RAYAS Y PUNTOS

CULTURA / EL CUENTO DEL DOMINGO

A ver todos, elevemos algunas plegarias

Por Walter R. Quinteros

Oremos, para que le vaya bien al señor José Antonio, en su largo viaje, lejos de esta tierra de desamores.

Que no se tope con las hostilidades propias que tienen estos adioses y que pueden ser turbios arrepentimientos.

Que si boxea por ahí, y produce inolvidables escenas de pugilato, cosa a la que está acostumbrado, lo veamos irse al rincón neutral, solito y cansado, mientras cuenta más rápido que el árbitro, los segundos en que sus rivales apoyen la espalda en la lona.

Que si tiene que patear un penal lo haga fuerte y a uno de los palos, inalcanzable para el arquero de gorra y guantes.

Que si tiene que atajar un penal use el superpoderoso imán para pelotas de cuero en sus manos, active los resortes de sus piernas y vuele mientras grite mía, eres mía, solamente mía.

Que desenfunde más rápido que los jinetes del lejano Oeste.

Que las balas no lo rocen.

Que si tiene la dicha de amar, que ame apasionadamente.

Que si tiene que odiar, que odie intensamente.

Que no fume tanto, ya el médico le dijo que le hace mal.

Hablando de eso, adivinen qué pasó la noche triste del Nuevo Año cuando me pidió fuego. El encendedor taiwanés que activé varias veces, sólo lanzó algunas torpes chispitas en la oscuridad. Desde su templanza me dijo que Dios, a veces, se ponía gracioso con él, mientras arrojaba la etiqueta casi llena de cigarrillos al tachito de la basura. Aquel que está allá.

Los jefes del diario le desearon un buen viaje, pero le reprocharon el momento. 

"Aprendí que ni la mujer que uno ama, es imprescindible", dicen que les contestó.

Les dejó las notas firmadas para que las publiquen pasado mañana del día de mañana, y bajó las escaleras hacia la calle, rozando las paredes con sus dedos.

Los últimos en saludarlo lo vieron caminar hacia el quiosco de revistas, como quién va gambeteando los estorbos de la vereda. Como Maradona en el gol a los ingleses en el mundial del ochenta y seis.

A ver muchachos, para que el viejo tenga un buen viaje, elevemos algunas plegarias a los cielos.

Al final, lo ayudamos a armar su gigantesco globo aerostático. 

La enorme bolsa —recuerden cómo nos explicaba—, al tener aire caliente en su interior, le aplicaba una energía cinética que obligaba a la expansión de las paredes de tela y que por la forma de la misma y también porque el común de la gente así lo denomina, se convertía en un enorme globo, por el principio de que el aire caliente es más liviano que el aire frío, ascendería. Y que mediante el uso de sogas, se sostenía la coqueta barquilla de aluminio, plástico y mimbre, donde él viajaría con sus escasas pertenencias, más los botellones de gas y una valija llena de poemas que iban a ser lanzados en su paso, sobre estos pueblos sin alma.

Por algo nos dejó sus teléfonos celulares. 

Para que los guardemos en las vitrinas de los desencantos. 

Pero le vimos subir a la barquilla un aparato similar al que usan los telegrafistas, que emplea el alfabeto Morse de rayas y puntos. 

Nos dijo que es bueno siempre tener un telégrafo Morse de rayas y puntos en las barquillas.

Por si uno vuelve a enamorarse, y desea mandar mensajes inentendibles para los demás. 

Rayas y puntos, nos dijo.

Como último argumento de que todo estaba bien, nos mostraba los instrumentos en servicio para conocer la presión, la velocidad del viento y la temperatura.

Después no nos dijo más nada y se sentó silenciosamente en un rincón a zurcir su corazoncito temeroso y desconfiado.

Cuando todo estuvo listo, el ingeniero le dio las últimas directivas para el vuelo, las cartas, los mapas, el estado del tiempo, la velocidad del viento, y finalmente un fuerte apretón de manos y un prolongado abrazo.

El médico me aseguró, les cuento, que él estaba bien de salud para iniciar el viaje, y que le había pedido que siguiera al pie de la letra las indicaciones que lleva anotadas en el botiquín cargado con sus remedios.

Todos lo saludamos y le deseamos buen viaje.

Para la ocasión, vestía un traje de color beige con corbata moño de seda oscura, y su infaltable sombrero, con el que nos saludaba agitándolo mientras ascendía.

El día estaba claro, sin nubes y había una leve brisa que venía desde el sur.

Fue en el primer movimiento del despegue, que nos preguntó si sabíamos para dónde quedaba la felicidad. ¡Para allá! ¡Para allá!—le dijimos señalando cualquier lugar—.

Estoy seguro que alcancé a ver sus ojos nublados cuando el globo se elevaba.

Quién sabe por dónde andará.

A ver todos, elevemos algunas plegarias para que llegue sano y salvo, algún día, a la felicidad.


(Tiene Copyright ©2015)

Comentarios