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viernes, 8 de mayo de 2015

CRISTINA A. BOTTINI: EL PASADO QUE PULSA


El después es otra historia, una historia larga y llena de laberínticos recovecos que debí sortear sin equivocarme en ninguno de ellos para encontrar la salida como cuando entraba de joven en esas casas a escondidas. Debí ordenar los sucesos de aquel día y hacer mi historia tan concisa y creíble que en todos y cada uno de los “interrogatorios” a los que fuimos sometidos muchos de nosotros por los medios de prensa, abogados del menor que había quedado involucrado, la sociedad en sí, los fieles y las autoridades…no cambiase un ápice mi historia: yo había estado hasta después de la cena en el comedor, ayudé a limpiar como lo hacía siempre y luego me fui a dormir agotado pero feliz por la tarea que Dios me había encomendado que era velar por sus hijos. Fui a quien todos querían entrevistar porque estaba a cargo de aquel lugar entonces y mi imagen se difundió por toda la zona a medida que el padre del menor defendía con uñas y dientes a su hijo sembrando dudas sobre otros posibles asesinos; todos hombres ya que se comprobó la violación y que la menor hasta entonces era virgen. 
Durante un tiempo hubo más de un sospechoso, no se descartó a nadie, ni a mí, pero luego fue quedando solo aquel menor y los testimonios de quienes lo vieron acostarse con los cabellos mojados ya muy tarde esa noche y lo que entonces era conocido por ellos: que él y Anika eran novios. Lo que era un juego de niños acabó incriminándolo. 
Ahí hubiese quedado esta historia de mi segundo asesinato de no ser por esas fotos mías e imágenes que se difundieron todo ese tiempo; él hubiese sido encarcelado y más tarde juzgado y el cuento se hubiese terminado sin más preámbulos…pero justo entonces, en ese preciso momento en que ya veía la salida de ese laberinto que supe recorrer con mucha cintura, una puerta apareció de la nada y me quedé encerrado y vuelta a empezar con la mentira.
Todo sucedió así:
De aquellos tiempos en que estuve fuera de mi pueblo y viví como desee mi vida apareció una mujer en un destacamento policial contando historias sobre mí, la droga, el alcohol y una forma de sexo pervertida que involucraba poses y situaciones en el agua. Era una de esas prostitutas que supe frecuentar y pagar mucho más de lo que realmente valía para satisfacerme. No era gran cosa, era solo basura, pero bastó para sembrar la duda y hacer que aquellos mismos medios que supieron verme para preguntar sobre “mi obra” entonces me buscaran para hostigarme y lograr una entrevista más profunda sobre mí ese día; para que le hicieran notas a cuanta puta había en esas calles que aquella dijo supe recorrer y saber más de mi pasado negro. Bastó para que el padre de aquel joven pusiera a investigarme a un grupo de personajes venidos de otra parte y hasta para que mi padre me hiciese jurarle que todo lo que estaba escuchando eran solo mentiras sobre mí. 
Hubo momentos en que me sentí acorralado. Momentos en que quería que el mundo me tragara antes que ser descubierto como realmente era y deseaba despertar y ver al fin que todo había sido un sueño. Corría adrenalina noche y día por mis venas aunque mi semblante, ante los demás, era el de un ser inocente acusado injustamente.
Recuerdo haber ido varias veces a cuanto lugar fui citado por las autoridades y levantarme y acostarme muy cansado, el desgaste emocional y mental fue notorio al cabo de un tiempo: no podía dormir, apenas si comía y mi participación en la iglesia era solo estar tras mi padre, hacer presencia; si bien nuestros fieles se mantuvieron apoyándonos hubo momentos en que me pareció notar espacios vacíos en los bancos, que empezaba a faltar gente a los sermones. Mi padre gritaba mi inocencia a los cuatro vientos implorando a su Dios que la verdad saliera a la luz y yo solo pensaba en cómo ir desatando los nudos que supe hacerme en el cuello tiempo atrás viviendo esa vida en ese pueblo. La casa de mis padres, lugar donde vivía por entonces, fue allanada tantas veces como las autoridades creyeron necesario y nadie, ni mis padres ni yo, opuso algún tipo de resistencia a tales actos; nos revolvieron todo, dieron vuelta nuestras cosas y ni las piedras de la entrada principal se salvaron de ser levantadas en busca de “algo” que diera por tierra con mi coartada o mi imagen de “moralmente correcto”. Cuando allí no hallaron nada fueron por la iglesia y al mismo tiempo por la casa de mis abuelos en aquel pueblo donde supe estar. Tampoco hallaron nada. Si me hubiesen preguntado se hubiesen evitado el tiempo y los recursos empleados en vano porque les habría dicho que nada encontrarían que delatase mis actos, les habría contado que lavo mis manos cada vez que toco algo, que no tomo manijas de puertas sin limpiarlas luego o usar guantes, que no bebo ni como nada en ningún lado salvo mi casa, que me depilo el cuerpo entero día por medio y me peino el cabello con un peine muy fino varias veces al día arrojando los pelos que se sueltan( como aquellos que saco del desagüe cada vez que me baño )al incinerador que hay en el patio donde se quema la basura. Todo eso les habría dicho, como que puedo estar meses sin relacionarme sexualmente con nadie y cuando lo hago todo debe estar limpio, hasta ella, y que en mi pueblo jamás toqué a nadie ni con la palabra: siempre fue fuera de éste. El llegar a ese grado de meticulosidad no requirió ni uno ni dos ni tres años, me llevó prácticamente toda la vida y aún sigo evolucionando conforme avanza la ciencia y las formas de atrapar asesinos…porque aunque me lo niegue eso soy.

La persona menos esperada fue quien me sacó de esa lista de sospechosos: la prostituta a quien solía pagarle las facturas de luz y hasta llevar a comer para que luego hiciera su parte en mis fantasías sexuales. Apareció de la nada y echó por tierra tanto en los medios de prensa como en el destacamento donde hizo su declaración todo lo que se decía de mí, acusó a varias prostitutas de su zona de haber cobrado por difamarme e inventó una historia sobre mí donde yo solía recorrer esas calles de noche predicando la palabra de Dios y buscando hacer que aunque sea una de ellas cambiara sus hábitos y se volcaran a cuidar de sus hijos y estudiar; dijo haber dejado esa vida gracias a mí y ser entonces una madre presente. También nombró los lugares a donde solía llevarla y pagarle una comida decente mientras le predicaba y aquellas estaciones de servicio en las cuales me detenía a pagar sus servicios de luz y gas para que sus hijos no sufrieran esas necesidades. Ya casi había olvidado su cara para cuando apareció día y noche en los noticieros defendiéndome, para ella parecía haber sido un santo caído del cielo que estaba siendo juzgado injustamente por simples mortales; hasta yo me sentí un inocente cuando las cámaras enfocaron sus ojos empañados por las lágrimas una de esas veces en que la entrevistaron. 
Luego de ella otra conocida dio fe del cambio obrado en ella y en su vida de la noche a la mañana, la señalaron como un ejemplo a seguir si realmente deseaban dejar esa vida miserable y comenzó otra etapa de esta historia donde ella se volvió popular y mejoró su posición económica, pero eso, como dije, es otra historia. El caso que realmente importa es que ella me sacó de entre los sospechosos y volví a mis labores fortalecido y renovado para hacerme cargo nuevamente de la iglesia, aproveché entonces todo lo sucedido para armar mis sermones con base en las injusticias y justicia divina y mis fieles crecieron hasta no caber todos ellos en la iglesia y terminar agolpándose fuera de la misma para tan solo escucharme. Toda una multitud alentada por los medios me hizo intocable; impoluto como la túnica que solía vestir para cada ceremonia.

El caso es que una noche, ya muy tarde, estando a punto de cerrar las puertas de la iglesia se acercó una mujer hasta mí y me dijo:
-Estamos a mano- entonces levantó la cabeza y con sorpresa descubrí que era ella. Ya habían pasado años de aquel suceso, el muchacho cumplía una condena de 15 años por asesinato, yo seguía dirigiendo la iglesia y estaba casado, y ella estaba más vieja y encorvada que antes.
-…Por qué…-quise preguntarle por qué me había defendido aquella vez y de tal modo pero no me dejó, solo se volvió y caminando hacia la salida repitió:- Ya estamos a mano- y agregó-, me salí de esa vida por ti, porque jamás antes tuve miedo hasta conocerte. Jamás te cruces en mi camino-dijo mirándome por lo bajo- porque no dudaré en matarte.
Nunca la volví a ver, pero juro que en sus ojos vi a un igual.













Cristina A. Bottini
http://elfantasma123.blogspot.com.ar/

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