CADA POLÍTICO SE HACE SU PELÍCULA

OPINIÓN

Para Cristina Kirchner el show debe continuar a fin de no jubilarse en política. Para Javier Milei estos son sus días de gloria a nivel nacional e internacional. Para Alfredo Cornejo el silencio es su respuesta a los que le piden definiciones electorales antes del minuto final. Tres políticos, tres películas



Por Carlos Salvador La Rosa

Inspirándonos en los títulos de algunas viejas películas, es que hoy analizamos las actuaciones de nuestros principales dirigentes en este escenario cinematográfico-teatral-musical en que se ha convertido la vida política argentina.

Los films son tres: “All That Jazz” (El show debe continuar) de Bob Fosse (1979); “Days of heaven” (Días de gloria o Días del cielo) de Terrence Malick (1978) y “Le samourai” (El silencio de un hombre) de Jean Pierre Melville (1967).

Para Cristina "el show debe continuar”

En la magnífica y seguramente recordada “All that jazz”, un coreógrafo, frente a la muerte que lo está llamando, decide dirigir y actuar su último y mejor show, no para desafiar o intentar vencer a la muerte sino para marchar hacia ella y despedirse de la vida, con todo su genio y en plena dignidad.

En su particular “All that jazz” (nunca mejor traducida, para nuestros fines, que como “El show debe continuar”) Cristina Kirchner, frente al desafío de la muerte política que otra vez vuelve a llamarla (no es la primera vez ni nadie sabe si será la última) decide realizar no su mejor, sino su reiterado show de siempre, ya que no está en sus planes retirarse con dignidad sino desafiar y vencer al ocaso público que la acecha.

Y, por supuesto, seguir siendo el centro del universo. Cetro hoy en plena disputa con otro político que también tiene la misma pretensión que ella y que está presidiendo el país. Cetro y centro que tanto él como ella sienten suyo, puro y exclusivamente suyo, a nivel de patrimonio personal, de propiedad privada, podría bien decirse. En eso son tal para cual. La diferencia es que Milei está en los inicios y Cristina está en las finales, pero su último show es para intentar ganarse la eternidad en la tierra. Ella lucha frenéticamente para que la cárcel, aunque sea más simbólica que real, no la saque de escena, no le impida seguir siendo la estrella principal. Y para eso transformó un balcón en el escenario de su actuación. Desde allí baila, canta, grita, saluda, protesta, moviliza, a la vez que graba mensajes, maneja las redes, exige visitas indiscriminadas y, por si fuera poco, hasta se quiere poner un canal de streaming. Lo de Cristina es una lucha desesperada por sobrevivir políticamente, apoyada por una significativa cantidad de leales que la consideran santa, pero “apoyada” también, aunque meramente de palabra, por una cantidad de peronistas inmensamente mayor a los propios, que quisieran que se vaya de una buena vez con el viento y que no vuelva nunca más, aunque se cuiden muy bien de decirlo (En Mendoza, por ejemplo, estamos llenos de ese tipo de peronchos).

Los “Días del cielo” de Javier Milei

Esta semana, un analista político dijo por la tevé que en la personalidad de Milei la psicología domina a la ideología, la segunda es dependiente de la primera, hasta podríamos decir que en el presidente (ahora que lo es, y también cuando no lo era) su psicología crea su ideología. No es anarcolibertario tanto por convicción conceptual sino por pulsión, podríamos decir, “freudiana”.

Sin embargo, en el actual momento de la película de su vida, para el conductor supremo de las fuerzas del cielo, estos son sus días de gloria. Donde los avatares del mundo y de la Argentina más coinciden con su modo de ser. En estos tiempos de mini guerras mundiales y de elecciones belicosas, Milei se siente como pez en su agua. No sólo gana y parece que ganará elecciones por doquier en su país, sino que es el único presidente de una nación significativa del mundo, aliado a los vencedores de la reciente "guerra de los 12 días".

Son sus días de gloria, sus días del cielo. Sus únicos dos aliados estratégicos, a los que definió así desde el primer día, Estados Unidos e Israel, acaban de doblegar casi todas las pretensiones hegemónicas de la teocracia iraní (apenas le permitieron, por ahora, salvar el pellejo y los cargos a lo que quedó vivo de su dirigencia oficial). Pero no es sólo eso, además esos conflictos mundiales coinciden del todo con su personalidad. Es que cuando más rienda suelta da a sus instintos, mejor parece irle. La mini guerra multiplicó su influencia mundial, visitó Israel en vísperas del conflicto, le dieron el “premio Nobel judío”, el canciller de Israel celebró un bombardeo a Irán al grito de “Viva la libertad, carajo”. Milei, además, declaró su enemigo a Irán, justo en el momento en que el juez Rafecas ordena juzgar en ausencia a los iraníes acusados del atentado a la AMIA, juicio al que los cristinistas se oponen porque a fin de año van a juzgar a su jefa por el ominoso pacto con Irán. Todo y todos jugando para Milei.

Está claro que las guerras del presidente, tanto en el mundo como dentro de su país, son, para él, guerras de palabras o guerras simbólicas, pero guerras al fin. En ellas se siente plenamente a gusto. Más aún cuando intuye, como le ocurrió esta semana en su conflicto electoral en Buenos Aires contra Kicillof, que cada insulto le permite sumar más y más votos. Nunca antes una realidad objetiva coincidió tanto con una pulsión subjetiva. Por ello el presidente se dedica a sus belicosidades metafóricas con auténtica pasión, esa que sale del fondo de su mente, de su alma, de su corazón y de su estómago, todo junto.

Así como ayer fue Jorge Macri al que cubrió de agravios por doquier y lo arrasó electoralmente, ahora la procacidad oral la emana hacia Axel Kicillof en un discurso de inauguración de campaña donde el insulto soez fue protagonista casi exclusivo, llegando a calificarlo hasta de “burro eunuco”, ofensa verbal de la que resulta imposible obviar sus non sanctas connotaciones sexuales.

Lo lamentable es que. con ese modo de centralizar la escena pública, el presidente consigue crear un clima que se extiende mucho más allá de él, donde, por ejemplo, un diputado mileista insulta de la manera más grosera, vulgar y ofensiva no a Cristina, sino a su hija Florencia y, como respuesta, los kirchneristas no tienen “mejor” respuesta que inundarle de caca de caballo todo el frente de la casa al diputado insultador.

Por ende, aún más allá del mero insulto reiterado, ya vamos entrando en la escatología como modo de hacer política, en las palabras y en los gestos. Con una consecuencia de gravedad inusitada: estamos naturalizando eso, y muchos, incluso, lo están justificando. Hoy la ofensa verbal es lo normal, lo excepcional es discutir educadamente.

Sin embargo, en ese clima nacional y mundial, Milei está en su gloria, y lo explica simplemente: “Yo soy así”, insinuando que esa es su forma personal de representar a las mayorías sociales, agredir a todo quien no piense exactamente como él. Para Milei, en su lógica cerebral, no existe la disidencia basada en la diferencia de opiniones respetables unas y otras: o se dice la verdad o se miente, y se miente siempre, absolutamente siempre, que se piensa distinto a él. En su estructura mental no entra la posibilidad de que él pueda equivocarse y de que los critican, aún con buena voluntad, puedan tener razón.

Felizmente, todas sus metáforas, todos son símbolos, todos son gestos... todas son palabras. Al menos por ahora. No arroja misiles en las guerras internacionales en las que se entromete, ni produce más violencia que las que emanan de la normalización del insulto soez como modo principal de hacer política. Para él, librar esas guerras sin tirar un solo tiro y esos insultos sin arrojar ninguna trompada, es vivir sus días de gloria. Hace lugar a sus instintos más profundos, que además le permiten estar del lado de los ganadores mundiales e ir venciendo en sus guerras locales. Intentando cubrir de color violeta todo el país gracias a un talismán que posee con el cual se considera más invencible que el Señor de los Anillos: un 1,5% de inflación mensual, además en baja, a la cual, para mantenerla hará todo lo que se debe hacer o incluso lo que no se debe hacer, también. Al menos hasta octubre en que combatirá al enemigo K, despreciando o subordinando a la vez a sus aliados y tratando de gestar una Argentina sin periodistas críticos y sin periodismo independiente. De lograrlo los días de gloria de Milei, se habrán realizado plenamente.

"El silencio de un hombre" llamado Cornejo

El gobernador Alfredo Cornejo habla de todo, menos de cuándo y cómo serán las elecciones nacionales y locales en Mendoza. Tanto que hasta lo acaban de acusar los peronistas locales de algo surrealista: de "inconstitucionalidad por omisión", u "omisión constitucional", al no querer definirse ante del plazo que la ley le permite, porque eso no los deja organizarse a ellos.

Pero Cornejo no está preocupado por esas nimiedades de adversarios desesperados. El gobernador, como lo ha hecho en todos los momentos cruciales, está pensando. Y lo hace en silencio, sin participar en ello a nadie. Es que lo intentó todo, absolutamente todo, para aliarse en la provincia con Milei, pero ocurre que los mileistas mendocinos son anticornejistas en su casi totalidad, salvo la vicegobernadora Hebe Casado que es la única "mileista cornejista" que parece existir en el universo, y que, precisamente por eso, los mileistas menducos no la dejan afiliarse a LLA, en una comedia de enredos propia de los hermanos Marx.

En consecuencia, Cornejo quiere arreglar las cosas a nivel nacional, pero no le contestan, le difieren la definición. Para colmo, el único protagonista nacional con intereses locales que habla del tema electoral, el ministro Luis Petri, le pide más que una alianza, prácticamente una rendición y que le firme ya mismo el testamento a su favor. Pero el gobernador no sabe si el ministro habla por él o por el presidente o, peor, por la hermana del presidente.

En consecuencia, Cornejo, en silencio, medita qué hacer y espera hasta el último momento para definirse, como hace siempre cuando algo lo obsesiona.

Estuvo los 4 años de la gobernación de Rodolfo Suárez pensando en silencio cómo solucionar el tema minero que parecía haber sido vetado para siempre en la provincia por las movilizaciones ambientalistas. Recién cuando volvió a ser gobernador, dedicó su primer año entero de gestión a desarmar la bomba que los antimineros habían colocado en la provincia. Y logró desarmarla.

Cuando trabajó en el Congreso Nacional, se pasó meses pensando, también en silencio, si ser candidato vicepresidencial de la fórmula de Juntos por el Cambio o reelegirse como gobernador. Y otra vez acertó, porque de no haber elegido como eligió, se hubiera quedado sin el pan y sin la torta.

En los dos casos, lo decidió solo y mantuvo el silencio hasta el límite en que ya no le quedaba más remedio que hablar. Hoy está haciendo lo mismo, pero con fervor aún mayor porque sabe que vienen por su provincia y hasta por él. Y los que vienen con el cuchillo en la boca y la cimitarra en la mano, no son los peronistas (sus tradicionales adversarios) sino sus principales aliados nacionales.

Sabe que las dos veces anteriores acertó porque se mantuvo en silencio hasta el último momento, esperando que de su mente política saliera la decisión correcta. Hoy hace lo mismo, pero el peligro del que se debe librar es infinitamente más peligroso porque tiene que aliarse con quienes -a corto o mediano plazo- pretenden su final político y terminar definitivamente con la era Cornejo en Mendoza. Es por eso que, para poder ganar, o al menos no perder esa batalla, el gobernador necesita el más delicado de los equilibrios. Y tiempo para pensar hasta el último minuto que la ley le otorgue, porque la bomba a desarmar es más peligrosa que la antiminera y la decisión a tomar en más crucial que la de elegir entre apostar a la vicepresidencia o a la gobernación.

Como en “El silenciero” de Antonio Di Benedetto, hoy vive en lucha constante contra el ruido destructor del mundo y para eso busca calmar la ansiedad y encontrar la respuesta, o cuando menos una salida, mirando dentro suyo. En la más absoluta de las soledades. Silencio… Cornejo está pensando.

LOS ANDES


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