OPINIÓN
Las películas contemporáneas pueden ser mejores o peores, pero comparten un problema terrible: ya no hay malos de verdad

ELÍAS WENGIEL
Por Leonardo D'Esposito
Si te gustaba el cine, pasar tu infancia en los años ’70 no fue muy satisfactorio. La calificación era espartana y las películas aptas para todo público, muy pocas. Igual uno se colaba en los cines y veía cualquier cosa, porque en el barrio había salas y pasaban muchas películas o los fragmentos que la censura permitía proyectar. Cero queja: uno era chico y la pasaba bien sin tener mayor noción de lo que sucedía a su alrededor, aunque no hay dudas de que, al menos en este aspecto, las cosas han mejorado mucho en medio siglo.
Así y todo, en aquellos películas ATP había una ventaja: sabíamos de qué lado estábamos. El héroe era bueno, el villano era malo. Nadie tenía que explicarnos demasiado lo segundo: malo era malo. Lo sabíamos. Los que vimos por primera vez Star Wars en 1977 nos asustamos con felicidad cuando Darth Vader entraba en la “nave consular”. Esa imagen nos impactó y, lo recuerdo perfectamente, mi hermana y yo realmente sentimos miedo. La película no nos defraudó y Darth Vader tampoco: era malo. Punto.
Cuento esto porque hoy, en el mal llamado cine popular, los malos son sólo aquellos a los que se adscribe de modo explícito a algún sector político considerado “malo”. Eso, de todos modos, pasa menos que otra cosa mucho más perniciosa: que no hay malos. No hay, chau. Si hacen cosas malas, es porque tuvieron un trauma, los trataron mal, les deben algo, están locos, etc. Pero malos, lo que todos solíamos entender como malos, no son.
Un par de ejemplos. Thanos, que en las historietas de Marvel está rematadamente loco, en las películas recientes es un ser preocupado por el futuro del universo. Pasa que bueh: se le va la mano o leyó a Malthus en una mala traducción (o demasiado buena, ojo). Menos mal que casi al final de Avengers: Endgame tiene una línea de diálogo que nos reconcilia con la vieja y hermosa tradición de los cuentos de hadas: “Saben… en todos estos años de matanzas y carnicerías, nunca fue personal; pero lo que le voy a hacer a este pequeño y testarudo planeta lo voy a disfrutar mucho, mucho”. Sin esa frase, sin esa demostración de que el tipo es malo y chau (que llega un poco tarde, un poco mal), la pantagruélica pelea final no tendría el mismo peso.
Otro ejemplo, y más vergonzoso aunque la película sea muy buena, es el Guasón de Joaquín Phoenix en, bueno, Guasón. La escena clave es la del asesinato del personaje de Robert De Niro, pero para que nos quede claro que el pobre tipo es un pobre tipo, una víctima de las circunstancias, después de verlo maltratado y abusado incluso por su madre, lanza: “¿Qué obtienes cuando cruzas a un solitario mentalmente enfermo con una sociedad que lo abandona y lo trata como basura? ¡Te diré lo que obtienes! ¡Obtienes lo que te mereces!”. El párrafo incluye todos los males del cine contemporáneo: explicitud absoluta, chantaje emocional, apelación al “estado de las cosas” de la realidad extracinematográfica, didacticismo., actuación crispada y oscarizable (Joaquin Phoenix ganó el Oscar). Sin ese párrafo, el tiro en la cabeza resultaría la acción de un elemento del caos, algo que también es una característica del Mal. Pero no hay Mal acá: hay perturbación, hay culpa social. Si la película —dije más arriba— es buena, es porque mantiene la tensión constante y en ciertos momentos satura tanto las desgracias del protagonista que adivinamos cierto elemento satírico dando vueltas. No quita que ese discurso sea lo que es.
Santos villanos, Batman
No es gratuito que tome dos ejemplos de versiones cinematográficas de personajes de cómics, sobre todo de personajes de cómics de superhéroes. Me detengo en Guasón: mucho del film, que es básicamente una versión hard de El rey de la comedia (Scorsese fue casi un mentor de Todd Phillips durante la producción), se basa en una de las grandes historietas de Batman, La broma asesina, de Alan Moore y Brian Bolland. Fue editada en 1988 y en ella el Guasón trata de probar que cualquiera puede terminar como él, loco malo. Claro que lo hace , mediante una serie de asesinatos y atentados, como cuando deja paralítica a Barbara Gordon con un tiro a quemarropa o cuando secuestra a su padre, el comisionado Gordon. La novela gráfica cuenta, de paso, el origen del personaje. Batman lo detiene, está a punto de matarlo, lo salva y priman la ley y el bien moral en lugar del resentimiento y la maldad. Para hacerla corta: el Guasón pudo tener malos días, pero es lo que es porque es malo. Y chau. Pero no estamos en los ’80.
Los cuentos de hadas, que son los antecedentes absolutos de toda la ficción fantástica, siempre fueron apólogos morales. Acá está el bien; acá, el mal. Eso podría criticarse hoy, pero toda explicación choca con un hecho incontrovertible: la gente mala existe. Pero por alguna razón es imposible ya mostrarla como tal, especialmente en el entretenimiento familiar o masivo. Es imposible, hoy, que exista el Mejor Villano del Cine Contemporáneo, el Hans Gruber de Duro de Matar, capaz de mentir, engañar, asesinar a sangre fría y atacar a los propios sin perder la elegancia, la sonrisa o los buenos modales. Lo que le daba fuerza a la película era que el héroe, el eterno John McClane de Bruce Willis, era malhumorado, malhablado y cabrón. El meollo del asunto es que Bien y Mal no dependían de las apariencias o las historias previas: se basaban en una naturaleza, en ubicarse en lugares morales correctos o incorrectos por propia voluntad. Se basaban en que el Bien y el Mal existen, razones aparte.
Me preocupa la “explicación del villano”. Es un regreso al peor Rousseau, ese que pensaba que era la sociedad la que corrompía al hombre, bueno por naturaleza. Aunque esa idea es consistente con la tiranía sociológica y —lamento traer a colación esto, pero no hay alternativa— el wokismo, esa seudofilosofía muy new age. Como las películas son muy caras y hay que quedar bien con cualquiera que pueda pagar la entrada —y como las películas masivas de Hollywood las deciden focus groups llevados adelante por sociólogos y por analistas de costos y marketing—-, ahí entró ese virus y el pobre Darth Vader es lo que es porque le mataron a la mamá (ya sé, fue antes, pero el ejemplo vale).
Un contraste enorme con los terroristas islámicos que atacaban a Doc Brown en busca del plutonio robado. Funcionaban y funcionan porque los terroristas islámicos, en 1985, eran redondamente malos. Hoy sería imposible que Hollywood usara ese mecanismo para lanzar el DeLorean a 1955 (quizás podrían usar a unos supremacistas blancos con la gorrita MAGA, claro, como hizo Paul Thomas Anderson en Una batalla tras otra, que es menos de lo que se aplaude por motivos ajenos a lo ideológico, dicho sea de paso). Traduzco: Volver al futuro no condenaba al terrorismo sino que, como el terrorismo era y es malo, alcanzaba con terroristas para tener un mecanismo villanesco creíble.
Alguna reacción, sin embargo, parece haber. Superman es una de las mejores películas de este año. No voy a hacer una crítica al respecto, pero aviso que la capacidad humorística y juguetona de la película le permite a James Gunn incorporar de manera consistente elementos chistosos que critican nuestro mundo: los monos tuiteros, la volubilidad de los medios de comunicación, la corrección política absurda (¿qué creen que es Superman salvando a una ardilla o pidiendo que no maten al monstruo?) y otras cosas. Pero sobre todo, tiene un villano, el Lex Luthor de Nicholas Hoult que es, básicamente, malo. Él mismo dice que no le vengan a explicar que es envidioso o resentido porque lo es (parece el Neurus de Jorge Guinzburg en Peor es nada: “Soy malo y me gusta serlo”), y él mismo es una sátira del pobre loco Thanos, que para salvar el mundo “del extraterrestre” es capaz de destruirlo.
No matarás
Lo interesante de Superman, la clave de esa película, está casi al principio, cuando Clark y Lois (David Corenswet y Rachel Brosnahan) discuten sobre si Superman tiene derecho de evitar una guerra entre dos países. Más allá de que es un ejemplo perfecto de cómo debe trabajar un periodista, todo se resume en Superman/Clark diciendo “¡se iba a morir gente!”. Superman, como los príncipes y niños mendigos de los cuentos de hadas, es bueno, básicamente. Esa es su fortaleza y su tara. Matar está mal. La muerte es mala. Hay que evitar que se mate gente. Y a Luthor matar no le importa (el terrible momento de la ruleta rusa). Lex es malo, Clark es bueno. La entrevista Lois/Clark funciona como una puesta en escena de los discursos que relativizan todo, que buscan explicaciones y peros ante lo más simple. Si la película es más que buena, es porque vuelve a poner en negro sobre blanco que ciertas cosas no admiten relatividad moral ni pueden disfrazarse con discursos ni ingeniería sociológica. Mentir es malo, robar es malo, torturar es malo, secuestrar es malo, abusar de otros es malo, matar es malo. Y hay, de paso, “buenos” que no adscriben al lenguaje políticamente correcto (el Linterna Verde de Nathan Fillion) o que, simplemente, no creen que matar esté mal (la chica halcón de Isabela Merced). Otro acierto de la película: alrededor de buenos y malos hay una gama enorme de alternativas. Pero el Mal y el Bien existen puros, también.
Por supuesto que el ser humano, fuera de la pantalla, es ambiguo y complejo. Por supuesto que cualquiera de nosotros puede apoyar lo peor o rechazar algo bueno de acuerdo con las circunstancias. Por supuesto que podemos equivocarnos y nos equivocamos. Pero eso no quita que “se iba a morir gente”. Todos sabemos que —repito— matar está mal, aunque sea la última y única alternativa y, en ciertas circunstancias, no tengamos más remedio. No quita que esté mal. Las justificaciones que aparecen en Guasón o alrededor de Thanos no hacen más que decir que la culpa de que esas personas maten es un poquito nuestra (porque discriminamos a los enfermos mentales, porque abusamos de la Naturaleza, ponele). La idea base es esa: los villanos vienen a castigarnos porque nos portamos mal, y es una mirada un poco reaccionaria porque ¿qué sería “portarnos mal”?¿Quién lo decide? No, la verdad, no. La maldad existe, sea fruto del resentimiento, la envidia o inmotivada. Y la bondad, también. Los relatos más elementales, que en estos tiempos de relatividades perversas se vuelven imprescindibles, nos recuerdan esta verdad simplísima.
Revista Seúl
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