Edgar Allan Poe La durmiente A medianoche, en el mes de junio, permanezco de pie bajo la mística luna. Un vapor de opio, como de rocío, tenue, se desprende de su dorado halo, y, lentamente manando, gota a gota, sobre la cima de la tranquila montaña, se desliza soñolienta y musicalmente hasta el universal valle. El romero cabecea sobre la tumba; la lila se inclina sobre la ola; abrazando la niebla en su pecho las ruinas se van a dormir. Parecido a Leteo, ¡mira!, el lago parece que se entrega a un sueño consciente y no despertaría por nada del mundo. ¡Toda la belleza duerme! Y ¡mira dónde reposa Irene, con sus destinos! ¡Oh, ilustre señora!, ¿cómo puede estar bien esta ventana abierta a la noche? El aire travieso, desde la cima de los árboles, pasa riendo a través de la reja. Aires incorpóreos, revoltoso brujo, entran y salen de tu aposento revoloteando, y mueve el dosel de las cortinas tan caprichosamente -tan temerariamente- por encima de la cercana y orlada cobertura bajo la cual tu alma adormecida reposa escondida, que, sobre el suelo y por las paredes abajo, ¡como fantasmas las sombras suben y bajan! ¡Oh, querida señora!, ¿no tienes miedo? ¿Por qué y qué estás tú soñando aquí? ¡Seguro que vienes de allende lejanos mares, atraída por este jardín! ¡Extraña es tu palidez! ¡Extraño tu vestido! ¡Extraña, sobre todo, la longitud de tu trenza, todo ese silencio solemne! 19 de enero de 1809 Boston - 7 de octubre de 1849 Baltimore, EE.UU. |
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viernes, 3 de octubre de 2014
EDGAR ALLAN POE: LA DURMIENTE
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