OPINIÓN
Walter Aniston es un bombero porteño que armó una comunidad en redes para emigrantes argentinos y terminó llenando un teatro en la Gran Vía de en Madrid
Ahora está en el patio de su departamento de pasillo, en Villa Luro. El patio es chiquito, él es grandote y fuma. Está en transición de una vida a la otra. Porque tiene dos vidas. En una es una estrella que firma autógrafos en Europa, se saca fotos a pedido de su público y consigue que alguien viaje de Estados Unidos a Madrid por sólo seis horas para verlo. En la otra, es un bombero porteño que cumple horario en el cuartel, un empleado que la rema en dulce de leche para llegar con lo justo a fin de mes y mantener a su familia: esposa, un hijo adolescente, un hijo joven universitario.
Hace cinco meses anunció en su canal de YouTube desde Villa Luro que había conseguido, no sin esfuerzo, hacer una presentación de su espectáculo «El Gentuza monta pitote» en un teatro de la Gran Vía madrileña. En tres horas por internet se vendieron todas las entradas. Ahí fue que se amargó. El precio de 12 euros, precio al que lo empujó su certeza de que nadie iría a verlo, resultó casi regalado para centenas de personas que llegaron desde Salamanca, desde A Coruña en tour, desde Barcelona en auto, desde Mallorca o Roma en avión.
Nadie se quería perder un espectáculo del que su autor, productor, director y protagonista no tenía ni idea al momento de anunciarlo.
¿Qué haría en un escenario?
No era la principal preocupación, la principal preocupación del momento era que el público seguía pidiendo entradas y entonces había que conformarlos.
La convocatoria era a las dos de la tarde del sábado 1ro de noviembre. Decidió ahí que después del espectáculo que duraría unas dos horas, todo aquel que quisiera podría acercarse al bar del teatro a charlar un rato. Sí, explotó de gente, llenaron el bar y una de las salas del complejo.
Pero ¿qué hacer con toda esa gente que llamaba desde otros lados de España que quería estar, que quería verlo?
Entonces se armó para unos días después una juntada en un bar de argentinos en Valencia. Habían previsto una salita. Las centenas de personas también ahí convocadas llenaron el VIP, el bar y la vereda.
¿Quién es este muchacho? se preguntará el lector que ha llegado hasta acá, o al menos esa es mi intención. Que llegue hasta acá y que se pregunte ¿quién es?
Voy a dejar que lo presente Ricardo Darín con las palabras que, grabadas por el actor, la máxima estrella argentina en España, se escucharon como apertura del espectáculo:
Bienvenidos al Teatro Escondido de la Gran Vía… ¿En serio pagaron una entrada para verlo? En el año 2020, comenzó con los videítos en YouTube… Pero en realidad, comenzó mucho antes. Y yo lo viví en primera persona, haciendo algo que muchos querían hacer… (video de Darín pegándole cachetadas a Walter) Pero vayamos al grano. La cosa no empezó bien, no lo veía ni la madre. Pero poco a poco fue desplegando todo su talento, toda su capacidad, toda su presencia, una presencia que traspasaba la pantalla. He trabajado con grandes compañeros, actores y he de decir que nunca vi algo igual, Walter canta, Walter baila, Walter actúa, y todo… lo hace mal. Y la verdad, no sé qué tiene, pero la gente cayó rendida a sus encantos como político en campaña, el tipo invitaba a familias argentinas que iban a emigrar y también a españoles para conocer sus historias, y esas personas desconocidas… hoy son verdaderas celebridades. Llegó a los 100, llegó a los 200, llegó a los 300, pero cuando llegó a las 400 personas en vivo, se volvió loco. En vivo pasaron muchas cosas, convengamos que no es un programa normal. Con sus más de 40 años, Walter no es una persona de mundo, lo más lejos que llegó fue a Santa Teresita. ¿Quién iba a decir que un día pisaría España? Y ahí por primera vez llegó a las 1.000 personas en vivo. Y lo que empezó en el año 2020 como un hobby, hoy está llenando un teatro en la Gran Vía. Pasaron más de 2.000 invitados, más de 20 millones de visualizaciones, 60.000 suscriptores, y yo Ricardo Darín sigo pensando que Walter Aniston… es un pelotudo.
Después de esta presentación en video el teatro se vino abajo, el público enardecido lo vitoreó y apareció Walter Aniston para demostrar que lo que aprendió durante cinco meses con una coach del Bailando no le sirvió de nada. Su versión de «Salomé», el éxito de Chayanne, fue desastrosa, confirmando lo que había dicho Darín.
Baila pésimo, canta peor.
¿Y entonces?
¿Cómo llega un desconocido porteño sin ninguna experiencia teatral a llenar una sala de la Gran Vía madrileña con un espectáculo que se soñó a la altura de Les Luthiers y que fue mutando en dos horas hacia una estudiantina desprolija, vital, alegre y chapucera?
Sí señores y señoras, gracias a las malvadas del milenio, a las siempre criticadas, a las defenestradas, temidas y aterradoras redes sociales.
Eso piensa Walter cuando con toda su familia se planta frente al Coliseo Romano —en un viaje de un día y medio desde Madrid—, un viejo sueño de los cuatro y no pueden creer estar ahí y entonces se abrazan y saltan y gritan y los romanos los miran y ellos no pueden más de alegría.
Lo que empezó como un hobby en pandemia para que los chicos no se aburrieran, con una tabla de planchar como escritorio y un celular barato en las manos del hijo mayor se convirtió hoy en la única posibilidad que tuvo la familia de cumplir su sueño, visitar el Coliseo Romano.
Conocí a Gonzalo Roldán hace más de veinte años.
Yo tenía una participación en un programa que fue famoso, Mañanas informales, y Gonzalo tenía un videoclub en la calle Guise. Me llamó para una de sus películas, porque a comienzos del milenio Gonzalo hacía películas con un telefonito. Mi papel en Back to the Siam era el de un espía que tenía que decir una frase en clave: «El conejo saltó dos veces», en homenaje a una vieja película argentina. Ahí fue que lo conocí, en el videoclub de Palermo que en realidad fue el segundo que tuvo; empezó con uno muy cerca de su casa, con las películas que él se había comprado.
Claro, en su familia no sobraba la plata entonces para llegar al paraíso de comprarse una película metía unas cuantas esponjas —de las que vendía su papá— en un bolso y todos los días caminaba de Haedo hasta Once, negocio por negocio, vendiendo las esponjas. Al pasar por Caballito, se compraba una película.
Me fui por las ramas, es imposible no hacerlo frente a Gonzalo, tan enramada es su vida. Sólo quería contar esto para que se entienda la tenacidad del personaje, que es una característica que lo define.
Vuelvo al videoclub de Palermo.
Tanto amaba a las películas, que las quería hacer. No sabía cómo, no tenía idea, pero se puso a escribir una historia: un pibe que trabaja en un videoclub de día y que es asesino serial de noche. Fue hasta la Casa del Teatro y consiguió que para su primera producción —en lo que quizás haya sido el último trabajo de los tres— el Facha Martel, Joe Rígoli y Ricardo Bauleo (googleen, mocosos) participasen del experimento. No tenía cámara, Gonzalo.
Un amigo le prestó una con un minicasette.
La experiencia le gustó tanto —a él y al barrio, donde ya se había convertido en una celebridad— que pensó que la película siguiente tendría que estar protagonizada por Ricardo Darín. Tenía un inconveniente: ninguna manera de contactarse con Darín. Vio todas las notas, leyó todas las entrevistas buscando una pista y la encontró en un reportaje que le hicieron al actor en la puerta de su casa porque le habían robado. Detuvo el video y —cual Simuladores — anotó la dirección. Así fue que se fue un domingo a la mañana con sus mejores pilchas (googleen, mocosos), envolvió primorosamente un vino en papel de regalo, consiguió a través de un cliente del videoclub una camiseta de Boca firmada por el plantel y tocó el timbre en la casa del actor.
El ejemplo máximo de «el no ya lo tenés».
Contrariamente a lo esperado, abre la puerta Darín en short y ojotas y Gonzalo supo que era ahora o nunca. Le dijo todo de golpe, qué quería, qué había hecho, le llevó la película que había filmado e increíblemente, Darín lo hizo pasar y se puso a ver el film con Martel/Rígoli/Bauleo. A los dos días estaba filmando El destino del Lukong con un celular como micrófono atado a un palo de escoba. La película figura en Wikipedia en la filmografía de Darín, entre Un cuento chino y Elefante blanco. Y eso que Darín es hincha de River, no de Boca.
En 2016 el videoclub ya no funcionaba y Gonzalo, como se dice ahora, «la vio». Armó algo así como un estudio de mini streaming cuando no había ni ancho de banda para eso. Quería trabajar en radio, quería trabajar en televisión, se presentó en cientos de lugares, en algunos lo hicieron colaborar gratuitamente, en otros ni lo escucharon. Y como la montaña no venía a Mahoma, agarró a Mahoma y se fue a la montaña (es una manera de decir, no van a venir ahora los loquitos que entraron a Charlie Hebdo a hacer lío, por favor).
A los dos días de inaugurada la radio —con corte de calle y fiesta— apareció Ricardo Darín, que había pedido estar, quería ser parte del streaming. Fue una charla de tres horas y media. Por ese sucuchito pasaron Leonardo Sbaraglia, Pocho la Pantera, Gastón Pauls, Eduardo Blanco, Martina Gusmán, lo más granado de la perfumada colonia artística. El streaming en el videoclub colapsó, como cada negocio que emprendió Gonzalo, porque nunca lo piensa como un negocio y, sin embargo, se pasó los últimos 20 días en Europa con toda su familia gracias a su poca visión comercial.
Como queda dicho, fue en pandemia que para diversión de sus hijos empezó a hacer videos. Buscó en la agenda a quienes le habían quedado de su época de director y los llamó. El primero al que contactó fue Migue Granados. Le pidió un videíto sobre el cual armar una historia. Migue se lo mandó al día siguiente. Así con varios famosos. Y un día pensó que podía subirlo a YouTube. Y no lo veía casi nadie.
Pero los famosos no se resistían al pedido. Así, todos los elencos de Poné a Francella, de Los simuladores o de Dibu (Gonzalo es fanático de la tele y el cine de los ’80 y ’90) sucumbieron y le mandaron sus videítos.
No pasaba demasiado.
Un día se le ocurrió hacer biografías de famosos. Empezó a funcionar.
Y después siguió con pequeños documentales sobre temas que le interesaron desde siempre, por ejemplo, el del avión caído en los Andes con los rugbiers uruguayos.
Y un día pospandemia vio lo que todos vimos.
Los argentinos se iban del país.
España era un destino deseado, entonces fue hasta la puerta del consulado a preguntar «¿por qué se van?»
Ahí todo explotó
Sin llegar a 100.000 seguidores, el canal «Walter Aniston» se convirtió en poco tiempo en un puente que lleva a los argentinos que se quieren ir a Europa. Decenas de familias charlan cada semana con Walter antes de decidirse a ir; ya decididos; llegando a España; ya instalados en España. Armó lo que se conoce en la red como una «comunidad». Sus seguidores se conocen virtualmente entre sí. Cuando una familia argentina de emigrantes participantes de la comunidad llega a España ya sabe que será bienvenida por los emigrantes que ya están allá y que conocen las penurias del recién llegado. Les ayudan a conseguir casa, un primer trabajo, los datos nuevos de una vida nueva.
Habitualmente va a la cola de los futuros emigrados en el consulado español en Buenos Aires a hablar con la gente.
Lo que mejor le sale es hablar con la gente.
No puede parar de hablar con la gente.
Hace poco fue al consulado español en Rosario y mientras estaba entrevistando a los futuros emigrantes en la vereda, lo mandan a llamar desde adentro del consulado: «El cónsul quiere hablar con usted». Por supuesto, lo entrevistó para su canal. Ahora que volvió a hacer notas en la puerta del consulado en Buenos Aires —lugar en el que nunca había podido entrar— lo mandaron a llamar. También el cónsul en Buenos Aires quería hablar con el creador de contenido.
Sin embargo, Walter —porque como youtuber es Walter Aniston— nunca olvida que lo suyo es el humor. Un humor básico y sencillo, con la única intención de que te rías, sin ninguna pretensión. Un humor que no es kitsch sino lo que sigue. Como ejemplo, uno de los sketches que presentó en su espectáculo era un bidet (que está en el logo de su canal) de donde el público debía pescar papelitos marrones que contenían preguntas sobre… el bidet.
Walter consiguió que un tema tan doloroso como la partida y la emigración se convierta en un espacio de alegría y comunicación.
Y acá va el asunto.
Esto también son las redes.
Eso es lo que dice Gonzalo cuando se pone serio.
YouTube me dio la oportunidad que nunca nadie me dio en la vida, de mostrarme y hacer lo que me gusta desde que soy chico. Todas las puertas que se me cerraron, se me abrieron con YouTube, que es donde hago y digo lo que quiero y con eso además, ayudo a mi familia, porque con mi sueldo solo no me alcanzaría.
Ante la obvia referencia a todo el hate que reciben las redes, como cloacas universales culpables de todos los males de este siglo, Gonzalo es claro:
Lo que no me gusta, no lo veo y no lo comento. No estoy ahí. En YouTube veo muchos canales que me enseñaron cosas que no veo en los canales tradicionales, escuché opiniones de gente con talento que nunca hubiésemos conocido si no fuera por YouTube.
Es la segunda vez que Walter viaja a España. Hace un tiempo lo hizo invitado totalmente por sus seguidores. Ahora fue con su familia —la primera vez que salían del país— y recorrieron todo el país sin pagar un peso de hotel. Sus seguidores se peleaban para que se quedase en su casa.
No, no puede vivir de YouTube especialmente por la cantidad de dinero que se deja en el camino desde que llega el cheque de Estados Unidos hasta que lo puede cobrar. Si viviese en casi cualquier otro país eso no sería así. Pero es acá. También —dice— es difícil hacer videos graciosos en un país en donde todos están tan preocupados, tan tristes. El contexto no ayuda.
Pero no se rinde.
Walter, en una de esas redes tan denigradas, armó una comunidad, hizo más liviano el peso de la cruz de los emigrados, les dio una sonrisa y creó una red de corazones argentinos y españoles.
Para eso sirvió el teatro en la Gran Vía.
Para que un pibe de Villa Luro tenga una vida más.
La que siempre quiso.
La que se inventó.
Revista Seúl

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