OPINIÓN
"Es un misterio, es un misterio, ¿dónde vas con la barra de hielo? ¿Dónde vas? ¿Dónde vas? ¡Es un misterio nacional!"
Por Walter R. Quinteros
Con mi amigo Rodolfo, nos conocimos allá por el año 1971, mientras estudiábamos en el mismo Instituto, y luego, con el título bajo el brazo, el gobierno nos mandó a laburar, a veces juntos, a veces, encontrándonos en alguna comisión por ahí. Ya retirados y sentados en la mesa de un café, en el rinconcito donde calentaba algo el lejano sol, me recordó que siempre yo había sido un tipo que confrontaba, discutía con superiores y, que cuando "las papas quemaban", era como que mandaba al hombre de la barra de hielo a distraer, que para eso yo era un tipo que tenía una enorme habilidad y —que todo indicaba por mis publicaciones—, seguía igual. Eso, luego de conversar mis últimas aventuras en política y periodísticas. "Cuidate mucho palomo", le escuché decirme en el abrazo de despedida.
Antes, sabía caminar despacio por el centro de Córdoba, observaba vidrieras, comparaba precios, escuchaba ocurrencias de los muchachos, pero lo más emocionante era volver a pisar esas calles que me vieron —con muchos años menos—, con otros sueños. Con otros amores.
Por esas calles yo no era otra cosa más que un anónimo caminante entre aquellas multitudes apuradas. A veces, me encontraba con gente de la cultura, otras, con antiguos funcionarios municipales, periodistas, amigos y excompañeros del Transporte, siempre recurríamos a un bar, esos afortunados encuentros merecían un café en la vereda, para poder fumar.
Esta última vez, y con algo parecido a los pequeños indicios que se nos presentan, me pareció oír una voz angelical que me decía que no avanzara tan rápido por aquella calle que se desperezaba, que mirase hacia atrás. Y, como en la toma de la película "Jackie Brown", de Quentin Tarantino, donde el actor Robert Forster ve acercarse a la actriz Pam Grier, luego de abonar una fianza para que la liberen de prisión, así, con ese andar despreocupado y felino, musicalizada por el grupo Bloodstone, vi cómo se acercaba sonriente una —muy querida—, expareja. Hay momentos en la vida que merecemos que alguien, no se cómo, pero alguien debiera ponerle música a esos momentos. Que alguien filme nuestro estado de ánimo reflejado en el rostro. Espantos o sonrisas. Cosas así.
Obviando conversaciones del momento que no vienen al caso, quería contarles lo que más guardo del encuentro, su frase al despedirnos y presionando un dedo índice en mi pecho; "ese corazoncito suyo todavía es una barra de hielo". Hacía frío para pollera, pero fiel a su estilo, la dama me despidió con un beso y agregó sin tutearme; "lo recordaré siempre mi caballerito, con mucho amor".
Como les decía, antes caminaba despacio, hoy termino los trámites y trato de subir al primer taxi que encuentre: "Vamos por aquí, doble en la próxima, me bajo allá". Porque los muchachos que manejan estas naves para escapar de los infiernos, nos llevan por los caminos más largos. Y el colectivo que me trae de vuelta a estos pagos, solo espera dos minutos. En el purgatorio de las terminales de ómnibus, el café es más caro y sabe a jugo de paragüas.
Señoras y señores, el tipo que trajeron a mi memoria estas dos queridas personas se llamaba Juan Carlos Agostinacchio, era "el hombre de la barra de hielo" que, en el programa de lucha libre llamado "Titanes en el ring", de Martín Karadagian, paseaba en los intervalos con una pesada barra de hielo sobre el hombro. De un hecho casual, pasó a ser un clásico dentro del programa hasta incluso, tenía más adeptos que algunos atletas del catch.
Supo contar una vez Karadagian, el dueño del programa y uno de esos luchadores que veíamos por la TV en los años 60 y 70, que una vez, uno de los protagonistas se golpeó el hombro muy fuerte, que requería atención médica urgente y que entonces vio a Agostinacchio y le pidió que entretenga al público dando vueltas alrededor del ring con una barra de hielo.
Así, como algo espontáneo, nacía un nuevo personaje: El famoso "Hombre de la barra de hielo", cuyo papel dentro del programa, no era otro que el de cubrir las pausas entre las peleas paseándose alrededor del cuadrilátero con la pesada carga helada. Hasta le hicieron una canción que acompañaba su recorrido alrededor del ring: "Es un misterio, es un misterio, ¿dónde vas con la barra de hielo? ¿Dónde vas? ¿Dónde vas? ¡Es un misterio nacional!".
Las crónicas dicen que luego de haber participado en el programa, Agostinacchio se convirtió al cristianismo y durante sus últimos años fue pastor de un templo evangelista en Gerli, provincia de Buenos Aires, donde además era muy apreciado por sus cantos y su prodigiosa voz de tenor. El hombre de la barra de hielo, murió el 7 de julio de 2016.
En las pausas de los desamores, alguien debe pasear con una barra de hielo.
Para ponernos a pensar.
En las lamentables sesiones de nuestros legisladores, también.
Para que se les de por renunciar.
Lo introduciré en mis relatos.
Para rematar los finales.
Con un misterio.
¿Dónde vas con la barra de hielo?
¿Dónde vas?
¿A relatar las penurias de los desangelados, vas?
¿A contar las desdichas de los que ya no tienen motivos ni fuerzas por qué luchar?
¿A eso vas?
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