OPINIÓN
Los números redondos, se sabe, obligan a repensar algunos hechos. Nadie tiene ganas de leer una nota que diga “se cumplen nueve años” de nada
Por Nicolás Lucca
Tampoco once. Diez, en cambio, es un numerazo. Cuando tomé conciencia de que entrar a 2025 era cumplir una década de 2015, casi entro en un coma. Pocos años de la historia argentina reciente tienen tantos hechos y tan conmocionantes en su haber.
Solo en la primera semana tuvimos el décimo aniversario de la masacre en la redacción de Charlie Hebdo, en una París que comenzaba a consolidar su lugar central en el choque de civilizaciones. Millones de personas bajo el lema “Je Suis Charlie” acogieron a más de cuarenta líderes mundiales. Héctor Timerman, por entonces Canciller de la Argentina, se encontraba en París, pero por otro tema. Sin saber bien qué hacer para quedar bien con Cristina, firmó el libro de condolencias, pero no participó de la marcha de manera oficial. De hecho, cuando se le cuestionó el faltazo, afirmó que sí, que estuvo, pero como un ciudadano más.
A raíz de los atentados a la Embajada de Israel y a la Asociación Mutual Israelita Argentina, nuestro país tenía una voz que era escuchada en los foros internacionales y organismos multilaterales. Después de todo, mantuvimos hasta septiembre de 2001 el récord occidental al mayor atentado internacional. No había momento en el que no reclamáramos que Irán entregase a los acusados por el atentado a la AMIA para ser indagados. Claro, esto ocurrió hasta que a alguien en la Rosada le pareció una buena idea firmar un memorándum de entendimiento con los delirantes de Teherán. Como una buena ironía de la vida, Charlie Hebdo nos agarró con el Canciller en la ciudad de los hechos.
Exactamente una semana después, hace ya diez años, el fiscal de la Unidad Funcional de Instrucción para la causa AMIA, Alberto Nisman, denunció penalmente a Cristina Fernández de Kirchner, Héctor Timerman, Andrés Larroque, Héctor Yrimia, “Yusuf” Khalil, Luis D´Elía y Fernando Esteche. La denuncia del fiscal era por encubrimiento. Para que exista un encubrimiento, tiene que haber otro hecho investigado que se haya buscado encubrir. Ese hecho es el atentado a la AMIA. Por regla de costumbres, los jueces que intervienen en los encubrimientos son los mismos que tienen la causa principal. Eso quiere decir que se cumplen diez años de que Nisman presentó la denuncia contra Cristina & Co. ante el Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional n°4 a cargo de Ariel Lijo. Y que se cumplen diez años de que Lijo entendiera que no había conexión y declinara su competencia para que la causa vaya a sorteo y termine en manos de Rafecas.
Obviamente, en este 18 de enero de 2025 que escribo estas líneas, más precisamente por la noche, se cumplen diez años del hallazgo sin vida del cuerpo de Nisman.
Recuerdo cuando comenzó a estudiarse la memoria desde la neurociencia y se comprobó el impacto real de un evento conmocionante. El ejemplo era básico: ¿Recordás dónde estabas en la mañana del jueves 29 de agosto de 2024? Fue hace tres meses y medio. ¿Y si te pregunto dónde estabas en la mañana del 11 de septiembre de 2001? Pocas cosas tenemos tan presentes como qué hacíamos, dónde estábamos y cómo nos enteramos de la muerte de Nisman en 2015.
Y en un contexto en el que sería más fácil hablar desde lo personal, porque así se cuentan las historias, yo sólo puedo pensar que la Justicia tardó diez años en dejar por escrito lo que vimos desde la escena del crimen los que estábamos paraditos al lado de la cinta de la zona de exclusión: el desfile interminable de personas que ingresaban a un departamento de dos ambientes donde habían encontrado un cuerpo con una muerte violenta.
Por eso me pintó más la idea de recordar otras historias de otras personas. Todo lo que fue mi percepción de aquella noche quedó anotado hora por hora y lo pueden encontrar en el texto de este link que no pienso retocar ni corregir por temor a afectar mis recuerdos.
Lo primero que estalló tras la muerte de Nisman fue un revoleo brutal de operaciones, un descontrol total de servicios de inteligencia orgánicos e inorgánicos como si hubieran pateado un hormiguero. De hecho, una de las consecuencias de aquellos días fue la disolución de la Secretaría de Inteligencia y su reemplazó por la Agencia Federal de Inteligencia, a cargo del mismo titular, Oscar Parrilli.
El 2015 fue un año electoral y todo lo que ocurría era leído en esa clave. Incluso el entonces oficialismo se escudaba en esa excusa para no tener que dar una sola explicación de nada. Cualquier señalamiento, cualquier pregunta que se hiciera en cada una de las periódicas conferencias de prensa de Jorge Capitanich, cualquier pregunta en cualquier reportaje a funcionario cualunque, era contestada con un sencillo “es una operación mediática”. O Judicial. O un complot intergaláctico, da igual.
Se cumplen en este 2025, ciento veinte meses de una Presidenta que habló de la muerte de Nisman por primera vez a través de su muro de Facebook. Diez años de que la Presi dijera “¿Suicidio?” así, con signos de interrogación, cuando todo su club de fans se encontraba abocado a destrozar la imagen personal del fallecido. Que era gatero, que era homosexual, que era corrupto, que era cualquier cosa por la que alguien sería ejecutado solo en un régimen teocrático como al que acusó Nisman.
Quinientas veintidós semanas han pasado de aquellos días en los que los cuestionamientos los hacían quienes debían ser cuestionados y las respuestas las tenían que dar los deudos del muerto. Hasta tuvo que salir el rabino de Nisman para explicar por qué fue sepultado en el cementerio hebreo de La Tablada si “se suicidó”. El entonces Secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, no respondió nunca por qué justo esa noche no le pintó aplicar sus operativos de Rambo tercermundista, por qué justo esa noche cualquiera pudo hacer lo que quiso y por qué, justo, justito esa noche, se fue en su moto, por la puerta de atrás y sin atender a la prensa por primera vez en toda su gestión.
Ya pasaron 3.653 días del momento en el que 678 tuvo que dejar de decir que Scioli, Massa y Macri eran los candidatos de los fondos buitre para pasar a militar la campaña de Daniel para la presidencia. Y, obviamente, se cumple la misma cantidad de tiempo de aquella vez en la que Scioli dijo que “tenemos que tomar conciencia de que la denuncia del fiscal Nisman fue un bochorno” y “una operación política y mediática”. De hecho, totalmente abocado a congraciarse con una Cristina que lo odiaba por veleta, el entonces gobernador del kirchnerismo y candidato a presidente del kirchnerismo aseveró que “solamente la fortaleza espiritual y anímica de la Presidente hicieron que ella haya logrado sobrellevar este ataque que ha sido tremendo” y que “no puede ser el vale todo” porque “más allá de una embestida a la Presidente, esto lo fue al conjunto del país”.
Sí, dijo “no puede ser el vale todo”. Y eso que el muerto era otro.
Scioli aparece en este texto por una sencilla razón: es el mayor ejemplo de que en la Argentina, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, se sobrevive a todo si se tiene la habilidad de la succión bien desarrollada y la vergüenza totalmente minimizada. Un titán que desde 1997 sufrió sólo dos años fuera del Estado: entre 2015 y 2017. Una persona que sería incapaz de sobrevivir a una pregunta que nadie le hace: “¿Qué opina de la denuncia de Nisman?” Cuando Menem dijo que Scioli pasó de independiente a menemista y después justicialista porque “ésa es la evolución normal de cualquier ser humano”, puede que se haya quedado corto en el pronóstico. Hoy, con la impunidad a flor de piel, luego de haber sido embajador de Alberto Fernández, ministro bombero y defensor de la última psychogestión kirchnerista, hoy se atreve a decir –y cito textualmente– que “los profetas del desastre ignoran la realidad de la transformación que lidera Milei”.
¿Cómo no nombrarlo si es el sinónimo de que todo, absolutamente todo en este país puede olvidarse? ¿Cómo no mencionarlo si es el ejemplo vivo de que los actos peores cuestan menos que nada? La Patria nunca demanda y, si Dios lo hace, todavía no nos hemos enterado.
Han pasado diez años de 2015, una década, 120 meses, 522 semanas, 3.653 días, 87.672 horas y podría seguir con los sinónimos para rellenar y que no impacte tanto la única verdad que tengo, el único dato real que puedo aportar: que nunca sabremos quién fue el asesino, que nunca habrá justicia. No la hubo para las 85 personas que perdieron su vida el 18 de julio de 1994, no la habrá para el que murió el 18 de enero de 2015.
Una década quiere decir muchas cosas. Y en la Argentina, a la velocidad que vivimos, a veces puede dar la sensación de que se nos fue una década entre los dedos. Mi problema con el paso del tiempo no soy yo ni que me haga viejo. Aunque me joda no tener más esos 32 años de hace una década, el problema del paso del tiempo es la gente que perdemos en el camino y que se van con vacíos. La denuncia de Nisman no quedó cajoneada gracias a una patriada de Germán Moldes, por aquel entonces Fiscal General ante la Cámara de Apelaciones. Moldes dio una auténtica batalla verbal contra los intocables, respondió a Zaffaroni por defender a Cristina con un lapidario “él era juez del Proceso mientras a mí me picaneaban”. Su accionar fue mucho más que “encabezar la marcha de los fiscales”, como los pasquines kirchneristas bautizaron a la marcha del silencio bajo el aguacero a un mes del asesinato de Nisman, aquella convocatoria de la que Cristina Furiosa de Kirchner dijo “nos quedamos con el canto, nos quedamos con la alegría y a ellos les dejamos el silencio porque no tienen nada para decir”.
Moldes advirtió que había maniobras dilatorias para que la denuncia cayera en manos del fiscal de Justicia Legítima De Luca, quien la iba a “enterrar”. Y así pasó. Moldes, y solo Moldes es el responsable de que la causa siga abierta, de que Cristina y compañía tengan que dar explicaciones en un juicio. Moldes enfermó, Moldes renunció, Moldes publicó un libro hermoso sobre su gran pasión: la historia de Roma.
Y Moldes murió. Eso es lo que pasa con el tiempo perdido. Como también pasa que los acusados puedan llegar a edades en las que, de haber condena, puedan beneficiarse de una prisión domiciliaria. Como también pasa que los deudos de las víctimas se vayan de esta Tierra sin haber visto que nadie pague nada. El camarista Jorge Ballestero renunció. Su colega Eduardo Farah sigue en su cargo. El tercer integrante de la “Sala Rosada” de la Cámara, Eduardo Freiler, fue destituido por mal desempeño, pero nadie se calentó en avanzar sobre su patrimonio o los delitos que pudiera haber cometido. Al Fiscal General De Luca también se lo puede ver por Comodoro Py, al igual que al Juez Rafecas, ese al que Alberto Fernández quiso poner de Procurador General. O Ariel Lijo.
Debe resultar reconfortante saber que diez años después de la denuncia de Nisman, sólo quedaron fuera de escena el fiscal que denunció y el que defendió su renuncia. Porque murieron. De los ocho jueces que tocaron su causa para archivarla, uno renunció y otro se convirtió en el único en pagar un costo por el que le hicieron demasiado precio. Un ofertón.
A mí me dijeron que el problema de la Argentina es el modelo empobrecedor impuesto por la casta. Si cambiamos solo el modelo y a la casta no se la toca, ¿qué garantías me dejan? Si a la política la juzga la Justicia y a ésta la controla la política de turno con el silencio cómplice de los que saben y callan ¿qué podemos esperar? Si los que transan siempre se acomodan y los que prueban delitos terminan muertos sin que nadie pague ¿qué modelo cambia? Si lo que antes nos dio miedo ahora nos parece un juego divertido ¿qué aprendimos? ¿Tan al pedo fue todo? Quizá sea nuestra forma de ser la que nos dicta que nos encanta el quilombo, que amamos vivir en crisis y que tan solo, muy de vez en cuando, queremos unas vacaciones y que se encargue otro de lo que tenga que hacer. Después de todo, para eso tenemos democracia. ¿O no es así?
P.D: “Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados” es una frase que todos conocimos por Tato Bores dirigida a Servini de Cubría. Y él la conoció del Talmud. Tato tampoco está; Servini sigue en su despacho. Qué nos queda para el resto.
(Relato del PRESENTE)
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