HOMO ARGENTUM, HOMO POLITICUS

OPINIÓN

Homo Argentum no tiene relación con las batallas culturales de los políticos. La inmensa mayoría de sus espectadores no la consideran ni kirchnerista ni mileista ni de ningún signo político. Sienten que habla de todos nosotros, los argentinos, con sus defectos y sus virtudes, de cómo fuimos, cómo somos y cómo probablemente seguiremos siendo


Afiches de la película argentina Homo Argentum y la película italiana Los Monstruos

Por Carlos Salvador La Rosa

La utilización política partidaria de las películas argentinas se repite con Homo Argentum como ocurrió hace muy poco con la serie El Eternauta. siempre dividiendo aguas para llevarla cada cual a su molino. La de Ricardo Darín la amaron los kirchneristas y la odiaron (o tergiversaron) los mileistas. Y la de Francella, exactamente al revés, la aman los mileistas y la odian los kirchneristas.

Con este nuevo film de Guillermo Francella, el delirio fue tal que hasta llevó a que el presidente Milei, exultante, dedicara dos reuniones con sus subordinados políticos para pasarles la película, a fin de motivarlos para que libren con más fuerza la batalla cultural contra el wokismo kirchnerista zurdo. Más que apropiarse de la película (lo que efectivamente también hizo) lo que cree Milei es que sus creadores se la hicieron para él. En consecuencia, define a Homo Argentum como “un retrato fiel y cabal de la oscura e hipócrita agenda de los progres caviar, que son fracasados totales y absolutos, con la cabeza llena de parásitos mentales, son zombies termos cabezas de pulpo, pero sobre todo son envidiosos, resentidos, mentirosos, hipócritas e ignorantes”. Para terminar, diciendo que a los progres “les duele mucho la película porque los muestra tal como son”. Por si fuera poco, a su largo tweet lo tituló con una hilarante, alucinante, intelectualmente pretenciosa y bastante ininteligible frase: “Homo Argentum: disonancia cognitiva en el corazón woke”.

Ahora, por el otro lado de la grieta tampoco se quedaron cortos . Los kirchneristas también creen, como Milei, que la película es mileista y por eso la odian. Y quien mejor reflejó ese odio fue Nancy Pazos, que en el principal canal K criticó la película… ¡sin haberla visto!, con las siguientes palabras: "Es espantosa, todos los críticos de cine la defenestraron. Es una película de 16 cortos en donde cada uno de ellos se ve una característica argentina nefasta. En esta película el argentino es una mierda, una película hecha por tilingos y gente apátrida. A Milei le encantó porque es apátrida”. Vale decir, ni siquiera la hicieron argentinos antipatria (o sea, cipayos vendidos al oro extranjero) sino algo mucho peor: apátridas (o sea, gente sin patria).

Reproducir tan colosales manifestaciones de delirio superlativo -de un lado y del otro- frente a una película que solamente está entreteniendo a la gente y, como mucho, haciéndola pensar sobre cómo somos -en parte- todos los argentinos, indica que al menos, en temas culturales, los mileistas y los kirchneristas (o cuando menos sus versiones más fanatizadas) deben tener algún tornillo flojo. Es por eso que, haberle agregado un par de episodios más en el film para ironizar sobre las cosas absurdas de estos, nuestros políticos, quizá sería lo que la falta a la exitosa obra dirigida por Mariano Cohn, Gastón Duprat y protagonizada por Guillermo Francella.

Lo cierto es que tanto el presidente como los kirchneristas se equivocan profundamente, porque la película, más allá de ironizar en algunos pocos episodios sobre la moda woke, lo que fundamentalmente le importa a lo largo de todo su metraje, es retratar, caracterizar a todos los argentinos sin dividirlos entre ideologías políticas. Por eso, tanto Cristina como Milei también son susceptibles de merecer las críticas que a todos nos hace el film, y de modo muy especial, porque los dos ganaron las elecciones no tanto por sus ideas sino por expresar mucho de lo que somos los argentinos, aunque no precisamente del modo heroico y benemérito en que ambos creen que nos expresan.

De lo muchísimo que ya se ha escrito sobre Homo Argentum, hay una nota que no se refiere, ni siquiera nombra, a la película, pero que, sin embargo, la explica mejor que cualquier otra opinión. Es la del zoólogo Rolando Rivera que en la revista “Seúl” hace un análisis sobre cómo vieron mileistas y kirchneristas la exploración filmada en vivo y en directo del talud del Mar Argentino frente a las costas de Mar del Plata donde se pudieron apreciar maravillosas especies marinas del mar profundo.... hasta que, sostiene Rivera: “ocurrió lo de siempre: éramos felices y nos politizaron el aire que respiramos. Simultáneamente el kirchnerismo y sectores afines al gobierno fueron a sacar su partido”.

Los mileistas dijeron que los científicos que filmaron al mar y sus especies a profundidades donde antes no se llegaba, eran zurdos ecologistas que se oponían a la extracción de petróleo por salvar a unos pescaditos de m..,, y, en reacción, los kirchneristas se pusieron a defender los pescaditos del mar profundo, para ponerlos al servicio de su campaña electoral.

Es que Rivera va al fondo de la cuestión, que sirve tanto para explicar lo de la exploración marina como lo de la película de Francella, cuando dice con singular acierto: “No me voy a poner acá a argumentar contra unos y otros, es fútil. Ambos son, en mi opinión, grupos que para existir necesitan que todo sea político. Me da la impresión de que cuando seamos normales y no se politice cada aspecto de lo cotidiano, perderán su razón de existir: por eso luchan por su supervivencia”. Lo de este científico es clave porque simplemente, no entiende por qué en la Argentina todo se tiene que politizar hasta el hartazgo.

En realidad, Homo Argentum, como se ha difundido, es una adaptación “a la argentina” de una “comedia a la italiana” de 1963 llamada “Los monstruos” (“I mostri”) donde en vez de uno, son dos los actores que interpretan todos los sketchs: Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi. Una importante proporción de los episodios protagonizados por Francella están inspirados en los de aquel film dirigido por Dino Risi. director del cual las crónicas decían que “no tenía una ideología política declarada y su cine no se enfocaba en un sentido político estricto, sino que exploraba la naturaleza humana a través de la sátira y el retrato de la sociedad italiana. Risi se caracterizó por una mirada sarcástica sobre las debilidades y el hedonismo de personas de todas las clases sociales, sin emitir juicios ni condenas, sino observando los instintos y apetitos humanos”. Exactamente lo mismo intentan hacer -mejor o peor- Cohn y Duprat con su Homo Argentum. Precisamente una sátira y un retrato de la sociedad argentina, con mayor énfasis en ciertos defectos propios de “la naturaleza humana” (vale decir, universales) pero viendo cómo se encarnan en la idiosincrasia de los argentinos. Es que la hipocresía, la cobardía, la traición, la tilinguería, la estafa, todo lo que muestra el film (incluso algunas virtudes) ocurren en todo el mundo, pero en cada sitio con las peculiaridades culturales del lugar.

Queda claro entonces que Homo Argentum (como Los monstruos) expresa una mirada crítica sobre los principales defectos nacionales, pero eso no es una cuestión de política partidaria, como perfectamente lo entienden las multitudes que la van a ver, a las que en general les gusta mucho, y también los críticos especializados, a los que en general les gustó poco. Pero eso es un tema de apreciación artística y nada más. Lo burdo es lo que hacen nuestros políticos y sus ideólogos de introducir la película en sus batallas culturales. Para colmo durante el kirchnerismo la batalla cultural la libraba un solo bando, mientras que ahora lo libran dos, lo cual hace aún más insoportable y ridículo el debate.

Lo que sí es verdad es que este tipo de films, además de ironizar sobre los principales vicios individuales y colectivos de los argentinos, también poseen una mirada crítica sobre el ambiente político-cultural de cada sociedad donde se realizan.

El italiano Dino Risi, con una concepción más bien de izquierdas, era muy duro con las consecuencias sociales y culturales del ambiente político de su país y su tiempo, que estaba hegemonizado por la democracia cristiana en su versión más conservadora. De allí la burla en Los monstruos a las hipocresías de los curas de las altas jerarquías o a los políticos que se escudaban en la religión para disimular sus prácticas corruptas.

Cohn y Duprat, en cambio, con una concepción más bien liberal, desde mucho antes que llegara Milei se dedicaron en todas sus películas y series a criticar el poder hegemónico en la Argentina del siglo XXI durante veinte años: un oficialismo peronista con estilo caudillista y conservador en provincias y municipios, pero disfrazado de progresista en las grandes urbes, sobre todo en la Capital Federal, aunque tan caudillista y conservador como los locales. Así, en la película El Ciudadano ilustre (2016) se burlan duramente del populismo de derecha de los señores feudales y patrones de estancia que dominan en los pueblos pequeños, mientras que en la serie Bellas Artes (2024) la emprenden contra el populismo progresista de las grandes ciudades, que ha copado ideológicamente el Estado.

O sea, cada cual critica la cultura hegemónica de su época impuesta por el poder oficialista de cada país (conservador y corrupto en la Italia de los años 60; progresista y corrupto en la Argentina del siglo XXI) a través de la burla, la ironía, mediante la comedia, la tragicomedia o el melodrama, pero mucho más allá de eso (que es apenas el marco del cuadro) enfatizan en los usos y costumbres permanentes de cada “ser nacional”, cuyos defectos principales son los que permiten entronizar dirigentes que en general expresan esos defectos o los ponen a su servicio.

Sin ser mileista (es más bien lo contrario), el periodista y escritor Jorge Fernández Díaz, en su atractivo libro “La traición” (2020) describe detalladamente -dentro de una trama policial- como el poder político K simula con mucha más hipocresía que sus antecesores la defensa ideológica de los pobres no sólo para ocultar con ello su apoyo a los poderosos de siempre, sino para convertirse ello en nuevos poderosos al calor de las prebendas políticas que otorga pertenecer al oficialismo. Las crónicas analizan así el contenido del libro: “en él desfilan una clase política tomada por la corrupción, dirigentes de una izquierda con doble moral, obispos non sanctos, exguerrilleros alucinados que buscan revivir el pasado y operaciones de Inteligencia que devastan la reputación de los ‘enemigos’”.

Algo parecido hace Juan José Campanella con su extraordinaria película El secreto de sus ojos (2009), criticando en particular a los que durante veinte años buscaron revivir los años 70 en la Argentina, bendiciendo y condenando facciones peronistas de aquellos tiempos, según su interesado y nada leal saber y entender.

De ese modo, cuando Cohn, Duprat y Francella muestran a un director de cine que disfraza por izquierda sus prejuicios racistas o a un cura villero al que le interesa más bajarle línea a los pobres que ayudarlos, hablan de esa enorme hipocresía que ocurrió cuando Néstor Kirchner decidió convertirse en progresista porque la “izquierda da fueros”, haciendo que muchos críticos de todos los anteriores gobiernos (en particular gente de la cultura, académicos e intelectuales) se transformaran en militantes fanatizados y dogmatizados del nuevo poder, que la única diferencia que tenía con los anteriores era su verso progre. El resto del film nos muestra “tal como somos” los argentinos antes y después del kirchnerismo. Vale decir, Homo Argentum no habla principalmente contra la ideología woke, sino sobre todos nosotros (por eso es un retrato social más que político, un muestrario de cómo somos) incluyendo en ese retrato incluso al propio presidente Milei que en nada escapa al arquetipo de ese argentino que desnuda la película. Arquetipo que, sobre todos en sus defectos, Cristina como Milei expresan acabadamente.

Pero por criticar Homo Argentum a las características de la cultura oficial que predominó durante los últimos 20 años, eso no la hace defensora del mileismo, porque no es una película que toma partido político, es un análisis crítico de costumbres tanto de los poderosos como de la clase media o de los pobres, dentro de los climas individuales y colectivos reinantes en la Argentina durante casi todo el siglo XXI. Lo mismo se hacía en Los monstruos: más que una crítica a la democracia cristiana gobernante, lo que se buscaba es analizar la sociedad que había en tiempos de esa hegemonía política. Pero, en ambos casos, poniendo la lupa sobre los vicios, defectos e incluso virtudes permanentes de argentinos e italianos, que anteceden y permanecen en la cultura, aunque los gobiernos cambien. Que, por otro lado, son casi siempre formas particulares de expresar contenidos universales.

Por eso Homo Argentum no tiene relación con las batallas culturales de los políticos. La inmensa mayoría de sus espectadores no la consideran ni kirchnerista ni mileista ni de ningún signo político. Sienten que habla de todos nosotros, los argentinos, con sus defectos y sus virtudes, de cómo fuimos, cómo somos y cómo probablemente seguiremos siendo.

No obstante, los políticos buscan poner el film al servicio de sus batallas culturales que consisten en desvestir a un santo para vestir a otro (con distinta ideología, pero con las mismas prácticas políticas) en vez de dedicarse a gobernar personas comunes con sus vicios, defectos y virtudes “humanas” sin buscar dividir a la Argentina entre santos y demonios. Que es lo que están haciendo las dos facciones políticas e ideológicas en pugna con esta película de Francella o con los pececitos de Mar del Plata, atacándolos o defendiéndolos según conveniencia. Es por eso que cada vez marchan más separados los intereses y gustos de la gente de los intereses y gustos de los dirigentes. Y los caminos paralelos no dejarán de ampliarse y de alejar a unos de otros, si los espectadores van a ver una película para entretenerse y/o pensar, mientras que a los políticos sólo les interesa el film para utilizarlo en su batalla cultural que no es más que un eufemismo de la verdadera pelea: la de ver cual facción se queda con la porción más grande de la torta. El Homo Argentum tiene (tenemos) muchos defectos, es cierto, pero el Homus Politicus los supera ampliamente.

LOS ANDES


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