CULTURA
La revista de la que somos lectores cautivos, un siglo más tarde, publicó una serie de perfiles de algunas figuras de las letras cordobesas en 1915

Por Víctor Ramés
Jóvenes y doctos poetas del año 15 (Primera parte)
Se inicia un recorrido a través de tres incursiones del semanario Caras y Caretas en la cultura literaria cordobesa, donde eran escogidos como referentes contemporáneos, en 1915, cinco figuras de las letras de la época, literatos nacidos en la última década del siglo diecinueve. La revista dedicaba presentaciones y espacio para una obra breve de sus plumas, a Arturo Capdevila, José María Vélez, Arturo Orgaz, el tucumano radicado en Córdoba Juan Aymerich y el ingeniero y hombre de letras de origen alemán Augusto Schmiedecke. La mayoría de los intelectuales cordobeses comprendidos en ese grupo estaban a solo tres años de unir sus destinos a la Reforma Universitaria, con la que hallarían ocasión de fraternizar públicamente durante esos acontecimientos de tan clara determinación -uno de los focos históricos que situaron a Córdoba en el panorama internacional- del año 1918. Algo imposible de prever al momento de estas publicaciones, pero que proyectaba ciertas coincidencias de mentalidad y de disposición a la hora política reformista. Es poco probable que uno de los cordobeses reseñados fuera a plegarse a dicho movimiento: José María Vélez, miembro de una muy prestigiosa familia católica y conservadora de la provincia.
Sin declarar que se tratara de una serie, la revista porteña que salía los domingos se proponía difundir a autores que ya gozaban de cierta notoriedad en la provincia, y cuyos ecos llegaban de alguna forma a Buenos Aires, por ejemplo, a través de la misma publicación.
Las páginas dedicadas a estos cinco escritores mostraban una fotografía de cada uno de ellos, acompañada por una reseña biográfica, literaria y profesional, y un escrito breve para dar un vistazo a su producción, encabezados con la dedicatoria “Para Caras y Caretas”, señalando textos especialmente escritos o escogidos a pedido del semanario. La revista mantuvo esta iniciativa durante tres números consecutivos de noviembre y diciembre de 1915, englobados en una sección bautizada como “La Cultura en Córdoba”. La selección no tenía indicación de responsable o autor. Aunque no había aparecido con una declaración referida a la intención de seriar el contenido, al mantenerse en los tres números el mismo diseño y el nombre de la sección, se hacía visible una intención de continuidad que orientó esa idea, y que posiblemente se interrumpió. Tal vez no encontrase el autor del proyecto con qué figuras de esa generación continuar el formato, o carecía de la perspectiva para proponer un nombre más del panorama cordobés contemporáneo del año 15.
En su edición del 20 de noviembre de ese año, el número 894 de Caras y Caretas traía la primera publicación, y abría con el poeta Arturo Capdevila. Este autor no había comenzado todavía a editar sus narrativas y crónicas, lo que haría con “Córdoba del recuerdo” desde 1923. Cuando lo presenta el semanario porteño, Capdevila ya no vivía en Córdoba, sino en Buenos Aires, y contaba 26 años. Sus poemarios hasta ese momento se encuentran mencionados en la nota, lo mismo que la profesión de la que vivía, la de abogado. También menciona su ensayo dado a conocer en 1914, Dharma (influencia de Oriente en el derecho de Roma). Se omite en el perfil (posiblemente escrito a pedido por el propio Capdevila) su poemario de 1911, El libro de la noche. Como es sabido, este autor cordobés llegaría a ser muy prolífico y a visitar durante su vida (falleció a los 78 años, en 1967) todos los géneros posibles: novela, cuento, ensayo, historia, biografía, leyenda, poesía, teatro, tradición, religión.
He aquí la semblanza publicada por Caras y Caretas sobre el autor cordobés:
“Arturo Capdevila
Nació en Córdoba el 14 de marzo de 1889. Cursó los grados en una escuela alemana, primero, y en la escuela normal después. Estudió el bachillerato en el Colegio Nacional, donde le ensenó gramática don Tobías Garzón y literatura don Javier Lascano Colodrero, excelentes profesores los dos. Cursó Derecho en nuestra Facultad. Tres capítulos de su libro Dharmas constituyeron su tesis doctoral; fue su padrino el doctor Estanislao S. Zeballos, y obtuvo diez puntos. En 1913 representó a sus compañeros universitarios en el Congreso Internacional de Ithaca (E. U.). Después se fue a Europa, y estuvo en Inglaterra y en Francia. Ha ejercido, durante dos años, la profesión de abogado en sociedad con el actual intendente municipal, doctor Henoch D. Aguiar, cumplido caballero. Ahora, por decreto del doctor Ramón J. Cárcano, desempeña el cargo de juez en lo Correccional. Ha publicado cuatro libros: «Jardines Solos», «Melpómene», «Dharma» y «El poema de Nenúfar».”
Tras la presentación, ofrecía en recuadro la revista semanal un poema de Capdevila, probablemente inédito, que no se ha hallado en sus libros, aunque publicó muchos. Aquí su transcripción:
“Yo decía a los dioses...
PARA "CARAS Y CARETAS"
Yo decía a los dioses: -Dadme un amor que sea la alegría de mi alma, la lumbre de mi idea; dadme un amor que valga por la flor del camino por donde va mi obscura sombra de peregrino.
Quiero romper el ara del mal, donde consagro la hostia envenenada de un desencanto magro. Dadme un amor pureza de la hora que pasa por el cual me resuelva a edificar mi casa,
a laborar mi surco, a sembrar mi campiña, a regar bien mi huerto, a aprovechar mi viña...
Quiero que arda la vieja leña de mis escombros, quiero arrojar mi carga, quiero aliviar mis hombros.
Dadme una novia buena sobre todo portento: hechizo de mis ojos, luz de mi pensamiento.
Dadme una novia buena sobre toda alabanza: fruta de mi ventura, vino de mi esperanza.
Dadme a decir mañana: Ilusión, mariposa, eres mía en la hierba, eres mía en la rosa...
-Ilusión, ya eres mía, doquiera que te poses!... Por esto, día a día, bendeciré a los dioses.”
Arturo Capdevila
Para seguir con el dedo las líneas del semanario porteño dedicadas a autores -poetas y prosistas- cordobeses, la página se detiene en una figura del conservadurismo católico, José María Vélez.
Jóvenes y doctos poetas del año 15 (Segunda parte)
Se busca retomar un recorrido por páginas de Caras y Caretas de 1915, en cuyos últimos meses el semanario proponía una caracterización de la Cultura en Córdoba (tal el nombre de la sección), presentando a autores nacidos a fines del siglo XIX, entre los veinte y los treinta de edad. Tras iniciar la publicación con Arturo Capdevila, el siguiente perfil era dedicado a José María Vélez, un apellido de peso en la ciudad, cuyos linaje se remontaban a Juan José Vélez y de Los Reyes, nacido en 1739 en la ciudad de Cádiz, quien se embarcó a los veinte años, en 1761, hacia Buenos Aires, de donde pasó a vivir a la ciudad de Córdoba del Tucumán, en la que fijó su residencia definitiva. Aquí fundó la Hermandad de Caridad, con sede en la hoy parroquia de Nuestra Señora del Pilar. (Son datos que brinda el Tomo I de Linajes de la Gobernación de Tucumán - Los de Córdoba, de Arturo O. de Lazcano Colodrero). Allí también se sigue la descendencia de Juan José Vélez en Córdoba que, salteándonos una generación, se convirtió en abuelo de cuatro destacados hermanos Vélez y Moyano, del siglo XIX: Ignacio, Osvaldo, Luis y el presbítero José María Vélez. Ignacio Vélez tuvo una destacada profesión periodística que lo llevó a fundar el diario católico El Eco de Córdoba, de larga aparición en la capital, de 1862 a 1886. Hijo de Ignacio Vélez, el escritor José María Vélez, es el autor escogido por Caras y Caretas, con foco en las letras cordobesas, que presentaba el semanario en la misma edición donde destacaba a Arturo Capdevila, la del 20 de noviembre de 1915.
Para sumar al apunte biográfico de Vélez, que tuvo actuación destacada después de esa fecha, cabe señalar que José María sería uno de los fundadores de la Acción Católica Argentina, y que publicaría libros siguientes a los mencionados por Caras y Caretas, entre ellos «Vencidos y vencedores», «Cumbre y quebradas» y «Montes y maravillas». José María Vélez, conservador de pura cepa, falleció en 1946.
Tras esos apuntes genealógicos, ideológicos y literarios, para contextualizar la figura de este cordobés, vamos a la cita que publicaba en Buenos Aires el mencionado semanario.
“José María Vélez
Descendiente de una de las familias más antiguas y distinguidas de Córdoba, de raza de escritores, hijo del insigne periodista don Ignacio Vélez, representa una noble tradición. Escritor de fibra, ha producido varias obras, siendo abundante su producción, esparcida en diarios y revistas. Su primer libro «La Casta», le valió, entre otras, una hermosa carta del doctor Manuel D. Pizarro, y de «Fray Mocho», quien publicó algunos fragmentos en Caras y Caretas. «Cantos rodados», publicada en 1902, constituyó un gran éxito. El diario «El País», de la Capital Federal, insertó en folletín varios de sus cuadros más sobresalientes, en homenaje, según declaró, a la intelectualidad del interior. «Perlas rotas», aparecido en 1908, contiene bellísimos cuadros descriptivos de las sierras de Córdoba, y que, al decir del doctor Osvaldo Magnasco, Wilde y Guido y Spano, son perlas de verdadero oriente. Es el pintor por excelencia de las bellas sierras cordobesas. Escribió también una obra para el teatro, que fue estrenada con gran éxito en Córdoba, en 1902. Actualmente, Vélez hace un paréntesis a su larga y fecunda actividad intelectual, dedicándose a sus colecciones. Es un decidido amateurs de medallas, monedas, estampillas, todo argentino; y en papeles viejos de Córdoba, es un verdadero museo el que posee.”
A continuación de los datos biográficos y literarios y junto a una fotografía del autor, el semanario publicaba un texto de Vélez escrito a pedido de los editores. En este caso, la poesía dejaba el lugar a la fábula, una especialmente ideológica, entre dos seres, uno del mundo invertebrado y el otro un lepidóptero.
“El gusano y la mariposa
PARA "CARAS Y CARETAS"
Un gusano blanco, de antenas color azabache, se hallaba enroscado sobre una flor. La luz esmaltaba su piel de nieve y parecía sacar una serie de combinaciones vivas, muertas, encendidas, pálidas. Aquel pellejo arrugado latía.
Una mariposa que volaba por el jardín, cruzó ante él, se detuvo y le preguntó:
-No sientes el deseo de volar para embriagarte en la luz del día?
-Mi ley y mi placer es arrastrarme.
-¿Qué haces?
-Reposo.
-Tu existencia es entonces inútil en la naturaleza. ¿Ves la hoja? La hoja misma se abandona en los dulces besos del aura.
-Yo vivo solitario bajo de la tierra, sobre una rama estéril, en la carne de la fruta. Me duermo sobre una flor; aplasto la hermosura porque odio el color. Y, sin embargo, mi existencia en la naturaleza no es inútil; repara en el camino que he recorrido; mira mi rastro: ¡hay una cinta de plata que brilla!...
-Gusano, tú eres un soberbio.
-Mariposa, tú eres una fatua.
-¡Yo tengo alas, que al herirlas el sol las trueca en llamas!
-Así son todos los seres, le interrumpió el gusano: apenas tienen alas empiezan a jactarse y pretenden volar hasta las nubes.
-¡Polvo de oro derramo y bebo miel en cálices de azucena!
-¡Calla!... Hay una rosa que se marchita en las tumbas, una flor que se llama hombre. Allí no bebo miel, ni derramo como tú polvo de oro: ¡origino la sombra siendo tan pequeño, reduzco a nada lo que es grande! No soy soberbio.
-Gusano, tú no razonas.
-Mariposa... figura de la vanidad, escúchame, que hablo con la experiencia de vivir en la desnudez y en la miseria. La única verdad soy yo, que represento la realidad. Esas alas que cargáis, mañana no podrán sostener tu cuerpo. Déjame que continúe arrastrándome sobre el suelo, y vete falaz, hechicera, mundana; ¡que no tienes razón para demostrar orgullo cuando tú has sido gusano!...
Y el gusano se escondió en el cáliz de la flor y la mariposa remontó el vuelo.
Córdoba, 1915.”
Alfil
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