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viernes, 29 de mayo de 2015

MARGUERITTE YOURCENAR: SIETE POEMAS PARA UNA MUERTA



I
Los que nos esperaban, se han cansado,
y sin saber que íbamos a venir, murieron;


han cruzado sus brazos, sin poder abrazarnos
y en lugar de recuerdos, dejan remordimientos.

Las oraciones, las flores, el gesto más tierno
llega muy tarde para que Dios los bendiga.
Los vivos no se hacen oir por los muertos;
la muerte, cuando viene, junta sin unir.

No conocemos la serenidad de las tumbas.
Tarde ya, damos gritos que cansan, retumban,
penentran sin eco la sorda eternidad;

y los muertos desdeñosos u obligados a callar,
en el umbral oscuro del misterio, no oyen
llorar por un amor que no fue nunca. 



II 

Es la miel que destila el hondo corazón de las rosas,
los colores, los perfumes y el aliento de lo querido.
No sonreirás otra vez ante la belleza de las cosas;
vos, la que nos abrazabas, has cruzado tus brazos. 

No sentirás más sobre tus párpados dormidos, 
el lento otoño con que se perfuman las lágrimas.
Tu corazón se dispersa en la metamorfosis; 
y yo apenas llego para perderte para siempre.

El ser no es sino un nombre, el tiempo una cifra.
Bajo la luz del sol hasta habría amado tu sombra;
pero contra tu filosa tumba se lastimó mi amor.


La muerte, menos incierta, mejor supo alcanzarte.
Si pensás en nosotros, tu corazón deberá quejarse,
y creeremos estar ciegos ante la muerte de tu luz . 


III 

No supe que no debía dudar, que debía ir 
y no supe sino callar cuando debía llamar.
Mucho tiempo tardé en salir de mi soledad; 
no podía entender que vos fueras a morir.

No podía entender que algún día vería secarse
el manantial que da de beber y nos alegra;
No había comprendido que existieran sobre la tierra 
frutos dulces y amargos que la muerte madura. 

Mis ojos, mis manos, mis pies ahora te buscan 
en este jardín cerrado donde te has dormido; 
dudando avanzo como un triste extranjero. 

Te reencuentro muy tarde; me arrepiento y envidio 
a los que mejor advertidos que todo es pasajero, 
pudieron darte su amor cuando estabas viva. 


IV 

Nunca sabrás cuál ha sido el viaje de tu alma,
así cómo adopté en el fondo de mí, otro corazón;
y que nada, ni el tiempo de otros amores, ni la edad
jamás oscurecerán lo que has sido. 

Que la hermosura del mundo tiene tu cara, 
que vive de su dulzura, brilla con su claridad 
y que este lago pensativo al fondo del paisaje 
solamente me devuelve tu serenidad. 

Nunca sabrás que viajo con tu alma encima 
como con un farol de oro para ver dónde voy; 
ni tampoco que algo de tu voz canta mi canción. 

Una dulce antorcha, tus rayos y una brasa, tu luz, 
me guían en los caminos por los que te has ido; 
y así en mí, un poco más, seguís con vida.




El huerto de cipreses lento balancea como frutos 
las estrellas en el fondo de las noches de verano; 
la vida, única y desnuda tras sus cien velos, 
siembra tu belleza para cosecharla en todo. 

Tu amor, mi amor, nuestro corazón y médula,
diversamente aún serán tras haber sido;
y así como una araña extiende sus redes,
el universo monstruoso teje la eternidad. 

La marea sin mañana nos deja y nos lleva. 
Nos desliza en sueños bajo una enorme puerta; 
en todo nos pierde, en todo nos encuentra. 

Pero los labios no logran saciar el corazón; 
y el amor y la esperanza se empecinan en soñar 
que el sol hará brotar otras vidas a los muertos. 



VI 

La miel inalterable en el fondo de cada cosa,
está hecha de dolor, deseos, remordimientos;
Alambique eterno donde el tiempo destila
las lágrimas de los vivos y la piedad de los muertos. 

Con idénticos efectos acordada su causa,
la misma nota vibra a través de mil acordes.
No separo de la rosa su perfume,
no separo el alma, de tu cuerpo.

El universo reclama para sí lo poco que fuimos.
Jamás podrás saber lo que mis lágrimas te amaron;
y yo olvidaré cada día todo lo que te amaba. 

Pero la muerte nos espera meciendo la cuna;
como un niño acurrucado entre tus brazos cerrados
yo forjo el hierro candente de la vida eterna. 


VII 

Aquí está el silencio que tiene las únicas palabras 
que, junto a vos, pueden decirse sin lastimar; 
dejemos de derramar lágrimas sobre tus flores, 
sólo necesitamos una sonrisa ante lo inevitable. 

Cuando cansados ya de nuestras obligaciones, 
a igual cama los dormidos en secreto se deslizan: 
en cada dedo tiemblan los pastos que nos rozan, 
y en ellos vos podés bendecirme y yo acariciarte. 

Es hacia tu dulzura a donde mi camino me lleva. 
Bajo este sol lentamente impregnado de alma humana, 
el olvido, lento jardinero, arranca los remordimientos. 

El amor perdurable vagabundea de surco en surco. 
Yo no voy a molestar con mi vano poema 
el encuentro eterno de la tierra y la muerte.













Margueritte Yourcenar

(versión de O.Picardo)
Fuente: lapecerarevista.blogspot.com.ar
(Marguerite de Crayencour Bruselas, 1903 - isla de Mount Desert, Maine, EE UU, 1987) Escritora francesa de origen belga. Huérfana de madre desde su nacimiento, fue llevada muy pronto a Francia por el padre (natural de Lille) que, tras impartirle una educación bastante esmerada, la llevó siempre con él, en el curso de su cosmopolita existencia, comunicándole su amor por los viajes. Fuente: biografíasyvidas.com - Foto:diariodecultura.com.ar

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