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viernes, 27 de enero de 2017

ENRIQUE ANDERSON IMBERT: EL LEVE PEDRO



Durante dos meses se asomó a la muerte.
El médico murmuraba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarla y que él no sabía qué hacer… Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana.
Demasiado flaco y eso era todo.
Pero al levantarse después de varios días de convalecencia se sintió sin peso.
–Oye –le dijo a su mujer–, me siento bien, pero no te puedes imaginar cuán ausente me parece el cuerpo. Estoy como si mis envolturas fueran a desprenderse dejándome el alma desnuda.
–Languideces –le respondió su mujer.
–Tal vez.
Siguió recobrándose. Ya paseaba por el caserón, atendía el hambre de las gallinas y de los cerdos, dio una mano de pintura verde a la pajarera bulliciosa y aún se animó a hachar la leña y llevarla en carretilla hasta el galpón. Pero según pasaban los días las carnes de Pedro perdían densidad. Algo muy raro le iba minando, socavando, vaciando el cuerpo. Se sentía con una ingravidez portentosa. Era la ingravidez de la chispa y de la burbuja, del globo y de la pelota. Le costaba muy poco saltar limpiamente, trepar las escaleras de cinco en cinco, coger de un brinco la manzana más alta.
–Te has mejorado tanto -–observaba su mujer– que pareces un chiquillo acróbata.
Una mañana Pedro se asustó. Hasta entonces su agilidad le había preocupado, pero todo ocurría como Dios manda. Era extraordinario que, sin proponérselo, convirtiera la marcha de los humanos en una triunfal carrera en volandas sobre la quinta. Era extraordinario pero no milagroso. Lo milagroso apareció esa mañana.
Muy tempranito fue al potrero. Caminaba con pasos contenidos porque ya sabía que en cuanto taconeara iría dando botes por el corral. Arremangó la camisa, acomodó un tronco, cogió el hacha y asestó el primer golpe. Y entonces, rechazado por el impulso de su propio hachazo, Pedro levantó vuelo. Prendido todavía al hacha, quedó un instante en suspensión, levitando allá, a la altura de los techos; y luego bajó como un tenue vilano de cardo.
Acudió su mujer cuando Pedro ya había descendido y, con una palidez de muerte, temblaba agarrado a un rollizo tronco.
–¡Hebe! ¡Casi me caigo al cielo!
–Tonterías. No puedes caerte al cielo. Nadie se cae al cielo. ¿Qué te ha pasado?
Pedro explicó la cosa a su mujer y ésta, sin asombro, le reconvino:
–Te sucede por hacerte el acróbata. Ya te lo he prevenido. El día menos pensado te desnucarás en una de tus piruetas.
–¡No, no! –insistió Pedro–. Ahora es diferente. Me resbalé. El cielo es un precipicio, Hebe.
Pedro soltó el tronco que lo anclaba pero se asió fuerte a su mujer. Así abrazados volvieron a la casa.
–¡Hombre! –le dijo Hebe, que sentía el cuerpo de su marido pegado al suyo como el de un animal extrañamente joven y salvaje, con ansias de huir en vertiginoso galope– ¡Hombre, déjate de hacer fuerza, que me arrastras! Das unos pasos como si quisieras echarte a volar.
–¿Has visto, has visto? Algo horrible me está amenazando, Hebe. Un esguince, y ya empieza la ascensión.
Esa tarde Pedro, que estaba apoltronado en el patio leyendo las historietas del periódico, se rió convulsivamente. Y con la propulsión de ese motor alegre fue elevándose como un ludión, como un buzo que se quitara las suelas. La risa se trocó en terror y Hebe acudió otra vez a las voces de su marido. Alcanzó a cogerlo de los pantalones y lo atrajo a la tierra. Ya no había duda. Hebe le llenó los bolsillos con grandes tuercas, caños de plomo y piedras; y estos pesos por el momento le dieron a su cuerpo la solidez necesaria para traquear por la galería y empinarse por la escalera de su cuarto. Lo difícil fue desvestirlo. Cuando Hebe le quitó los hierros y el plomo, Pedro, fluctuante sobre las sábanas, se entrelazó a los barrotes de la cama y le advirtió:
–¡Cuidado, Hebe! Vamos a hacerlo despacio porque no quiero dormir en el techo.
–Mañana mismo llamaremos al médico.
–Si consigo estarme quieto no me ocurrirá nada. Solamente cuando me agito me hago aeronauta.
Con mil precauciones pudo acostarse y se sintió seguro.
–¿Tienes ganas de subir?
–No. Estoy bien.
Se dieron las buenas noches y Hebe apagó la luz.
Al otro día cuando Hebe despegó los ojos vio a Pedro durmiendo como un bendito, con la cara pegada al techo. Parecía un globo escapado de las manos de un niño.
–¡Pedro, Pedro! –gritó horrorizada.
Al fin Pedro despertó, dolorido por el estrujón de varias horas contra el cielo raso. ¡Qué espanto! Trató de saltar al revés, de caer para arriba, de subir para abajo. Pero el techo lo succionaba como succionaba el suelo a Hebe.
–Tendrás que atarme de una pierna y amarrarme al ropero hasta que llames al doctor y vea que es lo que pasa.
Hebe buscó una cuerda y una escalera, ató un pie a su marido y se puso a tirar con todo el ánimo. El cuerpo adosado al techo se removió como un lento dirigible. Aterrizaba.
En eso se coló por la puerta un correntón de aire que ladeó la leve corporeidad de Pedro y, como una pluma, la sopló por la ventana abierta. Ocurrió en un segundo. Hebe lanzó un grito y la cuerda se le escapó de las manos. Cuando corrió a la ventana ya su marido, desvanecido, subía por el aire inocente de la mañana, subía en suave contoneo como un globo de color fugitivo en un día de fiesta, perdido para siempre, en viaje infinito. Se hizo un punto y luego nada.


Enrique Anderson Imbert
Escritor, novelista y crítico literario argentino, nacido en Córdoba (Argentina) el 12 de febrero de 1910 y muerto el 6 de diciembre de 2000 en Buenos Aires. Se doctoró en Filosofía y Letras en 1946 en la universidad bonaerense y fue profesor en las universidades de Cuyo y Tucumán en Argentina y en las de Michigan y Harvard en Estados Unidos, donde también desarrolló sus estudios e investigaciones. En 1980 se retiró de la vida académica.
En 1967 ingresó en la Academia Americana de Artes y Ciencias y en 1978 fue nombrado miembro de la Academia Argentina de las Letras, donde ejerció la vicepresidencia entre 1980 y 1986. Fue finalista del premio Cervantes en 1994.
Comenzó a publicar cuentos y ensayos en periódicos locales cuando sólo tenía 16 años y en 1928 colaboró en varias revistas literarias antes de dirigir las páginas culturales del diario La Vanguardia. Su gran obra, Historia de la literatura hispanoamericana (1961, con numerosas reediciones) es uno de los textos más importantes en su campo y de obligada referencia. Destacan asimismo en su producción como crítico y estudioso de la literatura sus publicaciones La crítica literaria contemporánea (1957), La originalidad de Rubén Darío (1967), Genio y figura de Sarmiento (1967) y Teoría y técnica del cuento (1979). En cuanto a su trabajo como novelista, cabe señalar Vigilia (1953), Fuga (1953) y Evocación de sombras en la ciudad geométrica (1989). También ha escrito diversas colecciones de cuentos líricos-fantásticos, de entre los que sobresalen El Grimorio (1961), El gato de Cheshire (1965), La sandía y otros cuentos (1969), La locura juega al ajedrez (1971) y La botella de Klein (1975), contenidos en parte en la antología El leve Pedro (1976), cuentos en los que combina lo real con lo extraño y fantástico. 
Fuente: www.mcnbiografias.com - Pablo Rino Carbajo - Alianza Editorial, 1976 - Foto: archivo del blog

ISIDORO BLAISTEN: BALADA DEL BOLUDO



Por mirar el otoño perdía el tren del verano / usaba el corazón en la corbata / se subía a una nube, / cuando todos bajaban.
Su madre le decía:
no mires las estrellas para abajo / no mires la lluvia desde arriba / no camines las calles con la cara, / no ensucies la camisa; / no lleves tu corazón bajo la lluvia, / que se moja / no des la espalda al llanto / no vayas vestido de ventana / no compres ningún tílburi en desuso.
Mirá tu primo el recto que duerme por las noches.
Mirá tu primo el justo que almuerza y se sonrie.
Mirá tu primo el probo puso un banco en el cielo, / tu cuñado el astuto que ahora alquila la lluvia / tu otro primo el sagaz que es gerente en la luna.
Tienes razón, / mamá, / dijo el boludo, / y se bebió una rosa.
No seré más boludo,/ y se bajó del viento
Seré astuto y zahorí. / y dio vuelta una estrella para abajo.
Y se metió en el subte / y quedaron las gaviotas.
Entonces vinieron los parientes ricos y le dijeron:
Eres pobre, pero ningún boludo.
Y el boludo fue ningún boludo, / y quemaba en las plazas las hojas que molestan en otoño
Y llegó fin de mes cobró su primer sueldo / y se compró cinco minutos de boludo
Entonces vinieron las fuerzas vivas y le dijeron:
Has vuelto a ser boludo / Boludo seguirás siendo el mismo boludo de siempre
Debes dejar de ser boludo Boludo
Y, / medio boludo, / con esos cinco minutos de boludo dudaba entre ser ningún boludo
o seguir siendo boludo para siempre.
Dudaba como un boludo.
Y subió las escaleras para abajo / hizo un hoyo en la tierra / miraba las estrellas.
La gente le pisaba la cabeza / le gritaba, / boludo.
Y él seguía mirando a través de los zapatos / como un boludo.
Entonces vino un alegre y le dijo: / boludo alegre.
Vino un pobre y le dijo: / Pobre boludo.
Vino un triste y le dijo: / Triste boludo.
Vino un pastor protestante y le dijo: / Reverendo boludo.
Vino un cura catolico y le dijo: / Sacrosanto boludo.
Vino un rabino judío y le dijo: / Judío boludo.
Vino su madre y le dijo: / hijo, / no seas boludo.
Vino una mujer de ojos azules y le dijo: / Te quiero.



Isidoro Blaisten
Nació en  Concordia, Argentina, 12 de enero de 1933 - Falleció en Buenos Aires, 28 de agosto de 2004 fue un escritor argentino. Hijo de David Blaisten y Dora Gliclij, fue uno de los tantos judíos argentinos que poblaron las zonas rurales del interior. Nacido con el apellido Blaisten, posteriormente lo cambiaría pasándose a llamar Isidoro Blastein, aunque en algunas ocasiones también firmó como Blaistein. Miembro de la Academia Argentina de Letras desde 2001 —en la que ocupó el sillón n.º 13: «José Hernández»—, y miembro correspondiente de la Real Academia Española, combinaba el ejercicio de la literatura con su oficio de librero de barrio, tras haber sido publicista y fotógrafo de niños. Colaboró con la revista «El escarabajo de oro» y con diversos medios periodísticos argentinos. Su obra se caracteriza por el absurdo y un sutil sentido del humor con un excelente uso del habla coloquial. Recibió dos Premios Konex de Platino en la categoría Cuento, en 1994 y 2004. 
Fuente: danielfrini.blogspot.com - es.wikipedia.org - Foto: Agencia Literaria Schavelzon

DANIEL SALZANO: ME GUSTA LLORAR

No me gustan los gritos / Ni los tipos que hablan por teléfono en el bar y se echan para atrás diciendo ¿me escuchás? / Me gustan las palabras / Me gustan los nombres:/ Ambrosio Olmos / Fino Pizarro / Osmar Maderna / Argentino Peñarol.



Otra cosa que me gusta es el corazón / El corazón de los elefantes mide cincuenta por cincuenta / el de los gorilas está rodeado por unos surcos que lo envuelven / como un matambre / son los famosos llamados de la selva / Me gusta mi corazón tal como lo radiografiaron / en el Hospital Italiano / en 1978 / parece el puño de un niño / enojado.

En una película / BODAS REALES / Fred Astaire / se levantaba se bañaba se secaba con la toalla / ponía un disco / empezaba a bailar / y cuando terminaba / ya sabía qué camisa / debía ponerse/ Fred Astaire es otro nombre / que me gusta mucho.

No he visto nada más hermoso que un niño dormido / No he visto nada más hermoso que KING KONG / la versión de 1933 / me gustaría encontrarlo alguna vez / y preguntarle si valió la pena amar hasta morir / Acabo de advertir que las películas que más me gustan son en blanco y negro : / El BUSCAVIDAS / EL HOMBRE QUE MATO A LIBERTY BALANCE / y una que vi en el salón de actos de Unione e Fratellanza: un padre y un hijo / robaban una bicicleta.

Me gusta llorar/ y las mujeres que lloran / Me enamoré de una lágrima propiamente dicha / asomada a los ojos de mi mujer.

¿Han escuchado alguna vez a Bix Beiderbecke? / Cuando Bix tocaba / las chicas comenzaban a bailar / y desaparecían en el aire / A veces me peino como él / y salgo a caminar con el diario enrollado debajo del brazo/ Así llevaba él la trompeta Me gusta / Beiderbecke.

Cada vez que veo una revista vieja le paso la mano por la tapa / En la del Rayo Rojo salía Colt Miller / en la del El Gráfico salía Pedro Salas / y en la de Radiolandia salía Amelia Bence / De grande me hubiera gustado ser como Armando Bó / y tener una novia como Gene Tierney / ¿Es verdad lo que andan diciendo por ahí Gene Tierney que te has muerto?

Odio subir escaleras / estar solo / y perder al ping pong.

Y ahora / hablemos de sexo / Hacer el amor contra la tapia del colegio de las hermanas / con la luna ahí nomás / eso me gustaba.

Me gustaría robar la foto de César Vallejo fumando en París que tiene la Biblioteca Nacional / Me gusta fumar / Me gusta París.

Hay veces que pienso en el pasado y no sé si me gusta o no me gusta / ¿A quién no le gusta tomarse un cafecito en la vereda del Sorocabana ? / El Sorocabana es un bar que me gusta mucho / Una vez estaba solo / en la vereda del bar / y empecé a llorar / Pero eso ya lo dije / me gusta llorar / y odio estar solo.


Daniel Salzano
Daniel Nelson Salzano (Córdoba, 22 de mayo de 1941 - ibídem, 24 de diciembre de 2014) 
Fue un periodista, poeta y escritor argentino.
Sus poemas fueron publicados en distintas revistas literarias: Barrilete,Mitos, Monólogos, Acento, El Lagrimal Trifurca, El Escarabajo de Oro,Horizontes y Crisis, así como en los diarios La Opinión, Clarín de Buenos Aires y Últimas Noticias de Venezuela.
Recibió múltiples premios y distinciones, como la Cruz de la Corte de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica, otorgada por el Rey Juan Carlos I de España (2001) y el Premio J.L. de Cabrera (1998).
Durante sus últimos años realizaba la columna Quienes y Cuándo en el diario La Voz del Interior, matutino donde escribía desde 1968. Estos escritos solían estar acompañados por una o dos ilustraciones a cargo de uno de los dibujantes del diario, Juan Delfini. Junto a Jairo compuso numerosos temas musicales. Fue director del Cine Club Municipal Hugo del Carril de la ciudad de Córdoba. Falleció el 24 de diciembre de 2014 a los 73 años. Fue velado y posteriormente cremado. Fuente: wikipedia.org - lavoz.com - Foto: archivo del blog

ELSA BONNERMAN: MIL GRULLAS



Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.



Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.

Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.

Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.

¡Ah… y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.

Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…

Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.

-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.

Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…

Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque…

Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.

Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra… —decía el abuelo—. Todo acaba algún día… —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.

Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:

Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.

Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!

Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.

La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…

Y los dos deseos se cumplieron.

Pero el mundo tenía sus propios planes…

Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.

Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?

“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.

En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.

En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.

Dos viejos trenzan bambúes por última vez.

Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.

Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.

Miles de hombres piensan en mañana por última vez.

Naomi sale para hacer unos recadoss.

Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.

Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.

Nadie será ya quien era.

Hiroshima arrasada por un hongo atómico.

Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!

Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.

Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.

El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.

Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro… —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta…

Mil grullas… o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.

Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.

El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.

Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.

Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.

Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.

La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.

Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.

Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.

No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.

Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor…

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía.

Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.

Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Toshi-kun… Gracias…

-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.

Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976.

Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.

Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.

Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.

Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.

Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes…

Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.

Elsa Bonnerman
Nació en el barrio de Parque Patricios de la ciudad de Buenos Aires, el 20 de Febrero de 1952. Obtuvo su título de Maestra Normal Nacional en el Normal N° 11 Ricardo Levene. Se recibió de Licenciada en Letras en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Buenos Aires; se doctoró y obtuvo varios diplomas de estudio en Medicina y en idioma inglés, alemán, italiano, latín, griego clásico y hebreo. Algunas de sus obras como Socorro o Queridos monstruos vendieron más de 100 mil ejemplares. Realizó numerosos cursos y talleres sobre literatura con su profesor Manuel Kedes tanto en Argentina como en América, Europa y Japón. Muchas de sus obras han sido reproducidas en libros de lectura para la escuela primaria, en manuales de Literatura para distintos niveles, y en antologías argentinas y del exterior. En el año 2004 la Fundación Konex entregó diplomas al Mérito a 100 personalidades destacadas de la década entre 1994 y 2003 en las Letras Argentinas. Falleció el 24 de mayo de 2013 en Buenos Aires, Argentina
Fuente: cantardebardo.wordpress.com - wikipedia.org - Foto: archivos del blog

CUENTOS DE MALI: PORQUÉ LAS PAREJAS SON LO QUE SON


¿Saben por qué el hombre de bien es a menudo el esposo de una mujer insignificante y la mujer valiente la esposa de un inepto? 
Es un hecho que comprobamos, pero cuyas causas se nos escapan. 
Esta leyenda peul nos explica las razones. 
Cuando Dios terminó de crear al genero humano, distribuyó virtudes y defectos tanto entre los hombres como entre las mujeres. Un día, hizo llegar a su lado a todas las mujeres. 
Les dijo: - "¡Mujeres ! Mirad al horizonte y decidme lo que veis. - Señor, respondieron, vemos un sol radiante alzarse sobre la tierra. Todo parece festejar su aparición. A medida que se va elevando recto hacia el ciclo, todo lo que parecía estar muñéndose renace de nuevo." 
Dios dijo: "¡Mujeres! Hasta aquí no habéis conocido más que momentos difíciles en la noche de los tiempos. Ahora, va a ser preciso que emprendáis el camino hacia el Paraíso. Unos ángeles velarán por vosotras a lo largo del recorrido; otros os recibirán a vuestra llegada. ¡Nada de desaliento ni lamentos y, sobre todo, ningún desfallecimiento!" 
"Yo fui, soy y seré siempre Aquél que advierte. También os aviso de que las casas suntuosas y las joyas de incomparable belleza os serán distribuidas por orden de llegada. Las primeras de vosotras serán las que tendrán mejor dote; poseerán la prioridad en cualquier cosa. Os recuerdo que el Paraíso es una estancia eterna... solamente las más insensatas de vosotras dejarán que otras las adelanten." "Así prevenidas, partid, mujeres, a la búsqueda de vuestra felicidad..." Las mujeres emprendieron el camino. Su largo séquito se desplegó y comenzó a fluir como el brazo de un río cuyo cauce va estrechándose. Las más valientes conducían la fila. Los ángeles comenzaron a cantar para ellas. Al final del tercer día, las indolentes ya no podían más. 
"¿Para qué envidiar la gloria de las andariegas? -murmuraron. ¿Quién sabe, a fin de cuentas, el destino que les espera a las primeras que lleguen? El Paraíso es tan grande como el conjunto de los cielos. Las moradas son allí tan numerosas como los granos de arena de todos los ríos y de todo el litoral reunidos. ¿No dicen que superpuestas unas sobre otras, esas moradas comienzan en los abismos y terminan casi en la cima del firmamento? ¿Por qué correr pues y hacer perder a nuestros muslos su suave redondez? ¿Por qué sudar y ensuciar nuestro cuerpo? Vayamos apaciblemente, hermanas, y conservemos nuestra frescura. Cuando lleguemos al Paraíso, siempre habrá una morada para cada una de nosotras. E incluso, aunque las primeras se alojen en habitaciones suntuosas la marcha forzada hará desaparecer sus carnes. Su aspecto esquelético apagará la belleza de sus moradas y el brillo de sus alhajas." Dicho esto, las mujeres indolentes empezaron a remolonear como patos demasiado gordos. Para acompasar su lento paso de tortuga, tararearon una canción: 
¿Por qué apresurarnos, por qué lamentarnos? 
¿Porqué gritar? Si, ¿por qué? Quien va hacia el Paraíso no va hacia una tierra árida en la que la hiena se apodera del cabrito, en la que el sato de la sabana asalta los corrales. entretengámonos por el camino, interroguemos los "mandamientos celestiales". 

Tres días después de la salida de las mujeres, Dios dijo: "Hace tres días y tres noches que las mujeres emprendieron el camino. Lancemos a sus hombres tras ellas." Dios hizo venir al grupo de hombres, Ies dijo: 
"No es bueno que el macho permanezca sin hembra. Así que he creado en vuestro honor unas compañeras. Ellas ya salieron hacia el Paraíso. Tienen tres días y tres noches de adelanto sobre vosotros, pero voy a haceros tres veces más fuertes que ellas y os lanzaréis en su búsqueda. "Cada uno de vosotros, añadió Dios, tendrá por esposa a la mujer que encuentre en su camino, y sólo podrá tener una. Los que se rezaguen por el camino se arriesgan, pues, a quedarse sin compañera. Será peor para ellos. Los condenaré al celibato, no conocerán ni la alegría del hogar ni el privilegio de la procreación, no serán elementos continuadores de la especie. La simiente que he depositado en ellos permanecerá como una semilla seca. Crisparé mi semblante para ellos, y se sentirán muy apenados- ...". 
Los hombres iniciaron el camino. Marchaban cantando: Cada ser tiene un origen, cada metal tiene una mina, cada hecho tiene una causa. Si bueno, el Eterno, nos pone en el camino que nos lleva hacia nuestras esposas, eso se debe a algo. Las que serán nuestras mujeres son, dicen, bellas y bien formadas. Son apasionadas sin desvergüenza y apasionantes sin perversión. Pondrán fin a la pena que ensombrece nuestros corazones. 
¡Vayamos! ¡caminemos con energía hacia el Paraíso! Allí encontraremos a nuestras esposas, ¡viviremos en la sabiduría! 
La Inteligencia divina se eleva allí como una montaña gigantesca de la que se extraen metales preciosos para adornar la frente de los valerosos y los sabios. ¡Vayamos! ¡caminemos con energía hacia el Paraíso! ¡Viviremos en la sabiduría, en la sabiduría, en la sabiduría!... 

Después de unas horas de trayecto, los hombres se dividieron en tres grupos: 
Los Hammadi-Hammadi a la cabeza, los Hammadi en el centro, los Hammadi-náoí en la cola. Las mujeres también se habían repartido en tres grupos: las Mantaldé a la cabeza, las Santaldé en el centro, las Mantakapous en la cola. 
El grupo de los Hammadi-Hammadi, compuesto de hombres brillantes, prudentes, emprendedores y valientes, sucumbieron ante el grupo de las Mantakapous; es decir, las últimas mujeres en el orden de valores femeninos. Ignorando que las mujeres más valiosas estaban más adelante, eligieron a sus esposas entre las Mantakapous. 
Los Hammadi, grupo de hombres intermedios, sucumbieron ante las Santaldé, mujeres igualmente medianas con respecto a su valía. Tomaron sus esposas entre ellas. Durante ese tiempo las Mantaldé, mujeres de gran valía, habían adelantado a sus compañeras de los otros dos grupos y ya habían llegado a las puertas. Los ángeles vinieron a saludarlas y les expresaron sus mejores deseos de bienvenida. Cuando quisieron traspasar el umbral, los ángeles las detuvieron: "Perdón, mujeres, pero aún sois 'mitades'. Ahora bien una 'mitad' es algo incompleto, luego imperfecto, y lo imperfecto no tiene cabida en el Paraíso, esperad a que cada una de vosotras tenga un marido que la complete. Entonces entraréis por parejas, es decir por unidades humanas perfectas." 
Antes de que las mujeres se repusieran de su sorpresa, los HammadiHammadi se presentaron, acompañados de sus esposas, las Mantakapous. Ios ángeles exclamaron: "¡Qué misterio! ¿Éstas son las compañeras que Dios os ha reservado?" 
Los Hammadi llegaron a su vez, escoltados por las Santaldé. Finalmente los Hammadi-náoí, los últimos hombres, llegaron a las puertas del Paraíso con las manos vacías. Forzosamente, las mujeres Mantaldé, las más valiosas, tuvieron que entregarse a ellos para poder entrar en la Estancia celestial. 
Y así fue cómo los primeros hombres recibieron en suerte las últimas mujeres y cómo las primeras mujeres cayeron en manos de los últimos hombres. Ya en el Paraíso, los hombres más destacados fueron a quejarse a Dios. De común acuerdo con las primeras mujeres, reclamaron un arreglo. Dios dijo: "Yo no niego un derecho a aquél que lo merece. Pero la inteligencia de mis actos no está siempre a vuestro alcance." Mujeres valientes clasificadas como las mejores, aceptad de buen grado a los hombres poco valiosos. Y vosotros, hombres distinguidos, sufrid a vuestro lado las mujeres perezosas y vulgares. Lo he decidido así por sabiduría y paciencia. Si dispusiera todos los valores por un lado y todos los no-valores por el otro, los asuntos del mundo no funcionarían, como un fardo mal repartido a lomos de un buey de carga. No habría ni equilibrio ni estabilidad. En cada giro, el cargamento se volcaría hacia un solo lado y vuestro universo sería aún más difícil de dirigir de lo que ya lo es ahora. "Tal como os encontráis emparejados, los hombres de valía impedirán a las mujeres indolentes caer en manos implacables que les quitarían toda la levedad a sus párpados, las mujeres dignas y juiciosas serán el refugio de los hombres disminuidos a los que están unidas por el matrimonio." 
"He regulado todo siguiendo una pauta cuyo secreto únicamente lo conozco yo." 
"No os odiéis más. No os rechacéis unos a otros con el pretexto de que vuestros valores y vuestros estados son desiguales." 
"Amaos los unos a los otros, sobre todo entre mujer y marido. Y proclamad que entre las cosas que me agradan, a mí que soy Dios, el primer lugar lo ocupa la perfecta armonía entre los esposos."


Cuentos de Mali
Leyenda Peul 
(Traducción de: María de los Angeles Sánchez Hernández)
Extraído de: MOSAICOS DE CUENTOS AFRICANOS
Marie-Claire Durand Guiziou (Ed.)
Gobierno de Canarias, Presidencia del Gobierno, Dirección General de Relaciones con África 
COOPERACIÓN CANARIA, UNIVERSIDAD DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, Servicio de Publicaciones.
http://www.webs.ulpgc.es/
Imagen: donde-esta.org

ARMANDO ZÁRATE: POEMAS

Invasión a la eternidad


Cuando se alejó la muchacha
el macho no sabía como ordenar el universo 
Luego de estar en varios países murió clavado en el último despego de los labios
en el barrio se lo veía con una corona de vino ardiente
por eso al fin murió de fiebre calentando la tierra con intención de ornarla
murió
cuando el sol recién salía rompió relaciones con sus semejantes

luego las mujeres reinventaron veces su anatomía
su cadáver y su foto en la cruz son graciosos
mientras el mocho como un pintor luminoso
empluma en los tardes las nubes de colores para que vuelen los pájaros.



De sal caerá la noche

Será de lirios
la noche sobre el camino

cruzará en el sueño
espléndido el verano

besarán los labios dulces
de la carne imposible

en el mediocielo
invadido por la espera

en la estación blanca
que tiene la música

cantará el silencio
el fondo de esta ausencia

brillarán las banderas
entre sus llamas

no será voraz la vida
cambiará el destino.


Mar

En mi corazón hay dos soles que han salido de la
celebración de la fortuna

ejecutaron la música alta de la noche
pero el ruido del mar los ha partido

el mar inmenso como después de los imperios

quién sabe por qué yo no he logrado abatirte e inmolarte
antes de huir del vaso que bebí bañado en las lejanías

quién sabe por qué

pero cuando yo parta
llama a las gaviotas y creerás en ellas para siempre

las hijas del cielo cegarán las nubes y los días continuos
y yo me postraré ante los dos soles que sintieron las distancias
y abrieron sus sangrientas horas en el mar.


Los brazos de la hija

La he visto retraída poniendo en el vaso el vino que
fuimos bebiendo al acercarse la noche

la he visto con el vestido de fiesta mirar hacia una
distancia insituable, enteramente blanca

la he visto sobrecogida del verano que apresura los astros
a una hora en que cada partícula proviene de edades
bárbaras

la he visto en el retiro de la playa endurecer sus caderas
que comienzan a ponerse rojas y a brindar a la altura
de mi voz

la he visto sonreír dichosamente desgranar su collar movida
por los signos que me puedan sorprender.



Ella

Cuando la marea aprovecha el alto cielo de una playa secreta
y escucho golpear en el seno de la tierra a las olas amadas
y una vez que :han partido quedando en silencio las mujeres primitivas

cuando ellas se encuentran reunidas para ser más suaves
bajo la sombra que llora sus dulces caderas
y en un momento lejanas o salvajes
se hunden en el lago llevadas por algún motivo siniestro
de mis intactos pensamientos cargados de la tristeza de la brisa espesa
también mi madre regresa

y se sienta allí
en el fondo de la caverna que da al lago
y viene a instruirme y a comunicar con ella todo mi pecho
y no nos separamos
y ella viene a darme su golpe y a dejar sus impresiones
en el aire

sólo entonces descansa y me encuentra bueno
y acude soportando en silencio el dolor que en pos de nosotros arroja al mundo

y no nos separamos
y me peina medio dormido
y me tuesta el pan por la mañana
y vuelve a instruirme
y me besa con su constancia y su corazón en llamas
y viene a decirme que me volvería a dar a luz sin exhalar una sola queja.





Armando Zárate
Poeta, ensayista, Doctor por la Universidad de California y Profesor Emérito de la Universidad de Vermont (Estados Unidos) 
"En 2007, publicó su Álbum poético de Córdoba (Ed. Comunicarte), libro de exquisita factura editorial en el que amplía su anterior Memorial poético de Córdoba (Ed. del Fundador, 2000), agregándole otros textos relacionados con la provincia, aunque ya no necesariamente de autores cordobeses. El Álbum es una lectura de gran provecho para aprehender un derrotero (posible, entre tantos otros trazables) de la larga tradición poética de Córdoba. La muestra se presenta enriquecida con la mirada de otros poetas que pasaron por la provincia, como por ejemplo Pablo Neruda (del que Zárate selecciona dos odas: “…a las tormentas de Córdoba” y “…al algarrobo muerto”), o por un narrador como Daniel Moyano, que en el libro es capaz de sorprender con un poema: “El niño”. (Zárate me contó que una vez Moyano leyó este poema en público —¿en Vermont?—, y que apenas terminó, dejó caer el papel sobre la mesa y dijo con desdén: “no me gusta”). Moyano —que además de escritor, era músico, plomero y albañil— era muy amigo de Zárate, y le había hecho toda la cañería de su casa. Esto lo cuenta Armando en una entrevista que le hizo Rogelio Demarchi en La Voz del Interior con motivo de la publicación del Álbum. En esa misma casa vi colgado el cuadro de Manuel Reyna que ilustra la tapa del libro: la capilla de Candonga más linda que conozco (y eso que hay cientos de Candongas pintadas en Córdoba). La selección del Álbum poético de Córdoba realizada por Armando Zárate arranca con el mismísimo fundador, Jerónimo Luis de Cabrera; lo siguen, entre muchos otros nombres ilustres, Luis de Tejeda, Leopoldo Lugones, José Rivera Indarte, Hilario Ascasubi, el Conde de Lautréamont, Carlos Romagosa, Arturo Capdevila, Saúl Taborda, Enrique Banchs, Azor Grimaut, Enrique Luis Revol o Emilio Sosa López (que dirigió junto a Zárate la revista Mundi; antes Zárate también había fundado una revista de poesía, Cara verde). Para mi historial como lector, la inclusión más importante —porque en aquel entonces fue para mí toda una revelación— fue la de Romilio Ribero, que figura con dos poemas geniales: “Bailar en sal” y “Animales peligrosos”. Por estos poemas salí a buscar los libros de Ribero (toda su poesía está editada por Alción). También me impulsó la semblanza que Zárate hace del poeta: “Nadie sabía en Córdoba de qué vivía Romilio o de qué podría vivir. Un día, por mediación de un funcionario, le cedieron un cuarto de conserje en el teatro Rivera Indarte. Romilio, en las noches más frías y solitarias, se tendía envuelto por el alfombrado en las galerías y muy a gusto con los fantasmas del Coliseo”. También por ese descubrimiento le estoy agradecido a Armando Zárate. Que en paz descanse." Martín Cristal.
Fuente: www.martincristal.com.ar - elpezvolador.wordpress.com - unaballenapodridaenlaplaya.blogspot.com
Foto: Armando Zárate y Martín Cristal, tomada de: elpezvolador.wordpress.com

RODOLFO ALONSO: POEMAS

DAR DE BEBER
sometidos a tan vasto encubrimiento
a tal golpe de suerte
un hombre muere una frontera se propaga
sosteniendo hasta el fin un día de olas
(“Salud o nada”, 1952-1954)


LA VOZ TOMADA
Cuando se quiebre la lengua del amor, nos quedará todavía esta palabra ronca.
Cuando no pueda decir, volverá todavía a mi garganta el eco de tu cuerpo.
(“El músico en la máquina”, hacia 1956)


ELLA DE PRONTO
Vuelvo a caer en tus redes.
En el viento bajo del orgullo, en la marea del odio, vuelvo a desconocerte.
A rodar sin perdón hacia tu belleza fácilmente aceptable.
Vuelvo a caer en la dura nostalgia.
En tus pantanos ágiles.
En el olor inmortal que te oscurece y te entrega al hombre que canta en medio del peligro.
(“El jardín de aclimatación”, 1954-1956)


HIROSHIMA MON AMOUR
una mujer desciende envuelta en desesperado orgullo del aire de su casa
como hija de la lástima feroz de la furia pequeña provincial
el mundo contento arde quieto a su alrededor
canta en el interior de esa mujer el mundo como una boca de fuego
un hombre lejano la contempla con ojos de desesperado amor
ese hombre es otros hombres es el mismo amor cantando para sobrevivir
el mundo contento arde veloz a su alrededor
canta en el interior de ese hombre el mundo como una boca de fuego
cuando la palabra amor no tenga necesidad de ser pronunciada
amor en todos los cuerpos desesperados ardiendo tranquilos
el mundo contento como una boca de fuego
una mujer y un hombre lentamente a su alrededor
(“Hablar claro”, 1959-1963)


DÉJÀ VU
Una mujer se desnuda en mi memoria
mientras afuera resplandece la ciudad
o llueve y hace frío
Una mujer lava su pelo negro con el agua de mi infancia
una distancia va formándose
Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia
su voz se hace lejana
Una mujer me alcanza
el primer seno descubierto
el primer seno acariciado
Mientras adentro resplandece la memoria
(“Hago el amor”, 1963-1967)


CIRCE, NO VENUS
(Por ellas, Ella habla:)
“Derrochaste mis muslos.
Pero no sólo eso.
¿O acaso no me oías
aullar en la alta noche?
No te buscaba a ti:
buscaba tu sustancia
(el fuego que te habita
o soñé te habitaba).
Desmedida, voraz
como todo lo humano,
me irritó tu ternura
delicada y feroz.
Si la vida te pasa
sin que la tomes viva,
la muerte ordena todo
o todo desordena.
Y sólo encontrarás
(compréndeme insaciable)
al buscar lo que buscas.”
(“El arte de callar”, 1993-2002)
Publicada en Eurasiahoy.com/



Rodolfo Alonso
Rodolfo Alonso es un poeta y traductor argentino, nacido el 4 de octubre del año 1934 en la provincia de Buenos Aires. En su adolescencia quedó fascinado con la obra de César Vallejo y de Roberto Arlt, que representan la base de su desarrollo como escritor. Comenzó a la edad de diecisiete años a colaborar en la revista de naturaleza vanguardista Poesía Buenos Aires, y en esa época publicó sus primeros versos. Luego de una interrupción de sus actividades a causa del servicio militar, que en aquel entonces era obligatorio en Argentina, se inscribió en la carrera de arquitectura, la cual abandonó algunos meses más tarde. Trabajó durante muchos años para el diario tucumano La Gaceta, específicamente en su suplemento cultural, y tuvo la oportunidad de viajar y conocer a muchas de las personalidades más prominentes de la literatura del momento. Se trata de un hombre con una carrera intensa, que ha cultivado la escritura en sus distintas facetas y que ha recogido premios internacionales en muchas ocasiones.Fuente: Rolando Revagliatti - Eurasia Hoy - Poemas-del-alma.com - Foto: laotrarevista.com

NOTA DEL EDITOR: Gracias al señor Rolando Revagliatti por advertirnos de un error. Le habíamos adjudicado estos poemas cuando en realidad son del señor Rodolfo Alonso. Corregido, envío mis disculpas. Ibarrechea.

MÚSICA: LEON THOMAS





"The Creator Has A Master Plan"
Subido por: Ace Records Ltd
Gentileza: YouTube

There was a time, when peace was on the earth,

And joy and happiness did reign and each man knew his worth.

In my heart how I yearn for that spirit's return

And I cry, as time flies,

Om, Om.

There is a place where love forever shines,
And rainbows are the shadows of a presence so divine,
And the glow of that love lights the heavens above,
And it's free, can't you see, come with me.

The creator has a master plan,
peace and happiness for every man
The creator has a working plan,
peace and happiness for every man
The creator makes but one demand,
happiness through all the land.




"Song for my Father"
Subido por: Ace Records Ltd
Gentileza: YouTube


Músicos:
Leon Thomas - vocals, percussion
Little Rock - tenor saxophone
James Spaulding - flute, saxophone
Lonnie Liston Smith - piano
Cecil McBee - bass
Richard Davis - bass
Roy Haynes - drums
Richard Landrum - bongos






Amos Leon Thomas, Jr

(4 de octubre de 1937 - 8 de mayo de 1999) 

fue un cantante de jazz estadounidense de vanguardia. Thomas estudió música en la Tennessee State University. En la década de 1960 fue vocalista de Count Basie, entre otros. En 1969, lanzó su primer álbum en solitario para la etiqueta Flying Dutchman de Bob Thiele. Sin embargo, hizo un álbum anterior que permanece inédito. Thomas es mejor conocido por su trabajo con Pharoah Sanders, en particular la canción de 1969 "El Creador tiene un plan maestro" de Sanders  "Karma álbum". El dispositivo más distintivo de Thomas era que a menudo rompía en yodeling en medio de una voz. Este estilo ha influenciado a los cantantes James Moody, Tim Buckley y Bobby McFerrin, entre otros. Dijo en una entrevista que desarrolló este estilo después de que cayó y se rompió los dientes antes de un importante espectáculo. Thomas viajó y se registró como miembro de la banda Santana en 1973. Cambió su nombre a Leone en 1974 debido a un interés que tenía en la numerología en ese momento. Él no cambió legalmente su nombre y él volvió a León poco después. Thomas murió de una insuficiencia cardíaca el 8 de mayo de 1999. Fue olvidado en gran medida hasta un resurgimiento del interés en el soul jazz. Varios de sus temas han sido probados en discos hip-hop y downtempo. Fuente:en.wikipedia.org - Foto: www.kalamu.com