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viernes, 5 de agosto de 2016

JACOBO FIJMAN: LA VOZ QUE DICTA


"No soy enfermo. Me han recluido. Me consideran un incapaz. Quiénes son mis jueces…
Quiénes responderán por mí.
Hice conducta de poesía. Pagué por todo.
Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…
Hoy es la demencia un estado natural.
Todas las palabras son esenciales. Lo difícil es dar con ellas.
El delirio son instantes. Puede durar toda la vida.
Mi poesía es toda medida.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad."
(Jacobo Fijman, "Todo lo que uno recibe es pasión")


Día de invierno. Cinco de la mañana. Aúlla el mar.
Camino desesperado por la escollera gris y fría. Una lucidez extraordinaria domina mi espíritu; pero mis pies están helados. Se diría que he cometido la locura de ponerme zapatos de hielo. Mis pies están helados; apenas obedecen a mi voluntad. Ahora siento circular en mí una avalancha de ideas claras, risueñas, como nunca.
Me aseguro a mí mismo:

–Todo el mundo duerme; pero yo estoy despierto.

Ningún deseo grosero entorpece mi sentimiento.
Abarco la ciudad pequeña y detallada irregularmente; torres, casas altas y bajas, luces, el mar, el cerro.
El viento, que hace aullar al mar, sacude, contrae, retuerce los árboles de ramas secas, y se reparte armoniosamente, en perspectiva.
Pienso en mis dos amigos, a quienes nunca les hablo ni de mis hambres ni de mis sueños: Mario Funes, alto, fornido, de ojos castaños enfermizos, que a pesar de sus treinta y cinco años y sus nueve hijos, es un divino solitario; Enrique Gabriel, hombrecillo de ojos brillosos, finos; semblante redondo, pálido, chupado por la vida de meditación. Funes me ha explicado días atrás el significado de ‘‘Los candelabros del Bautista’’, mientras Gabriel y un marino, que siempre cuenta aventuras amorosas, sonreían irónicamente.
Una gran lucidez domina mi espíritu, y mi negra, constante preocupación de la muerte, se transforma en alegría, en infinita, en cósmica alegría.

En un café próximo al puerto, juegan al billar dos individuos. Un vagabundo sucio, despeinado, que está de pie, a cierta distancia de los jugadores, se rasca y pone en el juego una atención cómica y desesperada.
Me siento en una silla. Miro la pizarra en donde está escrito un número entero y una fracción; indica la hora en que empezó el partido. Dos filas del contador están desordenadas.
Ahora duermo. La lucidez, visión sobrenatural, con una persistencia de imagen, sigue dominando mi espíritu; no se altera. Duermo con el cerebro despierto.
Una voz me dicta (‘‘la voz que dicta’’).

–Seríamos felices si no tuviéramos el sentido del tiempo; divinamente felices.

Duermo con el cerebro despierto. Mi cansancio se abandona a lo inesperado. Alguien ha encendido los ‘‘Candelabros del Bautista’’ y da vueltas alrededor de un tiempo peligroso, opresor; estremecido de alegría y locura.
Me sacuden violentamente.
Gritan:

–Aquí no se puede dormir. Parece mentira. ¡Un hombre joven!

En la mesa de billar rueda la bola roja, salta y cae sobre el piso de madera cubierto de aserrín, puchos y escupitajos.

–¿Lo ahorcaron? –pregunta uno de los jugadores, que lleva bufanda negra, bien envuelta al cuello.

Son unos bárbaros los... sanguinarios, inquisidores. Nadie debe matar a nadie. A eso le llaman justicia, comenta su acompañante.
Habla, sin duda, de un proceso.
‘‘La voz que dicta’’ me interroga.

–¿Aversión?

Los jugadores han interrumpido el juego.
Permanecen en silencio, mudos; con los ojos fijos, inexpre-sivos, muertos.
‘‘La voz que dicta’’ prosigue:

–No sentía aversión por nadie. No sentía nada por nadie. Prefería huir de las compañías humanas.

Vuelven a sacudirme violentamente. Miro. Es el patrón. Sus hombros, sus manos de sapo, blancas, rosadas, callosas.
Ordena:

–Fuera, atorrante. ¡A trabajar! Parece mentira. ¡Un hombre joven, lleno de salud!

(Hacía poco que me habían dado de alta del manicomio, en Buenos Aires.)
Salgo. Mi paso es lento, inseguro.
Las calles siguen húmedas, frías. Camino durmiendo; mi cerebro está despierto, pero mis pies helados.
En el fondo de mi ser recobro la lógica; asocio ideas maravillosamente, en un estilo extraordinario, sobrenatural.
‘‘La voz que dicta’’ se quiebra como un vidrio y se divide en muchas voces: se sinfoniza.
Una de las voces dicta:

–Por este motivo.

Otra:

–¿Cómo era que no hablaban sus personajes?

Otra:

–No.

Otra:

–Se explica.

Un golpe duro, como un hachazo, me hace volver a la realidad. He chocado con un árbol que tiene las ramas limpias, peladas. Una opresión en el pecho me hace pensar si no estoy enfermo.
Interrogo al árbol y escucho ‘‘las voces que dictan’’.
Una voz:

–No tiene cabellos.

Otra:

–Ni voz ni nada.

Se me aparece Funes. Sonríe. Declara, resolviendo como una clave, el significado de las voces:

–Es tan puro que no sabe de la desnudez todavía...

Un borracho, en una esquina, grita:

–¡Viva las mulas del Estado!

En efecto, pasan los carros tirados por mulas. Dan la sensación de rascar piedras.
Duermo. Una lucidez ardiente domina mi espíritu; pero mis pies están helados.
Una de las voces dicta:

–Detestaba su cuerpo desproporcionado y feo.

Recuerdo una narración interrumpida que oí hace varios años entre dos mujeres turcas, vestidas con trajes pintorescos.
Estoy cerca de un mercado. Gente que va, gente que viene.
Una de las voces dicta:

–Todavía no ven.

Otra:

–Están ciegos.

Otra:

–Hay que modelarles los ojos.

Otra, piadosamente:

–No sabrían caminar.

¿Por qué me acuerdo de Teresa? Su hermano Ricardo me ha escrito que ella se casa muy pronto. Sufro amarga-mente.
Una de las voces dicta:

–¿Celos?

La oscuridad de la calle me despierta. Todas las luces están apagadas
Ahora las voces se reducen a una sola, y la voz me dicta:

–De pronto aparecieron en su espíritu los celos; pero suavizados por un anhelo puro. No sospechó los inconvenientes...

Teresa es pelirroja, de ojos enfermos, manos regordetas y piernas redondas, como las de esas muñecas rellenas de aserrín que hay en los bazares.
Me pregunta (diálogo que sostuve el año pasado):

–¿Usted sería capaz de hacer vida burguesa?

–Pero si yo soy un burgués. Me han ofrecido un empleo de quinientos pesos –contesto.

La madre, que acaba de entrar, me aconseja:

–Acéptelo. No sea zonzo. ¿Para qué va a volver a Montevideo?

El padre, que nos ha vigilado, que nos ha descubierto, sacándose los lentes de armazón dorado, también me aconseja:

–No; no se quede; vuelva a Montevideo. Así terminará de curarse completamente.

Despierto sobresaltado.
Una puerta rechina. Viejas beatas se encaminan a oír maitines.
Un vendedor de diarios anuncia:

–‘‘El Día’’, ‘‘Tribuna Popular’’, y desaparece.

Aúlla el mar.

Jacobo Fijman

(Orhei, Besarabia, actual Moldova, 25 de enero de 1898– Buenos Aires, 1 de diciembre de 1970 ) fue un poeta judeoargentino. Formó parte de la vanguardia literaria del grupo Martín Fierro, donde se vinculó con Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo. Desarrolló varios oficios irregulares, y a partir de 1921 comenzó a padecer crisis mentales; crecientemente adepto al misticismo, se convirtió al catolicismo en 1930, y colaboró en varias revistas religiosas antes de ser internado definitivamente afectado de psicosis delirante en 1942. Moriría aún internado en 1970.

Fuentes: araucariaeditora.com.ar - wikipedia - geocities.ws - Foto: elortiba.org
Cuento publicado por primera vez en la revista Martín Fierro (2da. ép.), Nº 35, Buenos Aires, 5 de noviembre de 1926

1898. 25 de Enero. Nace Jacobo Fijman en Uriff, Besarabia (Rusia hoy Rumania). Hijo de Nydia Rioka y Aarón Fijman.

1902. La familia Fijman emigra a la Argentina huyendo de la persecución antisemita. Su padre trabaja como colocador de vías ferroviarias. La familia vive en campamentos. Se instalan en Río Negro. El niño J. Fijamn inicia los estudios primarios

1906. Los Fijman se trasladan a Lobos, provincia de Buenos Aires. El padre adquiere una tienda modesta. La economía es deficitaria y finalmente cae en quiebra. Esa situación nunca mejoraría. Ya agonizante, Aarón Fijman, ante la insistencia de su esposa para que le revele si tiene guardado algo de valor, le entrega una manzana..

1910.Mayo Ante la grave situación económica, J.F. es enviado a Mendoza; al cuidado de parientes lejanos. Empieza sus estudios secundarios.


1911. Diciembre. Regresa a Lobos, continúa sus estudios secundarios en Buenos Aires. Se inicia en las disciplinas literarias. Gran lector, conoce los clásicos, fundamentalmente Aristóteles y Sto. Tomás de Aquino. Se compra largos guantes que le cubren hasta el hombro.


1917. Octubre. Abandona a su familia y se radica en Buenos Aires. Como autodidacta desarrolla una amplia actividad informativa; estudia filosofía, leyes, matemática, gramática, medicina, astrología y adquiere un gran conocimiento de griego, latín y francés. Sigue estudios en el Profesorado de Lenguas Vivas y egresa como profesor de francés, materia que luego enseñaría en el Liceo Nacional de Señoritas de Belgrano.

1918. Su afición a la música lo lleva al estudio del violín. Instrumento del cual adquiriría singular dominio.

1919. Escribe sus primeros poemas, sonetos y estancias. Se compra una gran capa negra, al estilo de los toreros.

1921. J.F. que por entonces se desempeñaba como periodista, sufre una profunda crisis espiritual. Víctima de un complot , tramado por Apolonio, el entrerriano, es detenido arbitrariamente por la policía, maltratado y objeto de vejámenes, conducido luego al Instituto de Detención de Villa Devoto, y de allí, es remitido al Hospicio de las Mercedes. Ingresa el 17 de Enero de 1921 y es dado de alta el 26 de julio del mismo año. Los castigos a que es sometido influirán decisivamente en toda su vida.

1923. Se incorpora al grupo literario Martín Fierro. Allí conoce a Borges, Girondo, Marechal, Macedonio Fernández y otros. Colabora en distintos periódicos y revistas: “Vida Nuestra”, “Mundo Argentino”, “Revista Número”, “Martín Fierro”, “Arx”, “Crítica”, etc.

1926. Publica su primer libro de poemas”Molino Rojo”. Viaja a París. Se vincula con algunos escritores surrealistas.

1927. César Tiempo y Pedro Vignales lo antologan en su Exposición de la actual poesía argentina 1923.1927.

1928. Viaja a Europa en compañía de Oliverio Girondo. Conoce a Bretón. En España conoce la tumba de Don Quijote de la Mancha, de Sancho Panza y de La Gitanilla. Y le da la mano a Don Miguel de Cervantes y Saavedra, que estaba lleno de telarañas pero no tenía mal olor. Se hace amigo de Valle Inclan, a quien salva de un atentado y le regalaría un paquete de cigarros de las Islas Canarias.

1929. Regresa a Buenos Aires, poseído de una profunda crisis religiosa. Y se convierte a la religión católica. Es bautizado.

En ese mismo año escribe su libro “Hecho de Estampas”.

1930. Julio. Publica “Hecho de Estampas”. Vuelve a Europa; recorre Italia, España y Francia. Finalmente llega a Bélgica, donde trata de ordenarse como sacerdote; pero es rechazado por la jerarquía de los Benedictinos.

1931. Definitivamente en Buenos Aires, escribe y publica “Estrella de la Mañana”.

1932. J.F. se entrega por completo al estudio de los maestros de la patrística griega y latina. Escribe muy poco, pinta, viaja por todo el país tocando el violín como músico ambulante y paulatinamente, absorbido por su misticismo, llega a una situación económica desesperante. Se interna en la selva paraguaya y entra en el Brasil donde trabaja un tiempo en un aserradero.

1942. Hambriento; sin familia, sin amigos; y en una crisis espiritual total,J.F. es internado por segunda y definitiva vez en el Hospicio de las Mercedes, con diagnóstico de psicosis distímica, síndrome confusional. A pesar de todo, sobreponiéndose a todo, J.F. pinta y dibuja con mayor asiduidad, desarrollando una obra de singular importancia; y continúa con su poesía; alcanzando con ella estados que casi no admiten comparación en la literatura americana. Desde entonces vivirá allí hasta el día de su muerte.

1950. sale periódicamente del hospicio para ir a las bibliotecas o visitar a los amigos. Regresa durante el día.

1960. Durante su internación dibuja, pinta, escribe poesía y redacta acertijos.

1968. Mientras que ciertas publicaciones “culturales” nefastas (revista capítulo), lo dan por muerto, J.F. escribe una nueva serie de poemas.

1969. A través de Talismán, se inicia la tarea de divulgación y rescate de la obra de J.F.; quien a pesar de su total lucidez y capacidad intelectual, sigue siendo considerado “incapaz” por la justicia.

1970. El 1° de diciembre muere en el Hospital Nacional Dr. José T. Borda, ex Hospicio de las Mercedes. Es velado en la Sociedad Argentina de Escritores. Sus amigos, salvo algunos, están ausentes. 

Nota: no hay certeza si ha viajado a Europa más de una vez. Extraído de Revista Talismán (1969) en homenaje a Jacobo Fijman.

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