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viernes, 6 de octubre de 2017

CHARLES BAUDELAIRE: POEMAS



Alegoría

Es una mujer bella y de espléndido porte, 
Que en el vino arrastrar deja su cabellera. 
Las garras del amor, los venenos del antro, 
Resbalan sin calar en su piel de granito. 
Se chancea de la muerte y del Libertinaje: 
Los monstruos, cuya mano desgarradora y áspera, 
Ha respetado siempre, en sus juegos fatales, 
La ruda majestad de ese cuerpo arrogante. 
Camina como diosa, posa como sultana; 
Una fe mahometana deposita en el goce
y con abiertos brazos que los senos resaltan, 
Con la mirada invita a la raza mortal. 
Cree o, mejor aún, sabe, esta infecunda virgen, 
Necesaria, no obstante, en la marcha del mundo, 
Que la hermosura física es un sublime don
Que de toda ignominia sabe obtener clemencia. 
Tanto como el Infierno, el Purgatorio ignora, 
Y cuando llegue la hora de internarse en la Noche, 
Contemplará de frente el rostro de la Muerte, 
Como un recién nacido -sin odio ni pesar. 


Elevación

Por encima de estanques, por encima de valles, 
De montañas y bosques, de mares y de nubes, 
Más allá de los soles, más allá de los éteres, 
Más allá del confín de estrelladas esferas, 

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas, 
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril. 

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas, 
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor, 
La luz clara que inunda los límpidos espacios. 

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida, 
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos! 

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras, 
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo, 
La lengua de las flores y de las cosas mudas! 


Al lector

La necedad, el error, el pecado, la tacañería, 
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos, 
Y alimentamos nuestros amables remordimientos, 
Como los mendigos nutren su miseria. 

Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes; 
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones, 
Y entramos alegremente en el camino cenagoso, 
Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas. 

Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu encantado, 
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio químico. 

¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven! 
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos; 
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso, 
Sin horror, a través de las tinieblas que hieden. 

Cual un libertino pobre que besa y muerde
el seno martirizado de una vieja ramera, 
Robamos, al pasar, un placer clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja. 

Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos, 
En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios, 
Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
Desciende, río invisible, con sordas quejas. 

Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio, 
Todavía no han bordado con sus placenteros diseños
El canevás banal de nuestros tristes destinos, 
Es porque nuestra alma, ¡ah! no es bastante osada. 

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos, 
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes, 
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros vicios, 

¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo! 
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos, 
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo: 

¡Es el Tedio! -los ojos preñados de involuntario llanto, 
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa, 
Tú conoces, lector, este monstruo delicado, 
-Hipócrita lector, -mi semejante, -¡mi hermano! 


Spleen

Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso, 
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso, 
que, despreciando halagos de sus cien concejales, 
con sus perros se aburre y demás animales. 
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón, 
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón. 
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito; 
en cripta se convierte su lecho blasonado, 
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado, 
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto. 
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido, 
y en los baños de sangre que hacían los Romanos, 
que a menudo recuerdan los viejos soberanos, 
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido. 


El vino de los amantes

¡Hoy el espacio es fabuloso! 
Sin freno, espuelas o brida, 
Partamos a lomos del vino
¡A un cielo divino y mágico! 

Cual dos torturados ángeles
Por calentura implacable, 
En el cristal matutino
Sigamos el espejismo. 

Meciéndonos sobre el ala
De la inteligente tromba
En un delirio común, 

Hermana, que nadas próxima, 
Huiremos sin descanso
Al paraíso de mis sueños.


Charles Baudelaire
(París, 1821 - 1867) Poeta francés, uno de los máximos exponentes del simbolismo, considerado a menudo el iniciador de la poesía moderna. Hijo del ex sacerdote Joseph-François Baudelaire y de Caroline Dufayis, nació en París el 9 de abril de 1821. Su padre murió el 10 de febrero de 1827 y su madre se casó al año siguiente con el militar Jacques Aupick; Baudelaire nunca aceptó a su padrastro, y los conflictos familiares se transformaron en una constante de su infancia y adolescencia.En 1831 se trasladó junto a su familia a Lyon y en 1832 ingresó en el Colegio Real, donde estudió hasta 1836, año en que regresaron a París. Continuó sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand y fue expulsado por indisciplina en 1839. Más tarde se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de París, y se introdujo en la vida bohemia, conociendo a autores como Gérard de Nerval y Honoré de Balzac, y a poetas jóvenes del Barrio Latino. En esa época de diversión también conoció a Sarah "Louchette", prostituta que inspiró algunos de sus poemas y le contagió la sífilis, enfermedad que años más tarde terminaría con su vida.
Su padre adoptivo, el comandante Aupick, descontento con la vida liberal y a menudo libertina que llevaba el joven Baudelaire, lo envió a un largo viaje con el objeto de alejarlo de sus nuevos hábitos. Embarcó el 9 de junio de 1841 rumbo a la India, pero luego de una escala en la isla Mauricio, regresó a Francia, se instaló de nuevo en la capital y volvió a sus antiguas costumbres desordenadas. Siguió frecuentando los círculos literarios y artísticos y escandalizó a todo París con sus relaciones con Jeanne Duval, la hermosa mulata que le inspiraría algunas de sus más brillantes y controvertidas poesías.
Como ya era mayor de edad, reclamó la herencia paterna, pero su vida de dandy le hizo dilapidar la mitad de su herencia, lo que indujo a sus padres a convocar un consejo de familia para imponerle un tutor judicial que controlara sus bienes. El 21 de septiembre de 1844 la familia designó un notario para administrar su patrimonio y le asignó una pequeña renta mensual, situación que profundizó sus conflictos familiares.
A principios de 1845 empezó a consumir hachís y se dedicó a la crítica de arte, publicando Le Salon de 1845, un ensayo elogioso sobre la obra de pintores como Delacroix y Manet, entonces todavía muy discutidos. Ante los primeros síntomas de la sífilis y en medio de una fuerte crisis afectiva, intentó suicidarse el 30 de junio de ese año. Más tarde publicó Le Salon de 1846 y colaboró en revistas con artículos y poemas. Buena muestra de su trabajo como crítico son sus Curiosidades estéticas, recopilación póstuma de sus apreciaciones acerca de los salones, al igual que El arte romántico (1868), obra que reunió todos sus trabajos de crítica literaria.
Fue además pionero en el campo de la crítica musical, donde destaca sobre todo la opinión favorable que le mereció la obra de Wagner, que consideraba como la síntesis de un arte nuevo. En literatura, los autores E.T.A. Hoffmann y Edgar Allan Poe, del que realizó numerosas traducciones (todavía las únicas existentes en francés), alcanzaban, también según Baudelaire, esta síntesis vanguardista; la misma que persiguió él mismo en La Fanfarlo (1847), su única novela, y en sus distintos esbozos de obras teatrales.
Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal, en 1857, acabó de desatar la violenta polémica que se creó en torno a su persona. El 30 de diciembre de 1856, Baudelaire había vendido al editor Poulet-Malassis un conjunto de poemas, trabajados minuciosamente durante ocho años, bajo el título de Las flores del mal, que constituyó su principal obra y marcó un hito en la poesía francesa. El poemario se presentó el 25 de junio de 1857 y provocó escándalo entre algunos críticos.
Gustave Bourdin, en la edición de Le Figaro del 5 de julio, lo consideró un libro "lleno de monstruosidades", y once días después la justicia ordenó el secuestro de la edición y el proceso al autor y al editor, quienes el 20 de agosto comparecieron ante la Sala Sexta del Tribunal del Sena bajo el cargo de «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la obra en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, unos treinta y cinco textos inéditos.


Como afirma Luis Antonio de Villena, la poesía de Baudelaire "es casi intraducible, más allá del problema (real y retórico) de la traducibilidad poética. Si toda traducción de poesía es ardua, la simbolista, que se basa en la rima y en todos los artificios de la sonoridad, se vuelve una tarea peliaguda y casi siempre regularmente retribuida".

Andrés Seoane, El Cultural - Baudelaire, el vanguardista incomprendido.
Fuentes: Andrés Seoane - elcultural.com - biografiasyvidas.com - Foto: vidasfamosas.com

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