"MIRÁ, MAMÁ, UN BAMBI"

OPINIÓN

Cosas que salen bien: una multinacional forestal y una ONG ayudaron a recuperar la población de ciervos en un parque nacional a pocos kilómetros de la Capital

Imagen: PELOTA CREATIVA

Por  Mariano Masariche

Hace pocos días paré en una estación de servicio en la Panamericana, a la altura del río Luján, y mientras tomaba café y miraba entusiasmado las fotos de mi cámara y de mi teléfono, me invadió una sensación de déjà vu. ¿A qué se parecía ese momento? Finalmente lo descubrí. Me recordaba a una parada similar en una cafetería de autopista, casi un año atrás, mientras volvía a Denver, Colorado. El paisaje no podía ser más distinto: en lugar de montañas, planicie y humedales.

¿Entonces? Se trataba de una vivencia similar, pero a 10.000 km de distancia: fauna silvestre y lío urbano. Me explico: aquella vez regresaba a la capital del estado luego de ver decenas de imponentes ciervos elks o wapitís en el cercano Parque Nacional Rocky Mountain y en el pueblo Estes Park. Conviviendo tranquilamente con la gente, los elks son omnipresentes en toda la región. Ahora, volvía de encontrarme con 20 ciervos de los pantanos en un predio forestal de Campana, apenas a 80 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. No serán omnipresentes (todavía), pero sí muy corajudos. Además, no es cualquier ciervo ni es cualquier lugar: la población del Bajo Delta del Paraná es la más austral y más amenazada del ciervo autóctono más grande de Sudamérica.

En la primera década de este siglo, trabajos pioneros de la ONG ACEN Argentina mostraron que el ciervo de los pantanos (científicamente hablando, Blastocerus dichotomus) todavía resistía en el Bajo Delta del Paraná, aunque gravemente amenazado. A pesar de ser animales casi anfibios, las frecuentes inundaciones los arrinconaban en las tierras altas, dejándolos expuestos a la caza furtiva, a menudo ejecutada por los isleños con los que comparte el hábitat, pese a tratarse de una especie protegida por ley. El panorama era sombrío: si la situación continuaba, el ciervo desaparecería del Delta. Un animal de 150 kilos se nos extinguía a las puertas de Buenos Aires.

Así y todo, el escenario presentaba una singularidad y una oportunidad. Buena parte de las tierras en las que se refugiaban esos últimos ciervos eran propiedad de empresas forestales dedicadas a la producción de álamos, sauces y otras especies. Gracias a la gran extensión de los campos, entre otros factores, los ciervos de los pantanos encontraron ahí mejores condiciones para vivir resguardados de la caza furtiva. Pero para salvar al ciervo esta situación debía mejorarse y, sobre todo, asegurarse a futuro. ¿Era posible pensar un esquema mediante el cual la actividad económica, la comunidad y la biodiversidad pudieran salir ganando? En 2014, el Proyecto Pantano —formado por científicos del CONICET y del INTA, con ayuda de agencias nacionales e internacionales, ONG y empresas privadas— tomó la posta con un objetivo clarísimo: mejorar la situación del ciervo en el Delta productivo.

La industria forestal en todo el mundo puede tener impactos ambientales negativos, que pese a todo pueden ser sensiblemente reducidos con medidas como la protección del hábitat de especies en peligro. Con estas acciones, si están bien diseñadas, llevadas a cabo y auditadas, se pueden lograr, por ejemplo, reconocimientos internacionales esenciales para exportar a mercados exigentes y competir exitosamente con otros actores regionales.

Un oasis en el pantano

El equipo Pantano comenzó a trabajar en la zona, especialmente en El Oasis, un campo propiedad de Arauco, empresa forestal multinacional. En primer lugar, capturaron algunos animales y les colocaron collares con dispositivos satelitales para seguirlos de cerca y obtener información: conocer por donde se movían, qué ambiente usaban y que peligros corrían. Los ciervos demostraron ser muy adaptables y audaces: en 2016 una hembra cruzó el río Paraná de las Palmas en varias oportunidades, desafiando fuertes correntadas, decenas de metros de profundidad y el tránsito intenso de lanchas, barcos e inmensos buques de carga de la Hidrovía Paraguay-Paraná; y en 2022 un macho recorrió casi 80 kilómetros en sólo dos semanas, atravesando caminos principales, plantaciones, pajonales, alambrados, canales y hasta áreas de acampe de clubes de pesca. Esta plasticidad natural seguramente los ayudó a evitar la extinción, pero la caza era todavía su principal amenaza.

En 11 años de trabajo constante, el Proyecto Pantano generó información científica de aspectos vitales para la especie y su entorno, publicada en las revistas más prestigiosas del mundo. Con esa base, asesoró a las empresas para mejorar su relación con el ciervo y con la biodiversidad en general. Se preserva el hábitat, pero también se lo cuida de a uno, porque si bien la caza se redujo gracias a medidas estrictas de control, lamentablemente no desapareció. Y como cada ciervo cuenta, cuando se reporta uno herido —casi siempre por un tiro— se inicia un complicado protocolo de rescate entre nubes de mosquitos y con el barro de los pajonales en la cintura: se intenta capturarlo y derivarlo a la Fundación Temaiken para su tratamiento y eventual restitución a la naturaleza. Y para atacar las causas profundas —las motivaciones culturales y económicas de la caza— el proyecto tiene un equipo de educación ambiental que trabaja con más de mil niños de escuelas de la isla y de ciudades aledañas, y colabora con los isleños en el desarrollo de nuevas actividades económicas compatibles con la conservación de la especie, en particular el ecoturismo como recurso estrella. Actualmente, algunos isleños se están capacitando como prestadores locales para recibir a fotógrafos de naturaleza y observadores de fauna, ofreciéndose como guías, proveedores de transporte, alojamiento y servicios.

Resultado: en 2025 podemos decir que la población del ciervo de los pantanos se fortaleció en el Bajo Delta del Paraná. En el caso de El Oasis hoy viven ahí unos 800 ciervos, y en esas 10.000 hectáreas el Proyecto Pantano registró la mayor densidad conocida para la especie, superior incluso a la de los Esteros del Iberá, Corrientes, o al Pantanal brasileño. Con este logro y con asesoramiento del proyecto, El Oasis obtuvo en 2019 y en 2024 la Certificación Internacional FSC (Forest Stewardship Council) por la conservación de Servicios Ecosistémicos. Esta valiosa medalla se revalida periódicamente en función de los logros, y el ciervo es, al mismo tiempo, el compromiso y la garantía de esa certificación. Así, la empresa propietaria debe seguir invirtiendo en controlar la cacería, mejorar la implementación de reservas de hábitat, restaurar la vegetación nativa, apoyar la educación ambiental, la investigación científica y el monitoreo de la población de ciervos.

En 2018, mientras comenzaba la recuperación del ciervo en la zona, se creó un parque nacional en el municipio de Campana sobre 5.300 hectáreas de tierras fiscales, desde el río Paraná de las Palmas hasta la Panamericana, con entrada en el kilómetro 67,5. Es el parque nacional más cercano a la Ciudad de Buenos Aires, a las puertas del mayor conglomerado urbano del país con sus 15 millones de personas. El nombre elegido fue Parque Nacional Ciervo de los Pantanos, aunque no sin algo de polémica aún no había ciervos ahí: sólo podía observarse algún ejemplar que cada tanto cruzaba el río desde la zona de islas o que ocasionalmente se refugiaba en las barrancas en épocas de inundaciones. Pero con gran optimismo y algo de audacia —seguro apostando al “derrame” que las poblaciones en crecimiento generarían en áreas vecinas— las autoridades de parques nacionales del momento apoyados por Javier Pereira hicieron fuerza por ese nombre. Por suerte ganó la pulseada y resultó premonitorio: hoy existe una pequeña población permanente en “su” parque nacional. 
Los guardaparques ya los encuentran en algunas de sus recorridas.

Es tan cierto que los ciervos están llegando al parque nacional, que algunos incluso se aventuraron a cruzar la Panamericana hasta los barrios de enfrente. ¿Ciervos cruzando una autopista? Sí. Lo hicieron inventando sus propios “pasafaunas”: usaron las grandes alcantarillas. Ya se vieron también en el Sofitel La Reserva, un resort que tiene, justamente, un ciervito de los pantanos como símbolo. Ahora que el ciervo real llegó ahí debe comenzar una etapa nueva para todos, con «convivencia» como palabra clave y honrando su imagen de marca, sin temores ni prejuicios.

Fauna sivestre y ciudad

Entonces, volviendo al principio, nuestros ciervos de los pantanos, ¿podrán ser como aquellos elks de Colorado, cercanos, valorados y parte del paisaje diario? Mi primera respuesta es: ¡claro que sí! Tenemos ante nosotros una oportunidad única, si hacemos las cosas bien. El caso de Colorado tiene algunos condimentos que podemos considerar. La observación de fauna en el Parque Nacional Rocky Mountain está muy facilitada. Varios miradores permiten ver a estos enormes animales a prudencial distancia sin interferir en su vida, y los guardaparques, ayudados por una cuadrilla de voluntarios, organizan e informan. Allí todos disfrutaban: chicos, grandes, fotógrafos, aficionados, turistas internacionales como yo, turistas locales y vecinos, incluyendo habitués con silla plegable y termo de café para ver la hermosa caída del sol con las siluetas de esos ciervos en la pradera y las Rockies de fondo.

Aunque los elks no son una exclusividad del parque: recorriendo la vecina ciudad de Estes Park se los ve echados tranquilamente, y de a varios, en los jardines de las casas, en las costas del lago y hasta en el campo de golf. Y además se los escucha: en época de brama, el potente y agudo sonido de los machos es parte de la música de fondo de una hermosa ciudad muy orgullosa de sus elks. Estes Park hizo de la convivencia con sus ciervos un sello distintivo. Naturaleza muy cerca de las personas, o si preferimos, personas muy cerca de la naturaleza. ¿Podemos hacer lo mismo nosotros con nuestro ciervo intrépido, color canela y de patas negras? ¿Por qué no? Es posible pensar que el incipiente turismo especializado en observación y fotografía de fauna puede crecer en toda la zona, de la mano del ciervo de los pantanos. También es atractivo para quienes sólo buscan una vivencia real, gratificante, posible y cercana, de verdadero contacto con la naturaleza silvestre. En el caso concreto del parque nacional, si se mejora la vigilancia y la infraestructura, y se gestiona la convivencia de la especie con las poblaciones humanas vecinas, el número de ciervos crecerá. Así, el área podrá sumar un atractivo de lujo al ofrecer, para todos, posibilidades concretas de encontrarse con este carismático animal a poco más de una hora de la gran ciudad.

Viéndolos pastar muy tranquilamente entre los álamos de El Oasis me permito ser optimista. En realidad, siento que tenemos la obligación de serlo. Los ciervos de los pantanos ya hicieron lo suyo y le pusieron mucha garra (digamos mejor, pezuñas) para sobrevivir. Ahora tenemos que seguir nosotros. Hay buena gente trabajando para lograrlo, existe una unión de intereses que debemos aprovechar y que puede servir de modelo para otros casos similares. En una Argentina en la que sobran casos de situaciones mal gestionadas y peor resueltas, algunas cosas parece que están bien encaminadas. Una realidad algo silenciosa pero que da esperanzas.

Revista Seúl




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