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viernes, 1 de mayo de 2015

IBARRECHEA: (CÚTER) CUARTA HORA DE LA MADRUGADA

A la cuarta hora de la madrugada, le tocaba el turno al negro Felipe Núnes de custodiar las carpas de los guerrilleros peremerimbinos, desde el hito veintiuno hasta la costa del río Naranjillos. Su jefe, Amílcar Cuevas, le dijo que ante cualquier movimiento en la costa no dude en disparar, pues durante el día habían recibido noticias de los movimientos de un pelotón de la tropas nacionales por el sector.
Felipe tenía un fusil alemán, un máuser con cinco cartuchos y un peine cargador con cinco cartuchos más en uno de sus bolsillos que había repartido el gringo Kindelán, también llevaba el cuchillo atrapado en el cinturón de su pantalón, y la foto de sus hijas, una de ellas la menor, sonreía mostrando que le faltaban dos de sus dientes y la mayor un flequillo desprolijo en la frente.
Él siempre llevaba esa foto guardada en el bolsillo izquierdo de su camisa guerrera. Ningún otro papel estaba autorizado a portar.
Felipe recordaba a Tomasina Duarte, mientras caminaba por la espesura de la selva a escasos metros del río.
Tomasina le hizo los favores sexuales que las mujeres peremerimbinas le hacían a los hombres que iban a espiar las actividades de la compañía del norte, la recordaba negra, de piel oscura, de carnes fuertes, compactas y transpiradas. La recordaba sentada en cuclillas sobre la palangana lavando su vagina peluda y pidiéndole que no la mire, él mismo le preparó el "yerbeado" que Tomasina bebió con ansiedad. La recordaba vistiendo un vestido blanco que cubría sus desnudeces y la recordaba abrigada con un poncho, tomando la infusión en una taza que sostenía entre sus manos para darse calor. La recordaba soplando el líquido antes de cada sorbo y tirándose el cabello largo y enrulado hacia atrás con un movimiento de cabeza.
Felipe pensaba que Tomasina lo quería, que lo había elegido entre tantos hombres, no solo por su viudez, se sabía un hombre viril de buenos músculos y de buena suerte en los juegos de los naipes, cuando de repente, como en un sueño, le pareció ver entre las sombras un movimiento extraño. Esperó que la luna se despoje de las nubes, esperó que ningún animal lo delate, cubierto entre el follaje y tapado en barro hediondo, vio avanzar hacia su posición cuatro soldados del ejército nacional.
Ellos no hablaban, se entendían por señas en la oscuridad y el silencio.
El primero en llegar tenía los atributos de sargento, que la luz de la luna le regaló por un instante, luego se fueron alejando por la costa hasta el bajo donde cruzaron el río, casi sin dejar huellas y supo que habían llegado a la otra orilla por el vuelo nocturno de algunas aves asustadas.
Felipe retrocedió a la espesura y esperó agazapado por la llegada de más soldados, se orinó encima, acostado en el barro y cubierto de ramas llenas en hojas sujetadas a su espalda. Perdió su fusil, cuando cayó en el arroyo Gasparcito, y emprendió la veloz corrida a dar aviso en el campamento peremerimbino.

Ya amanecía, cuando Amílcar Cuevas se despertó a atenderlo, cuando todos tomaban sus armas alertados y cuando el Macho fonseca, salía subiéndose el pantalón guerrero de la carpa de la Tomasina Duarte.
Felipe Núnes a duras penas, pudo señalar el lugar donde dijo haber visto que los milicos cruzaron el río. Mintió sobre su posición para justificar porqué no les disparó. Pero se contradijo cuando los describió. "Uno era rubio." "Dos llevaban fusiles largos." "El sargento tenía botas altas."
Nunca encontraron el fusil de Felipe Núnes atrapado en el barro del fondo del arroyo.
El macho Fonseca lo abofeteó delante de todos antes de ordenar a la guerrilla encontrar y atacar al supuesto pelotón "que seguramente es de ese tal Cúter."

Felipe habló con Tomasina, le contó todo, le habló de que eso que le pasó en el río fue por haberse enamorado de ella, por tenerla constantemente en sus pensamientos y que quería llevarla para que cuide de sus hijas y que con él nada le faltaría.
Por eso lo sabemos, Tomasina nos contó.

Un día después, sus compañeros guerrilleros a las órdenes del Macho Fonseca y de Amílcar Cuevas, emboscaron y mataron a los soldados Colque y Vizgarra.
Murieron nueve, entre ellos el pelado Amílcar, y volvieron siete muy malheridos de aquella incursión fatal.

Tomasina nunca más lo habló, no lo miraba, ni volvió a acostarse con él.
Felipe se hizo desertor, después de la masacre de Naranjillos.













diceelwalter@gmail.com
Capítulo del libro "CÚTER"

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