¿DÓNDE QUEDA LA FELICIDAD?

HISTORIAS

De una silla de jardín al cielo: la historia del hombre que desafió la gravedad y su destino, decidió perseguir un sueño que había alimentado desde niño: volar

El 12 de julio de 1982, un hombre común de California decidió perseguir un sueño que había alimentado desde niño: volar. Sin formación como piloto, sin apoyo institucional, ni experiencia aérea, ideó un plan tan insólito como arriesgado. Con la ayuda de su novia y algunos amigos, ató 42 globos meteorológicos llenos de helio a una silla de jardín, bautizada como "Chair Force 1", y se preparó para despegar desde Los Ángeles. Su intención era sencilla: ascender de forma controlada, flotar un rato y luego descender lentamente. Sin embargo, el destino tenía otros planes.

El artefacto se elevó más rápido de lo previsto, la soga que lo mantenía anclado se rompió y, de golpe, se vio impulsado a más de 4800 metros de altura, ingresando sin querer en el espacio aéreo controlado. Pilotos, autoridades y vecinos observaban incrédulos aquel espectáculo. Durante su ascenso, la vista era majestuosa: la Isla Catalina se extendía como un punto lejano, las chimeneas del Queen Mary destacaban entre el paisaje urbano y un hidroavión parecía minúsculo desde su posición. El viento frío y la falta de oxígeno lo acompañaban, pero también lo hacían sentir increíblemente vivo y libre.

Su descenso fue un desafío igualmente extremo. La pistola de aire comprimido que usaba para controlar la altura se perdió, y tuvo que improvisar, cortando botellas de agua y dejando que el helio se filtrara lentamente. Cuando finalmente tocó tierra, quedó colgado a escasos metros de un cable eléctrico, salvándose por milímetros gracias a la ayuda del dueño de la casa. Ese aterrizaje accidentado no borró su logro: sin proponérselo, había hecho historia y su hazaña le valió un récord Guinness como el vuelo más alto en una silla atada a globos.

La pasión por volar lo acompañó desde niño. Todo comenzó con una visita a Disneyland, donde la visión de globos de Mickey Mouse sembró en él la fascinación por elevarse. A los trece años descubrió los globos meteorológicos y comenzó a experimentar, fabricando generadores caseros y ensayando con pequeños globos, soñando con alcanzar el cielo. Su visión no le permitió entrar a la Fuerza Aérea y, tras cumplir el servicio militar en Vietnam como cocinero y trabajar como camionero, nunca dejó de pensar en volar. En 1972, aseguró: "Es ahora o nunca, tengo que hacerlo".

El día de su vuelo, llevó consigo todos los elementos que consideraba esenciales: radio, altímetro, brújula, linterna, mapa, cámara, botiquines y hasta botellas de agua como lastre. Su preparación no eliminó el riesgo, pero evidenció su determinación y valentía. Cada minuto en el aire se convirtió en un testimonio de perseverancia, coraje y amor por la aventura. Años después, su historia sigue inspirando: demuestra que los sueños, aunque parezcan imposibles, pueden convertirse en realidad si se persiguen con pasión y decisión.

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