EL SOSIEGO DE MIS TARDES

 OPINIÓN / SOCIEDAD

Cosas de viejos, nomás

Por Walter R. Quinteros

Hubo un tiempo en que mi vecinita Nora me proponía subirnos a ese canasto de mimbre, arrojado en el patio de su casa, luego de varios años de servicio en una panadería, para jugar a los piratas. Entonces yo levantaba mi espada de madera y señalaba el rumbo. Nora, con dos viejas escobas hacía que remaba. Sus perritos ladraban y corrían alrededor de nuestra nave de juguete como tiburones hambrientos. Luego de algunos minutos bajo el implacable sol de las siestas, llegábamos a una isla a buscar un tesoro que estaba escondido arriba de una montaña, Entonces desembarcábamos para trepar al duraznero del fondo, el que guardaba inconfesables secretos. Cuando un mayor se asomaba al patio embriagado de calor, y nos preguntaba a qué estábamos jugando, respondíamos a "la búsqueda del tesoro".

En otro momento, con José, cortábamos una caña con el cuchillo filoso de la cocina, primero a lo largo, después por las otras mitades de cada varilla. Les hacíamos una ranurita en cada punta, le marcábamos el centro y las atábamos bien fuerte con el piolín. José medía los ángulos mejor que yo porque él iba a quinto grado y yo a tercero. Las varillas quedaban parejas para unirlas con los hilos. A esa estructura ingeniosa la poníamos sobre el papel del diario Los Principios que cortábamos con la tijera de modista de mi madre y, a cada solapa la engrudábamos. José decía que debíamos juntar trapos para formar una cola de dos a tres metros hasta que el engrudo seque. Había una foto del expresidente Frondizi que era llevado preso por fuerzas policiales y militares que curiosamente, lucía como un adorno impensado en uno de los extremos del barrilete en forma de estrella. Subió hasta los cielos al día siguiente, se comió todo el carretel mientras trepaba por el viento y ya no lo podíamos sostener. Titino corrió a ayudarnos y el piolín se cortó. Titino iba a la escuela secundaria, él lanzó la siguiente frase que recorrió toda la cuadra de calle de tierra, que trepó a cada vereda, que se enroscó en los troncos de los árboles, empujó puertas y portoncitos, y sacudió ventanas. ¡Chau ruso Gagarin!

Los políticos no sirven para nada. Una vez, con cara sonriente, zapatos charolados, corbata y pañuelo al tono, llevaron un tranvía para ponerlo de aula en la escuela San Martín. La portera nos decía que esa cosa era para estudiar, no para que nos trepemos a ondear pajaritos y nos llamaba al sosiego. Joven argentino, la palabra sosiego, significa tranquilidad o sea, que debes comportarte como un cristiano recién bautizado. En el juego de las "bolitas" no me iba bien, pero con las figuritas si, cambiaba dos o tres repetidas por una de las difíciles cuando andaba con el espíritu navideño a cuestas. En cambio, aquellos otros días comunes en que me levantaba con perfil de cara de indio perseguido, las "tapaba" con cierta puntería en veredas y galerías y cuando surgían dudas, aparecían las escenas de alto pugilato. Llené el álbum y me dieron una pelota de fútbol, una número cinco. 

En mi infancia tuve una pelota Sportlandia, una Fulvence y botines Sacachispas que transpiraban mis patas a punto tal que mi madre decretó fumigarlas junto a las Skippy. 

Habría que encarcelar al bruto que asesinó esos juegos mágicos.

Me estoy volviendo viejo. Tengo aquí algunos síntomas que aseveran tal diagnóstico, a saber: 

1) Me molestan los que no me dejan tomar un café tranquilo en un bar preguntándome si es verdad que yo escribí o dije tal o cual cosa. Porque puedo perjudicar a Fulano, a Mengano y a Zutano, que son de aquí, buena gente, ¿viste? Son de aquí, son los hijos de... La respuesta mía siempre es la misma, "solo contesta cartas documento mi abogado, yo tomo café". 

2) Considero que el café es la tecla que, puesta en "On", pone en marcha la máquina de pensar y la sinapsis entre mis neuronas hacen que se pongan de pie a la primer cabeceada y salgan a la pista a bailar. Ojalá llueva café dice la canción de J.L. Guerra.

3) Creo que ando bien y mi rodilla sin meniscos me dice que no, le hago caso, coso, y pido un taxi. Entonces ando bien. Canto canzonetas napolitanas mientras cocino. Voy al baño apurado pero bailando salsa. Combato el Alzheimer insultándolo para saber si es más guapo que yo.

4) Pienso palabras que puedan lograr crear vínculos —o algo así—, que lleven a esta sociedad a amigarse con el diccionario y vayan incorporando materiales comunes que sirvan para la construcción de mejores saberes, despabilar memorias y valorar emociones. Tomen.

5) Meto en la bolsa a Daniel Salzano que sentó precedente en esta materia al escribir su "Test para la tercera edad" y de paso me resguardo. ¿Les llama la atención, les duele como un clavo cuando en las esquinas de la ciudad ven a los pibes aprender el oficio de canallas? Ese frasco de alcohol que está en el botiquín ¿lo conservan desde las viejas, o son para las nuevas heridas? ¿Cuánto hace que no escriben una composición sobre la vaca? ¿Jugaban a las bochas con pantalones y alpargatas blancas? ¿Por la noche no pueden dormir si antes no miran debajo de la cama? ¿Qué papel desempeña en sus vidas el erotismo? ¿Tienen demasiado zurcido el mameluco de la infancia? ¿Encienden la linterna pero ni aun así ven venir la poesía? ¿Odian estar solos? ¿Odian subir escaleras? ¿La palabra nosotros les gusta tanto como a mi? ¿Qué lugar elegirían para el eterno descanso de sus almas? Cosas de viejos, nomás.

Papá y mi tío Juan tenían una radio Spika cada uno. Se sentaban bajo la parra a escuchar los partidos de fútbol los domingos a la tarde. Mamá les dejaba el mate, la pava, azucarera, medio pan casero con chicharrón y a este indio que ahora esto escribe, y con mis tías, iba a la matiné del cine. Por la radio, Fioravanti relataba algo parecido a esto: "Aparece River Plate con su clásica casaca blanca cruzada con la tradicional banda roja, encabezado correctamente por su capitán. ¡Vibra el cemento! ¡Ulula y brama la barra riverplatense ubicada en las tribunas media y alta del Estadio de Boca Juniors. Es admirable, amables oyentes, con que tesón luchan en este segundo tiempo. No cabe duda que esta tarde tienen el corazón en la punta de sus botines. Ha terminado el encuentro con el triunfo de River Plate, se saludan correctamente los jugadores de ambos equipos. Se abrazan interminablemente los muchachos riverplatenses. En la tribuna adicta al cuadro de la banda roja, miles y miles de pañuelos blancos, cual palomas al viento, acompañados de gritos emocionados saludan la brillante conquista obtenida esta tarde por el conjunto millonario. Amables oyentes, espero que el programa haya sido del agrado de todos ustedes. Si fuera así, esto nos llenaría de una íntima y gran satisfacción". Había una murga de amigos haciendo un trencito bullanguero por los canteros del patio, papá, mi tío y yo. Recurrir a los recuerdos es clara señal que te vas poniendo viejo, joven argentino. Consta en actas.

Mi corazón, jóvenes argentinos, cuando recuerda, mide casi 200 pulsaciones.

Hace unos días salí a comprar zapatillas: Quiero estas —le dije a la vendedora—, discúlpeme pero no, usted es una persona mayor y esas zapatillas son para pendejos que hacen trekking, mejor llévese estas, le van a quedar bien, son vistosas y cómodas, en una de esas, quién sabe cómo lo miran las señoras —me contestó la buena vendedora—.

Unos niños, sentados en los bancos de la vereda de la calle Rivadavia, se besaban como Clark Gable y Vivien Leigh, con lengua y todo. Si mis ojos de buen cubero no me fallan, tienen la misma edad que yo tenía cuando hacía el trencito bullanguero en el patio de mi casa, ponele 11, tal vez 12 años. Me salieron cosas de abuelo al decirle al pibito, "sosegate niño".

 Habría que encarcelar a los brutos que asesinaron los juegos de la infancia. 





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