Mi torre, esa alta e
imponente, esa reconfortante. Fría piedra, pero palpitante, tanto o más que mi
quebradizo corazón, llena de vida y acongojantes sentimientos. Mi profunda
necesidad, mi lugar oscuro, mi protección, esa mezquina y dulce perpetuidad, reja
impenetrable, mundo privado y solitario, ese donde puedo añorarte, amarte en
silencio, inundándote con mis caricias lejanas e intangibles para tu sudoroso
cuerpo, tan quemante para mis sedientos labios, esos que sufren, esos que son
profesamente tuyos. ¡Bendito seas mi hermoso y efímero amante! Lontananza
abrumadora, gobernante de este inhibido sentimiento, convulsionado, casi en
éxtasis. ¡Suplico por tu piedad! Solo deja amarte, aunque sea de lejos, deja
conservar lo precioso de tu cuerpo, deja besarlo todo, hasta el hastío, hasta
la embriaguez de tu dulce vino que recorre todo su ser, soy tu amante
silencioso, entrégate a este exquisito ritual, déjame llegar a la profundidad
de tu ser, todo mío, solo cierra los ojos, que ni la luz ni el ocaso te aparte de
mi ser, que no exista día, noche ni mundo que pueda separarnos. ¡OH mi mortal y
divino al mismo tiempo, te amo porcelana intocable para mi carne inmortal,
poderosamente mío. Que mi torre no te limite para amarme, olvida el cielo y el
infierno, que nuestros cuerpos sean el gozo, que tu pecho sobre el mío se
retuerzan, ¡OH resplandor, que mi cuerpo se haga cenizas!, ¡no me
importa!, nuestras almas ya son una, iluminadas, ¡delicioso y lujurioso
placer!
Catalina Küdell
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