TRADUCTOR

viernes, 30 de septiembre de 2016

A E QUINTERO: POEMAS (Y PERSONAS NORMALES)

LLORA UN NIÑO
Tal vez tenga tíos y vecinos en los ojos.
Tal vez
tenga los pies metidos en un sueño,
o la espalda ancha y masculina,
o no traiga lentes, o traiga
crema de ojos adentro de los ojos.
O todo junto. Y además dedos.

Pero llora
ocupando tantas gargantas.

Desde toda su nariz.
Desde su frágil homosexualidad hacia las ramas
y las palomas. Frágil
como un vaso llevado en la cabeza.

Llora
de heterosexualidad que se encuentra
con un sabueso
frente a su charca propia,
frente a su pedazo de aguas personales.

Llora este niño muchas niñas que se calla.
Todas las muñecas que pudo ser desde una banca.
Los soldados de plomo
que hubieran podido llevar hasta su almohada.

Y las uñas pintadas de los pies
para atrapar fantasmas.
Para conocer faunos, cíclopes de tres pisadas, tritones,
relojes construídos con pólvora bajo los ojos de
                                                                        las sábanas.

Llora fantasmas este niño,
cuerpos de caballos mayores,
el terreno minado por el que pasan las puntillas
las hojas de los pequeños árboles y el pecho y la baja
                                                                       ventana:
los músculos ejercitados de un otoño
carnoso como unos labios, y largo.

Los puños del otoño hacia la definición ruidosa
                                                                    de las hojas.

Llora un niño
Tal vez tenga en sus ojos hombres con piedras,
tal vez floreros,
o una pareja de novios frente a la iglesia.
O todo junto. Y personas normales.



EL NIÑO INTERCAMBIA OJOS
con su perro. Ladran

porque el amor tiene
muchas formas de ladrarle a un niño.

Y subir un perro a la cama
cuando los padres cierran su luz oscura
es una manera de salvarse.

De día
el niño aprende a beber del plato como el perro,
a contraer las fosas nasales
y bajar del miedo
hacia el más seguro de los ladridos. Bajar
sin importar otros niños, otras niñas en la ventana.

Ese puede ser un buen modo de socializar:
llegar de a poco, creer en los puentes, confiar.

Mirar la correa en la pared
y al perro
que alguna vez 
estuvo vivo.



INFANCIA
No conozco una palabra que muera tanto.
Tal vez abuela. O tal vez perro,
o tal vez gato. Mi gato.
Pero mascota no es una palabra.

Tal vez niño no sea una palabra.

Esta tarde en que los árboles
parecieran rascarse
su mucho viento.

Esta tarde en que la infancia
pareciera saltar como una pulga sola, y esconderse.

Pienso que un niño con miedo
no tiene cuerpo para ser persona todavía.
Tiene ojos. Solamente
ojos
para observar el mundo bajo las sábanas;
para levantarse a mitad del sueño
y revisar que mamá respire, que el gato respire,
que la perra melenuda siga respirando.

Porque el aire siempre calla de pronto, castigado
                                                               a muerte
guarda su poderoso silencio de aire que se despide
desde la ventanilla de un tren, desde un autobús repleto
                                                                          de niños
—de un solo niño— niños
que la palabra muerte se turna
para ir despertando.




AE Quintero

Alfredo Espinosa Quintero, Nació en Culiacán, Sinaloa en 1969 y radica en el Distrito Federal. Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1996 ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa por el poemario Los postigos del verano.
En el año 2011 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Poemario Cuenta regresiva. Su libro La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse fue seleccionado como mejor libro de poesía del 2014 en La Feria del Libro Independiente de la AEMI. 
Poemas extraídos del libro 200 gramos de almendras - Editorial Simiente, Colección Simonía - México

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.