LA BELLA NIÑA ROSARIO KINDELÁN

CULTURA / EL CUENTO DEL FIN DE SEMANA

La densa niebla de esa hora, la fue invisibilizando en la espesura de los bosques, en el aroma de los floripondios

Por Walter R. Quinteros

Me contaron que a la hija del tabaquero James Kindelán, conocida por todos en Pueblo Saucedo como la bella niña Rosario, la atendió el doctor Isaac Hoffman, que luego de revisarla con atención, habló con su madre, la española María Nieves Hurtado y que le dijo que le haga tomar el jarabe de mentol que ya le había dicho que se lo haga beber cada ocho horas aunque a la niña no le guste, y sino que pruebe darle miel.
—Que usted sabe, puede ser muy efectiva en el tratamiento de la tos y de la garganta irritada que tiene esta criatura hermosa. 

También dicen que le dijo que la niña podía tomarla directamente para mejores resultados, o que la mezcle con aceite de coco y jugo de limón. Dicen que el doctor Hoffman observó a su alrededor y le comentó a la señora de Kindelán que aproveche la cantidad de cognac europeo que había en la casa, lo mezcle con la miel y un poco de canela en una copita y la mande a dormir bien abrigada.

Cuentan que el señor James Kindelán, logró un resarcimiento gubernamental por sus hectáreas en Peremerimbé antes que sean inundadas por el lago Imbuté, antes que los árboles caminaran arrastrando sus raíces y trepando hacia los altos. Y me dicen que Kindelán dejó la enorme casa vacía, que hizo cargar todos sus muebles en el tren del mediodía y que le sugirió a su mujer que era mejor ver a su padrino el doctor Teófilo Cabanillas, porque el entendía de estas cosas y no ese tal Hoffman que era un médico del Partido Conservador que estaba allí para cuidar a los hombres grises que trabajaban en la represa del Imbuté.

Según parece, en la ciudad de Zanga Funda, lugar donde acontecieron heroicas batallas en las que siempre salía airoso el fallecido comandante del pueblo Peremerimbino, don Juan Elerguido, y donde perdiera la vida una de sus esposas, la generala doña Laudette Neves, fueron decididos a ver a la llamada curadora Rebeca Martínez Apaz, que le hizo probar a la niña, un remedio de té de pimienta y miel. Ella decía que funcionaría en "Rosarito" porque la pimienta le iba estimular la circulación y el flujo de las flemas, y que la miel es un alivio natural de la tos. 
—No, señor James, los hijos de combatientes no me deben nada. 

La señora María Nieves Hurtado tuvo un viaje tranquilo, al lado de su esposo y cargando a su pequeña hija Rosarito entre sus brazos. La tos le volvió a la niña en la ciudad de Moncadas, y me dicen todos, que desde ahí fue un suplicio el largo viaje hasta Naranjillos, donde ya estaba afincado don Teófilo Cabanillas, ilustre médico que encontraron en el mercado del puerto, mirando el oleaje del rio desde donde partían las barcazas de los hermanos Virasolo con alimentos hasta el puerto central de Imbuté. Y donde paseaban en pies descalzos balanceando sus caderas las vendedoras de pescado fresco.
—Sabe usted que sucedieron cuantiosas desgracias desde el asesinato de la cuarta esposa del comandante, doña Carlota Henríquez, padrino.

—James, James, James. Ella nos traicionó y nos vendió al gobierno Conservador —le contestó don Teófilo Cabanillas, pasando una mano sobre sus hombros mientras caminaban hacia el bar por un refresco de limonada—, tenía que pagar su traición.

Dicen que en el puesto sanitario de Naranjillos, la enfermera Teresa Paniagua López, le aplicó a la niña Rosario, una inyección que la mantuvo despierta tres días con sus noches sin toser, viendo supuestas mariposas negras, girando sobre su cabeza, que ella señalaba sus vuelos con un dedo, y manteniendo largas conversaciones con imaginarios amigos que bajaban de la sierra, y luego le dio a tomar dos cucharaditas del jarabe mentolado que era el mismo que tomaban los soldados nacionales que estaban acuartelados en la Compañía del Norte. 

El mismo escuadrón del Mayor Anselmo Castro y del Sargento Illapha Tavares, que crearon el famoso Cuerpo de Combate en Selva.

La señora María Nieves Hurtado, harta de estos extraños acontecimientos, quería llegar cuanto antes a Mapuyo, para instalarse en su nueva casa. Por eso es que el señor James Kindelán, había ordenado a sus empleados que descargaran sus muebles en la estación de trenes de Moncadas, y que los lleven en los camiones Bedford hasta la dirección marcada en las afueras de Mapuyo, sobre el camino hacia el cerro del Indio Muerto.

Después de una semana alojados y sin que Rosarito tosiera, en el desayuno antes de la partida, Teófilo Cabanillas les prometió llevarles más jarabe contra la tos una vez que los hermanos Fontana, el Macho Fonseca o la Cachita Barragán se los roben a los soldados nacionales. Dicen que Cabanillas les dio un fuerte abrazo y que le alcanzó a la bella niña Rosario, el breve manual de historia peremerimbina, según los últimos memoriosos, impreso en Naranjillos.
—Total tu ya sabes leer—, dicen que le dijo. 

Pero todos recuerdan que la enfermera Teresa Paniagua López, hablándole en Guaraní a la señora María Nieves, le decía que el tomillo es un buen tratamiento contra la tos, y las infecciones respiratorias que tiene la niña. 

—Haga así —le decía—, a las hojitas pequeñas de la hierba póngala en una tacita y macháquelas en agua hirviendo, después, la va a colar, ¿sabe? una vez colada, métale una cucharada de miel grande y un poco de jugo de limón, así la bella niña Rosario no le encuentra mal sabor.

—Escúchame ahijado James —decía Teófilo Cabanillas, mientras ellos subían a su automóvil Hudson, el tomillo es un potente remedio que calma la tos y relaja los músculos de la tráquea, y eso le va a reducir la inflamación a la niña, buena suerte y buen viaje.

Dicen que doña María Nieves Hurtado quiso entregarle dinero a la enfermera, pero que no le recibió nada y que se fue adentro sin saludar.

Un año después de la llegada de la familia Kindelán a Mapuyo, llegó un mensajero con la noticia de que el gobierno había atacado y matado a más de treinta peremerimbinos en Naranjillos. Algunos se armaron para defender su tierra, entre ellos el tabacalero James, que agrupó a su gente y repartió directivas de guardias rotativas y fusiles Springfield modelo 1903, para la defensa de la finca, más todas las armas que pudiesen acopiar.

Dicen que la noche del veintidós de enero, se oyó un disparo, el ruido de un vidrio de la ventana rota desparramando astillas de cristal, y el impensado barullo que produjo al caer, el cuerpo ensangrentado del hijo de irlandeses, don James Kindelán, en el piso de madera de la sala. Parece que el tirador especial llevaba un fusil de largo alcance, calibre grueso y los atributos del Cuerpo de Combate en Selva pegados en su uniforme verde provistos por la NATO.

Los soldados entraron después, tomaron prisionera a doña María Nieves Hurtado a los fondos del patio de la casa y en el forcejeo, ella le clavó un puñal al suboficial Ramos Ramírez, encargado de las Tropas de Asalto. Un soldado la mató de un tiro que le traspasó un pecho y partió el corazón, cuando ella quiso escapar por una ventana de la casa, y que mientras los ojos negros de la española se cerraban, reflejaban las aspas girando del ventilador del techo.

Me contaron que varios soldados revisaron la finca. Se llevaron las armas escondidas en el sótano. Las municiones escondidas en el altillo. Explosivos, detonadores y mechas acumulados bajo las jaulas de los gallináceos. Los mapas y el manual de historia de Peremerimbé. Que el cabo Boggy Speckler hizo llevar los cadáveres del señor Kindelán y el de su esposa, la señora Hurtado, para la fosa común de Naranjillos en el camión Bedford. Que se llevaron al malherido suboficial al hospital de campaña. Soltaron los pájaros de las jaulas y se llevaron los animales del corral. Que no encontraron más nada. Ni a nadie. Le prendieron fuego a la mansión y salieron presurosos del lugar, antes que detonaran los tanques de combustible que alimentaban el automóvil Hudson y dos tractores Farmall.

Al día siguiente, por la madrugada dicen, que desde la caseta del perro, al fondo del patio, Rosario Margareth Hurtado Kindelán, de ocho años de edad, asomó su rubia cabellera despeinada y mugrienta. Caminó entre cenizas humeantes, seguida por un revoloteo de mariposas negras. Dicen que llegó caminando descalza al pueblo Mapuyo, al lado de su perro llamado "Obús". Que se limpiaba la nariz con las manos. Que los soldados del campamento no le prestaron atención. Que sacudiendo el pantalón del guardia le pidió que le preparara un te para la tos, de los que ellos tenían en sus botiquines con unas pocas galletas. Y que solita, se quitaba mansamente las espinas de sus pies mientras esperaba la infusión, sin llorar. Luego, la densa niebla de esa hora, la fue invisibilizando en la espesura de los bosques, en el aroma de los floripondios.

Enterado de la presencia de una niña rubia en la guardia, el cabo Boggy Speckler corrió al puesto de entrada del campamento, en el sitio exacto donde ella había estado sentada, solo encontró un vestidito floreado de crepé de rayón, embarrado, y una hoja de papel arrugado donde alguien escribió. "Que en tu largo viaje encuentres vientos a favor, y mares calmos".

©2013-La bella niña Rosario Kindelán. Autor: Walter R. Quinteros. Escritor y periodista ninguneado. Nacido bajo el signo de Escorpio en Dean Funes, Córdoba, Argentina. Viajero latinoamericano.






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