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viernes, 5 de junio de 2015

IBARRECHEA: BAJO ESTE MISMO CIELO

                              
Juanito Paniagua había nacido en Mapuyo, el segundo día del mes de Mayo, y Lucinda Leonor López lo hizo al décimo día del mismo mes lluvioso en el mismo pueblo de la sierra.

No había nacimientos desde hacía tres años en el lugar, pues dicen que era porque los hombres se fueron todos a pelear al lado del comandante don Juan Penerguido contra los intentos de invasión del gobierno central, en la rica región minera de las sierras nevadas.

Cuentan que Juanito y Lucinda crecieron tomando de las mismas tetas, soportando las mismas enfermedades de la niñez, los mismos juegos de niños, los mismos golpes, las mismas aventuras y hasta cuentan que ellos decían haber soñado lo mismo, aunque nunca coincidían con el final de cada sueño.

Una vez, dijeron que habían soñado que el comandante don Juan Penerguido, pasaba caminando por las calles de tierra embarradas de Mapuyo, con un envoltorio de paños blancos en sus manos. 

Dicen que los niños, con grandes certezas en sus apreciaciones y detalles contaban de la vestimenta del comandante, al que en realidad nunca vieron y que a ellos, los mayores, no les constaba que alguna vez haya visitado aquellos lugares, pero que lo describieron tal cual se sabía que era el glorioso comandante, un hombre grande, de casi un metro noventa de alto, corpulento, de cabello blanco y largo, con bigotes amarillentos por el tabaco y botas hasta las rodillas. 

Dicen que los niños contaban que en el sueño él los llamaba y que les mostraba lo que llevaba envuelto entre sus manos, y que les decía que era un presente que el gran Cacique Mapuyo le había dado allá, en la sierra nevada a tres mil cuatrocientos metros de altura y que Juanito decía que era la momia de una niña y que Lucinda decía que era una niña todavía viva que lloraba y que allí se despertaban.

Pero fue otro sueño que ambos contaron, en que los escasos habitantes de Pueblo Mapuyo se decidieran a separarlos por un tiempo.
Dicen que ellos tendrían entre ocho o nueve años y que cada uno en su casa a la hora del café de la mañana relataban a su familia el sueño de la calurosa noche pasada. Juanito comenzó diciendo que aparecían grandes carros de metal vomitando fuego y enormes balas de cañón contra todas las casas al lado de un río y que las costas se llenaban de peces muertos y que un enorme pájaro de metal brilloso habría su panza y dejaba caer bombas que mataban a todas las personas. 

En su casa, casi a la misma hora Lucinda contaba que un monstruo de metal color verde escupía fuego contra las gentes de un pueblo y contra los peces del río y desde el aire un enorme pájaro les lanzaba bombas a los que huían. 

Juanito Paniagua dijo que en el sueño veía junto a los peces muertos, la momia de la niña que llevaba el comandante Penerguido. Lucinda Leonor López, en cambio dijo que la niña nadaba escapando entre las aguas rojas de sangre.
  
Cuentan que ambas familias vecinas se fueron de Pueblo Mapuyo por el descontento de la población ante el conocimiento de los sueños agoreros de los niños que infundían cierto temor y que a los nuevos novios les indicaban sacar cuentas antes de acostarse para evitar que no haya más nacimientos en el mes de Mayo. Decían eso.

Juanito y Lucinda crecieron del otro lado de la Amazonía y lejos de Peremerimbé y cuentan que la distancia les quitó los sueños a ambos, siempre, cada uno en su nueva casa, decían no recordar si algo habían soñado.
A los quince años Lucinda, era educada por severas monjas que nunca habían sentido nombrar a Peremerimbé. A los quince años Juanito era tomado como ayudante en los hornos de una fundición de metales para hacer sonoras campanas, y flejes de metal para soportar las cargas de los carros y otros elementos que serían posteriormente comprados por los enemigos de Peremerimbé. Juanito desertó y salió a buscar a Lucinda. Ella espiaba por las altas ventanas hacia afuera, como buscándolo entre la gente.

En los registros del convento se encuentra la notificación al Obispo de la desaparición por abandono voluntario y sin el conocimiento de sus padres y tutores, de la niña Lucinda López, acompañada por una escueta nota: "El Señor me guía" que la niña dejó en su almohada. Tendría diecisiete años entonces.

Calculan que para llegar al pueblo de Embarcación Alegre, debieron haber navegado tres días con sus noches, y deben haber sido alojados, escondidos y alimentados a lo largo del río, pues hay registros de una pareja que se ganaba el sustento contando sueños y el reporte de una canoa robada con sus remos, red para pesca y ancla respectiva.

Dicen que todos les hablaban en Guaraní y que allí aprendieron el idioma y que ella le contó a sus nuevas amigas que la noche que quedó embarazada fue en el río, porque llovía tanto que se guarecieron bajo un árbol costero y que en la oscuridad se abrazaron para darse calor y que se quitaron la ropa y sin decirse nada lo hicieron entre cuatro o cinco veces en la misma canoa porque amaneció y allí empezaron a reírse sobre lo que les había sucedido y que decidieron quedarse desnudos entre el follaje mientras las prendas se secaban al fuerte sol del mediodía. Una de ellas recuerda que Lucinda Leonor les contaba así: "Mira Juanito, si es así como se hace esa cosa que tu le llamas de amor, entonces estamos casados" y que Juanito le contestó "Bajo este mismo cielo soy tu hombre y bajo este mismo cielo, tu eres mi mujer, negra Lucinda."

Contaba que al anochecer llegaron cansados, amarraron la canoa lejos del muelle, fueron seguidos por unos cuantos perros que les ladraban y que una familia de pescadores les dio alojamiento, comida y abrigo.

Hay registros que dicen que contrajeron matrimonio ante el prefecto una semana después, y luego entraron a la Iglesia, se tomaron de la mano y se juramentaron amor para siempre, en una digna soledad, bajo el poder solemne de las palabras de los enamorados.

Juanito, en el mismo acto, juramentó que volverían a la región Peremerimbina, porque allí habían nacido y allí deseaban morir.

No es preciso en los informes encontrados tiempo después, como es que el Prefecto de Embarcación Alegre, don Odilio Oviedo, devolvió la canoa con todos sus elementos ni cómo es que ocultó a la nueva pareja habitante del pueblo. Se supo más adelante que el herrero Juanito fue contratado para hacer los carteles señaléticos de las calles, y que Lucinda trabajase en el plan de vacunas obligatorias mientras su vientre crecía.

Cuando Teresa Paniagua López cumplió sus dieciocho años, conoció el mar.
Su padre Juanito y su madre Lucinda viajaban en el camarote vecino siempre hablando sobre lo mismo. Porqué Dios quiso que sólo tuviesen una hija y que en este viaje de regreso lo intentarían de nuevo, no una, sino varias veces sobre las aguas.

Aparentemente, y coincidiendo con las fechas de otros relatos, desde el puerto tomaron el tren que pasaba por el nuevo dique de Imbuté. Lo que había sido la bella y exótica ciudad de Peremerimbé, del fallecido comandante Juan Penerguido, ahora dormía bajo las aguas del enorme lago y cientos de soldados armados ocupaban algunos vagones del tren, conversando sobre el loco que se arrojó a las aguas para rescatar un féretro que flotaba desconsoladamente. 

Bajaron en Manvatará y dos meses después moraban en Naranjillos.
Desde las ventanas de la casa que Juanito Paniagua y Lucinda López le habían comprado a los pescadores Virasolo, se veía el caudaloso río, la calle principal que desembocaba en el muelle de los fruteros y el techo de chapa de la estafeta, desde la galería, hacia el este, se veía el puente angosto.
Juanito se consideraba un hombre joven para emprender nuevamente su oficio de herrero, y Lucinda perdía por quinta vez su embarazo, como siempre, antes de los dos meses.
Teresa consiguió trabajo con el doctor Cabanillas para atender la sala de atención primaria a la salud y dicen que atendía más a las putas de la casa de "La Rosa Blanca" y a los bandidos de los hermanos Fonseca, Fontana, los Barragán Puebla, a los hombres de Kindelán y a los de Teófilo Cabanillas, que a los niños.

Dicen los últimos testigos de Pueblo Mapuyo, que después de la masacre de Naranjillos, donde el sargento Cipriano Tavarez, alias "el cúter" y el cabo primero Guillermo Jensen, mataron como a veinte revolucionarios Peremerimbinos y se llevaron a su hija, la Teresa Paniagua al río; que Juanito y Lucinda Leonor volvieron a Mapuyo.
Dicen que no pudieron haber visto que dos días después los tanques de guerra y un avión del gobierno bombardearon todo y que las costas se llenaron de peces muertos en las aguas de color rojo sangre. Y dicen que ante tal desgracia, ellos ahora decían que entendían aquellos sueños que habían tenido de niños, y que los repetían ante el pueblo y que los habitantes del pueblo les pidieron nuevamente que se vayan y que los vieron subir el camino a la Sierra Nevada del Indio Muerto, un día antes de la llegada de la bella niña Rosario Kindelán al pueblo, huérfana de padre y madre y con un fuerte ataque de tos. 
    
Nunca más nadie supo de los padres de Teresa Paniagua López, los nacidos en el pueblo Mapuyo, los que vivieron con nosotros, bajo este mismo cielo.














Capítulo perteneciente a la novela "Cúter"

de José Antonio Ibarrechea



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