Tantas son las variables que todos tienen un lugar. ¿Por qué? Porque hay algo con lo que cada persona podría identificarse. El lado B es que nadie puede llegar nunca a identificarse con el todo sin tener una ensalada en el marulo. Pero eso es lo de menos, que lo más importante de todo siempre, pero siempre es poder sentirse parte de algo que nos supere.
En el libertadavancismo hay tanto para todos que cualquiera se puede sentir parte. ¿Sos conservador religioso? Adentro. ¿Te va más darle mayor rol al ejército? Avanti. ¿Creés en el respeto irrestricto por el proyecto de vida ajeno? Atroden. ¿La familia es Mamá y Papá? Pase, acá tiene un lugar. Solo los grandes movimientos populares de la historia han conseguido que gente tan disímil pueda sentirse cobijada bajo el mismo manto por coincidir en muchas o poquitas cosas. Y todos los que sientan rechazo por el resto, podrán sentirse incluidos en otro aspecto. Pasen, tomen lo que quieran que hay para todos los gustos en este bandejeo.
Lamentablemente, lo mismo ocurre con los críticos. ¿Qué versión preferimos: la del peronismo del salvoconducto nazi o la del primer país en reconocer la existencia del Estado de Israel, el mismo que envió un embajador de la Cole y recibió el agradecimiento personal de Golda Meir por su colaboración? ¿Cuál sería la versión autonomista favorita del siglo XIX, la clasista y fraudulenta o la que educó, otorgó salud y brindó oportunidades a millones de inmigrantes pobres?
Quien crea que no es este el camino adoptado en materia de storytelling es que no leyó bien el argumento. Todo apunta a un movimiento. La comunicación apunta a la instalación de un movimiento. Y la interpretación de los inobjetables números económicos van en el sentido de la creación y consolidación de un movimiento popular, liberal en lo económico, conservador en lo social, con toda la energía puesta en seguridad y economía, sin ningún rumbo ni intenciones en educación, popular en la opinión pública y poco adepto a las instituciones populares. Después de todo, ya se sabe que la principal traba de la democracia es la burocracia, ¿no?
Incluso la absorción de figuras de partidos representativos anteriores, sin importar qué tan antagónicos sean entre ellos ni entre todos con el nuevo movimiento, hacen a la construcción del nuevo espacio de masas. No sería la primera vez que ocurre en la tierra de Quijano, Solano Lima y Abelardo Ramos.
Hay quienes se emocionan por las fiestas y pueden confundir el flujo de Ezeiza con el retorno triunfal de los mileuristas a la tierra de la prosperidad del asalariado pobre en pesos pero rico en dólares. Están los que creen que es positivo que todos vivan con muchos empleos sin dimensionar que el primer imposibilitado es el que labura doce horas en blanco para ser, estadísticamente, pobre.
Y como todo movimiento popular, la comunicación tiene que ser disruptiva. Y acá hay un punto en el que quisiera detenerme en particular: los modales son todo. En la cultura del trabajo que tanto levantaron todos los movimientos populares que han habitado este país, se institucionalizó algo que a mí me inculcaron de chiquitito y que podría graficarse en una sola escena: ir a buscar trabajo como si te interesara obtener ese trabajo. Eso implicaba vestirse para la ocasión aunque fuera con ropa prestada, y comportarse con un vocabulario acorde a la circunstancia.
Formaba parte de la aspiración al ascenso social, otra pata de cualquier movimiento popular que se precie: todos queremos subir la escalera. Y ahí nos preparaban para que no desentonáramos en ningún ambiente, lo cual no implica perder la esencia.
Nadie pretende sobreactuación, pero supongo que, en una de esas, porái, quizá, tal vez todavía queda alguna persona en alguna parte a la que no le guste que le griten bajo la excusa de que está bien porque hay enemigos afuera. Puede que esa persona, si es que existe, se pregunte por qué mierda le gritan a él.
Todos hablamos como el orto en privado o en determinados ambientes. Lo que no deja de sorprenderme es cómo se puede sostener un discurso de pureza cultural histórica de recuperación de los valores mientras se busca el insulto más soez hallable para revolear delante de cualquiera sin importar, siquiera, si hay un pequeño que puede considerar esa actitud como normal y deseable. Pero si la lógica es “no hay tiempos para modales mientras exista el enemigo” hay una mala noticia: siempre habrá uno.
Y además, el punto número uno del imperio de la ley es el encarrilamiento de lo que se desbalancea, no darle una patada para acomodarlo. Es comprensible que un análisis subjetivo del símbolo de la balanza de la Justicia lleve a que el desbalance hacia un lado deba ser compensado. Lo que todos parecen olvidar –incluso los más educados– es que el contrapeso no es de la misma especie. O sea: si un tipo construye una medianera medio metro dentro de mi terreno, el desequilibrio debe ser corregido con una reparación, no habilitándome a mí a que construya una medianera medio metro dentro del suyo pa’ que aprenda quién manda.
Hasta me da vergüenza tener que comentarlo de esta forma al ser gente que sabe leer la que pasea sus ojos por estas líneas, pero pareciera que muchas veces se nos olvida y me incluyo. De hecho, a veces anulo que algo verdaderamente disruptivo sería comenzar a tratar a los demás como quisiéramos que nos traten. Obviamente, dejo fuera de este pensamiento a los sadomasoquistas, pero se entiende el punto. Lo cortés no quita lo valiente ni los buenos modales anulan el coraje.
Estaba por terminar de escribir este texto y me di cuenta de que el lunes la opinión pública se vio ensombrecida por una triste noticia. Y fui a buscar algo solo para corroborar lo que sospechaba: en medio del duelo por la muerte de Jorge Lanata, con todas las tendencias de Xwitter girando en torno a la figura del periodista, una persona no podía dejar de tuitear sobre lo bueno, importante, único y salvador que es. De hecho, no pudo hasta que acabó el día, acumulando un total de 95 tuits y retuits desde que se conoció la noticia hasta que decidió desconectarse tan solo unas seis horas más tarde.
Nadie está obligado a sentir dolor. Pero qué vamos a explicar sobre las obligaciones de las formas. De todos modos, no deja de ser curiosa la ambivalencia de querer recuperar las tradiciones y, a la vez, no respetar ni la más anticuada de las costumbres humanas, esa que nos da la pauta de que una excavación descubrió una civilización perdida: el respeto por los sabios fallecidos.
Pero, nuevamente, algunos dirán que lo hizo porque le chupó un huevo, otros porque es un maleducado. Más me preocupa el servilismo calculador de todos los que guardaron silencio dentro de su gabinete. Entiendo que Scioli o Cúneo Libarona no tuvieran muchas ganas, pero ¿el resto? ¿Fue un acto de solidaridad por los compañeros afectados por las investigaciones de Lanata? ¿Tanto miedo a mandar un abrazo? Hubo tiempo de enviar un saludo de fin de año a un perro australiano (no, no es joda) pero acá “sólo habla de asuntos de gestión”.
Creo que se pasaron de rosca con la revindicación del menemismo. Si Lanata fue un rompehuevos para Menem, deberían repasar por qué. Quizá se encuentren con algunos detalles que hacen a la corrupción, la muerte, atentados y rupturas institucionales. Una economía sana no requiere de todo eso. Pero puede que me equivoque.
Después de todo, esto es lo que vos quieras que sea. Amplio es el concepto y ancha la autopista. Suban que hay lugar para todos.
P.D: A ver si los del fondo dan un pasito más para atrás, por favor, que desde acá veo un hueco.
(Relato del PRESENTE)
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