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viernes, 14 de febrero de 2014

ESMERALDA


Me tratan como a una muñeca.
Tal  vez porque creen que no necesito nada, pero no es cierto. Reconozco que soy  muy coqueta, que miro la vida como si no me importara nada y que ignoro cuanto sentimiento que esté dando vuelta. Ni las lágrimas me enternecen.  Si,  reconozco todo, y a pesar de todo esto, aunque les parezca increíble, también sé escribir cosas que llegan al alma.
Pero, hay algo que me da mucha vergüenza, y  a pesar de ello, de una vez por todas, necesito que  conozcan  mi secreto.
Soy imperturbable, hermética e independiente, pienso lo que quiero, siento lo que espero.

Para que me entiendan, comenzaré desde el principio, así es como comienzan todas las historias, ¿no?

Hacía una semana que no paraba de llover, tanto que el  río se desbordó y el agua entró a mi casa sin pedir permiso. Y estábamos solas. La abuela y yo, estábamos solas.
Hay que resignarse dijo ella… ¿resignarse? ¿Qué significa esa palabra abuela?  

Una vez tuve un sueño, me contestó,  que no encontraba lo que quería, y me ponía triste, entonces oí una voz grave que me dijo: Resignación.
Pero no te preocupes, esto no es un sueño,  ya tengo la solución de éste problema.
Así fue, que sobre un colchón inflable, me encontré navegando por las aguas de La Cañada, más, no fue por mucho tiempo, porque, luego de un salvataje de novela, me encontré en los brazos de una persona que me llevó a su casa, me dio un baño increíble con mucha espuma, arropándome luego en una gran toalla, para luego vestirme con el mismo vestido blanco  que tenía puesto, pero limpio, porque fue lavado y almidonado.

Pero no me preguntó de dónde venía, ni quienes eran mis padres, ni como me llamaba. Solo me llevó al cuarto de su hija, la cual me miró azorada. La niña,  me miró fijo con sus ojos color cielo, y me dijo: “Te llamarás Esmeralda”

Por supuesto que no hubo derecho a réplica. Yo no recordaba más que a mi abuela en su vida de miserias. Mi abuela, pobrecita…Pero no me convenía recordar nada, no pude… y a ellas, ésta situación le venía de perillas, por lo que fui munida de  innumerables atenciones.
Desde ese día, fuimos amigas inseparables con Marina. Dormíamos juntas la siesta, tomábamos el té en preciosas tacitas de porcelana, cocinaba exquisitos manjares y me los hacía probar, algunas veces me invitaba a la vereda para que la vea jugar,  y en otras nos escapábamos en la hora de la siesta a la plaza, pero siempre ambas con un sombrero de paja, a cortar flores. Así fue que aprendí que no todas las rosas son rojas, ni todas las hortensias color violeta. Aprendí también  que “mamá”, no es solo una palabra de  cuatro letras, y que la “felicidad”  se mide con sonrisas, y que la mentira se paga porque…
Los ositos ya no charlan,  el cuarto ya no es rosa,  Marina se convirtió en señora, porque… ya no   duerme sola…

Abuela, sé que desde algún lugar me estás mirando, sé que me extrañas, sé que aún necesito tus abrazos, aunque solo me traten como la muñeca que soy.











aliciauv@yahoo.com.ar
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