(Continúa de los capítulos: "Después de los sueños serenos y tristes" - "Cuando los pájaros peregrinos cambian su rumbo" - "Bajo este mismo cielo" - "Como quién despierta fantasmas" y "Por aquellos lados y en aquel tiempo")
Hoy: "Sin ceremonias ni formulismos"
Hoy: "Sin ceremonias ni formulismos"
I
Esteban
Cañizares me dice que tiene algo para agregar;
- Era él, vestido como siempre lo hizo por aquí, a mí no me cabe ninguna duda,
aunque quizás parecía algo más flaco, pero era él, señor periodista. Yo estoy
seguro. Es más quise cruzar la vereda para saludarlo, pero llegó el auto de los asesinos, llegó despacio,
frenó y lo acribillaron desde arriba, luego se bajaron y siguieron tirándole
tiros por la espalda. La única cosa que me llamó la atención fue que no mirara
hacia los costados como antes lo hacía, quizás estaba muy confiado y seguro.
Recuerdo que era una muy linda mañana y que se fue todo al carajo con esa
mierda de olor a sangre y pólvora que duró por una semana con sus noches. Con la policía
cercando el lugar, con algunos sacando fotos de las paredes, de la puerta, de
la ventana, de la vereda –señala el lugar con sus manos-. Solo eran
imágenes, no hubo un grito, no hubo mas ruido que el de las balas y el del tiro
final, cuando todos estábamos adentro escondidos. Luego el auto se fue,
doblaron dos cuadras más adelante. Entonces yo los seguí, y atrás mío salieron
los uniformados de la policía que custodiaban siempre al juez Bonaventura, que siempre
pasaba por aquí a la misma hora.
Él mismo nos
pedía a los gritos que busquemos a la ambulancia y que tapemos ese cuerpo
–acompaña su relato con el movimiento de las manos y sus gestos son
elocuentes-.
Yo les indicaba
sacando la mano, la dirección por dónde se escapaban. Les indiqué el camino y
siguieron tras los asesinos, ¿sabe? me sentí un héroe en ése momento y seguí y
seguí atrás de ellos hasta cuando salieron a la ruta y allí, por esquivar el
burro del mayoral Santino, se fueron a la banquina y dieron varias vueltas. Hasta
que el automóvil se detuvo en el maizal. La policía los apuntó y ellos soltaron
las armas, menos el tal Tobías que quiso seguir tirando y se disparó el solo en
la pierna de mareado y borracho que estaba. Ese tal Luis lloraba mientras se
limpiaba la ropa y los otros dos saltaban contentos y diciendo que habían matado a Cúter.
- ¿Cuánta gente
estaba ahí?
- Éramos
varios, y entre todos ayudamos y cortamos la ruta, si señor, entre todos porque
solo había dos policías que los estaban desarmando, los acostaron boca
abajo y les ataron las manos con sus cintos y los descalzaron. Dejaron
que ése tal Tobías se desangre hasta que después, en la multitud de la ruta,
llegó otro patrullero, la Guardia Militar y una ambulancia –golpea la mesa con
las manos-. Nos echaron a todos y se los llevaron presos, ¿sabe? es el décimo
reportaje que me hacen... y siempre dije lo mismo... aunque pasen los años.
Yo estuve ahí.
Me mantuve atento subí a mi auto y los seguí. ¿Soy valiente no? -sin parar de
hablar ni de esperar por preguntas continuó diciendo que-. Mire lo conocí
jugando a las cartas en el club, el venía cada tanto, decía que era un vendedor de terrenos, un tipo generoso.
- Hábleme de la
señora Beatriz, la dueña de la casa.
- No, la señora
Beatriz no lo conocía, ella nunca salía de su casa al menos para hacer algunas
compras o ir hasta la Iglesia o esas cosas que ella hacía, aunque últimamente
viajaba mucho, desde que fallecieron sus padres, empezó a salir y tendría sus
cosas por ahí, quien sabe, pero aquí en el pueblo nada de nada. Y nunca los ví
juntos, eso si es cierto, ella era una santa. Volvió a la semana, atestiguó que
no lo conocía y mandó a arreglar la casa, no se la escuchó decir más nada, solo
hablaba con el cura y el juez, después puso la casa en venta se fue y
exactamente no se dónde vive ahora pero el cura siempre pide que oremos por ella
-se me acerca y me dice despacito-. Visite al cura Victorino Barboza antes que se muera de
viejo, en una de ésas él sabe dónde pueda estar ahora.
Ahora anote bien que mi nombre es
Esteban Cañizares, moncadense señor, de setenta y ocho años, publique mi foto
también, a ver espere que me ponga al sol, espere, espere, este es mi mejor
perfil, ahora señor.
El señor Esteban Cañizares había publicado
una historieta con dibujos de Camilo Sánchez Artiaga, llamada "Cúter"
Lo hizo en varios capítulos, a medida que "el dicen que dicen que" se
instalaba en las mesas de los bares y alguien cercano al juez, dejaba escapar
un comentario que enriqueciera su imaginación.
Leí y releí este capítulo de un pequeño boletín que no llegó a ser incautado por las autoridades. Cañizares
asegura que es de su total creación. Que es el autor intelectual y que se
encuentra registrado todo a su nombre. Porque él mismo -dice- recorrió lo
que él creía habían sido las últimas horas de Cúter. Para el dibujante Artiaga, Cúter era un hombre delgado, de finos bigotes, rasgo que resalta y normalmente oculta otros rasgos de su rostro.
Página uno.
"Lo
primero que hizo al despertar, fue afeitarse, lo hizo lentamente después de
desayunar, colgó la llave de la habitación en el tablero del hotel donde se
alojó durante dos meses esperando, y salió a la vereda.
Las luces
públicas y de algunas casas aún estaban encendidas y el sol apenas se asomaba
cuando cruzó la calle en dirección a la plaza de la fiesta.
Algunos
gallináceos se alborotaron a su paso mientras comían las sobras de la parranda
de la noche anterior.
En uno de los
bancos dormía su borrachera uno de los músicos despistados sin advertir que sus
ronquidos desafinaban la quietud de la hora.
Un perro se le
acercó, lo siguió algunos pasos husmeando su maleta y se echó nuevamente en el
pasto pisoteado para disfrutar del fresco de la mañana.
Nadie más
estaba levantado o despierto para ver su paso decidido hacia la estación de
ferrocarril, apenas dos cuadras distantes.
Buscó el banco
más limpio del andén y cerca del pasillo de la boletería. Se sentó sobre su
pañuelo, se acomodó el sombrero y apoyó la maleta entre sus
pies. Totalmente solo."
Página dos.
"A las
siete de la mañana puntualmente, el boletero levantó la persiana, se colocó los
cubremangas negros y sobre su cabeza, una visera del mismo color, encendió las
lámparas sobre un mueble pintado de color marrón, donde estaban prolijamente
acomodados los boletos de viaje y comenzó a llenar formularios impresos de la
compañía de ferrocarril Star Line, con letra clara y cursiva. Como se
acostumbraba.
Pero sin
advertir la presencia del hombre sentado en el andén, solo y con una maleta en
sus pies.
Era día
Domingo, el primero de diciembre.”
Página tres.
“Cuando el
pueblo se fue despertando, las campanas de la Iglesia llamaban a la
primera Misa Y algunas puertas y postigos se abrían para que la gente se
desperezase.
Nadie más en el
pueblo tenía motivos para ir o pasar por la estación de trenes. Olvidada, desde
que hicieron su aparición los ómnibus y cerrara la Cañera del Sitio.
Solamente
pasaba un tren de pasajeros a eso de las dos de la tarde y solo en escasas
oportunidades paraba.
Él parecía
saberlo, entonces se levantó, tomó la valija y fue hasta la boletería.
El boletero sin
levantar la vista de las planillas le extendió un boleto y algunas monedas de
vuelto.”
Página cuatro.
"Cuando se sentó
nuevamente sobre su pañuelo en el mismo banco, recordó que nunca había
visto al boletero en el pueblo, lo recordaría por sus manos temblorosas y
huesudas, por el movimiento brusco para buscar el boleto, llevarlo a la prensa
para que de un solo golpe seco, le marcase el horario y la fecha del viaje.
Acertaba en sus
pensamientos que entre ellos no se habían hablado, que simplemente puso el
dinero en la ventanilla y que recibió el pasaje de cartón duro y de color
anaranjado pálido pero nada de eso le importaba.
Se sentó a
esperar.
Eso haría
esperar."
Página cinco.
"Y sintió
sueño. Un sueño profundo y sereno, como una caricia tierna... mientras el
pueblo de San Vicente recobraba su bullicio.
Y Soñaba.
Soñaba que era
un niño pequeño y que corría descalzo por los sitios baldíos entre las pencas y
las tunas, entre las jarillas y los aromos y sus perros malolientes cerca del
rancho donde vivía con su padre, hasta que una enorme nube oscura le tapa el
sol. El día oscurece. Los perros lo dejan solo y empieza a gritar, los llama,
los llama por su nombre y en la oscuridad y bajo una intensa lluvia, los
encuentra muertos.
Despierta.
Despierta
transpirado y gotas de sudor le caen por el rostro arrugado y febril, se
levanta el sombrero y se seca el sudor con el pañuelo.
Se pone de pie
y camina hasta el bebedero sin soltar la valija. Consulta la hora,
con su reloj pulsera y con el reloj de la estación.
Una brisa leve
le sacude el pantalón y un silbato lejano le anuncia la proximidad del tren.
Observa al cambista mover las señales y algunas vías se acomodan para el paso
del tren."
Página seis.
"El mueve
los dedos emitiendo un chasquido nervioso que acompañaba el ruido de las ruedas
sobre las vías. Y asciende al primer vagón apenas este hubo frenado.
Se sentó
mirando a la playa de maniobras, en el primer asiento, esperó en silencio,
casi sin moverse hasta que el tren nuevamente se puso en marcha, entonces allí
cambió de lugar.
Eligió ahora
el asiento que le cubría la espalda y que desde allí podía observar todo el
vagón completo y sintió confianza en el resto del pasaje.
Algunas
familias y personas extrañas, adormecidas y vacilantes se preparaban para
almorzar.
Él hizo lo
mismo.
Desde el
comienzo del vagón, donde nadie percataba su presencia, colocó la valija en su
regazo, la abrió y sacó un envoltorio de papel que abrió lentamente.
Extrajo un
embutido de carne de cerdo, un pedazo de queso y con un cuchillo filoso, los
fue rebanando en fetas que comía despacio, saboreando cada bocado, mirando a
los demás pasajeros y mientras el tren avanzaba hacia donde la
muerte lo esperaba y mientras se perdía en los interminables horizontes que
dibujan este valle. "
-Usted dice que él llegó aquí en tren.
-El tren llegaba aquí a las seis de la mañana.
II
Elcíades Tapia me dijo que lo vio morir.
Me dijo que pensó en un momento que no se trataba de Cipriano Tavares, alias cúter, el muerto, pero antes lo gritos de los matadores y lo desfigurado del rostro, mas aún la carta que evidenciaba que se trataba de él, pareció conformarse, y que con el tiempo, sus dudas se fueron diluyendo en las aguas del olvido –con esa contundencia me hablaba, mientras tomábamos un café-.
Elcíades Tapia me dijo que lo vio morir.
Me dijo que pensó en un momento que no se trataba de Cipriano Tavares, alias cúter, el muerto, pero antes lo gritos de los matadores y lo desfigurado del rostro, mas aún la carta que evidenciaba que se trataba de él, pareció conformarse, y que con el tiempo, sus dudas se fueron diluyendo en las aguas del olvido –con esa contundencia me hablaba, mientras tomábamos un café-.
-Cuando asesinaron a Don
Cipriano Tavares, alias "Cúter" yo recuerdo que el día se
presentaba esplendoroso, Había un sol tenue escondido entre unas nubes
remolonas -contaba don Elcíades Tapia, el poeta olvidado del pueblo, mientras
se rascaba la espesa barba-. El día
estaba cálido, pero había una brisa suave que venía desde las sierras y que
abanicaba a las hojas de los árboles. A esa hora había mucha
gente en la calle, como a él le gustaba ver en éste pueblo. Dicen que
nadie lo había visto llegar. Ni siquiera fue reconocido mientras caminó las
catorce cuadras desde la parada del ómnibus hasta llegar al umbral de la casa
de Doña Beatriz.
-Usted dice que no llegó aquí en tren.
-No, atestiguaron algunos que lo vieron descender del ómnibus. Tampoco había cambiado tanto su aspecto en estos años de
ausencia, en los que le adjudicaron los crímenes simultáneos y semejantes que
conmocionaron a toda la región. El parecía, cómo decirle, un vigilante
perspicaz de las pertenencias ajenas. Era muy bondadoso con las suyas y era dueño
de una gran imaginación, un cuentista -parece buscar algo entre papeles
desparramados sobre la mesa-. Tenía un muy buen talante, era bastante
arreglado en sus costumbres, sin inquietudes ni preocupaciones, demostraba que
parecía encontrarse en una situación económica arreglada. Bien
acomodada. Acá nunca lo vimos en cosas raras, ni metido en enredos ni en
trampas, menos aun, en cambalaches de mal género. Mire señor, él aquí se
comportaba sin ceremonias ni formulismos, ¿Entiende? Siempre se mostraba afable
y sencillo, dispuesto para cualquier broma, porque créame, él era también un
tipo divertido, con un estilo muy peculiar, muy privativo, se hacía
apreciar y se distinguía por lo esmerado y elegante. Pernoctaba en el hotel
Buen Descanso, tenía una habitación al fondo y comía en los otros bares y
restaurantes, su preferido era el de Arquimino, acá, a la vuelta -me señala
hacia la calle donde mataron a Cúter-. Él andaba sin engañar a nadie, respondía
de todo sin emplear evasivas, amigo. Creo que contaba con una honradez y
una integridad admirable, casi le diría que tenía por cualidad, la pureza de su
alma. Mire, dada su arrogancia, su estirpe y su belleza subliminal, Creo
que hizo muy bien en fijarse en Doña Beatriz, que para nosotros, era la menos
pensada.
- El informe dice que
no, ¿pero usted cree que ella estaba en la casa?
- No, ella no estaba en la
casa, aquel día.
- ¿Usted cree entonces que
el asesinado fue realmente Cúter?
- Yo creo que Cúter era de
aquellas personas que sabían ponerse a resguardo en las tempestades. Sabía lo
que hacía. Acertaba en lo que buscaba. Pero bueno. Lo recuerdo cuando, una vez,
me alcanzó una de sus poesías -decía don Elcíades mirando su extensa biblioteca-
quizás esté guardada por allí.
III
Seguí mi camino hasta llegar a lo que en
algún momento se llamó "ARQUIMINO, Proveeduría General y despacho de
bebidas" Hoy se presentaba como un coqueto mercado de amplias puertas
vidriadas bajo el nombre comercial "Dos pesos."
- Él era de estatura
mediana, bien constituido, parecía de esos tipos que nunca acusan cansancio
alguno -me dijo don Arquimino Milicay, el dueño del almacén de ramos
generales-. Su tez era de color trigueño, de cabello oscuro, con ondulaciones
pronunciadas, tenía ojos marrones, penetrantes y duros que revelaban su
temperamento ardiente, el tipo tenía una cara con rasgos bien marcados, con
esas expresiones enérgicas, frías. Pero creo que asimismo le daban un
carácter simpático y hasta agradable, si se quiere. Caminaba algo
encorvado, con su cabeza inclinada hacia el piso, pero mostraba en sus
ademanes, las voluntades que tienen los hombres de acción. Tenía el aplomo de
los que saben mandar. -hizo una pausa don Arquimino- En la autopsia, le
contaron dieciséis orificios de perdigonadas de escopeta, cuatro de una
cuarenta y cinco y once de una ametralladora nueve milímetros. Disparados a
corta distancia y todos por la espalda. El tiro de gracia fue benevolente.
Se lo dieron con la cuarenta y cinco. La bala le perforó la mano derecha con la
que intentó cubrirse el rostro después de ver a su asesino. El tiro final
ingresó por la frente, se estrelló en los mosaicos de la vereda y arrastró en
su furia, astillas de huesos, masa encefálica y esa mancha espesa se mezcló con
la sangre que había en el lugar. Yo estuve allí, viendo todo –mira hacia el
cielo, busca palabras en su memoria-. Apenas
sentí el tiroteo salí hasta la puerta y pude ver el desenlace y le digo que
excepto el tiro final, todos los orificios de entrada de las balas fueron por
la espalda, glúteos y piernas. Había uno en el hueco poplíteo que le reventó la
rótula y eso fue lo que lo hizo caer de rodillas. Cayó contra la puerta
agujereada, totalmente destrozada y ensangrentada de la casa de la Doñita Beatriz.
Giró su cuerpo lastimoso vea, y alcanzó a ver quienes lo mataban tan
cobardemente. Todo porque afirmaban que él había matado a los cuatro ex
guerrilleros Peremerimbinos, clavándoles un cúter en la garganta, mientras
ellos dormían cada uno en su cama y en sus casas y con los fantasmas del pasado
puestos por pijama. Venganza, dijeron que fue una venganza.
- Aquí en el informe que
tengo, señor Arquimino, habla de la casa destrozada.
- Por supuesto, algunas
balas traspasaron la puerta de madera, se incrustaron en algunos muebles y
otras en las mamposterías. Las paredes parecían picaduras de viruela. Mire,
allá aquella casa ésa era la de Doña Beatriz, que la puso en venta una vez arreglada
y a ella no la vimos nunca más –se detiene pensativo- Quizás el cura sepa su
dirección. Pero ellos no hablan, no cuentan nada, debe ser por los secretos
ésos de confesión que dicen tener y que respetan.
- ¿Es verdad que él no
llevaba armas?
- No, no llevaba armas. Ni
de fuego ni blancas a la hora de morir. Pero le cuento, entre sus cosas se le
encontró una carta para Doña Beatriz, intacta, sin manchas de sangre ni de
haber sido rozada en la balacera.
- Si, eso dice el
expediente, aunque después algunos la niegan.
- Mire, para nosotros, eso
resultaba milagroso, pero un papel blanco intacto como si fuese una carta, los
auxiliares la extrajeron del bolsillo derecho del saco y se la entregaron al
juez don Calixto Bonaventura, el mismo que entró a la casa y confirmó que ella
no estaba, y que a los gritos pedía que atrapen a los matadores.
- ¿Usted cree que ella y
él, de acuerdo a la carta, eran amantes?
- Yo opino, señor
periodista, y después de veinte años de sucedido este episodio, después de
vender mi negocio a estos extranjeros, y de algunas muertes y varios
nacimientos más, habidos en esta ciudad, que por sobre todas las cosas, aquel
tipo al que ahora llaman Cúter, que él vino por otra cosa. Estoy convencido que
él estaba totalmente subordinado a su misión. La de vengar, la de matar.
No la de enamorarse.
IV
Consta en el
Juzgado: fojas 18, Tomo 1.
La carta
Estimada Beatriz:
Aquí estoy, con el consuelo de saber que he descansado en tu cama, entre tus brazos. Con el consuelo de saber que supe ser el dueño de tus momentos emocionantes y fiel compañero de tus obstinaciones. Con el consuelo de saber que he caminado el camino más largo para amarte como te amé y aún mucho más el día de hoy, para darte aquellos besos de las buenas noches como te los di y para despertarte como tú ya sabes.
Aquí estoy, para que resguardemos en nuestra memoria, la historia de nuestra vida, juntos.
Hasta que Dios diga, en su reparto de suertes.
Aquí estoy, con el consuelo de saber que he descansado en tu cama, entre tus brazos. Con el consuelo de saber que supe ser el dueño de tus momentos emocionantes y fiel compañero de tus obstinaciones. Con el consuelo de saber que he caminado el camino más largo para amarte como te amé y aún mucho más el día de hoy, para darte aquellos besos de las buenas noches como te los di y para despertarte como tú ya sabes.
Aquí estoy, para que resguardemos en nuestra memoria, la historia de nuestra vida, juntos.
Hasta que Dios diga, en su reparto de suertes.
Siempre tuyo, Cipriano.
V
A la mañana siguiente, en la ciudad de San Vicente, a cuatrocientos kilómetros al noroeste.
No le bastaba encontrar dos
ilustres participantes de aquella noche de festejos en la plaza, como fueron
Roberto Enciso, el cantante de los Tico Tico Good Show, y al señor Marcos Trebber, que aún
mantenía la costumbre de trabajar en publicidad callejera desde la camioneta propaladora; Sino que Evaristo Fuentes, el marido de
la señora Ofelia, cuyo relato expondré más adelante, se puso en comunicación inmediata con quienes estuvieron más
comprometidos con el caso del asesinato, según su parecer, como lo fueron los auxiliares del juez
Bonaventura que estaban dispuestos a contar pormenores del caso, -decía- y hasta pagó la cuenta de la primera ronda de un café oscuro y espeso en
el bar frente al ahora llamado Hotel Italia que regentea su esposa.
- Aquellos viejos jubilados de la Justicia estarán por aquí mañana, señor periodista -me dijo-.
- Aquellos viejos jubilados de la Justicia estarán por aquí mañana, señor periodista -me dijo-.
Fue Roberto Enciso, el primero en
hablar, empezó recordando las noches de gloria del Tico Tico Good Show; "Era un
conjunto musical que tocaba cumbias y todo ritmo bailable, pero con letras
lastimosas, llenas de desencantos, desencuentros, desamores y adioses que
sucumbían cuando alguien de los bailarines le prestaba demasiada atención al tema, entonces se
llenaba de recuerdos y le afloraban los reproches que se habían guardado y sin más contemplaciones se abalanzaban unos
contra otros y se armaban trifulcas que hasta seguían en las calles y muchas
veces se consagraban en interminables pleitos que separaban familias de por
vida. Por cornudos."
- Una de esas disputas se
armó una noche que estrenábamos una canción titulada "Lo tenía en la punta
de la lengua" destinada a ser un tema popular, por eso es que aquellas letras quedaron durmiendo en
algún cajón en busca de un buen músico que le hiciera los arreglos correspondientes –decía con
gran entusiasmo el señor Roberto Enciso, hoy director técnico del Club de fútbol "Atlético Alianza Vicentina"-.
Recordaba también que
siempre que venía el gran Tito Castañares y su orquesta, los Románticos de la Rumba, les agradecía, especialmente a él,
que haya mantenido el tiempo necesario al público entretenido y bailando,
mientras el timbalero don Bolo Valladares se reponía de alguna borrachera, o simplemente
porque pedía que no lo molestasen mientras estampaba letra o componía la música
de alguna nueva canción, porque dicen que eso hacía justo antes del espectáculo y que por ello se negaba a
subir al escenario.
- Eran unos locos, locos de
verdad –aseguraba Roberto- y seguía diciendo que entre el Bolo Valladares y
Tito Castañares había una especie de eterna confrontación, una disputa basada
en la envidia por las cualidades que cada uno de ellos exponía. Pero
irremediablemente complementaria entre ellos. No podían vivir el uno sin el
otro, uno era la letra, el otro era la música. Uno era la voz exacta para
aquellos sones y el otro era la medida exacta para esa voz. Pero a Tito le
gustaba el orden y la disciplina, y al Bolo la diversión fuera de cualquier
control. Eso si, a la hora de cobrar los contratos ambos estaban presentes.
Trebber
dijo que pagaría la segunda ronda de café oscuro y espeso, pero Roberto se
anticipó y siguió hablando.
Decía
que él se anotó como testigo de un hecho que podía servir en la causa, tal como
lo hizo el borrachín Gervasio Moyano Chozno, más le pareció que al juez
Bonaventura no le interesó demasiado lo que él le contaría. Pero que de todas
formas su declaración consistía en que: "Terminado el espectáculo de su banda,
fue al ómnibus de Tito Castañares a devolver un pandeiro brasileño que le
habían prestado, y que sonaba simpático y melodioso, pero que al subir, entre
las ropas esparcidas por los asientos y algunos instrumentos había un señor
vestido con traje marrón y un elegante sombrero de panamá, que tenía bigotes
finos y que se levantó inmediatamente, le tomó el instrumento casi de un
arrebato y que le dijo con una voz cortante, seca y definitiva. ¡Bájese! Para mi era ése el tal Cúter y no el Cipriano Tavares que de vez en cuando venía a vender terrenos."
Trebber agrega que; Si ése hombre que vio Roberto vestido de traje era Cipriano Tavares,
el mismo tipo que fue temprano a la estación de trenes y vestido exactamente
igual para tomar el tren del mediodía para ir a Altos Moncadas, nos pueden decir
¿quién carajo era el que andaba bailando en la plaza y que se metió en el hotel
de doña Margarita?
- En el expediente del caso no consta la declaración del señor Roberto.
- Exacto, el juez dijo que la desechaba –levanta la mano y llama al
mesero del lugar, ordena un almuerzo para cuatro-. Mire, prenda el grabador que
le voy a contar todo lo que se;
- Cuando se fueron las orquestas, al Bolo Valladares lo dejaron tirado,
dormido sobre aquel asiento cerca de la glorieta y se fueron todos taciturnos,
en una descomunal e inolvidable borrachera. Qué noche –se acomoda en la silla
mientras Roberto enciende un cigarrillo-. El Bolo no se dio cuenta de nada -decía
Trebber- ni siquiera cuando lo vinieron a buscar y se lo llevaron entre un
montón de niños que habían tomado la Primera Comunión. Y cuando nos enteramos
ya tarde, que en nuestro pueblo de
mierda habían aparecido cuatro cadáveres de militantes Peremerimbinos, ya gente
grande para esas pendejadas y cuando nos dimos cuenta que buscaban a ese tal
Tavares y que supimos que se trataba del vendedor de terrenos que estaba
alojado en el hotel de doña Margarita, que ahora se llama Italia, que es aquel
que está allá –señala hacia el frente, del otro lado de la plaza- y que forma
parte de esta historia. Yo estaba desarmando el escenario y miraba aquel espectáculo
lastimoso entre niños que parecían haber descendido de un arco Iris luminoso y
tipos con la cara sin afeitar y ya malolientes de la mezcla de desodorantes y
transpiración etílica, cuando entre las risas de aquel espectáculo la vi pasar.
Era la señora Beatriz, según me enteré después –se apresura en hablar y le pido
que cuente en forma pausada-. Fíjese señor periodista, que el mismo que declara haber visto
Roberto por la forma de vestir, que llevaba un traje marrón color tabaco diría,
y un sombrero que se sacó al pasar delante de la Iglesia. Lo vieron pasar a la
mañana temprano, para la estación de trenes, todo el mismo día domingo. El juez
Bonaventura no quiso tomarme declaración porque entré gritando que venía desde
un pueblo lleno de fantasmas y de malos augurios y que como podía ser que un
tipo que estaba entre nosotros cantando y bailando en la plaza, vaya a su
cuarto del hotel, se acueste con la mejor señorita que teníamos, la desvirgue sin ceremonias ni formulismos,
discúlpame Fuentes –le dice al señor Evaristo Fuentes, marido de Ofelia, tomándolo del brazo y
sigue- y que se de el lujo de rematar a cuatro sinvergüenzas, que parecían
turistas que habían venido a las fiestas patronales, que tenga tiempo para escribir una carta, que lo
vieron por aquí, que lo vieron por allá -levanta la voz- que sacó pasaje para el tren, que la
policía lo buscó y que no lo encontró, que en este pueblo las autoridades se hayan olvidado que justamente al
día siguiente nuestros niños tomaban la Primera Comunión, que nadie tenía fotos
de él y que como digo en mis anuncios publicitarios, como "broche de
oro" del espectáculo bonito que le estábamos dando al mundo, estos juéputas nos cerraban el paso del
ferrocarril -parece calmarse, deja de golpear la mesa-. Nos tocó un juez de mierda,
si señor, un juez de mierda que no nos creía nada de nada –exclamaba Trebber, abatido en los recuerdos-.
- Eran nuestras
fiestas, la única que se realizaba aquí y todos nosotros, los sanvicentinos sabíamos festejarla –agrega Roberto-.
Dos cosas
importantes surgieron esa noche, comenzó algo así como una especie de
desconfianza hacia los Peremerimbinos, porque desde aquella simpatía del principio,
pasamos a ver la sangre que trajeron a nuestra ciudad. Dicen que ellos venían a matarlo
aquí y él los mató a los cuatro y otros cuatro lo mataron allá. Mire que
elegirnos a nosotros, a nuestro pueblo, en nuestro día tan especial. Y la otra cosa es que por eso
mi conjunto, Los Tico Tico Good show se disolvió. Empezamos a discutir mucho del asunto.
- Una verdadera
pena –dice Trebber, que palmea la espalda de ex cantor-, Roberto se hizo
solista, él solo con su guitarra cantando boleros y serenatas.
Nos dispusimos a
almorzar fideos con albóndigas, allí me contaron sobre Gervasio Moyano Chozno.
"Gervasio Moyano Chozno, supo por su
madre que estaba condenado a vivir una vida llena de ingratitudes, si señor.
Nos contaba que
cuando apenas tenía seis años y montaba por primera vez un caballo, tuvo su
primer gran golpe. Decía que con
el paso del tiempo se fue convirtiendo en un buen jinete como lo fue su padre. Pero para
sorpresa de muchos de los conocidos, él no había caído en las tentaciones de los
juegos viciosos ni en las locuras del alcohol. Tal es así, señor periodista, que se presentó sin
mayores inconvenientes en el Distrito Militar cuando fue citado por cédula para
cumplir el Servicio Obligatorio en los Cuarteles.
Pero que justo en ese mismo
año se le dio a los cabrones de sus jefes hacer la Revolución que derrocó
al Gobierno Conservador del doctor Benavídez, con el que había pactado la paz el Comandante de
Peremerimbé y que entonces se hizo desertor, y que por eso volvió a su rancho
uniformado. Dijo que no hubo tiempo para andar contándole esas cosas a su
madre, pues ella estaba haciendo todas las tareas del hogar porque su bendito
padre estaba encarcelado por unas cuestiones de límites entre campos. Así es que Gervasio Moyano
fue apresado por la Milicia una mañana que ordeñaba a las vacas con el birrete
militar puesto. Dos años después volvió nuevamente, esta vez con el rostro
cambiado, mostrando fuertes facciones que marcaban claramente la rudeza del
tiempo, y hasta su misma respiración sabía a fuertes aromas de alcoholes
nocturnos, causando una gran aflicción a su madre, pronta a una cierta ceguera. Dijo que le
habló entonces a su viejecita, tan lenta y transparente que era ella, para decirle que sus anhelos eran no salir nunca más de aquel
páramo seco y espinoso por las faltas de lluvia en aquellos años malos.
Gervasio Moyano, años más tarde
enterró a sus padres, en silencio, ya que en la presidencia comunal le habían asignado una parcela al fondo
del cementerio.
Supimos que primero enterró a su madre, doña Jacinta del Jesús Juárez, que murió
vestida de mujer triste y luego a su padre Gervasio Moyano Tataranieto, que había pasado gran
parte de su vida en distintas prisiones por abigeatos y malentendidos a la hora de estirar alambrados sobre los campos.
Y también se supo que más
adelante, por una aparición calma y sencilla en sus sueños, que estaba
destinado a no conocer mujer casamentera que pudiera engendrarle un hijo que se
llame Gervasio, como él, como su padre, como su abuelo, como el abuelo de su
abuelo y que así fue pasando su tiempo entre pequeños trabajos mal remunerados
y largas noches de fin de semana con vino y apariciones asombrosas.
Nos dijo una vez
vio a un hombre grande vestido como los sargentos en fiestas patrias, descender
de las ramas del algarrobo de su rancho, y nos contaba que este tipo caminaba entre los perros
dormidos, mirándolo fijamente y que entonces pensó que se moriría pronto.
Nos contaba
–mientras se rascaba la pierna por encima de su viejo y rotoso pantalón- que
fue hasta el cementerio al día siguiente y habló con sus muertos.
Nos dijo que les previno
que le faltaba poco, y que por eso se compraría un buen traje porque él decía que hay que morirse con dignidad y pasearse entre las celebridades
que en el Cielo debían abundar.
Y hasta nos decía que a veces en las oscuras noches febriles se levantaba ante el espantoso estruendo del paso
de las caballerizas y carretas que llevaban a los virreyes por el camino Real y
a los hermanos Sepúlveda, aquellos viejos locos Peremerimbinos que iban disparando sus armas de fuego en un tropel
bullicioso.
Aquí todos
coincidíamos en que tenía los mismos sueños de su padre, del abuelo de su padre, y
del abuelo del abuelo de su padre que ya hablaban del comandante.
Por esa razón, nadie le creyó cuando dijo haber visto la noche del domingo posterior a la
parranda del pueblo, aquella que abrió solemnemente el cura Aparicio Pietri desde el
campanario, a aquel hombre vestido de traje marrón que dice que caminaba y saltaba algunos
alambrados cerca de su rancho, ni que sus perros que siempre fueron feroces y
hambrientos, le hayan ladrado al extraño.
Y nos decía también, que él lo recordaría siempre por su elegante sombrero y porque
llevaba una valija que desprendía un fuerte olor a rosas, que impregnaba todo
su campo, como una brisa del norte, que se metía entre sus viejos papeles y que impregnó de perfume el retrato de su madre, por varios días.
Si señor periodista, Gervasio Moyano afirmaba eso con una total certeza y convicción.
Pero la más
asombrosa declaración, la que ya nadie le creyó, fue cuando dicen que le dijo al juez que
una noche se le apareció aquel hombre de sombrero elegante, en harapos malolientes
de sangre y pólvora, arrastrando su pierna derecha doblada al revés y tapándose
la cara con las manos cuarteadas de sangre seca.
- Yo soy Cúter amigo mío, avisa que no me he muerto todavía.
Así nos contaba que el fantasma le decía."
(Continuará)
Tiene derecho de autor
Copyright 2013
Capítulo correspondiente al libro "CÚTER"
Autor: José Antonio Ibarrechea
http://diceelwalter.blogspot.com
"PASEN Y VEAN"
diceelwalter@gmail.com
Walter Ricardo Quinteros
Un relato interesante y si empezamos la saga de tus cuentos, te diría que estamos ante una historia relatada en forma inteligente. Un gran escritor, con una forma muy particular de narrar.
ResponderBorrarCristina.
Cómo crear personajes inolvidables sin llegar a conocerlos... Clara muestra de una nueva escuela literaria Antonio Amuchástegui Barcelona España
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