Ella estaba sentada en una vieja poltrona
de madera y mimbre abarquillado, en un rincón penumbroso de la sala, que tenía
sobre sus muebles raros objetos que me parecieron mágicos.
Ella comenzó su relato con cierto desánimo, como
si lo hubiese repetido mil veces a mil personas distintas durante estos últimos
veinte años.
Mi nombre es Facundo Arenas y soy periodista –le
dije-
- Yo soy Ofelia Olivia Ortigoza, y algo te puedo
contar sobre Cúter, puedes sentarte si quieres.
Me senté en la primera silla que encontré,
adivinando por el sonido de su voz que estaba a varios metros de mí.
- Cúter era una persona afable – empezó a hablar
antes que le pregunte algo – él abemolaba su voz, especialmente cuando nos
hablaba a nosotras, las mujeres. Tenía esa inconfundible fragancia que tienen
los machos, esa altanería propia de los que se sienten seguros. Buen hombre,
era un buen hombre. A mí me gustaba seguirlo con la mirada por todo el hotel,
esperaba que saliese, esperaba que volviese, saludaba con una sonrisa
encantadora y cerraba la puerta tras de sí. Cuando bajaba a comer, siempre lo
atendía yo, le gustaba sopetear el pan en las salsas y el caldo, y comía mucho
beicon frito con huevos y café negro en el desayuno, una vez me contó que esa
costumbre la había adquirido en un pueblo que ya no está más, que se llamaba
Peremerimbé y yo entonces le dije que tenía una foto donde salgo pequeña, muy pequeña, al
lado de un cura medio loco que trajeron de no sé dónde sus hermanos, porque decían que se había enfermado picado por los mosquitos tsé tsé, decían. Y que él en su locura también andaba diciendo que en ese pueblo las mujeres volaban. A mi me asustaba con sus pelos
duros y negros y con eso de que se le había dado por tomar la misma agua de los
caballos. Entonces él me preguntó si se trataba de Arnulfo Sepúlveda y yo le
pregunté a mi madre y mi madre me dijo que le dijera que sí. Entonces Cúter me
dijo que el cura no estaba loco, que si hay mujeres que vuelan. Y me pellizcó la cara.
Me fui enamorando de él, no sé si de repente, pero tenía un ansia grande de él,
de sus cosas, de su cuerpo.
- Cuénteme de la última noche de Cúter en el
pueblo.
- Él caminaba
entre las mesas dispuestas en la plaza del Pueblo. Parecía despedirse en cada
saludo espontáneo y lanzado al azar, entre toda esa gente que apenas lo había
visto.
Lucía hermoso. Se había puesto un terno de color
tabaco, una camisa blanca que yo misma le había planchado la tarde anterior y
una fina corbata de seda marrón.
Lucía hermoso, de verdad. Eran nuestras
fiestas patronales y tocaban las
orquestas de Los Tico Tico Good Show y la del gran Tito Castañares y los Románticos de la Rumba en el escenario que había.
Te cuento que desde temprano había puestos donde se expendían bebidas,
fritangas y carne asada, dulces, globos, serpentinas y estampitas. Era un día
maravilloso, sin borrachos ni disputas callejeras, y hasta la policía parecía festejar el
acontecimiento que el mismo cura don Alfonso Pietri, bendijo desde el campanario,
antes de la suelta de las palomas y del estridente sonar del carillón. Yo lo vi.
Lo vi siempre, vestido elegantemente, bebiendo hasta más no poder, saludando
efusivamente a los paisanos, manteniendo una postura digna, agradable.
Yo ya lo amaba, lo amaba intensamente, lo
necesitaba, lo ansiaba. Y él, estaba allí, a solo unos pocos pasos míos,
caminando entre las mesas, con su sonrisa encantadora, con sus manos
aplaudiendo al final de cada canción, incitando a todos a pedir otra más, y otra
más. Vivaba a Tito Castañares y al gordo Bolo Valladares, el timbalero,
sacándose el sombrero. Si, Facundo, a él, la música le gustaba. Pero hubo algo que me llamó la atención. En el
momento en que no aguanté más y me levanté para buscarlo y decirle que baile conmigo una canción que estaba de moda, y que escuchábamos por la radio, lo vi perderse
entre todos y volver al hotel de mi madre, lo vi cruzar la calle y me quedé
mirándolo, sin saber qué hacer, me di vuelta hacia el escenario porque el
presentador anunciaba que ahora Tito Castañares y su orquesta interpretarían “No sé
porqué “ y volví a buscarlo con la vista, hasta que de repente vi su
silueta a trasluz por la ventana, vi que apagó la luz de la habitación donde
estaba alojado y me hirvió la sangre, me llené de furia y dejé la plaza. Caminé
decidida entre la gente, casi a los empujones, me fui abriendo paso, crucé la
calle y entré decidida por el zaguán, mi madre no estaba en el mostrador ni en
la cocina, entonces subí las escaleras que llevan a las habitaciones y mientras
lo hacía, iba apagando las luces y desvistiéndome, arrojando mis prendas a cada
paso, hasta llegar a la puerta de su habitación totalmente desnuda, totalmente
desquiciada, sin razón. Totalmente loca, puramente enamorada.Y allí estaba él. Desnudo, dormido y quieto, bajo una nube de
mosquitos molestos. Cerré los postigos y las cortinas de tul y me
acosté a su lado. Entonces pareció reaccionar y sus manos tomaron mi cuello
como una áspid, luego sus dedos tocaron suavemente mi cara, mi pelo, mis
pechos, recorrieron todo mi cuerpo sin detenerse, hasta llegar a los tobillos.
Yo me retorcía de placer, gemía, y con un simple gesto tomo mi cabeza y la
condujo hacia donde él quiso.
- Mi madre tenía los discos de Tito Castañares y
recuerdo que a ella le gustaba esa canción, señora Ofelia.
- Yo también la tengo, ya la vamos a escuchar.
Lo recordaremos así.
- ¿Es verdad que la policía la despertó?
- Fue una alcaldada muy grande eso que hizo la
policía ciudadana de venir a meter las narices aquí, con las calles y la plaza
abarrotadas de gente, buscándolo a él, entonces me rebelé y me asomé por la
ventana mostrándome totalmente desnuda, hasta hice un minuto de silencio por la
muerte de mi virginidad y algo les grité, no recuerdo qué, pero algo les
grité y todos rieron. Después mi madre me abofeteó, me dio de cachetadas por la
vergüenza que pasaba y me trataba de desquiciada. Me encerró en mi cuarto, a
oscuras, a solas con la foto del cura loco. No sé si vos sabes de casualidades,
pero ése cura Arnulfo, murió de viejo meses después que asesinaran a Cúter. Justo cuando andaba un circo por aquí mostrando
a una mujer que volaba sobre un burro.
- El circo del pequeño Didú.
- Sí, ese mismo enano pervertido.
- ¿Cómo conoció a la señora Beatriz?
- Ella vino a éste pueblo, con ese aire de
grande señora que quería ostentar. Aparentaba no tener ni una pizca de mácula
alguna. Pero para mí era una mujer abyecta, qué sabía cómo satisfacer a un
hombre, y eso, querido, sólo lo saben las putas expertas, que ponen cara de
ovejas que las están esquilando para pasarla bien. Pero yo desobedecí a mi
madre al enterarme que ella se había alojado en el hotel, un día después que él
se fue. Durante ése tiempo, desde la golpiza por mis calenturas, hasta que salí,
me habían tenido a infusiones abortivas. El lunes al mediodía, mi madre entró a
mi cuarto y me dijo que habían matado a mi hacedor y que la rubia de su mujer
estaba alojada en el mismo cuarto y que la policía ya la vendría a buscar,
porque tenían claros indicios para detenerla, dijeron. Fueron unos minutos descabellados
y tuve en esos momentos, una serie de pensamientos inapropiados, propios de mi
edad. Salí corriendo furiosa, subí los escalones hasta las plantas altas y
entré alocadamente a su cuarto, al cuarto de mi amado. – hace una pausa en su
relato la señora Ofelia, y se sirve té negro en hebras, lo toma pausadamente,
en pequeños sorbos. Yo la aguardo en silencio, tratando de entender los objetos
mágicos de los muebles.-
- Recuerdo, Facundo, que al entrar le puse la
traba a las fallebas, y que ella estaba sentada en la cama con la misma valija
de Cipriano, o sea, Cúter, cómo empezaron a llamarlo, digo que era la misma
valija porque estaba llena de cartas, todas dirigidas hacia ella y que la muy
zorra estaba contestando una por una, fecha por fecha. "Estoy esperando a mi
marido," me dijo con una cara de susto que ahora me dan ganas de reírme. Pero en
ése momento pensé en matarla, en asfixiarla con mis manos, en arrojarla a la
cama y quitarle toda la ropa hasta dejarla en su mayor desnudez y saber qué
carajo tenía ella que yo no tuviese, y arrancarle a mordiscones cualquier
vestigio, de Cúter sobre su piel. Quería poseerla, quería hacerla mía, quería
que esa mujer de unos veinte años mayor que yo, me muestre el secreto que tenía
entre sus piernas para atrapar a un hombre que no le tenía miedo a la muerte
por ella. Zorra.- Hizo otra pausa la señora Ofelia y terminó de tomar el té. Entonces
acercó su cara a la lámpara tenue y pude ver el rostro de una mujer hermosa, aún
en su flaqueza, aún en su debilidad de mujer que es arrastrada por el cáncer de
mamas.-
- ¿Quiere, señora Ofelia, que sigamos en otra oportunidad?
- No sé cuánto tiempo me queda. – me dijo desde la
languidez de su voz.
- ¿Recuerda algo que ella le haya dicho?
- Me dijo que, estuvo pasando las manos por todo
aquel lugar que ella creía que él había tocado, la mesa, las sillas, los grifos del
baño, las cortinas. Me dijo que quería dormir y soñar lo que él había soñado en
aquel cuarto, y bueno esas cosas. Ahora ayúdame a levantarme.
Caminé en la penumbra de la sala y la tomé de los
brazos. Ella era una mujer delgada, elegante, dispuesta, de cabello entrecano.
Sola, sin necesidad de ayuda, fue hasta el tocadiscos
y lo encendió. Los objetos adormecidos sobre los muebles, parecieron recobrar la
vida y el brillo que alguna vez tuvieron y las luces tenues, ahora iluminaban todo,
desde la poltrona hasta los floreros y los cuadros colgados de las paredes. La vi
poner un disco y la música me pareció familiar. Y entre las sillas y la mesa de
la sala, empezamos a cantar y yo golpeteaba con mis dedos la madera de la mesa
como si fuese el Bolo Valladares y luego me tomó de los brazos, solté mis
apuntes y mi lapicera timbalera y bailé y canté con ella esta canción.
Si a mí me gusta el ron Cubano.
Y beber vino Argentino.
Si me gusta fumar un buen cigarro.
Y saborear el pisco Peruano.
¡Ay! No se porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado.
No se porqué
Si a mi me gusta ir a bailar temprano.
Y de los Argentinos el tango.
Danzar un samba Brasileiro.
Y la cumbia de los Colombianos.
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé porqué!
Si a mi me gustan todas las mujeres.
Como volver de madrugada.
Si a mi me gusta el café caliente.
Como me gusta verte enojada.
¡Ay! No sé porqué…
No sé porqué
Tú sigues a mi lado
No sé porqué e é.
Reimos y volvimos a sentarnos. Entonces me di cuenta que había un pequeño mono de alambre que golpeteaba platillos de bronce, que varias muñecas habían recobrado vida a través de las cuerdas, que el reloj, había vuelto a funcionar y que las flores de los floreros renacían en brillo, color y perfume. Y que ella misma parecía rejuvenecer. Hasta que apagó el tocadiscos y todo volvió a la penumbra y al silencio.
Ella ya estaba nuevamente sentada en la vieja poltrona de madera y mimbre.
Así recuerdo a la señora Ofelia, despidiéndome
con el ritmo de aquella canción en mis oídos.
Yo iba llegando a la puerta
cuando me dijo que aún le faltaba algo para decirme.
Di la vuelta y nuevamente
me senté a su lado.
- Cuénteme- le dije.
J.A. Ibarrechea & Al Ibarguren
Fin de este capítulo.
Extraído del libro "CÚTER" autores Ibarrechea - Ibarguren
Próxima entrega a fines de Junio.
®
Todos los derechos reservados. Registro de la Propiedad Intelectual.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.