OPINIÓN
Creo firmemente que la gente que tiene intereses ajenos a sus trabajos son mucho más felices
Por Nicolás Lucca
En realidad, no tengo certezas, es una creencia. Lo que sí puedo dar por seguro es que las personas que tienen intereses lúdicos por fuera de sus tareas cotidianas hacen más felices a quienes los rodean, aún sin hacerlo de forma consciente. “Son más sanos”, diría mi abuela como para englobar el concepto. ¿Se entiende?
No es que los demás sean felices porque el acto lúdico en sí es una actividad solidaria, pero existe un altruismo indirecto. O sea: la gente con intereses que los hace felices y que no representa una obligación tienden, en su mayoría estadística, a no ser un dolor de ocote para quienes lo rodean. Este estudio realizado por el Observatorio de Conductas Sociales de mi lóbulo frontal ya supone que el área de influencia de la actividad lúdica se extiende a terceros eventuales. Quiero decir que, si bien hacen falta más estudios de campo para poder trazar una linealidad, podemos presumir que tampoco son el peor recuerdo del día de ninguna persona que se hayan cruzado por la calle.
Lúdico es una derivación del latín Ludus, que no significa otra cosa que juego. En castellano lo utilizamos para referirnos a tareas de esparcimiento físico o mental, el ocio bien entendido, que no es igual a nada hacer. Años de regar a los juegos con dinero hicieron que surgieran conductas para nada ociosas. Como buena conducta contraria a la moral, la ludopatía fue metida en la bolsa de los vicios por las religiones. Y como buen reemplazo de las leyes teocráticas, la bolsa moral pasó a pagarle impuestos al Estado.
Cualquiera de nosotros puede sentir los primeros síntomas de estrés cuando nos posee un sentimiento de frustración por saber que no vamos a poder rascarnos el pupo un rato con una peli, con un disco, con un libro que masajee la mente. También existe el universo de los hobbies, esas actividades que requieren un mínimo de atención similar al empleo, pero que nos llenan de placer. A diferencia de rascarse el pupo de forma pasiva, el hobbie es activo y se distribuye en un amplio espectro de poder adquisitivo. No es lo mismo tener por hobbie jugar a la pelota con amigos en un parque público que practicar tiro al blanco, dedicarse al automovilismo amateur, al esquí o a navegar. Creo que se entiende el punto de que es distinto disfrutar hacer avioncitos de papel o pilotear aeronaves por placer, pero que el fin es el mismo.
Lo lúdico tiene una particularidad: como genera frustración vernos impedidos de realizarlo, necesita de cierta madurez en la gestión de esa frustración. Quiero decir que, si somos de comenzar a gritar y tironearnos el pelo en una esquina porque pisamos una baldosa floja luego de una lluvia, difícilmente podamos no convertirnos en una bomba de tiempo si el trajín diario nos impide liberar la frustración. Y es por todo esto que desconfío de la pasividad y previsibilidad de una persona sin intereses extralaborales.
Todo, absolutamente todo podría resumirse en la pregunta más icónica de la humanidad luego de por qué existimos: para qué hacemos lo que hacemos. De este cuestionamiento derivan un montón de otros, entre los que se encuentran por qué dejamos de hacer algunas cosas, qué nos lleva a elegir entre una actividad y otra y cuál es el fin de todo, absolutamente todo lo que hacemos o dejamos de hacer.
Puede existir el caso de que una actividad lúdica resulte ingrata. Es el caso de las competencias, en las que uno gana y otro pierde. La clave está en la voluntad de ambas partes y, para no extenderme, diré que no es lo mismo perder una pelea de boxeo que ser cagado a trompadas, patadas y escupitajos por un grupo de idiotas que no sabe manejar sus propias frustraciones. No es lo mismo jugar con soldaditos de plomo, de plástico o en el Call of Duty que estar en un pozo en una zona boscosa fuera de Bastoña en el frío de diciembre de 1944, rodeado de las fuerzas alemanas. Algo que podría solucionarse con una patada a los soldaditos, el uso de la imaginación o apagar la consola de videojuegos, en la vida real deriva en una andanada de estrés postraumático a los que nadie prestó demasiada atención gracias al término «veterano». Si vieron Band of Brothers y creen que es ficción, los invito a ver Wartorn, un documental que demuestra que los daños psicológicos de quienes fueron a la guerra, incluso los que ganaron las guerras, no es una creación posmoderna para justificar pensiones por discapacidad.
No existe sonrisa de satisfacción en alguien que ha causado dolor, aunque fuera en su propia defensa. Bueno, al menos no existe en personas que tienen un seteo mental para la convivencia social. Y eso que la buena historia está llena de bustos de personas que hicieron lo que tenían que hacer aunque, probablemente, no quisieran. Para eso nuestros ancestros le dieron forma a las religiones.
Esta semana se cumplieron dos décadas del inicio de una serie de atentados ocurridos en Londres. Documentales varios con el agua que ya pasó bajo el puente dejaron una primera impresión: nadie tiene una puta sonrisa ni aún con el grosero paso del tiempo. Entre las voces escuchadas hubo una cara conocida por mí. Si bien casi salto como meme de Di Caprio frente a la tele, me encontré con un tema que nunca pasa de moda: la verdadera religión es de paz, los asesinos son fanáticos radicalizados. En este caso hablamos del Islam y las estadísticas indican que debemos agradecer que no todos sean extremistas ya que, por una cuestión aritmética, nos habrían extinguido a los no creyentes en Mahoma.
Es un hecho que la verdadera religión ha sido la justificación de una inmensa cantidad de guerras, pero nos toca vivir estos tiempos y ahora la guerra santa viene de un sólo lado. Si Fukuyama sostiene que el fin de la historia llega por el triunfo de las democracias liberales, Huntington nos trajo el Choque de Civilizaciones y, desde entonces, somos muchos quienes no miramos hacia el futuro para prepararnos para lo que escapa de nuestro control, sino hacia el pasado para ver lo que se nos había perdido de vista. Los líderes políticos podrán iniciar guerras por recursos, pero las tropas necesitan un objetivo también para ellos. A veces es el saqueo y el pillaje, pero nada aglutina más que ser mejor que otro, ese que pasa de ser distinto para ser un idiota incapaz de comprender la verdad que nos ha sido revelada.
Si las Cruzadas hubieran sido fundadas sólo en cuestiones religiosas, Europa habría marchado hacia Tierra Santa dos o tres siglos antes del año 1096. Sin embargo, la Primera Cruzada fue un hitazo de convocatoria de gente capaz de cruzar el mundo para expulsar a los fatimíes de Jerusalén. En el medio pasaron a deguello y/o hoguera a todos los habitantes al punto tal de que, en la volteada, cayeron judíos y cristianos. Detalles menores de una campaña cuyo registro testimonial dice que hubo templos en los que la sangre llegaba a las rodillas. ¿Cuál fue la palabra que ordenó la largada? El Papa Urbano II citó a Jesús en Mateo 16:24: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Urbano se quedó en Europa. El dato que siempre se pasa por alto, más allá del pedido de auxilio del emperador bizantino, es que Europa retomó el comercio directo con el resto del mundo conocido y la economía repuntó. ¿Fue la religión una excusa para conseguir ejércitos dispuestos a morir por un lugar que no conocían? ¿Realmente el fanatismo de pasar a degüello era la regla o lo fue la tentación de una mejor vida?
La relación entre religión y Estado es algo que a mí, en lo particular, me aburrió por cuestiones de pastiches ideológicos de mi bonito país. Ya sabemos que nuestra Constitución dice que el Estado sostiene el culto Católico Apostólico y Románico pero que, a la vez, garantiza la libertad de culto. Que hubo que esperar tres décadas más para que el Congreso apruebe una ley quitó a la religión de la enseñanza obligatoria y a la Iglesia del registro de nacimiento, matrimonio y defunción de los habitantes. Que un decreto de Videla le devolvió a la Iglesia el financiamiento perdido para salarios de obispos y seminaristas y nunca más se volvió a tocar. Que hay mucho conservador religioso con cinco matrimonios encima pero con el dedo siempre listo a señalar cómo deben vivir otras personas.
De hecho, este es el tema que me atravesó toda la semana.
Y es que el Presi tiene razón cuando dice que esto “nunca lo vimos”. Aunque se refiera a cuestiones económicas, la verdad puede aplicarse en distintos momentos. Según el día, la hora y el pronóstico del clima el núcleo duro del oficialismo puede referenciarse con los gobiernos de la Generación del 80, reivindicar a Roca y a Pellegrini, o tomar una curva en dirección al Vaticano, el Muro de los Lamentos y un estadio de los Amigos de Dios en el Chaco.
Hay que reconocer que el Presi tiene intacta la plasticidad para adaptarse al auditorio cuando se trata de cualquier tema que no implique la economía, lugar donde defiende a capa y espada sus creencias. Esa facilidad para adaptarse al entorno lo es aún más en cuanto a conceptos religiosos. Y hablo de plasticidad porque no hay forma de hablar de conocimiento.
Esta semana, en un sermón dado ante un grupo nutrido de evangelistas en la inauguración del estadio por parte de un tipo tan milagroso que hizo caminar a una paralítica y convirtió 100 mil pesos en 100 mil dólares sin recurrir a una cripto moneda, el Presidente hizo referencia a un pasaje repetido en diversos libros del Nuevo Testamento en el que el Diablo lleva a Jesús a lo alto de un monte y, tras mostrarle todos los reinos del mundo y sus riqueza,s le dijo: «Todo esto te daré, si te arrodillas delante de mí y me adoras», lo que Jesús rechazó porque «sólo a Dios adorarás». Me fascinó la idea de hacia dónde saldría la tangente libereal de tamaña cita. El Presi dijo que los reinos son los Estados y, por ende, el Estado es el demonio.
Qué tema la transpolación de textos bíblicos a contextos sociopolíticos con dos milenios de distancia. Estuvo tan inspirado el Presi que hasta citó al otro Jesús (Huerta de Soto) y su conferencia en el X Congreso de Economía Austríaca. Allí el catedrático español habló del maligno, de por qué Dios es Libertario y de por qué los Estados son creación del demonio. Incluso citó del libro de Samuel lo que le conviene: que Dios le dijo al profeta que le dé a su pueblo un rey, dado que rechazan a Dios. Don Huerta de Soto no siguió con la página siguiente, donde el mismo Dios y Samuel bendicen a Saúl, pero sí saltó al Nuevo Testamento y citó eso de que el maligno llevó a Jesús a lo alto de una colina “para ofrecerle todos los reinos, es decir, todos los Estados”.
El concepto de Estado como lo conocemos nació casi dos milenios después y pareciera que los contractualistas se basaron más en derechos positivos que en derechos divinos, pero como no soy especialista en escuela austríaca de economía, no opino.
Lo que sí debo reconocer es que se hace extremadamente difícil poder predecir absolutamente nada de hacia dónde seguirá su curso la política argentina mientras el mayor dirigente del país se expresa en esos términos. ¿Hay que recurrir a la teología en vez de a la teoría del Estado, el contractualismo, el iluminismo y las revoluciones liberales del siglo XVIII y XIX? ¿Hay que practicar religión comparada?
Incluso desde esta óptica se hace difícil ya que el demonio, como lo conocemos en el cristianismo, no existe para el judaísmo: no es un antagonista de Dios, sino una entidad que se dedica a tentar al ser humano. Más allá de ese detalle, el demonio siempre ofrece riquezas, nunca pobreza. Es más, el Cristianismo evangélico, tan centrado en el Nuevo Testamento, no tiene esas conexiones y la palabra de Jesús llega a través del testimonio de los autores de los textos escritos tiempo después de la crucifixión. Pero aún si los tomamos como fuente histórica fehaciente, allí mismo se afirma que de los pobres será el Reino de los Cielos. Y si el Estado es una creación del maligno porque solo genera miseria y pobreza, ¿en el cielo nos espera el Estado? ¿Cuál sería el infierno entonces?
El problema con las sagradas escrituras es la literalidad selectiva. Si hay que dar una voltereta en el aire para ajustar un versículo a una ideología, es cuanto menos contradictorio pasar por alto las cosas que son explícitas y no sujetas a interpretaciones. El antiguo testamento no tiene diez mandamientos: tiene más de 600. ¿Vamos a respetarlos todos o solo lo que nos convienen y se ajustan a nuestra visión del mundo? A dejarse crecer las barbas y las cabelleras, a quemar en la hoguera a las hijas solteras que hayan tenido relaciones sexuales sin casarse, a ser socialistas por el bien común, a centrarse en el egoísmo para la prosperidad personal, a no robar por mandato divino y a robarse algún asno a pedido de Jesús para poder ingresar a Jerusalem.
Para evitar estos temitas es que la Ilustración decidió buscar un nuevo modelo de vida y lo halló en el contrato social y la creación de un Estado centrado en los derechos del ser humano por el sólo hecho de ser humano. Para poder constituir una nueva nación con personas procedentes de otras naciones, muchas veces enemigas entre sí, es que un grupo de pensadores a lo largo de los siglos le dieron forma a este sistema que podemos decir que odiamos gracias a que vivimos en él.
En la ensalada de cantos rodados que se pretende imponer como un cambio de paradigma ideológico habitan la libertad de comercio, la imposibilidad de evadir para los giles, el respeto irrestricto por el proyecto de vida ajeno salvo en discursos, el derecho a la vida desde la concepción hasta los 14 años, la afirmación de que el Estado no debe financiar planes sociales mientras los aumenta, la enemistad manifiesta contra los impuestos a excepción de los que garantizan el equilibrio fiscal y la justificación del Poder y las leyes que regulan la vida entre los ciudadanos en textos escritos por personas que vivieron entre el siglo I y II, compilados por sujetos que no pudieron conocerlos por haber nacido otro siglo después, y debatidos una y mil veces en cada concilio desarrollado entre los siglos IV y VIII. No sé, es difícil entablar un debate para aprobar un nuevo código penal “porque el vigente tiene un siglo”, mientras elaboramos teorías del Estado en base a la traducción al español de la traducción al latín de textos redactados en griego helenístico sobre testimonios predicados en arameo y hebreo.
Entiendo que, según Mateo, Jesús sostuvo que con la fe del tamaño de un grano de mostaza se puede ordenar a una montaña que se mueva de lugar. No tengo la fortaleza del pastor chaqueño que cada tanto encuentra un diamante en su templo y posee una caja fuerte con un tipo de cambio 1 a 1. Lo mío siempre fue más humilde, una conversación mental con Dios en la que intento hallar paz para mi mente o desearle el bien a mi gente querida. Pero por haber leído un poco más que la Biblia, recordar algo de los prolíficos escritos de Tomás de Aquino y tener la penosa costumbre de leer historia, es que termino por meterme en estas conversaciones insólitas.
Esta semana decidí ir con este tema a pesar de todo lo ocurrido en el Congreso por distintos motivos que podría centrar en dos, si es que descartamos «capricho personal del autor» como factor. El primero se basa en que salí a la calle y charlé con todos los que me crucé y luego fui a corroborar nubes de palabras y algoritmos de conversaciones digitales. Lo del Congreso fue y es tema para los que estamos en el tema. No hay mucho más para hacer, no hay masilla con la que trabajar, sino un ladrillo ya cocinado y todos sabemos cómo sigue el paso a paso de veto, protestas, entrevistas, etcétera. El segundo motivo es que me niego a que un evento tape a otro cuando el primero me despertó tantas cosas.
Fui educado en colegios católicos desde antes de tener memoria. Hice nivel inicial y primaria en un establecimiento parroquial a cargo de un jesuita y la secundaria la cursé en otro colegio regido por la doctrina de San Juan Bautista de La Salle. Y así y todo, jamás imaginé que la religión estaría tan, pero tan presente en la conversación política a esta altura de mi vida. Fui testigo adolescente de la polémica desatada por un cardenal que sugirió mandar a los homosexuales a vivir a una isla. Hace unos años lo recordábamos como un hecho demasiado lejano en el tiempo. Hoy es un tuit cualquiera por el que algunos se cagan de risa, otros piden la intervención de la Corte Penal Internacional y el resto mantenemos un sospechoso silencio. Mientras tanto, me pregunto con qué cara alguien puede juzgar la vida ajena desde un púlpito de difícil santidad compuesto por divorcios, concubinatos o solterías perpetuas. El dogmatismo, por definición, no puede ser selectivo. Sin embargo, da la sensación de que si Jesús hubiera dicho en Buenos Aires que el que esté libre de pecado arroje la primera piedra, hoy tendríamos adoquinado el Río de la Plata.
Hace casi dos siglos, un joven Sarmiento escribió un librito demasiado citado y muy poco leído en el que utilizó el concepto de guerra religiosa con sarcasmo al referirse a nuestra fresca historia. «Negaría redondamente, si no supiese que cuanto más bárbaro, y por tanto más religioso, es un pueblo, tanto más susceptible es de preocuparse y fanatizarse».
No creo que Sarmiento odiase al clero ni aún al haber presidido a la masonería vernácula. Para eso me basta como base la ternura con la que habla de las creencias de su madre. En otro libro que, cuando yo estaba en primaria en el milenio anterior, nos hacían leer, Sarmiento utiliza la escenografía de la casa familiar para contar una historia que puede que nunca haya pasado, pero que bien valió el esfuerzo para poner un paño frío: que sus hermanas, criadas en la revolución de las ideas de la libertad, retiraron a los santos de lo que sería el living hogareño y los colocaron en la habitación de Doña Paula mientras ella estaba en misa. Cuenta don Domingo que su madre lloró, rezó, se enojó y, con el tiempo, aceptó y se acostumbró. ¿Pasó de verdad y le vino como anillo al dedo o fue una metáfora para contar que, en la modernidad, la religión pasaba al ámbito de la privacidad y que, por más duro que fuera a resultar el cambio, el tiempo sanaría las heridas? Por suerte vivió para corroborarlo.
A esta altura del juego habría que reordenar las cosas. Supongo que las bases partidarias tradicionales se encuentran abocadas a redefinir qué significan sus ideologías populares e industrialistas entrados en el segundo cuarto del siglo XXI, ¿no? Del mismo modo, sería deseable que se le dé forma de una vez por todas a qué son “las ideas de la libertad”. Incluso, se podría aprovechar la confusión que genera leer de corrido los textos bíblicos y realizar postulados punto por punto aunque sean contradictorios. Así se le podrá dar forma a una ideología en la que conviva un tipo que cree que Dios es libertario, como sostiene Huerta de Soto, y se pueda dejar afuera a todo aquel que atente contra la moral y las buenas costumbres, como aquellos que proponen la despenalización total y la libertad de comercialización de cualquier droga hoy prohibida, como propone Huerta de Soto.
No importan las contradicciones. Si está escrito, cada uno puede agarrar lo que le conviene y decir “bueno, pero está en nuestros ideales”. Para todo lo demás está la fe. «El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado», nos grita la Biblia para exigir fe ciega. Una fe descomunal como la que se requiere para aceptar la verdad de que la Dirección de Vialidad fue un nido de corrupción construido por Cristina Fernández a pesar del contratiempo de haber nacido 20 años después de su creación en 1932. Se podría hablar de las bondades de una correcta gestión pero seguramente contradice algún mandamiento, así que, para evitar nuevos actos corruptos, se la cierra. Y si el nene tiene fiebre, lo matamos. Rifle sanitario y se acabaron los problemas de salud. Pragmatismo dogmático.
Lo bueno es que ahora sí podemos esperar que nos devuelvan todo el dinero que hemos pagado en impuestos al combustible destinado al mantenimiento de rutas nunca realizados. Ése, el que aumentó en junio por obra del maligno y que nunca nos descontaron porque los caminos del Señor son más sinuosos que los de Pato.
Y si un tipo dice que Dios obró un milagro por convertirle cien mil pesos en cien mil dólares en la misma provincia donde las vinchucas se alimentan mejor que las personas, habrá que otorgarle el Premio Clio a la Creatividad y creer que Dios elige destinatarios de milagros de una forma bastante conchuda o, sencillamente, celebrar la fe. Sí, ok, el ente recaudador –algo debimos imaginar cuando lo rebautizaron “ARCA”– tendrá problemas para poder encasillar este aumento patrimonial pero, ¿acaso no los tuvo cuando quisieron cobrarle adelanto de ganancias a ese carpintero monotributista de Nazareth? ¿Cómo lo recategorizaron cuando dejó todo para ser un influencer del bienestar? ¿Le habrán facturado el impuesto a las bebidas alcohólicas antes o después de convertir los barriles de agua en vino? ¿Curar leprosos sin título habilitante será una rebelión hacia las regulaciones?
Para mí nos pasamos de rosca pero, como no soy economista, no opino más.
(Relato del PRESENTE)
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