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jueves, 24 de marzo de 2016

A. E. QUINTERO: UN DELICIOSO PASTEL DE CARNE


RECETA PARA HORNEAR UN DELICIOSO PASTEL DE CARNE Y ALMENDRAS
Como no está en tus manos
ir al matadero
y degollar la res, tú mismo,
compra 1 kilo de carne molida.

Al comprarla
no pienses en la res
ni en los niños que no conocen
una res,
ni en las niñas que nunca han visto
morir una res.

Échala en un recipiente
-sin sentimentalismos, por favor-
piensa que al agregarle los 100 gramos de perejil
y el otro tanto de cilantro, no le estás llevando flores
ni estás recordándole colinas que nunca conoció.
No preparas su tumba. Es un pastel de carne.

Usa las manos para amasar,
para sentir
como sentías la plastilina en el aula de tu primer colegio
junto a niños que no te hablaban.
Algo así, frío,
sin importarte ya la res, los niños,
la plastilina
o las dos cebollas que lloran solas.

Agrega 200 gramos de almendras picadas,
1 bolsa de pan molido, 2 huevos batidos y salpimentados.
Y amasa.
Aquí podrías creerte dios
repartir destinos. Agradecer
tal vez,
tener gas en tu casa y no vivir en India.

Aquí
podrías precalentar el horno a 180 grados
y dar gracias
por la res que no fuiste, y porque tu esposo
no está peleando en tierra santa, ni es santo
y tiene un modesto empleo de escritor.

Barniza tu refractario con mantequilla o aceite de oliva.
Pon una capa gruesa de carne molida
y luego jamón y queso manchego o mozzarela.
Nada vivo. solo jamón y queso a gusto
y luego cierra todo con otra capa de carne preparada.
Cubre todo con tocino
o adorna todo con nueces a mitades.

El horno está caliente.
Pero así es la vida.
Mete los restos de la res al horno
y déjalos ahí;
déjalos
por una hora.


LA PALABRA JOTO
siempre logra que un niño se esconda
y salga de sus ojos disfrazado. Y salga
menos joto. Cuidando los ojos
y lo que miran los ojos.
Imitando, aprendiendo,
militarizando el vuelo de las manos:
su certeza de pájaros navieros
sobre el mundo que queda, que se hace olas.

El golpe en la nuca
que papá asentaba para evitar mis pies sobre las aguas,
para hacerme rudo,
para que la vergüenza fuera una enorme palabra
sin romperse. Y sin romperlo.

El miedo no es una escena única,
un vocablo aislado,
una sola cosa. O una sombra que pasa.

El miedo
es una escuela con muchos niños.
Un patio de recreo.
Una persona que no quiere ser persona
y se queda en el salón de clase
escondiendo
un ratón blanco en el bolsillo del suéter, o en las mangas
                                                                          del suéter.

El miedo
es ir con la mamá al supermercado
y que alguien te descubra, te imite, te arremede, camine
                                                                            como tú:
se vaya volando
como volaría un loco en los pasillos de un psiquiátrico.

Que le abran los ojos a mamá
como una niña se los abriría a la abuela que finge
                                                                             dormir,
y me viera;
eso es el miedo.
Que tus hermanas descubran
que en la secundaria
te gritan colores rosas cuando pasas cerca.

La palabra joto
es un niño que siempre alguien está por descubrir
y tiene miedo. Y solo un ratón caminando
por las mangas del suéter.


EN ESTE RESTORÁN
morirá una muchacha embarazada
que está tomando té y fresas con crema.

A las cuatro de la tarde
morirá un niño que molesta a los que comen
en las mesas de junto. Morirá su avión de plástico
en su mano, sin soltarlo.

Una señora que ya ha visto el mundo
volverse una canica de metal. Morirá
contrariamente lejos de su mesa.

Y morirá el joven mesero
que aún huele a pasto y y besos de parque tempranos.

El primer día de trabajo
de la cocinera que quiere esmerarse en su primer día,
morirá al recibir la felicitación de los comensales.

Y morirán dos empleados de banco, dos secretarias
en su hora de comida, frente a la caja.
Y tres mujeres que llegan
a recordar sus años de estudio. Morirán,
como es la muerte, sin decir palabra.

En este restorán, a las cuatro de la tarde,
no morirán los dos grupos de narcotraficantes
que principian el tiroteo.



A.E. Quintero
Alfredo Espinosa Quintero, Nació en Culiacán, Sinaloa en 1969 y radica en el Distrito Federal. Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió el doctorado en Teoría de la Literatura en la Universidad Autónoma Metropolitana. En 1996 ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa por el poemario Los postigos del verano.
En el año 2011 obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes con el Poemario Cuenta regresiva. Su libro La telenovela de las cuatro no se detendrá porque alguien logró matarse fue seleccionado como mejor libro de poesía del 2014 en La Feria del Libro Independiente de la AEMI.

Poemas extraídos del libro 200 gramos de almendras (Ediciones Simiente - colección Simonía - 2016)

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