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domingo, 8 de abril de 2012

ESCOLÁSTICO

Cuando el tipo caminaba presuroso por la calle Belgrano, parecía que atrás de Él, venían cuarenta bueyes arrastrando sus carretas llenas de troncos.

Allà en Deàn Funes, nosotros llamábamos tierral, al espantoso paso del viento norte y al terrible andar del tipo rumbo al bar.

Algunas veces, los demás se tenían que hacer a un costado para que Él pasease su enorme figura entre las gentes temerosas, por sus irascibles reacciones.

Escolástico, el tipo en cuestión, entraba y se sentaba de espaldas a la pared en el bar, oteando al resto de los parroquianos que juntaban los porotos de la partida y se disponían a pagar la cuenta de las copas vaciadas rápidamente.

Él miraba a todos y pedía su primer vuelta de grapa.

Nadie le sostenía la mirada.

Ni siquiera el llanero solitario de estas pampas, oportunamente conocido como el Comisario de Macha,
que lanzó el convite al juego, desparramando los billetes de su salario, en la precaria mesa de madera.

Una de las mas feroces batallas campales y formidable escena de pugilato entre gigantes, que se recuerde, fue sin lugar a dudas,  el encuentro entre Escolástico y el comisario por una señita mal hecha y el tufillo a trampa que propicia el juego.

Yo me la perdí.

Me contaron que luego de creerlo muerto a su rival, Escolástico subió a su caballo y galopó hasta su pago.

Que luego cambió de color las paredes de su casa con pintura al agua y que se sentó a esperar bajo el añoso eucalipto, a la espera de la patrulla justiciera.

Nada de eso ocurriría.
Al tercer día ya se habían olvidado todos en el pueblo de aquella pelea.

Pero el herido comisario, siempre que podía, atinaba a sentarse y a espiar por las ventanas del hospital, para identificar de donde venían aquellas risas y comentarios burlones que se colaban entre las cortinas.

Guay que alguien comentase algo cerca de los vigilantes.

A la quinta siesta, y en el sopor de las tres de la tarde, el doctor Evangelio Romero, lo vio entrar por la puerta del fondo del Hospital.

Disimuladamente él y la enfermera, se retiraron del pasillo para darle paso al tipo, que entraba decidido y sudoroso y se paraba ante la cama del machucado comisario, que al verlo, trató de incorporarse entre callados ayes y un fuerte olor a alcanfor.

Entonces, sucedió que  Escolástico extrajo de sus bolsillos el mazo de naipes y en silencio, los dos siguieron la partida de truco interrumpida por el excesivo alcohol.

Yo recuerdo a mi abuelo Escolástico.
Me sentaba en sus rodillas y me relataba poemas gauchos.












Ibarrechea.

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