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jueves, 17 de diciembre de 2015

LUIS ASSARDO: LOS SECRETOS DE UN CURANDERO


En Guatemala, el sistema de salud no da abasto para atender a miles de personas que asisten a hospitales y sanatorios estatales. Cada una de las personas que llega a uno de estos centros asistenciales busca una solución adecuada a sus problemas de salud. Según las estadísticas del Ministerio de Salud, las enfermedades de las vías respiratorias, la diabetes y los problemas cardíacos aumentan cada año en la población.


Gerónimo Martínez es un hombre de 70 años que durante los últimos 30 se ha dedicado a curar. Se le conoce como “Don Chomo” y es hijo del sanador más famoso: el “Brujo de Boca del Monte”. En su vivienda, ubicada en la ciudad de Boca del Monte, atiende de lunes a domingo y sin cita previa a más de 30 personas cada día. La diabetes y las afecciones respiratorias son los casos más comunes.


“Claudia”, quien no quiso dar su verdadero nombre, es una vendedora de jugos naturales. Tiene diabetes desde hace más de 14 años y no asiste a ningún centro de salud tradicional. Ella confía en un curandero. En este curandero. Es una paciente regular y su rutina cada mes es la misma desde que le descubrieron la enfermedad. A través de ella podremos saber un poco más de algunos secretos del oficio de este curandero.

El hijo del brujo
Martínez es un hombre fuerte y directo. Viste un pantalón de lona, camisa a cuadros y sombrero de ala corta. Su bigote, al igual que su cabello, es blanco. Está casado y tiene 15 hijos, el menor ya se graduó de la universidad. Habla varios dialectos y desde muy joven dejó los estudios. Esto no impidió que aprendiera el oficio heredado por su padre y le sumara sus propios conocimientos sobre medicamentos.
Don Chomo es hijo de Viviano Martínez, que se dio a conocer como “El Brujo de Boca del Monte”. El famoso personaje murió hace casi 50 años, pero logró traspasarle su éxito y conocimiento a su hijo Gerónimo.


El brujo era en realidad un alcalde auxiliar de los años cincuenta muy reconocido y solicitado por la gente para pedirle consejo o ayuda. Sus ancestros indígenas le permitieron convertirse en un curandero. Pero también ayudaba en temas del amor, venganzas y envidias. Era muy exitoso.
Don Chomo recuerda a su padre como un buen funcionario, buen padre y buen curandero. Luego de su muerte, Gerónimo trabajó en una farmacia. Esto le permitió conocer a fondo la cura para muchas enfermedades. Así la gente lo buscó para que les ayudara a curar a hijos y hermanos. Y el don de la cura, regresó a la familia…
Durante los últimos 10 años sus hijos lo han intentado convencer de que deje el oficio y se vaya a descansar. Pero a él le cuesta tomar esa decisión. Dice que este año se retira. Será el fin de los curanderos en el área metropolitana, ya que no hay más. Todos han ido muriendo y él, el último, ya está agotado. La tradición está en vías de extinción.

La paciente
Luego de pagar 10 quetzales (1.25 dólares) a Claudia le toca hacer una fila que puede tardar hasta dos horas. La consulta dura un máximo de 15 minutos. Durante este tiempo se le receta una infusión de altamisa, una hierba silvestre que se encuentra en Zaragoza, Chimaltenango, a 70 kilómetros de la ciudad. Aunque Claudia sabe dónde encontrarla más cerca: en el mercado más famoso de la ciudad de Guatemala: “La Terminal”
Llegar a La Terminal, en la Zona 4 de la capital, toma casi una hora por el tráfico que hay en ese sector. En realidad era una terminal de buses, los cuales se dirigían a todo el resto del país. Sin embargo, hace más de 50 años se convirtió en un mercado de productos agrícolas y consumo masivo. Al llegar al mercado de La Terminal hay que dirigirse a la sección de productos naturistas, como les llaman a las hierbas,montes y raíces. Claudia va preparada para pagar 24 quetzales (tres dólares) por su dotación de altamisa, que le servirá para un mes.

En un puesto de venta del tamaño de la mitad del resto se pueden apreciar cientos de hojas, tallos, flores secas, raíces y otros productos naturales. Es el negocio de Doña Julia, una mujer ladina de 63 años que tiene 55 de trabajar allí. Es famosa y la más recomendada en el mercado. Lleva 50 años en este negocio.
La mujer sabe exactamente qué ofrecerle a cada cliente. Aunque también le llegan a pedir montes que prefiere no preguntar para lo que los utilizarán. Ella dice que solo ayuda a la gente que se quiere curar: “Si piden algo malo o que sirve para hacer el mal, no lo vendo”, concluye.

Cuando uno asiste al puesto de venta encuentra decenas de hojas, unas a la par de las otras, pero todas para fines distintos. Hojas de albahaca, los siete montes, la hoja de altamisa, el achiote, la sal de venado y muchas más. Las hojas, hierbas y montes se los llevan, todos de lugares distintos, pero con un mismo fin: curar.
A diario recibe muchas visitas, como la de María, que fue de emergencia a comprar dos imanes de cuatro centímetros cada uno. Al preguntarle sobre el uso que le dará, sonríe. “Me acaban de echar un mal de ojo y me quiero proteger” dice María.

En Guatemala le temen mucho a este tipo de prácticas. Así pues, que con dos imanes de 10 quetzales (1.25 de dólar) la persona puede encontrar algún tipo de protección frente a algún mal oculto. Doña Julia recomienda los curanderos de San Andrés Itzapa, Chimaltenango, a 50 kilómetros de la capital, ya que esos son sacerdotes mayas. Pero Claudia no cambia de curandero.

Ya con su dotación de altamisa, que le ayuda a curarse de la diabetes, Claudia regresa a buscar a Don Chomo para que le prepare la infusión. Después de tantos años podría hacerla ella misma, pero “solo él sabe como hacerla bien” explica. Ya ella lo ha intentado pero no se siente bien cuando la prepara. “Le falta algo” asegura.

Cuando Don Chomo le da la bebida preparada, Claudia puede seguir con su vida normal. En los años de diabética nunca ha necesitado visitar a un médico, no cree en ellos.




Texto y fotos: Luis Assardo
Fuente: veintemundos.com 
Guatemala
Periodista, editor y director de diversos medios.

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