OPINIÓN
El miedo forma parte de la naturaleza humana
Por Nicolás Lucca
Buena parte de mi vida supuse que el miedo paralizante, la angustiosa sensación de desesperación, podía graficarse en mi cerebro como un descontrol, como una estantería que colapsa, comienza a caerse y, con ella, todo va a parar al piso sin saber si algo sobrevivirá. Sin embargo, con los años y algunas lecturas supe que no hay mayor coreografía química que aquella que se inicia con la sensación de miedo.
Quizá porque tenían la bola de cristal, los antiguos pensadores casi no abordan al miedo por ser algo que escapa a la razón. Algunos milenios después se demostró que es cierto pero, así y todo, hay demasiadas cosas que sobrepensaron y resultaron ser más primitivas de lo que imaginaron.
Más acá en el tiempo, Hobbes sostuvo que el miedo era el principal motivo por el cual inventamos el Estado: miedo a nuestra especie, a lo que me pueda hacer el otro, miedo al hombre como lobo del hombre. Lamentablemente, su ideario sirvió de ejemplo tanto para el liberalismo como para el absolutismo. Y es que, si el hombre está dispuesto a sacrificar su libertad para garantizar su supervivencia, cuanto mayor sea el miedo, más estaríamos dispuestos a entregar.
Sin embargo, Hobbes tuvo tanta razón que se lo puede encontrar hasta cuando hizo falta crear frenos para el Estado: le teníamos miedo, había que controlarlo.
–|–
Dicen que un señor dijo que “para hacer política en serio hay que tener platita”. Así se cimentaron los primeros pasos en la carrera por el Poder de cierto ex presidente argentino. Para él, un personaje crucial en nuestra historia, el dinero era una obsesión que quedaba atada a una causalidad: sin plata no hay política. El dinero paga las campañas, el dinero financia la propaganda por fuera del dinero oficial para spots, el dinero paga la fiscalización de cada mesa, el dinero paga los viáticos para los votantes alejados. El dinero podrá no comprar elecciones, pero hace que se puedan ganar.
Y el dinero ayuda a sostenerse en el Poder, compra voluntades, paga favores, administra vínculos. El que no entienda cómo funciona la política y todavía crea en la santidad de hombres que buscan y acceden a determinados cargos, puede que sea muy boludo o que recién haya aterrizado en la tercera roca que flota alrededor del Sol.
Hace unas semanas, en este mismo sitio, recordábamos la figura de Barceló y sus amigos, quienes con dinero montaron un aparato aceitadísimo que sirvió a distintos intereses a lo largo de los años. El Partido Conservador (también llamado Demócrata) sirvió de plafón para mostrar cómo se administra la tierra salvaje del laburante, una tarea a la que se abocaron durante varias décadas con distintos nombres. Al final, le alquilaron el andamiaje al frente que montó el primer peronismo.
Es que, cuando alguien nuevo llega a un lugar que no conoce, necesita de una buena guía, un tipo que te diga cuál es el restaurant que no te podés perder, el monumento que sí o sí debés visitar y aquellos lugares que nunca olvidarás. En el Poder es lo mismo. Uno puede ser un outsider total o venir del otro lado del mostrador pero no tiene por qué conocer cómo funciona la maquinaria. Para eso están los guías, tipos que viven dentro del Estado o cerca del mismo desde que pueden recordar.
–|–
El miedo es un gran guardavidas. El que dice que vive sin miedo, miente, nació fallado, nunca se equivocó de tribuna en la cancha o jamás le preguntaron “esto me queda bien”. Creo que no somos conscientes del número gigante de veces en las que el miedo nos garantizó la vida tan solo con repasar la última semana. ¿Por qué no cruzás la 9 de Julio por la mitad de la cuadra y el tránsito en verde a las 11 de la mañana? ¿Qué es lo que lleva a que hagamos trabajos que no queremos hacer? ¿Nos portamos bien porque somos buenos o por temor a las consecuencias de nuestros actos?
En esta última pregunta es donde surge el primer control hacia el Estado, cuando los pensadores post revolucionarios del siglo XVIII y XIX comenzaron a temerle al monstruo liberado con la creación de las repúblicas y el voto de las mayorías. Si el miedo a morir o a perder lo que tengo llevó a que acepte la existencia de un Estado ¿quién me cuida de él?
Los años llevaron a que la administración de Justicia de las democracias occidentales fuera cada vez más independiente con mecanismos más complejos para la designación de jueces. Y como sabemos que todos votamos y alguna simpatía política podemos llegar a abrazar, ese mecanismo obliga a la negociación constante, a un proceso de impugnaciones, a la opinión de todo aquel que quiera decir algo, a la publicidad de los concursos y a un largo sinfín de actos para intentar que nadie tenga colonizado nada.
Con los años, el sistema necesitó aún más garantías y nacieron las jueces de control, los superiores, los camaristas que controlan las decisiones de los primeros jueces. Después tampoco alcanzó y se crearon camaristas más superiores que los camaristas, para opinar sobre todas las cosas que pasaron abajo de ellos.
Pasó más tiempo y el temor al absolutismo dio paso al hartazgo por la corrupción. Así creamos más organismos de control, auditorías permanentes de cada rincón del Estado, un ente que revisa la información financiera, una sindicatura y una auditoría general, oficinas de alertas tempranas en la agencia recaudadora y otras yerbas por el estilo. Contrariamente a lo que todos pensamos, las funciones de todas esas oficinas no son perseguir a nadie, sino verificar que todos cumplan con lo que la ley manda. Podría decirse que el que se corre del alcance de la ley se persigue a sí mismo.
–|–
Me quise hacer el sensible al pensar qué cosas me dan miedo y terminé en posición fetal abrazado a una mantita de apego. Le tengo miedo al dolor, a pesar de que sea una sensación real de estar vivo. Me da miedo quedarme sin mi sustento. Le tengo un cagazo padre a la inseguridad, a que me caguen matando o a que se me metan en casa. Me asusta no llegar a fin de mes, claro. Con esto de querer ser mi propio jefe terminé tan esclavizado de mí mismo que me da miedo que un resfrío me impida levantar la persiana. Como monotributista le tengo pánico a no tener la salud necesaria para trabajar una vez jubilado con la mínima.
Me da pánico las implicancias del paso del tiempo y, a la vez, me aterra la otra alternativa. No consigo lidiar con los duelos, no quiero sacar cuentas de los años que tienen mis seres queridos. Me da miedo que me pidan hacer una división con decimales y que el pantalón del traje no me cierre.
Perder lo que me queda de reputación, si es que existe algo así en una sociedad que se rige por la condena o la idolatría según la química, también es algo que rankea alto en mis temores. Le tengo miedo a las enfermedades terminales, a un cacho de espinaca en un incisivo en medio de una reunión y a ser malinterpretado.
–|–
Algo que me resulta incómodo de presenciar un gobierno que dice ser liberal, conservador, libertario, minarquista, anarquista, enemigo del Estado y demás cosas, es que siento que flaco favor le hacen a todas esas causas en el imaginario popular. Por la reacción generalizada de cada sector que prefiere callar ante las contradicciones, doy por sentado que tampoco calienta mucho. Sin embargo, mientras me pregunto si alguna vez existió alguien realmente liberal en este país, no deja de sorprenderme cómo la realidad se empecina en contradecir al Presidente. Uno ve que nadie se calienta en mantener un puente y el Presidente insiste en la abstracción de reducir cualquier prestación a un interés económico de particulares.
Desde una humilde y absolutamente ignorante opinión, acepto que es un modelo posible para un lugar pequeño que necesita de infraestructura pequeña. Es como la democracia directa, ¿vio?, esa que sólo puede funcionar en una ciudad-estado y siempre y cuando no tengan que votar todos, sino es un quilombo someter a votación cotidiana la aprobación de la reparación del semáforo de la arteria principal. Ahora, como bien sostuvo el zurdocomunista Jean-Jacques Rousseau, pareciera ser cierto que el tamaño del Estado va de la mano de lo que el Estado pretende administrar. Y si te tocó administrar el octavo país más extenso del planeta y número 177 en densidad poblacional, con el 40% de la gente en una megaurbe, puede que te encuentres con algunos contratiempos a la hora de hacer rentable todo lo que necesites en cualquier rincón.
Aún después de las reestructuraciones y cierres de ministerios, la administración pública nacional tiene una dotación de 197.587 humanoides. A ese número hay que sumarle 120.121 personas que revisten en la administración descentralizada, otros 22.569 de la administración desconcentrada, 14.315 de entes varios y unos 91.591 asalariados de las Empresas del Estado. Son 289.178 personas que conforman la dotación total del Estado Nacional según el último informe del Indec en julio de este bello 2025. Se necesita gente para ocupar cada uno de los directorios de esas empresas estatales, otro tanto para cada ministerio, cada secretaría, cada subsecretaría, cada dirección nacional, cada ente, cada fuerza de seguridad, cada fuerza armada.
Lo ideal sería que los puestos sean ocupados por seres vivos, preferentemente capacitados. Por cuestiones lógicas, aún no ha nacido el hombre que tenga tantas personas de confianza y, a la vez, capacitadas para esas ocupaciones. Por eso el ser humano ha creado un elemento mágico llamado “estructura organizativa piramidal”. Cuenta la leyenda que en el sector privado han visto a ese ser mitológico, pero el Estado tiene una suerte de vórtice paranormal que genera olvidos repentinos y, de pronto, todo puede manejarse a la marchanta, con amigos de conocidos y poca gente.
El impedimento humano de no conocer a tantas personas puede solucionarse de una forma bastante práctica, aunque irritante, si se hace una búsqueda laboral. Como en el sector privado, ponele. No es que hablamos de un país en el que no hay capital humano sino todo lo contrario. Gente con capacidades, sobran. Nos hemos acostumbrado demasiado a que los cargos de administración se utilicen como lugares para retribuir lealtades o pagar favores políticos. Por fuera de las primeras líneas, donde la confianza del presidente es un factor imprescindible, no ha cambiado el reglamento. A todo esto hay que sumarle dos factores elementales. El primero de estos es que el Presidente se desentiende de todo aquello que no le interesa. El segundo es que confía en muy poca gente.
–|–
Ahora que lo pienso, también me asusta el instrumental odontológico. Agrego que alcanza con la imagen de una enfermera con una jeringa en la mano para que mi aparato intestinal entre en movimiento acelerado y más de una vez he terminado una extracción de sangre con un algodón en el brazo y otro con alcohol en la nariz mientras miro el techo desde el suelo.
Aunque parezca una exageración gramatical, me da pánico pensar en un ataque de pánico. Me asusta que los malos no parezcan malos, que se me infiltre un desquiciado, no poder proteger a esa masa de células humanas que dice portar la mitad de mi ADN.
Si bien podría decirse que ya tengo expertise en la materia, me pavor que se vaya todo al carajo una vez más. Me asusta no poder prever nada. Le tengo miedo a la impiadosa infinidad de sucesos que exceden nuestro ficticio control cuando algo tan básico como cruzar una calle implica una serie de variables que arroja como resultado que no morimos de pedo. Me desvela tomar noción de que quiero controlar algo y el solo hecho de irme a dormir es un acto de fe en que despertaré. En ese contexto, imaginemos el cagazo que me da saber que un cólico intestinal en Washington puede arruinar la economía de gente que no sabe ni dónde queda el Distrito de Columbia.
–|–
Todos necesitan del sistema. Como forma parte de nuestro bioma –y la naturaleza no acepta vacíos– si no lo agarran unos, el sistema queda en manos de otros. Por eso no hablo en joda cuando menciono a las instituciones. Todo este quilombo supino no llegaba ni a existir porque un aumento de costos del 2600% no sobrevivía a la primera alerta temprana de un organismo de control. Ahora, si la Unidad de Información Financiera es un lugar para mojarle la oreja a otro, si en los sistemas de controles fiscales solo están pendientes de que los comercios pongan nuevas computadoras, si cada cargo gerencial de control queda a criterio de una persona que nunca pisó una oficina pública ni para pagar el ABL, puede que pasen estas cosas, sí.
¿Pasaban antes? Y, sí. Pero hasta ahora nunca se ha probado qué le sucede al Estado si le aplicamos el 100% de lo que la Constitución manda.
Y ni siquiera es para cargar a Milei con todo esto. Él no es el responsable que el Poder Judicial de la Nación acumule 278 cargos vacantes, ni que la Procuración General de la Nación tenga 40% menos de personal que el que tenía cuando solicitaba tener un 50% más. Esto se arrastra de hace tiempo. Comodoro Py tiene doce juzgados criminales federales para ocho jueces. ¿Cuánto de números hay que saber para notar que aumenta exponencialmente las chances de que toque un Rafecas, una Servini o un Casanello?
Uno creería que ante tamaño margen de probabilidades de que te la pongan, se intentará reducir al máximo las posibilidades de dar motivos, pero no. De hecho, buena parte de la opinión pública todavía acompaña la idea de que no importa lo que haya pasado, importa que se haya hecho público ahora.
El contractualismo, la base de este milagro humano que hemos llamado república democrática, es una maquinaria de contrapesos. Los organismos de control no son cajas de la casta, las estructuras de revisión no están de pagafavores. Incluso en materia de extrema confianza hay cosas que deberían servir de freno. Yo amo a mi hermano, le tengo una confianza ciega en que jamás de los jamases me cagaría. Sin embargo, nunca me atrevería a delegarle que escriba un informe periodístico por mí, y no por miedo a que me traicione. Son tantas las variables a tener en cuenta para que no me caguen a mí que no quisiera exponerlo a él a que se sirva de la suerte para no ser cagado. Lo quiero, lo cuido.
¿Cómo es que porteños que nunca pisaron el terreno de la política y no conocen el país confían, de pronto y ciegamente, en el criterio de dos riojanos? ¿Acaso creen que la muñeca política se transmite de manera genética? El Congreso es un hervidero y ni así aparece alguien a decir “che, capaz que el pibe que pusimos de Presidente de la Cámara no tiene la mística del apellido”.
Ahí lo tenemos, todo vacío o con acomodados y los partieron al medio. ¿Y ahora? ¿A esperar que se diluya? Ojo, no es mala. A inicios de la semana anterior me preguntaba qué me haría olvidar que la serie de derrotas legislativas había tapado HLB Pharma, y acá estamos.
Pero siempre se necesita del invaluable permiso popular, ese que no se pregunta por qué un funcionario lleva un estilo de vida impagable. No lo hacen mis colegas que los vieron pasar de un Gol 2005 a tres naves espaciales, tampoco lo hace el resto: el éxito es dinero, ese cacho de caserón es hermoso porque es del Cachito, que anda en política, ¿vio?
Ya he dicho que soy desconfiado del político por razones psicológicas. No es creíble que alguien quiera tirarse de cabeza al pandemonio del estrés emocional. Yo no tolero que un tipo me putee, me desespera ser malinterpretado o que un desconocido me agreda. ¿Cómo es que alguien busca dedicarse a algo que, en caso de tener éxito, le redituará una imagen positiva, como mucho, del 50% con 20 millones de argentinos que lo putearán y no lo querrán ni ver?
Sin embargo, incluso en esta pongo un freno y un manto de confianza en el ser humano. Cada vez más escucho análisis de que en la Argentina los casos de corrupción no gravitan en la agenda pública y que eso se demuestra en la serie de elecciones ganadas por el peronismo de 1991 a 1997 y de 2003 en adelante, sin tener en cuenta el pequeño, enorme factor de la falta de alternativas y oferta electoral. El mejor capital político que hoy tiene el oficialismo es la insistencia del kirchnerismo en no querer jubilarse y la invaluable renuncia del macrismo. Nunca hay que confundir pasión por el éxito económico con el temor a alternativas peores o con la apatía electoral. Si en la cartelera del cine veo siempre la misma película, es lógico que sea un éxito continuado aunque tenga cada vez menos espectadores.
Hasta que alguien viene con una historia nueva. No importa si es original mientras esté bien contada.
–|–
Como todos, le tengo miedo a la gente. A determinada gente. Quedo estupefacto frente al cómodo acomodo de personas que uno sabe cómo y qué piensan. En cambio, me da miedo el alma complaciente y resignada de tantas personas. De más está decir que me intriga cómo hicieron para llevar adelante sus vidas quienes me precedieron. Qué se yo, sobrevivir a 1974, por poner un ejemplo: se abandonó el patrón oro en Estados Unidos, voló la inflación global, se disparó una recesión como nunca había visto esa generación y la política estaba tan tranquila que jugaba al carnaval con bombuchas de pólvora. Crisis de combustibles, presidentes muertos, otros renunciados, escándalos, bombas, secuestros y subversión en Buenos Aires y en Belfast. ¿Cómo hacían para levantarse de la cama? Y ahí entran voces del más allá que se me cagan de risa y me dicen “¿Y a esto le tenés miedo?”
Un poco más personal, quizás. Tengo miedo a no acostumbrarme nunca a nada. Me da pánico que la vida me aburra y, a la vez, no quiero sorpresas espantosas. No quiero que el mundo que conocí desaparezca pero tampoco me gusta lo que es. Ahí no veo contradicción alguna: siempre se puede cambiar para peor. Me da terrores nocturnos que la estupidez le gane a la inteligencia, que las únicas emociones válidas sean la furia y la soberbia.
Ah, todavía me asustan los malos. Es una buena forma de saber si todavía estamos en sintonía con este invento que llamamos sociedad: saber si los malos nos asustan o nos caen simpáticos porque tienen “unas historias re locas”. Las anécdotas de un hijo de puta no dejan de ser el testimonio de que se comportaron como lo hijos de puta que son, por más que ya estén viejos, decrépitos o idolatrados. Por decantación, también me asustan los que idolatran a los hijos de puta.
Y el resumen de la tarjeta, claro.
Relato del PRESENTE
Comentarios
Publicar un comentario
El comentario estará sujeto a la aprobación del equipo y su administrador. Gracias.