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viernes, 30 de mayo de 2014

EL TIRO DEL FINAL


“No llegues nunca a puta vieja“ repetía la vecina de abajo cada vez que coincidíamos en el patio tendiendo ropa en el cordel que cortaba de lado a lado ese espacio y del que todos los inquilinos de la pensión hacíamos uso, yo siempre le decía que tenía un objetivo en mi vida, que no se preocupara, y luego insistía en contarme tramos de su historia de prostituta ( ahora pensionada por el gobierno de la Provincia ) y llegaba siempre al mismo final por demás conocido : cuando la belleza se termina con los años solo eres una vieja puta que ni regalada logra hacerse de “clientes” y es más seguro que le cargues una bala al 22 que guardas en el bolso para defenderte y te des un tiro, que seguir mirando ese reflejo arrugado ,esa mascarada que queda por cara…Ella el tiro se lo dio pero tuvo la suerte de sacarse solo un ojo y quedar sorda de un oído, nada más ,y vivir para jodernos la vida a todas las que vivíamos haciendo eso y parábamos en esa pensión de mala muerte donde ella se había estancado para siempre.

Ser puta no es una elección, el que diga eso miente, ser puta es una condición de vida a la cual te va llevando la misma condición socio económica en que te crías: el barro, el ejemplo, la mugre, el hambre, los piojos y el frío que se cuela por cada lugar con que hacemos nuestras casas de cartón los miserables que la sociedad ha olvidado hace ya tiempo; nacemos destinadas a ejercer el oficio que naturalizó la pobreza y fue siempre la excusa perfecta para justificar el pan en la mesa y el mate cocido para los hermanos menores. Nos formamos y deformamos en ese ambiente mal parido donde nos cosifican y cualquiera que pueda pagar por el uso de nuestro cuerpo tiene derecho sobre nosotras sin pensar ni un segundo que podríamos ser su madre o su hermana o hasta su hija…que quizá no hemos comido en días ni dormido porque no tenemos dónde hacerlo o la plata que hicimos se la dejamos a quienes cuidan a nuestros hijos para que no les falte nada (siempre les faltamos nosotras, eso no podemos cambiarlo), pero los sabemos bien si tienen un techo que los cubra y un plato con comida caliente cada día. Tiene suerte aquella que no reciba una golpiza en la semana por alguno de esos desgraciados que prefieren violarnos tratándonos como basura, o las otras que no reciben un puntazo que las deje mal heridas o hasta muertas en la calle como un perro porque alguien decidió robarlas. 



La que nace puta muere puta, esa es una ley, nuestra ley. No existe la puta que se case con su “príncipe azul” y se retire para siempre de este oficio por amor porque nosotras no creemos en ese sentimiento, no podemos creer porque el amor se aprende y se enseña y jamás nos enseñaron ni podremos enseñarlo: nosotras creemos en el placer de los cuerpos y en que los hombres nos reclaman y se prenden de nosotras solo por sexo; eso quieren y eso les damos. Aunque nos casemos con alguien adinerado (suele suceder aunque no crean), seguimos siendo el objeto de alguien y así nos tratan. De donde yo salí tenía la opción de trabajar de cartonera, sirvienta en una casa de familia o prostituirme; cartonera fui un par de años hasta que me corté con un vidrio la palma de la mano y se me infectó a un punto tal que casi la pierdo, para trabajar como sirvienta debía bañarme todos los días y en la villa donde vivía apenas teníamos agua para cocinar y tomar así que eso era simplemente un imposible, entonces solo me quedó la opción de este oficio: mi madre me llevó a los 14 años a casa de una conocida que se encargaba de hacer trabajar chicas y por una paga que acordaron entre ellas, casa, comida y un baño con agua caliente diario me quedé a vivir ahí. Y aunque parezca descabellado, las primeras muestras de cariño que recibí en mi vida fueron de esos hombres que me acariciaron, besaron y buscaron hacerme sentir cómoda con ellos. 

-¡Abrigáte que va a hacer frío, nena!.-gritó la vieja asomándose desde la verja. Le dije que no se preocupe, que estaba bien abrigada, y la saludé levantando la mano como cada noche respondiendo a su saludo. Todas sabemos que el saludo, en este oficio que se ejerce de noche y con totales extraños, puede ser el último que demos o recibamos de quienes nos quieren, por eso importa tanto.

Esa madrugada, cuando llegué de la calle esperando verla sentada en la cocina esperándonos con el mate como siempre, la vieja le había cargado otra bala al 22 y tuvo más suerte que aquella primer vez: se voló los sesos la desgraciada y terminó con esta vida tan vacía de cariño, de soledades y esperanzas.

















Autora: Cristina Angélica Bottini
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