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viernes, 12 de diciembre de 2014

ANAHI IBARROLA: SENSACIÓN


SENSACIÓN 


Apenas subí al auto, me di cuenta de que había alguien atrás.
¿Qué hacer? ¿Abrir la puerta y bajarme? Eso no. Nunca. Hubiera de demostrarle miedo; obrar como un cobarde. Eso no lo hace ningún automovilista que se precio de tal. Porque si el auto estuvo cerrado con llave, atrás no puede haber nadie.


Arranqué. Encendí las luces para iluminar las callejuelas de aquel barrio tenebroso. Tenebroso por sus oscuridades; pero también, y más que todo, por su triste historia de crimen y violencia.

Avancé unas cuadras. Por el espejo exterior divisé los faros encendidos de un vehículo que se aproximaba. No me atreví a mirar por el retrovisor de adentro, temeroso de ver la figura del intruso reflejada en la pequeña superficie especular. Hubiera sido espantoso...

Preferí seguir la marcha. No pensar. No razonar. 

Al de atrás le tocaba hacerse ver. O hacerse sentir. Manifestar su presencia de algún modo. Porque yo sabía que estaba allí, en cuerpo y alma.

¿O seria un cuerpo sin alma, como el monstruo de esa serie de televisión que veíamos todos los viernes a la noche? ¡Pavadas!

¡Para qué perderemos el tiempo, digo yo, mirando esos programas tan disparatados! Lo que ocurre es que uno quiere entretenerse, pasar el rato...
Seguí avanzando, a marcha moderada, más bien lenta. No quería que imaginase siquiera que intentaba yo escaparme, eludir sus propósitos, defraudar sus expectativas.
Permanecía atrás, sin manifestarse. Pensé si no seria un alma sin cuerpo, en vez de un cuerpo sin alma como tontamente había supuesto momentos antes. Lo que se dice un ser
puro-espíritu, un soplo fantasmal.
¿Y si encendía la radio? Quizás eso lo desconectara. Oprimí el botón. Una voz grave llenó el cerrado ámbito del automóvil, con una advertencia en tono melodramático: "¡Cuidado! ¡Alguien acecha a tus espaldas! " Con movimiento rápido, instintivo, apagué el receptor.
Tenía que controlarme, o los nervios me traicionarían. No era la primera vez que me ocurría esto de viajar solo,de noche, y sentir de pronto que había alguien más en el interior del auto, alguien oculto atrás, alguien cuyos movimientos sigilosos percibiría en cualquier momento y cuya silueta amenazante advertiría por el espejo. Sí, otras veces me había pasado. ¿A qué preocuparme, entonces? ¿A qué darle tanta importancia a esto que ahora...? Sí, estaba la coincidencia de esa voz que al encender la radio...
¡Coincidencia, claro, nada mas que coincidencia! Mejor pensar en otra cosa. En lo que haría al llegar a casa, por ejemplo: esas planillas interminables, con tantos nombres, tantos números, tantos detalles inútiles... Primero me bañaría, para el olor a humo y a comida. ¡Linda la reunión, muy rico el asado! Y ahora que lo advierto... ¡A ver, a ver...! ¡La pucha!, me dejé la faca... volveré a buscarla.
No encontré la faca. tampoco encontré mi auto al salir. El dueño de casa me dijo que no me preocupara, que seguramente sería una broma: alguno de los contertulios habría tenido la ocurrencia, al ver la llave puesta, de dar una vueltita por ahí nomas, para reírse con mi susto. Era una explicación atendible, pero poco tranquilizadora. Al menos, para mí. Encendimos un cigarrillo y nos quedamos charlando en la vereda, aguardando el retorno del gracioso.
No retornó en toda la noche, ni jamás retornaría.
El juez dice que mi coartada sería perfecta, si el occiso no hubiese aparecido muerto en mi auto, con mi faca clavada en la espalda.

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