TRADUCTOR

sábado, 25 de agosto de 2018

VICTOR MONTOYA: MICRORELATOS DEL TÍO DE LA MINA

"El Tío de la mina, dios y diablo en la mitología andina, habita en las entrañas de la Pachamama. Los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofrendándole coca, cigarrillos y aguardiente. Es uno de los personajes principales en la obra de este escritor latinoameriano"


Con el Tío

A solas con el Tío, sentados frente a frente ante una mesa llena de dados y botellas, me propuso jugar una partida de cacho.

–No quiero –rechacé–. Juego de manos es de villanos.

–¿Y por qué viniste entonces? –preguntó el Tío.

–Porque quiero que me devuelvas el alma que me has robado...

El Tío hizo chispear los ojos y los dientes, se alisó la barbilla y soltó una sonora carcajada.

En eso, a mis espaldas, escuché que alguien se acercó a la puerta y la aseguró por fuera.

–Nos han encerrado a los dos –le dije.

–No es cierto –replicó el Tío y apareció al otro lado de la puerta.


Advertencia

–Si gracias a Dios se sabe de dónde venimos –dijo el Tío–, gracias a mí se sabe hacia dónde vamos.


Tragedia

El mismo día en que el minero se perdió como tragado por la oscuridad, se escuchó una voz lastimera emergiendo de las entrañas de la tierra.

Sus compañeros de cuadrilla, sin resignarse a darlo por desaparecido, rastrearon la mina palmo a palmo, hasta que lo encontraron desnudo en una galería abandonada, los ojos desorbitados y el cuerpo destrozado como por las garras de una fiera salvaje.

No muy lejos de allí, y antes de que la tragedia se supiera en el pueblo, la madre del minero despertó sollozando: soñó con el Tío de la mina, y en el sueño vio que su hijo se despedía de ella, alejándose en el vagón conducido por la muerte.


El rompe huelga

Se levantó con la sirena del sindicato, vistió su ropa de minero, ganó la calle y avanzó contra las ráfagas del viento.

Los huelguistas, reunidos en La Plaza del Minero, al verlo pasar rumbo a la bocamina, lo acosaron de cerca, muy de cerca, gritándole al unísono:

–¡Traidor!... ¡Traidor!... ¡Traidor!...

El rompe huelga sintió los gritos como puñales en el alma, pero prosiguió su camino hacia donde lo esperaba el Tío, con la furia encendida en la mirada y dispuesto a quitarle la vida.


El Tío y el Carnaval

Los mineros, akullikando coca y sorbiendo tragos de aguardiente, cuentan que el Tío, deidad del Bien y del Mal, baila en los carnavales con su traje de Lucifer, desafiando al arcángel San Miguel y enamorándose de las chinasupay con sus deseos ardientes como el infierno.

¡Arrr! ¡Arrr! ¡Arrr!, brama a los cuatro vientos, sin dejar de arrear con su capa de luces a los batracios y reptiles de su reino.

El Tío hace chasquear su látigo de vergajo y baila al compás de los músicos, mientras le implora a la Virgen del Socavón que no deje de proteger a los mineros, quienes le bailan también su diablada con fervor, conscientes de que no hay bien que por mal no venga.


La chola

Cuentan que el Tío, en uno de sus arrebatos de lujuria, se hizo el pendejo. Se despojó de su traje de Lucifer y se disfrazó de chola para seducir a los mineros que, sin resistir a la tentación de sus encantos, cayeron como mosquitas en el almíbar de su cuerpo.


¡Tirooo!...

Fermín, el único hijo de una viuda cuyo marido murió en la Guerra del Chaco, era el minero más joven de su cuadrilla. A diferencia de sus compañeros, quienes lo miraban con cierto recelo, conversaba a solas con el Tío. Nadie sabía lo que hablaban, pero todos presentían que un mal presagio lo acechaba en la mina.

Pasado el Carnaval, donde dejó de bailar en la fraternidad de los diablos, se lo vio más triste y meditabundo, hasta que un día, de jornada normal, poco antes de reventar la veta con una carga de dinamitas, alertó a sus compañeros: ¡Tirooo!...¡Tirooo!... ¡Tirooo!...

Los mineros, alejándose del lugar, se refugiaron en una galería cercana.

El tiro sacudió la montaña, el paraje se llenó de polvo y de humo, y Fermín desapareció como por un soplo divino.

Sus compañeros lo buscaron por doquier, pero no encontraron más que la lámpara y el guardatojo entre los escombros de la explosión.

Todos especularon el motivo de su muerte, hasta que el Tío les reveló que Fermín decidió quitarse la vida por voluntad propia, a causa de una desilusión amorosa que no lo dejaba vivir en paz. Se ajustó los cartuchos de dinamita contra la roca, chispeó la pólvora de las guías y, tras pegar tres gritos: ¡Tirooo!... ¡Tirooo!... ¡Tirooo!, dejó que la descarga explosiva lo dejara convertido en nada.

–¡Qué pena, carajo! ¡Pobre Fermín! –lamentaron los mineros–. Era su primer día como lamero y el último día de su vida.


La picardía del Tío 

El viernes de Carnaval, cuando todos podían entrar al interior de la mina, incluso las esposas y las guaguas de los mineros, entró en la galería del Tío una mujer que no podía tener hijos. 

La mujer, hermosa de cara y de cuerpo, se hincó ante el Tío. Le ofreció una botella de alcohol y una ch’uspa de coca. Le encendió dos velas y le dijo: 

–Tiíto, quiero que conviertas a mi marido en un toro, para que así se acabe el infierno en que me hace vivir este maldito pueblo, donde una mujer casada y sin hijos está vista como una perra sin dueño. 

El Tío, nada acostumbrado a este tipo de solicitudes, esbozó una sonrisa pícara y pensó que para una mujer joven debía ser más fácil acostarse sobre un lecho de víboras y cobijarse bajo un manto de fuego, que convivir con un impotente que no podía cumplir con su deber de macho. 

–¿Así que quieres un marido convertido en toro? –le preguntó el Tío, bañándola con su mirada de diablo. 

–Sí, Tiíto –respondió la mujer. 

–Está bien. Haré lo que me pides, pero primero desvístete. 

–¿Y para qué, pues? –preguntó ella. 

–Para comenzar por los cuernos del toro –contestó el Tío.


Víctor Montoya
Nació en La Paz, Bolivia, en 1958. Escritor, periodista cultural y pedagogo. Vivió desde su infancia en la población minera de Llallagua, al norte de Potosí. Durante la dictadura militar, acusado de organizar actividades subversivas, fue perseguido, torturado y encarcelado. Estando en el Panóptico Nacional de San Pedro y en la cárcel de mayor seguridad de Viacha-Chonchocoro, escribió su libro de testimonio “Huelga y represión”. Llegó exiliado a Suecia en 1977, tras haber sido liberado por una campaña de Amnistía Internacional. Es autor de más de una decena de libros entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias “PuertAbierta” y “Contraluz”. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías internacionales. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos. Es redactor responsable de la antología digital de los Narradores Latinoamericanos en Suecia: www.narradores.se. Actualmente radica en El Alto de La Paz. 
Fuente: blogger.com - victormontoyaescritor.blogspot - foto: Letralia



No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.