Mi natural desconfianza del servicio de correos me llevó a probar la
eficacia del sistema.
Me envié cartas a mí mismo para saber si llegaban
a tiempo.
Nada más particular que la cara del cartero cuando descubría
que el destinatario y el remitente eran la misma persona.
En una oportunidad, el texto me resultaba extraño.
Supuse que se
trataba de una broma de los empleados o de mi vieja costumbre de pensar
una cosa y escribir absolutamente lo contrario.
Lo cierto es que nada me proporcionaba más placer que recibir mis
propias cartas.
Eso tenía sus ventajas; en primer lugar, nunca había sorpresas
desagradables; en segundo lugar, eran líneas sinceras, nunca trataba
de engañarme con adulaciones hipócritas, y tercero: en caso de que la
carta se extraviara del correo a mi casa, no importaba, ya sabía de qué se
trataba.
Orlando Van Bredam
Nació en Entre Ríos, Argentina, en 1952 pero se lo considera
un escritor formoseño porque reside desde hace 30 años en El Colorado, donde ha producido
toda su obra literaria. Ha abordado el cuento, la poesía, la novela breve y el teatro. Es,
además, profesor de Teoría Literaria y dirige un Instituto Superior Terciario. Algunos de
sus libros de cuentos breves son: Fabulaciones; Simulacros; La vida te cambia los
planes y Las armas que carga el diablo (Río de los Pájaros, Concordia, Entre Ríos,
1996) de donde se tomó este texto.
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