TRADUCTOR

viernes, 20 de marzo de 2015

JOSÉ SALIETO: EL ABANDONO


Ernesto vio a lo lejos a su padre, esperándolo en el umbral del porche, al pie de los viejos escalones de madera que bajaban hasta la tierra. Lo miraba fijamente, sereno, como siempre. Sintió una fuerte emoción y el impulso de acercarse corriendo hacia él; ¡hacía tanto tiempo que no lo veía! Subió los peldaños poco a poco, mirándole a los ojos, casi sin poderse creer que al fin lo tenía ante sí. Él no se movió. Lo miraba fijamente y simplemente esbozó una suave sonrisa. Entonces lo abrazó con fuerza, casi con ansiedad. Después de tantos años, por fin lo encontró.
Pero aunque su padre lo abrazó con cariño y ternura, no puso en aquel abrazo tanto entusiasmo como su hijo.
—¡Me alegro tanto de verte, papá!
El anciano lo miró durante unos instantes con esa mirada suya tan profunda. Luego se dio media vuelta y se alejó un par de metros para sentarse en su antigua mecedora, sin decir nada, meciéndose suavemente.
—¿No vas a decirme nada? —preguntó Ernesto, algo contrariado ante la actitud de su padre. Este alzó de nuevo la mirada y preguntó a su vez:
—¿Por qué has venido?
—¿Qué por qué he venido? —respondió extrañado.
—Sí, ¿qué haces aquí?
—¡He venido a verte, papá! ¿Qué tiene eso de extraño? ¿No te alegras de verme?
—Verte o dejar de verte, es lo de menos. Siempre te he tenido presente, igual que a tus hermanos y a tu madre. Lo que me preocupa es: ¿por qué has venido?
—¡Tenía tantas ganas de verte, papá! ¡Después de tantos años que hace ya que nos abandonaste! Pensé que te alegrarías de verme, al menos.
—Pues lamento decepcionarte, hijo.
—Sí, yo también lo siento… No esperaba esto de ti.
—No me malinterpretes, hijo. He luchado siempre por darte una buena educación, por hacerte fuerte, valiente, capaz de enfrentarte a las durezas de la vida. Y ahora veo que he fracasado, que todo mi esfuerzo no ha servido para nada.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Sabes todo lo que hemos pasado después de que nos dejaras así, sin previo aviso? —respondió Ernesto visiblemente molesto.
—Eso deberías planteártelo tú mismo.
—¿A qué te refieres?
—Sabes muy bien a qué me refiero. ¿Dónde están tu mujer y tus hijos?
Ernesto calló, bajando la mirada.
—Ellos están bien —dijo no muy convencido.
—¿Estás seguro? ¿Te despediste de ellos? ¿O los abandonaste igual que yo?
—¿Tenemos que hablar de esto?
—¡Sí! ¡Tenemos que hablar! —exclamó su padre con determinación, poniéndose nuevamente en pie— ¡Hay cosas que no pueden evitarse, como me sucedió a mí! ¡Pero tú los has abandonado deliberadamente!
—¡No digas eso, no es cierto! —se revolvió Ernesto.
—¡Sí, sí lo es! ¡Los has abandonado a la primera de cambio! Cuando todo se complica, lo más fácil es dejarlo todo y huir, ¿no es cierto? Entiendo que la vida es dura, que todo son problemas y dificultades, que es una lucha constante y que uno se acaba cansando de todo. ¡Pero no te eduqué para que fueras un cobarde que tirara la toalla a la primera oportunidad! ¿Has pensado en ellos? ¿Has pensado qué va a ser de ellos?
—Creí que te haría feliz verme… —exhaló su hijo consternado.
—Lo siento, pero deberías irte por donde has venido.
—No puedo hacer eso. Ahora no.
—Sí, sí puedes —dijo el anciano tomándole el rostro entre sus manos—. ¡Vuelve con tu familia! ¡Aún estás a tiempo!
Ernesto entonces rompió a llorar y se dejó caer sobre el pecho del viejo, y este lo abrazó tiernamente mientras le acariciaba el cabello.
—Sé cómo te sientes, hijo. Pero créeme, es lo mejor. Ya habrá tiempo para todo. Tu sitio ahora está con los tuyos, no está bien desistir como lo has hecho. Por dura que sea la vida, no debes abandonarte, no debes desfallecer. Hay que seguir luchando, día tras día. Merece la pena por los tuyos, por ti, por tus hijos, tu esposa… No todo en la vida son problemas, hay también cosas bonitas que no debes dejar pasar. Disfruta esos momentos, busca nuevas razones… pero no desfallezcas, no eches a correr dejándolo todo atrás. Enfréntate y no huyas.
Ernesto lloraba desconsoladamente.
—¿Y cómo puedo hacer eso ahora?
—Vete hijo, ve por dónde has venido.
Ernesto levantó la cabeza, miró fijamente a su padre con lágrimas en los ojos y le dijo:
—¡Te quiero papá!
—Y yo a ti, hijo. Y yo a ti.
Las voces sonaron confusas al principio. La sensación era de tensión y, de fondo, se escuchaba un pitido prolongado. Lo primero que oyó con claridad, fue:
—¡Lo tenemos, está volviendo!
Luego, el pitido se hizo intermitente, y a través de los párpados, Ernesto vislumbró a su mujer y sus dos hijos tras los ventanales, llorando angustiados. El doctor apartó el carro del desfibrilador y procedió a examinarle.
—¡Ernesto! ¿Me oye? ¿Puede oírme?
Ernesto asintió con la cabeza.
—¡Bien, me alegro! ¡Por un momento creí que lo habíamos perdido!













© José Salieto.
Elche, España
http://anaquelliterario.blogspot.com/2014/12/antologia-microfono-abierto-2014.html

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.